No hay otro aspecto de la moralidad como base de la vida espiritual que reciba mayor tratamiento por parte de los escritos de Swedenborg que las relaciones correctas entre los sexos. Defiende el matrimonio monogámico, en el cual los cónyuges se aman mutuamente y miran hacia el Señor para recibir de él orientación en sus vidas. A tal matrimonio lo denomina auténticamente conyugal y sostiene que cuando la unión de un hombre y una mujer es de este tipo se extiende más allá de la muerte, hasta la eternidad. La muerte no separa a quienes verdaderamente se aman.
Según el punto de vista de Swedenborg, el hombre y la mujer son fundamentalmente diferentes, no sólo en lo que respecta a la apariencia del cuerpo, sino mentalmente. La masculinidad deriva de una naturaleza básicamente intelectual. La feminidad, por otro lado, resulta de cualidades afectivas innatas. La primera mira hacia la sabiduría; la segunda hacia el amor. Juntos forman una unidad, en la cual ambos participantes suplementan y complementan el aporte del otro.
Swedenborg considera que la relación matrimonial es la unidad básica tanto del mundo material como del mundo espiritual. Gracias a ella se perpetúa la raza humana; a partir de ella es que logra mantenerse el orden correcto del universo. Es de ella, al mismo tiempo, que surgen los progresos que la raza puede realizar, porque las parejas de marido y mujer, al buscar juntos ambos integrantes la ejecución de los usos, cumplen el propósito último de la creación. Desde que la relación matrimonial es el semillero de la existencia humana, en ella pueden encontrarse los deleites y la felicidad más grandes.
Swedenborg es sorprendentemente moderno en su aceptación abierta del poder del sexo. En la segunda parte de su libro Amor Conyugal se ocupa de algunos de los problemas que plantea el impulso sexual. Subtitula esta sección: «Los placeres de la insania que son propios del amor fornicario». En esta sección sigue defendiendo el ideal de un matrimonio auténticamente monogámico, no manchado por otras relaciones. Sin embargo, su visión» realista, reconoce las áreas problemáticas y acepta ciertas categorías de permisividad individual que pueden significar una variación del ideal. Tales variaciones no son propuestas como subtítulos válidos del ideal, sino como desviaciones permisibles.
El hombre nace intelectual, la mujer, volitiva. (…) El hombre nace en el afecto de saber, de comprender y de ser sabio, y la mujer en el amor de unirse con ese afecto en el hombre. Desde que la interioridad forma la exterioridad a su semejanza, la forma masculina es una forma del intelecto, y la forma femenina es una forma del amor de ese intelecto (…) el hombre posee un rostro diferente, una voz diferente y un cuerpo diferente al de la mujer. El hombre tiene un rostro más duro, una voz más áspera, un cuerpo más fuerte, barba en la cara y en general un aspecto menos hermoso que el de la mujer. También difiere en sus modales y porte. En otras palabras, no hay nada en ellos que sea idéntico y sin embargo, aun en las cosas más pequeñas e insignificantes, existe la cualidad conjuntiva. (CL 33)
El hombre no es capaz del más mínimo pensamiento, ni de la más insignificante acción o afecto, en los que no se realice una especie de matrimonio del entendimiento y la voluntad. Sin que haya matrimonio, de alguna forma al menos, no hay nada que pueda producirse o llegue jamás a existir. En las forma orgánicas del hombre, tanto en las compuestas como en las simples, y aun en las más simples, hay una parte pasiva y otra activa, que si no estuvieran unidas como en un matrimonio, tal como el del hombre con la mujer, no podrían siquiera estar ahí, y mucho menos aún producir algo. Ocurre de este modo en todo el universo creado natural. Estos incesantes matrimonios derivan su fuente y origen del matrimonio celestial. En todo lo que existe en la naturaleza universal, tanto en lo animado como en lo inanimado, está impresa la idea del reino del Señor. (AC 718)
