Más, quizá, que cualquier otro vidente de la historia, Swedenborg asigna a la vida después de la muerte la naturaleza de una serie de experiencias reales que en muchas formas elementales son muy similares a las del mundo natural. Los ángeles del cielo no poseen una existencia etérea y efímera sino que gozan de una vida activa de servicio a los demás. Duermen y velan, aman, respiran, comen, hablan, leen, trabajan, se recrean y adoran. Viven una vida genuina en un cuerpo y un mundo espiritual bien real.
Swedenborg entra en gran detalle al describir las tres partes o estados principales del mundo espiritual: el cielo, el infierno y el mundo de los espíritus, que está ubicado entre los dos. Este mundo de los espíritus sirve como lugar de preparación definitiva para la vida eterna, en un medio ambiente acorde con los amores que gobiernan la vida del novicio. Aquellos en quienes sus amores dominantes son buenos van al cielo, aquellos que han escogido el mal son conducidos por sus amores perversos al destino final del infierno. Allí están sometidos al orden exterior que los gobierna, y son tan felices como puede permitírselo su naturaleza egoísta. Ejecutan usos, pero, a diferencia de los ángeles, por obligación antes que por deseo.
El cielo angelical es el fin para el cual fueron creadas todas las cosas que existen en el universo. Es la meta que da razón de ser a la existencia de la raza humana, y la raza humana es el fin en lo que concierne a la creación del cielo visible y las tierras que incluye. (…) El cielo angelical primordialmente mira hacia la infinidad y la eternidad y, por lo tanto, su multiplicación sin fin, porque el Ser Divino mismo mora allí. (…) La raza humana no tendrá fin jamás, porque si esto ocurriera la obra divina quedaría limitada a un cierto número y por lo tanto perecería su tendencia hacia el infinito. (LJ13)
El cielo no consiste de ángeles que desde el principio hayan sido creados en cuanto tales, ni el infierno proviene de diablo alguno que habiendo sido creado un ángel de luz haya sido arrojado del cielo. Tanto el cielo cómo el infierno provienen de la humanidad, estando formado el cielo por todos aquellos que aman el bien y, en consecuencia, comprenden la verdad, y el infierno, por todos aquellos que aman el mal y cuyo entendimiento, en consecuencia, es de lo falso. (DP 27)
El influjo (influencia) divino del Señor no se detiene en el medio, sino continúa hasta sus últimos límites, (…) la conexión y conjunción del cielo con el género humano es tal que cada uno subsiste por el otro, y que el género humano sin el cielo sería como una cadena sin gancho, y el cielo sin el género humano sería como una casa sin fundamento. (HH 304)
El infierno y el cielo están cerca del hombre, más aún, en el hombre. El infierno [está] en un hombre malo, y el cielo, en un hombre bueno. Todos ingresan después de la muerte en el infierno o en el cielo en el que han estado mientras moraban en el mundo. (AC 8918) No puede decirse en ningún sentido que el cielo está fuera de alguien sino dentro de él. (…) A menos que el cielo esté dentro de uno, nada que sea celestial y que esté afuera puede fluir hacia el interior y ser recibido (…) Los que han vivido malignamente al llegar al cielo, se ahogan por falta de aire y se retuercen como peces en la atmósfera fuera del agua y como animales en el vacío debajo de una campana neumática, una vez que se ha extraído todo el aire. (HH 54)
Los ángeles y los espíritus están totalmente por encima o fuera de la naturaleza, y están en su propio mundo, que se encuentra bajo otro sol. Desde que en aquel mundo los espacios son apariencias (…) no puede decirse que los ángeles y los espíritus estén en el éter o en las estrellas. De hecho, están presentes con el hombre, unidos al afecto y al pensamiento de su espíritu. (. . .) El mundo espiritual está dondequiera que esté el hombre, y de ningún modo lejos de él. En una sola palabra, todo hombre en lo que concierne a lo interior de su mente está en aquel mundo, en medio de los espíritus y ángeles que lo habitan, y piensa a su luz y ama a su calor. (DLW 92)
Los universales del infierno son tres amores: el amor del dominio que proviene del amor egoísta, el amor de poseer los bienes de los otros que proviene del amor del mundo, y el amor fornicario. Los universales del cielo son los tres amores que se oponen a éstos: el amor del dominio que proviene del amor del uso, el amor de poseer los bienes del mundo que proviene del amor de efectuar usos mediante ellos, y el amor verdaderamente conyugal. (CL 261)
