El gozo celestial (…) es la delicia de hacer algo que es útil para nosotros mismos y para los demás. La delicia del uso deriva su esencia del amor, y su existencia, de la sabiduría. La delicia del uso que surge del amor mediante la sabiduría es la vida y el alma de (…) los gozos celestiales. Hay compañías mucho más gozosas en los cielos, que alegran las mentes de los ángeles, entretienen sus espíritus, llenan sus pechos de delicia y vivifican sus cuerpos. Pero gozan de estas delicias solamente cuando han ejecutado los usos de sus empleos y ocupaciones. (CL5)
En los usos todos los goces del cielo se juntan y están presentes porque los usos son los bienes del amor y de la caridad, en los cuales están los ángeles. Los goces son por lo tanto para cada uno tales cuales son los usos, y su intensidad es igualmente según el grado del afecto al uso. (HH 402)
La delicia que proviene del bien, y el placer que proviene de la verdad, que son la causa de la bienaventuranza en el cielo, no consisten en el ocio sino en la actividad. En el ocio la delicia y el placer se convierten en sus opuestos, la falta de gozo y la falta de placer. Pero en la actividad éstos son permanentes y constantemente mayores, y producen bienaventuranza. Para quienes están en el cielo la actividad consiste en la ejecución de usos, que para ellos son la delicia que proviene del bien, y en las verdades que proporcionan el sabor de la existencia, con el fin de los usos, que para ellos son el placer que proviene de la verdad. (AC 6410)
Algunos piensan que el cielo consiste en una vida de descanso, en la cual hay otros que los sirven. Pero (…) no hay delicia posible en no hacer nada y estar descansando todo el tiempo como medio para obtener la felicidad, porque de este modo todos querrían hacer que la felicidad de los otros fuera tributaria de la felicidad propia. Cuando todos quieren esto, nadie posee la felicidad. Tal vida no sería una vida activa, sino una vida ociosa, en la cual se adormecerían. (…)
La vida angelical consiste en el uso, y en los bienes de la caridad. Los ángeles no conocen felicidad mayor que la de enseñar e instruir a los espíritus que llegan del mundo. [Se deleitan] en poder servir a los hombres, controlando los espíritus maléficos que los acosan para que no transgredan los límites de la corrección, e inspirándoles para el bien, y elevando a los muertos hacia la vida eterna. (…) De todo esto reciben como retribución mucha más felicidad de la que podría describirse. Es de este modo que son imágenes del Señor; es así que aman a su prójimo más que a sí mismos; es por esta razón que el cielo es el cielo. La felicidad angelical está en el uso, proviene del uso y corresponde al uso. (…) Los que tienen la idea de que el gozo celestial consiste en vivir ociosamente, respirando sin hacer nada la felicidad eterna, cuando han escuchado estas cosas, se les otorga percibir, para su vergüenza, en qué consiste verdaderamente esta vida. Perciben cómo, en realidad, no es sino un estado de existencia tristísimos que es capaz de destruir todo el gozo, y que después de muy poco tiempo lo despreciarían y tendrían asco de él. (AC 454)
Hay en el cielo más funciones, servicios y ocupaciones de los que se pueden enumerar mientras que en el mundo hay comparativamente pocos, Pero cualquiera que sea el número de los así empleados, todos sienten gozo por su trabajo y su ocupación a causa de su amor al uso, y no a causa del amor a sí mismo ni a causa de las ventajas personales. Tampoco puede haber entre ellos los que anhelan riquezas por causa de la vida, porque todas las necesidades de la vida se les dan gratuitamente. Tienen habitaciones gratuitas, vestidos gratuitos, alimentos gratuitos, por lo cual es evidente que los que se han amado a sí mismos y al mundo más que el uso no pueden tener participación alguna en el cielo, puesto que el amor o el afecto de cada uno permanece en él después de la vida en el mundo, y no se le desarraiga en toda la eternidad.