La mujer no puede ocuparse de los deberes que son propios del hombre, ni el hombre en los que son propios de la mujer. Difieren entre sí como difieren la sabiduría y el amor de la sabiduría, o el pensamiento y los afectos, o el entendimiento y su voluntad. En los deberes que son propios del hombre, el entendimiento, el pensamiento y la sabiduría ejercen la función preponderante. En los deberes que son propios de las esposas dominan la voluntad, los afectos y el amor. Es a partir de éstos que la mujer cumple con sus deberes, y el hombre a partir de aquéllos con los suyos. Sus respectivos deberes son debido a sus diversas naturalezas, diferentes, y sin embargo son conjuntivos. (…) Muchos creen que las mujeres pueden ejecutar los deberes de los hombres, bastando para ello que se las inicie en una edad muy temprana en la modalidad del varón. Es cierto que se las puede iniciar en la modalidad del varón, pero no en el juicio característico del hombre, del que depende interiormente la ejecución de los deberes del hombre. Por lo tanto, las mujeres que son iniciadas en los deberes de los hombres, se ven constantemente obligadas a consultar a los hombres en materia de juicio, y después, si tienen libertad para actuar, eligen a partir de sus consejos aquello que favorece su propio amor. (…) Por otro lado, los hombres no pueden entrar en los deberes que son propios de la mujer (…) porque no pueden entrar en sus afectos (…) que son diferentes de los afectos de los hombres. (CL 175)
En la esposa es constante la inclinación a unir con ella misma a su esposo, pero en el hombre esta misma inclinación es inconstante y alternada. (…) El amor no puede hacer otra cosa que amar (…) a fin de ser amado, en respuesta. (…) Su esencia y vida no son otra cosa, y las mujeres nacen amores. Los hombres, con quienes se unen para poder ser amadas como respuesta a su amor, son recepciones. El amor es eficiente de manera continua. Es como el calor, la llama y el fuego, que si son restringidos para que no se produzcan, perecen. Es de este modo que en la esposa su tendencia a unirse a su esposo es constante y perpetua. Que en el hombre no haya una inclinación similar hacia su esposa, se debe a que el hombre no es amor sino solamente un recipiente del amor. El estado de recepción va y viene, según las preocupaciones que distraen la atención, según el calor o la falta de calor, en la mente, lo cual se debe a diversas causas, y según el aumento o declinación de los poderes del cuerpo. (…) (CL 160)
Ninguna mujer ama a su esposo por su cara, sino por la inteligencia que demuestra poseer en su empleo y en sus modales. (…) La mujer se une con la inteligencia del hombre, y de este modo, por lo tanto, con el hombre. Si un hombre se ama a sí mismo por su inteligencia, entonces, retira el amor de su mujer para dirigirlo a sí mismo, lo cual produce la desunión y no la unión. Más aún, amar su propia inteligencia es creerse sabio de por sí, y esto es insania. Ama, por lo tanto, su propia insania. (CL331)
La conjunción de un solo hombre con una sola esposa es el tesoro más precioso de la vida humana. (…) (CL 457) Es el más fundamental de todos los amores. (AC 4280) La forma más perfecta y noble de todas las humanas es cuando dos formas se unen en una mediante el matrimonio, y de este modo cuando la carne de dos se convierte en una, según la creación. Porque entonces la mente del hombre es elevada hacia una luz superior, y la mente de la esposa a un calor superior. (…) Se expanden, y florecen y dan fruto, como los árboles en la primavera. Del ennoblecimiento de esta forma se producen y nacen nobles frutos, espirituales en los cielos, naturales en la tierra. (CL 201) [El amor conyugal], considerado en su esencia en virtud de su derivación, es santo y puro, mucho más que cualquier amor con ángeles o con hombres. (…) (CL 64)