El espíritu del hombre, que es su mente en su cuerpo, es en su forma completa un hombre. El hombre después de su muerte es hombre tanto como fue en el mundo, con esta única diferencia, que ha desechado la cobertura que formaba su cuerpo en el mundo. (DP 124)
El hombre está en este mundo [natural] a fin de ser iniciado por medio de sus actividades allí en las cosas que son del cielo. Su vida en este mundo es apenas un momento, en comparación con su vida después de la muerte, porque ésta es eterna. [Aun cuando] (…) hay algunos pocos que creen que volverán a vivir [otra vez] (…) el hombre inmediatamente después de su muerte está en la otra vida. (…) Su vida en este mundo se continúa plenamente allí, y es de la misma cualidad que ha sido en este mundo. Esto puedo afirmarlo (…) porque he hablado, después de sus muertes, con casi todos los que me han sido conocidos durante su vida en el cuerpo, y por lo tanto, mediante la experiencia viva me ha sido concedido el conocimiento de cuál es la suerte que le espera a cada uno, a saber, una suerte según la vida que ha vivido en este mundo. (…) (AC 5006)
El primer estado del hombre después de la muerte se asemeja a su estado en el mundo, puesto que entonces también se halla en los exteriores teniendo una cara, un habla y carácter semejantes, y por lo tanto semejante vida moral y civil. Por eso no sabe que ya no se halla más en el mundo a menos que preste atención a lo que encuentra y a lo que le hayan dicho los ángeles cuando fue resucitado; es decir, que ahora es un espíritu. De esta manera se continúa una vida en la otra, y la muerte es sencillamente una transición. (HH 493) Este primer estado del hombre después de la muerte continúa en algunos durante días, en otros, meses, y aun en otros, durante un año; pero pocas veces más de un año. (HH498)
El segundo estado del hombre después de la muerte se llama el estado de los interiores, puesto que entonces se le introduce en los interiores de su mente, es decir, de su voluntad y pensamiento, mientras que los exteriores en los cuales se hallaba durante su primer estado se adormecen. (HH 499) Cuando el espíritu se halla en el estado de sus interiores, se ve claramente lo que era el hombre en sí mismo en el mundo, porque entonces obra por virtud de lo que es lo propio suyo. El que interiormente se hallaba en el bien en el mundo obra entonces racional y sabiamente y aún más sabiamente que cuando estaba en el mundo, puesto que se halla libre del vínculo del cuerpo y por consiguiente de las cosas terrestres que oscurecían y, por así decir, se interponían como una nube. Pero él que en el mundo se hallaba en el mal obra entonces necia e insensatamente, aún más locamente que en el mundo, puesto que se halla en libertad y sin restricción. (HH 505)
El tercer estado del hombre, (…) después de la muerte es un estado de instrucción. Este estado es para los que van al cielo y llegan a ser ángeles. (…) A los espíritus buenos se les conduce desde el segundo estado al tercero, que es su estado de preparación para el cielo mediante la instrucción. Porque a nadie se puede preparar para el cielo sino mediante conocimientos del bien y de la verdad; es decir, sólo mediante instrucción, ya que nadie puede conocer lo que es el bien y la verdad espiritual y lo que es el mal y la falsedad, que son opuestos a los primeros, a menos de ser enseñado. [Este tercer estado] no es para los que van al infierno, ya que a éstos no se les puede instruir y por lo tanto su segundo estado también es el tercero, y culmina cuando se los entrega (…) totalmente a su propio amor y, por consiguiente, a la sociedad infernal que se halla en un amor semejante. (HH 512)
Los espíritus poseen sensaciones mucho más exquisitas que durante su vida corpórea. Esto lo sé (…) por experiencia, repetida en miles de oportunidades. Si alguno no estuviera dispuesto a creer esto, en virtud de sus ideas preconcebidas respecto de la naturaleza de los espíritus, que lo aprenda por experiencia propia, cuando entre en la otra vida; no tendrá más remedio que creer. (…) Los espíritus tienen vista, porque viven en la luz; los buenos espíritus, los espíritus angélicos y los ángeles, viven en una luz tan grande que la del mediodía en este mundo difícilmente pueda comparársele. (…) Los espíritus también tienen oído, y en un grado tan exquisito que no podríamos compararlo, casi, con el oído del cuerpo. (…) También tienen el sentido del olfato. (…) Poseen un exquisitísimo sentido del tacto. (…) Tienen deseos y afectos. (…)