Cada uno en el cielo tiene su ocupación conforme la correspondencia y la correspondencia no tiene relación con la ocupación misma sino con el uso de ella (…) El que en el cielo se halla en la ocupación que corresponde a su (. . .) uso se halla en un estado de vida similar (…) que cuando estaba en el mundo, porque lo espiritual y lo natural obran como una sola cosa mediante las correspondencias. Pero la diferencia es que entonces [el hombre] entra en un estado de gozo interior por estar en vida espiritual, que es vida interior y por consiguiente más receptiva de la bienaventuranza celestial. (HH 393-394)
El cielo no consiste en estar en las alturas, sino que está en cualquier lugar donde hay alguien que vive en el amor y la caridad, o en quien está en el Reino del Señor. Ni consiste en el deseo de ser más eminente que otros, porque tal deseo no es cielo, sino infierno. (AC 450)
Cada uno recibe el cielo, según los elementos de fe y caridad que haya en él. La caridad y la fe hacen el cielo en cada uno. (…) La vida dotada de cielo es una vida acorde con las verdades y bienes de la fe, sobre las cuales el hombre ha sido instruido. A menos que éstas sean las reglas y principios de su vida es inútil que busque el cielo, por más maravillosa que haya sido su vida en otros aspectos. Sin estas verdades y bienes el hombre es como un arbusto, sacudido por todos los vientos, porque lo doblegan tanto los/bienes como los males. No hay nada de verdad y bien que sea firme en él, mediante lo cual los ángeles puedan mantenerlo en las verdades y el bien, y apartarlo de las falsedades y los males que las criaturas infernales inyectan continuamente. (AC 7197)
El cielo en sí está tan lleno de goces que visto en si mismo es entera y completamente goce y beatitud. El bien divino procedente del amor divino del Señor es lo que hace el cielo en general y en particular con cada uno allí. El amor divino es un anhelo de la salvación de todos y la felicidad de todos desde lo más interior y en plenitud. Decir «cielo», o decir «goce celestial» es por lo tanto una misma cosa.
Las delicias del cielo son innumerables a la par que inefables, pero de estos goces nada puede saber el que se halla exclusivamente en el goce del cuerpo o de la carne porque, como ya se ha dicho, sus interiores se apartan del cielo y miran hacia el mundo, por consiguiente hacia atrás. El que se halla totalmente en el goce del cuerpo o de la carne, o lo que es lo mismo, en amor a sí mismo y al mundo, no siente goce alguno más que en honores, lucros y placeres del cuerpo y de los sentidos, que de tal manera extinguen y sofocan los goces interiores que son del cielo, como para destruir toda creencia en éstos. (HH 397-398)
La delicia (…) del amor de hacer lo que es bueno sin fin de recompensa alguno, es el premio que permanece hasta la eternidad. Cada uno de los afectos del amor está inscripto y permanece de esta manera en la vida del individuo que ama. En esto el Señor nos ofrece una idea de lo que es el cielo y la felicidad eterna. (AC 9984)
El cielo proviene del género humano, tanto por los que han nacido dentro de la iglesia como por los que han nacido fuera de ella; de modo que consiste de todos cuantos han vivido en el bien en esta tierra desde su primer origen. El que tiene algún conocimiento acerca de las varias partes, regiones y reinos de nuestro planeta puede juzgar cuan grande es la multitud de hombres en el mundo entero. Quien calcule verá que mueren en ella diariamente muchos millares de hombres, y miles de millones, todos los años, y esto desde los tiempos más remotos. Todos ellos, después de la muerte, han ido al otro mundo, que se llama el mundo espiritual, y siguen llegando. Pero cuántos de ellos han llegado o llegan a ser ángeles del cielo no se puede decir. Se me ha dicho que en tiempos remotos el número fue muy grande, porque entonces los hombres pensaban más interior y espiritualmente, y por lo tanto se hallaban en el afecto celestial; pero en las edades que siguieron no tantos, por la razón de que los hombres, en el transcurso del tiempo, se volvieron más externos, empezando a pensar de un modo más natural y por ello a entrar en un afecto terrenal. (…)
Todo esto demuestra cuan grande es el cielo, en primer lugar ya sólo por los habitantes de esta tierra.
Que el cielo del Señor es inmenso puede constar también por el hecho de que todos los niños, tanto los nacidos dentro de la iglesia como los nacidos fuera de ella, los adopta el Señor y llegan a ser ángeles. Su número asciende a la cuarta o quinta parte del total del género humano en la tierra. Todo niño, dondequiera que haya nacido, dentro de la iglesia o fuera de ella, de padres piadosos o de padres impíos, el Señor lo recibe cuando muere, y se le educa en el orden divino, se le instruye e introduce en afectos al bien, y mediante éstos en conocimientos de la verdad, y luego, conforme va perfeccionando su inteligencia y sabiduría, se le introduce en el cielo y llega a ser ángel. Puede por todo esto deducirse cuan grande es la multitud de ángeles en el cielo (…)
Cuan inmenso es el cielo del Señor puede constatarse también por el hecho de que todos los planetas visibles en nuestro sistema solar, son tierras y que, además de ellos, existen en el universo otros innumerables, todos ellos llenos de habitantes. (HH 415-417)