Muy pocos reconocerán que todos los gozos y deleites, desde los primeros hasta los últimos, están reunidos en el amor conyugal, debido a que el amor verdaderamente conyugal en el que están reunidos es tan escaso en esta época que se desconoce su naturaleza, y apenas si se sabe que exista. (…) Estos gozos y deleites no existen sino en el genuino amor conyugal. Siendo tan extraño en la tierra, resulta imposible describir sus felicidades supereminentes, fuera del testimonio que dan las bocas de los ángeles. (…) Sus deleites más interiores, que son del alma —a la cual fluyen en primer lugar el amor y la sabiduría, en unión conyugal, o sea el bien y la verdad, del Señor— son imperceptibles, y por lo tanto inefables, porque son deleites al mismo tiempo de la paz y la inocencia. (…) Los deleites (…) llegan a hacerse perceptibles, cada vez en mayor grado, en las regiones superiores de la mente, como estados de bienaventuranza, y en las regiones inferiores como estados de felicidad, y en el pecho, como deleites que de él provienen. Desde el pecho se difunden a cada una de las partes del cuerpo, y finalmente se unen en la culminación, en el deleite de los deleites. (CL 69)
El amor sexual (…) es el universal de todos los amores. (…) Está implantado por la creación en la mismísima alma del hombre siendo por eso la esencia del hombre todo, y esto teniendo como propósito la propagación de la raza humana. (CL 46) El amor sexual no es en el hombre el origen del amor conyugal, sino que es anterior. Es como el exterior natural en el cual se implanta el interior espiritual. (…) El amor verdaderamente conyugal está solamente en aquellos que anhelan ansiosamente la sabiduría, y por lo tanto progresan más y más en ésta. El Señor los prevé, y les ofrece el amor conyugal. Este amor comienza con ellos, es cierto, a partir del amor sexual, o mejor aún, gracias a ese amor, pero no se origina en él. (…) La sabiduría y este amor son compañeros inseparables. El amor conyugal comienza con el amor del sexo, lo cual puede percibirse en el hecho de que antes de haberse encontrado consorte el sexo es amado, en general, y considerado con afecto, y tratado con una moralidad cortés. El hombre joven debe hacer su elección, y (…) gracias a su inclinación inherente al matrimonio (…) que yace oculta en el ámbito más íntimo de su mente, su exterior se recubre de una calidez agradable. (…) Las decisiones con respecto al matrimonio son postergadas a veces por diversas razones aun hasta llegar a la mitad de la vida del hombre, y mientras tanto el comienzo del amor es como un deseo lujurioso. (…) Estas cosas se dicen del sexo masculino, porque posee un impulso capaz de inflamarse, pero no del sexo femenino. El amor sexual no es el origen del amor verdaderamente conyugal; (…) es primero en el tiempo, aunque no en el fin. (CL 98)
El amor del sexo es el amor de muchos y con muchos del sexo, pero el amor conyugal es el amor de uno y con uno solamente del sexo. El amor de muchos y con muchos es un amor natural, porque es común en las bestias y las aves, porque éstas son naturales, pero el amor conyugal es un amor espiritual, peculiar y propio del hombre, porque el hombre ha sido creado, y por lo tanto nace para llegar a ser espiritual. Por (…) [esta] razón, en la medida en que el hombre como hombre va haciéndose espiritual, abandona el amor del sexo y se reviste del amor conyugal. En el principio de la vida matrimonial, el amor del sexo aparece como si estuviera en conjunción con el amor conyugal. Pero a medida que progresa el matrimonio van separándose, y entonces, en aquellos que son espirituales el amor del sexo es exterminado y se insinúa el amor conyugal. Pero en aquellos que son naturales tiene lugar el proceso contrario. (…) El amor del sexo, por ser con muchos y en sí un amor natural. (…) [y hasta podría decirse] animal, es impuro y no casto, y porque es intermitente e ilimitado, es amor carnal. El amor conyugal es totalmente de otro carácter. (CL 48)