Los espíritus piensan de manera mucho más clara y distinta que cuando vivían en el cuerpo. En una sola idea de su pensamiento hay contenidas más cosas que en mil de las ideas que poseyeron en este mundo. Hablan entre ellos con tanta exactitud, sutileza, sagacidad y claridad, que si el hombre pudiera percibir su conversación experimentaría enorme maravilla. En pocas palabras, poseen todo lo que posee el hombre, pero de modo más perfecto, excepto la carne y los huesos y las imperfecciones que provienen de éstos. Reconocen y perciben que aun mientras vivían en el cuerpo era el espíritu el que percibía y sentía, y que aun cuando la facultad de las sensaciones se manifestaba en el cuerpo, sin embargo, no estaba en el cuerpo. (…) Cuando se abandona el cuerpo las sensaciones son muchas más exquisitas y perfectas. La vida consiste en el ejercicio de las sensaciones, porque sin ellas no hay vida, y según sea la facultad de las sensaciones será la vida que un hombre lleve. (…) (AC 322)
Después de la muerte el hombre es similar a lo que fue antes, tanto que al principio no se da cuenta de que está en otro mundo. Tiene vista, oído y habla, tal como en el mundo primero. Camina, corre y se sienta, tal como en el mundo primero. Se acuesta, duerme y despierta, tal como en el mundo primero. Come y bebe, tal como en el mundo primero. Goza de las delicias de la vida matrimonial, tal como en el mundo primero. En una palabra, es hombre, en todos y cada uno de los aspectos. (…) La muerte no es el fin sino la continuación de la vida. (TCR 792)
En los cielos no hay desigualdad de edades, ni de rango, ni de riqueza. En lo que respecta a la edad, todos poseen una floreciente juventud y permanecen por la eternidad en ese estado. En cuanto a la posición social, todos consideran a los demás según los usos que ejecutan. El más eminente considera que quienes ocupan rangos inferiores son sus hermanos y no ponen la dignidad por encima de la excelencia del uso. (…) [Y] (…) el Señor es el Padre de todos. En lo que respecta a la riqueza (…) allá ésta consiste en el don de llegar a obtener la sabiduría; y según esta ley, todos son provistos abundantemente de tales tesoros. (CL 250)
Los que están en el cielo progresan continuamente hacia la primavera de la vida y hacia una primavera tanto más agradable y feliz cuanto más miles de años viven; con eterno aumento según los progresos y los grados de su amor, de su caridad y de su fe. Las mujeres que han muerto viejas y consumidas por los años, habiendo vivido en la fe en el Señor, en caridad al prójimo y en feliz amor conyugal con sus maridos, vuelven, con la sucesión de los años, más y más a la flor de la juventud y de la adolescencia, y a ganar una hermosura que trasciende a todo concepto de la belleza tal como se ve en el mundo. Es la bondad y la caridad que forman y presentan en ella su propia semejanza, haciendo que el gozo y la belleza de la caridad se trasluzca en todas las facciones del rostro, de manera que son las formas mismas de la caridad (…) La forma de la caridad (…) en el cielo es tal que la caridad misma es la que al mismo tiempo forma y es formada. Esto [se cumple] de tal manera que la totalidad del ángel es una caridad. (…) Esto se ve y se siente con suprema claridad. Es una forma que cuando se contempla, es de una belleza indescriptible que afecta con su caridad la más íntima vida de la mente. En una palabra, envejecer en el cielo es rejuvenecer. (HH 414)
En el cielo, como en la tierra, hay comidas y bebidas, hay festejos y banquetes. Junto a las personas principales hay mesas tendidas, cubiertos de suntuosas delicadezas para el gusto, viandas escogidas y deliciosas, con las cuales todos se reconfortan y refrescan espiritualmente. También hay deportes y exhibiciones, el entretenimiento de la música y la canción, todos estos de la más elevada perfección. Tales cosas proporcionan gozos. (…)
Hay una cierta aptitud latente en el afecto de la voluntad de cada ángel que empuja su mente a hacer algo. De este modo la mente se tranquiliza y satisface. Esta satisfacción y tranquilidad produce un estado de mente que es receptivo al amor del uso que proviene del Señor. Y la recepción de éste produce la felicidad celestial o bienaventuranza, que es la vida de sus goces. (…) El alimento celestial en su esencia no es otra cosa que el amor, la sabiduría y el uso, los tres reunidos en una misma cosa. (…) Por lo tanto en el cielo todos reciben alimento para sus cuerpos según el uso que ejecutan. (…) (CL 6)
