El auténtico destino del hombre

El ser humano individual no nace para sí mismo sino para los demás (…), para servir a sus conciudadanos, a la sociedad, a su nación, a la Iglesia, y de este modo al Señor. El que hace todas estas cosas acopia el bien, para sí por toda la eternidad. (TCR 406)

Hay cuatro períodos de la vida que el hombre atraviesa desde la infancia hasta la ancianidad. El primero es cuando actúa según los dictámenes de los demás, siguiendo sus indicaciones, el segundo es cuando actúa por sí mismo, siguiendo las indicaciones del entendimiento, el tercero es cuando la voluntad actúa sobre el entendimiento, y el entendimiento regula la voluntad, y el cuarto es cuando actúa a partir de principios confirmados y según un propósito deliberado. Pero estos períodos de la vida son los períodos del espíritu del hombre, y no ocurre del mismo modo con el cuerpo. El cuerpo puede actuar moralmente y hablar racionalmente al mismo tiempo que su espíritu tiene la disposición de actuar, querer y pensar las opuestas. Que ésta sea la naturaleza del hombre resulta evidente en el caso de los farsantes, los aduladores, los mentirosos y los hipócritas. Estos (…) poseen una doble mente (…) dividida en dos [partes] discordantes. (…) El caso es diferente con los que quieren rectamente y piensan de modo racional y, en consecuencia, actúan tal como deben hacerlo y conversan racionalmente. (TCR 443)

Servir al Señor, actuando según sus mandamientos y por lo tanto obedeciéndolo no es ser sirviente sino ser libre. La libertad más real en el hombre consiste en ser conducido por el Señor, porque el Señor inspira al hombre, mediante su propia voluntad, al bien que ha de poner por obra, y aun cuando éste proviene del Señor, se lo percibe como si fuera de uno mismo y por lo tanto como libertad. Esta libertad la poseen todos los que están en el Señor, y va acompañada de una felicidad inexpresable. (AC 8988)

El Señor ama a todos, y por ese amor desea el bien de todos, y el bien es uso. Del mismo modo como el Señor hace bienes o ejecuta usos mediante los ángeles, así procede en el mundo mediante los hombres. Por lo tanto a aquellos que ejecutan los usos con fidelidad el Señor les otorga el amor de los usos y su recompensa, que es la bienaventuranza interior. Esta es la felicidad eterna. (CL 7) Nadie goza de los afectos o las percepciones de tal modo que éstas sean idénticas a los de otros, ni tal cosa jamás podría ser. Más aún, los afectos pueden fructificar y las percepciones multiplicarse interminablemente. El conocimiento es inagotable. (…) (DP 57) El hombre puede (…) ser perfeccionado en el conocimiento, la inteligencia y la sabiduría, durante toda la eternidad. (CL 134) Cuando (…) [el hombre] está dotado de verdades se perfecciona en la inteligencia y en la sabiduría. (…) Cuando ha sido perfeccionado en la inteligencia y la sabiduría se le ha bendecido con una felicidad que será en él eterna. (AC 5651)


Category: Temas Espirituales

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