El amor del sexo es propio del hombre natural, pero el amor conyugal es del hombre espiritual. El hombre natural ama y desea solamente las conjunciones exteriores, y a partir de ellas los placeres del cuerpo, pero el hombre espiritual ama y desea las conjunciones interiores, y los estados de felicidad espiritual que provienen de éstas. Percibe que éstos pueden darse mejor con una sola esposa, con la cual es posible entrar perpetuamente en una mayor y más profunda conjunción. Mientras más unido está a su esposa, mejor percibe sus estados de felicidad, que ascienden según una similar gradación, y continúan por la eternidad. Pero el hombre natural no piensa en todas estas cosas. (CL 38)
Tampoco es posible el amor verdaderamente conyugal entre un marido y varias esposas porque esto destruye su origen espiritual, que es la unión de dos mentes en una sola mente; y destruye por consiguiente la conjunción interior que es la del bien con la verdad, de cuya conjunción procede la esencia misma de este amor. Un matrimonio con más de una mujer es como un entendimiento dividido entre varías voluntades. (HH 379)
Mediante los esponsales se unen la mente de uno. con la mente del otro, de tal manera que el matrimonio espiritual pueda efectuarse antes del matrimonio del cuerpo. (CL 303) Vistos en sí mismos, los matrimonios son espirituales, y por lo tanto santos. Descienden del matrimonio celestial entre el bien y la verdad; todo lo conjuncional corresponde al matrimonio divino del Señor y la iglesia, y por lo tanto proviene del Señor. (…) Puesto que el orden eclesiástico administra en la tierra todo lo que es propio del sacerdocio con el Señor, es decir, lo que proviene de su amor, y por lo tanto todo lo que pertenece a la acción de bendecir, corresponde que los matrimonios sean consagrados por sus ministros. Porque (…) estos mismos son los principales entre todos los testigos, corresponde que consientan al pacto (…) y que este consentimiento sea escuchado, confirmado y de este modo establecido por ellos. (CL 308)
El primer estado de amor entre los cónyuges es un estado de calidez no templada aún por la luz. A continuación será templado, a medida que el marido sea perfeccionado en la sabiduría y la esposa ame esa sabiduría en el esposo. (CL 145) Esto se efectúa mediante los usos y según éstos, sean cuales fueren los usos que ellos, ayudándose mutuamente, ejecuten. (…) Los deleites son mayores según el calor y la luz, o la sabiduría y su amor, progresen en el proceso de su templanza. (CL 137)
Aquellos que se aman con un amor verdaderamente conyugal, tendrán cada vez mayor felicidad al vivir juntos. Los que no están en tal amor, tendrán cada vez menos felicidad al vivir juntos. (…) Los que están en el amor verdaderamente conyugal (…) se aman mutuamente en todos los sentidos. La esposa no ve nada que sea más adorable que su esposo, y el esposo nada que sea más adorable que su esposa (…) ni hay nada más adorable entre todo lo que escuchan, sienten y tocan. De ahí la felicidad que experimentan al poder vivir juntos en la misma casa, en el mismo cuarto y en la misma cama. (…) (CL 213)
Lo que se hace a partir de un amor verdaderamente conyugal se hace en plena libertad de ambos lados, porque toda libertad proviene del amor, y ambos son libres cuando cada uno ama lo que el otro piensa y (…) quiere. Por esto el deseo de mandar destruye, en los matrimonios, el verdadero amor, porque desplaza la libertad, y por lo tanto también el deleite. El deleite de mandar (…) produce los desacuerdos, y pone a las mentes en enemistad, y hace que los males echen raíz, según la naturaleza de la dominación de una parte, y de la naturaleza de la correspondiente servidumbre, de la otra.