Todos los [que van al cielo] (…) son preparados (…) en el mundo de los espíritus, que está entre el cielo y el infierno. Después de un cierto tiempo desean el cielo con anhelo y llegado el momento les son abiertos los ojos, y ven un camino que conduce a alguna de las sociedades del cielo. Penetran por ese camino y ascienden, y en el ascenso hay una puerta, y en ésta un guardián. El guardián abre la puerta, y de este modo ellos entran. Entonces les sale al encuentro un examinador, que les dice en nombre del gobernador que pueden seguir entrando, y que deben ver si hay algunas casas que puedan reconocer como suyas, porque hay una nueva casa para cada uno de los ángeles novicios. Si encuentran una casa, informan de haberlo hecho y se quedan allí. Pero si no encuentran deben regresar y decir que no han encontrado casa. Entonces son examinados por un sabio de ese lugar, que descubre si la luz que hay en ellos concuerda con la de esa sociedad, y especialmente si el calor es similar.
La luz del cielo en su esencia es la verdad divina, y el calor del cielo en su esencia es la bondad divina, y ambas proceden del Señor, que allí es el sol. Si en ellos hay otra luz y otro calor, diferentes de los que posee esa sociedad, no se los recibe. (…) Entonces deben abandonar el lugar, y recorren los caminos que están abiertos entre las sociedades del cielo, y así hasta que encuentran una sociedad que concuerda en todos los aspectos con sus sentimientos. Y entonces, allí, sientan sus reales por la eternidad. Están aquí entre sus semejantes, como entre parientes o amigos a quienes, por ser similares en los afectos, aman de corazón. (…) Se encuentran gozando de su vida, y en la plenitud del amor más tierno, que deriva de la paz del alma. En el calor y la luz del cielo hay una delicia inefable, que se comunica. Tal es el caso con quienes llegan a ser ángeles. (AR 611)
Puesto que el cielo proviene del género humano (…) los ángeles son de ambos sexos. Desde la creación la mujer es para el hombre y el hombre para la mujer, perteneciéndose así mutuamente por el amor innato en ellos. (HH 366) El hombre después de la muerte es hombre, y la mujer, mujer. (…) Estos dos han sido creados de tal modo que tienden urgentemente por lograr (…) la conjunción, y llegar a ser una cosa entre los dos. (…) Esta inclinación conjuntiva está inscripta en todas las cosas, y en cada una de las que pertenecen al varón y la mujer, respectivamente; por lo tanto esta inclinación no puede ser alterada y morir con el cuerpo. (CL 46) Hay matrimonios en el cielo, tanto como en la tierra. Pero los matrimonios en el cielo difieren mucho de los que se celebran en la tierra. (HH 366)
Los que han considerado el adulterio como abominable y han vivido en casto amor conyugal están más que todos los demás en el orden y en la forma del cielo, y por ello en toda hermosura; y continúan incesantemente en la flor de la juventud. Las delicias de su amor son inefables y aumentan eternamente. (HH 489)
La separación [de las parejas que han contraído enlace en la tierra] tiene lugar muy frecuentemente después de la muerte, porque las conjunciones que aquí se forman muy rara vez se fundan en una percepción interna del amor, sino en la percepción exterior que oculta lo interior. La percepción externa del amor tiene su causa y origen en aquellas cosas que pertenecen al amor por el mundo y por el cuerpo. Las riquezas y las grandes posesiones, especialmente, son del amor del mundo. Las dignidades y los honores son del amor del cuerpo. Además de estas dos, hay distintos atractivos seductores, tales como la belleza, una corrección simulada en los modales, y a veces también la falta de castidad. Más aún, los matrimonios por lo general se contraen dentro de la villa, ciudad o distrito donde uno reside o ha nacido, donde no hay entre quienes elegir sino de manera muy limitada, según las familias que nos son conocidas, y dentro de estos límites también están aquellos que hacen a la posición social de los novios. Es por estas razones que los matrimonios que se han contraído en la tierra por lo general son externos y no, al mismo tiempo, interiores.