El cielo universal representa un único hombre, que se llama el Máximo Hombre. (…) La totalidad y cada una de las partes del hombre tienen su correspondiente en éste. Los ángeles en el cielo aparecen todos en forma humana. Por otro lado, los espíritus maléficos que están en el infierno, aun cuando en la fantasía puedan aparecer como hombres, entre ellos, a la luz del cielo aparecen como monstruos, más calamitosos y horribles según el mal en el que están. El mal en sí es contrario al orden, y por lo tanto contrario a la forma humana. (…) (AC 4839)
Los que están en el Máximo Hombre respiran libremente cuando moran en el bien del amor. (…) Todos, cuando están en su propio cielo, están en su vida y reciben el influjo (influencia) del cielo universal, donde cada persona es el centro de todos los influjos (influencias) y por lo tanto mantiene el equilibrio más perfecto. (…) La maravillosa forma del cielo (…) proviene solamente del Señor (…) [y contiene] toda variedad. (AC 4225)
Todos los que están dentro del Máximo Hombre moran en el amor hacia el Señor y la caridad hacia el prójimo, y hacen bien al prójimo, de todo corazón, según el bien que está en él, y tienen conciencia de lo que es justo y equitativo. (…) Pero están fuera del Máximo Hombre todos los que moran en el amor de sí mismos y el amor del mundo y sus males [derivados], y hacen lo bueno solamente porque hay una ley que lo exige, y por amor de la honra y la riqueza del mundo, y la reputación consiguiente. [Estos] son inmisericordes interiormente y odian y se vengan en sus relaciones con los prójimos, por amor de sí mismos y del mundo, y se deleitan en la injuria de quienes no los favorecen. Estos están en el infierno. (AC 4225)
[Los hombres creen] que en la hora de la muerte (…) la fe (…) puede llevarlo a uno al cielo, sin que importe el afecto en que hayan vivido durante el curso de sus existencias. (…) [Si bien] todos pueden ser admitidos en el cielo, porque el Señor no niega el cielo a nadie, (…) solamente cuando se los admite pueden saber si les será posible vivir allí. Algunos que creían firmemente que podían han sido admitidos. Pero como la vida allí se caracteriza por el amor hacia el Señor y el amor hacia el prójimo (…) al comenzar a vivirla se han sentido muy disgustados. No siendo capaces de respirar en esa esfera (…) comenzaron a percibir la suciedad de sus afectos, y de este modo a sentir un tormento infernal. Como consecuencia de esto ellos mismos se arrojan de cabeza hacia abajo, diciendo que desean estar muy lejos de allí, y maravillándose de que eso, que para ellos es un infierno, sea el cielo. (…) Los que se deleitan en los afectos de la falsedad y el mal no pueden de ninguna manera estar entre aquellos, que se deleitan en los afectos del bien y la verdad. Estos deleites son opuestos entre sí, como lo son el cielo y el infierno. (AC 3938) En la medida en que el hombre se ama a sí mismo y al mundo, y mira hacia el propio yo y hacia el mundo en todas las cosas, tanto más se separa de lo Divino y se aleja del cielo. (HH 360)
Antes que los malos sean condenados y dejados caer al infierno atraviesan (…) por muchos estados. (…) Se cree que el hombre resulta condenado o salvado instantáneamente [después de su muerte] y que esto se efectúa sin ningún proceso. Pero ocurre de otra manera. En el mundo de los espíritus (…) reina la justicia (…) y nadie es condenado hasta que él mismo lo sepa y esté interiormente convencido de que es malo, y que le resulta completamente imposible estar en el cielo. Sus propias maldades son (…) puestas al descubierto frente a él. (…)
También se le advierte para que reniegue del mal. Pero esto no lo puede hacer por el dominio que el mal ejerce sobre él. (…) Finalmente se produce la condenación, y se lo deja caer al infierno. Esto ocurre cuando cae en cuenta plenamente de la maldad de su vida. (AC 7795)
En el infierno, como en el cielo, hay una forma de gobierno. (…) Hay estatutos y hay subordinación, sin los cuales la sociedad no tendría coherencia alguna. Pero las subordinaciones del cielo son completamente distintas de las subordinaciones en el infierno. En el cielo todos son como iguales, porque cada uno ama a los demás como los hermanos se aman entre sí. Sin embargo, cada uno coloca al otro por encima de él en proporción según la medida de su excelencia en la inteligencia y la sabiduría. El mismo amor del bien y la verdad hace que cada uno, » como si viniera de sí mismo, se subordine a quienes son superiores a él en la sabiduría del bien y la inteligencia de la verdad. Pero (…) en el infierno las subordinaciones son las de la autoridad despótica y en consecuencia tremendamente severas. El que manda se enardece con furia contra quienes no favorecen su capricho. Todos consideran que los demás son sus enemigos, aun cuando exteriormente aparenten ser amigos, para poder agruparse en bandas y resistir la violencia de los demás. Este agrupamiento es como el de los asaltantes. Los que ocupan una posición subordinada constantemente quieren gobernar, y frecuentemente se rebelan, y entonces las condiciones son lamentables. (…) Hay severidad y crueldades. (…) (AC 7773)
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