Sin embargo, la conjunción interior, que es la de las almas, constituye la esencia del matrimonio. Esta conjunción no se percibe hasta que el hombre se desviste de lo exterior y se reviste de lo interior, lo cual ocurre después de la muerte. Por lo tanto (…) en ese momento ocurren las separaciones, y posteriormente nuevas conjunciones, con aquellos que son similares y homogéneos, a menos que ya haya sido de este modo en la tierra, como ocurre con aquellos que desde la más temprana juventud (…) se han amado y deseado y le han pedido al Señor que les conceda un compañerismo legítimo y hermoso entre sí (…) y han rechazado y detestado los extravíos lujuriosos como malos olores para sus narices. (CL 49)
El hombre recibe una esposa adecuada, y la mujer un esposo adecuado. (…) Ninguna pareja casada puede ser recibida en el cielo y permanecer allí excepto aquellas que están unidas interiormente o pueden ser unidas, hasta llegar a formar una cosa. (…) La pareja de esposos no son dos ángeles sino uno. (…) No se reciben otras parejas casadas en el cielo porque ningún otro, fuera de esta unión interior, puede vivir con su pareja en el cielo, es decir, estar juntos en la misma casa, en el mismo dormitorio y en la misma cama.
En el cielo todos están coasociados según las afinidades y proximidades del amor, y según éstas poseen sus moradas. En el mundo espiritual no hay espacios sino apariencias de espacios, y éstos son según los estados del amor. Por esta razón nadie puede morar sino en su propia casa, que se le provee y asigna según la calidad de su amor. Si morara en otro lugar no podría respirar. (…)Ni pueden dos vivir juntos en la misma casa a menos que posean similitudes, y esto ocurre especialmente con las parejas casadas, a menos que sus inclinaciones sean mutuamente compatibles. Si son inclinaciones externas y no poseen la cualidad de serlo también internamente, la misma casa o lugar los separa, los rechaza y los expulsa. (…)
Las parejas casadas mantienen relaciones similares entre sí a las que se mantienen en la tierra, solamente que mucho más deleitosas y bendecidas, pero sin descendencia. En lugar de ésta, poseen la descendencia espiritual, que proviene del amor y la sabiduría. La razón por la cual las parejas de esposos gozan de las mismas relaciones que en la tierra es que el hombre sigue siendo hombre, y la mujer, mujer, tal como en este mundo, y en ambos existe como parte inherente en su naturaleza creada la tendencia a la conjunión. Esta inclinación en el hombre proviene de su espíritu, y desde allí [emana] al cuerpo. Por lo tanto después de la muerte, cuando el hombre se convierte en un espíritu, continúa la misma inclinación mutua, y esto no podría ser si no hubiera una forma similar de relación entre ambos. (…) (CL 50-51) El camino queda constantemente abierto para los afectos; desde que sin éstos el amor sería como el canal de una fuente que se ha taponado. El afecto destapa ese canal y produce la continuación y la conjunción, para que ambos puedan llegar a ser una sola carne. La esencia vital del esposo se suma por sí misma a la de su esposa y los une. [Los ángeles] (…) declaran que las delicias de sus afectos no pueden describirse en las expresiones de ninguno de los lenguajes del mundo natural, ni pueden pensarse sino en ideas espirituales, y que aun éstas no llegan a agotarlos. (AE 992)
← Temas