Los matrimonios son santos, y (…) dañarlos es dañar lo que es santo. (…) Los adulterios son profanos. Del mismo modo como el deleite del amor conyugal desciende del cielo, el deleite del adulterio asciende del infierno. (AC 10173)
Quienes han vivido juntos unidos por un amor verdaderamente conyugal, no desean volverse a casar [si uno de los dos cónyuges muere], a menos que sea por razones aparte del amor conyugal. (…) Están unidos en cuanto almas, y por lo tanto en cuanto mentes. Siendo que esta unión es espiritual, es una verdadera unión del alma y la mente de una de las partes con el alma y la mente de la otra, algo que no hay modo de disolver. (…) En cuanto al cuerpo también están unidos, mediante la recepción por la esposa de las propagaciones del alma de su esposo, y por lo tanto mediante la inserción de su vida en la de ella, proceso mediante el cual la virgen se convierte en esposa. (…) La recepción del amor conyugal de la esposa por parte del esposo, (…) ordena la interioridad de su mente, y al mismo tiempo la interioridad y la exterioridad de su cuerpo, constituyéndolo en un estado receptivo del amor y perceptivo de la sabiduría. (…) [Este] estado hace que pase de ser célibe a ser esposo. (…) Hay una esfera de amor que emana continuamente de la esposa, y una esfera de entendimiento que emana continuamente del esposo, y (…) esto perfecciona las conjunciones. (…) (CL321)
Ninguno puede conocer la naturaleza de la castidad del matrimonio, excepto aquel hombre que rechaza como pecado la lascivia del adulterio. (…) La lascivia del adulterio y la castidad del matrimonio, se oponen entre sí exactamente de la misma manera como se oponen el cielo y el infierno; la lascivia del adulterio hace un infierno en el hombre y la castidad del matrimonio un cielo. (Life 76)
El hombre sensual cree, fundándose en falacias, que el adulterio es permitido. Partiendo de lo sensual, llega a la conclusión de que los matrimonios se constituyen meramente por respeto del orden y para asegurar la educación de los hijos, y que en la medida en que este orden no es alterado, no tiene importancia de quién sean los hijos. [Cree] que lo que es propio del matrimonio difiere de la lascivia solamente en que está permitido. (…) [Un hombre sensual no puede aceptar la idea que] (…) el matrimonio celestial y el matrimonio terrenal [se corresponden] (…) que ninguno puede tener en sí lo que concierne al matrimonio a menos que esté en el bien y en la verdad espirituales (…) que el verdadero matrimonio no puede existir entre un esposo y muchas esposas, y que los matrimonios son en sí mismos (…) santos. (…) Cuando (…) lo sensual gobierna en el hombre, lo racional (…) no ve nada y es como si estuviera en tinieblas espesas, y entonces se cree que es racional lo que se infiere por lo que es sensual. (AC 5084)
La fornicación proviene del amor del sexo. (…) El amor del sexo es una fuente de la que derivan al mismo tiempo el amor conyugal y el amor carnal. (…) El amor del sexo está presente en cada hombre, y puede o no manifestarse. Si se manifiesta antes del matrimonio con una prostituta se denomina fornicación. Si no se manifiesta hasta que el hombre tiene su esposa, se denomina matrimonio. Si se manifiesta después del matrimonio, con otra mujer que la esposa, se denomina adulterio. Por lo tanto (…) el amor del sexo es una fuente de la que deriva el amor casto y el amor no casto. (…) [Pero nadie debiera llegar] a la conclusión de que quien ha fornicado antes del matrimonio (…) puede ser más casto en el matrimonio.
El amor del sexo, del cual proviene la fornicación, comienza cuando el joven empieza a pensar y actuar a partir de su propio entendimiento y su voz se hace masculina. (…) En ese momento tiene lugar un cambio en la mente. Antes pensaba solamente a partir de las cosas que llevaba en la memoria, meditándolas y obedeciéndolas. Después, dispondrá las cosas que están en su memoria de una manera distinta, y según este nuevo orden comienza su nueva vida. Sucesivamente, cada vez pensará más y más según su propia razón, y querrá a partir de su propia libertad. El amor del sexo viene inmediatamente después de este nacimiento de la capacidad de entender, y progresa según el vigor de ésta. (…) Es sabiduría restringir el vigor del amor del sexo, e insania dejarlo en libertad. (CL 445-446)
Si a causa del irrefrenado poder de la concupiscencia, ésta no puede ser refrenada, debe buscarse un curso intermedio, mediante el cual pueda mantenerse vivo al amor conyugal. La [cohabitación limitada] es este medio. [Mediante ésta] podrá contenerse y limitarse la fornicación promiscua, e inducirse un estado restringido, más afín a la vida del amor conyugal. El ardor de la lujuria, que hace como hervir la sangre cuando comienza a manifestarse, será aquietado y suavizado, y de este modo también la lascivia, que es un daño, podrá atemperarse mediante algo que es análogo al matrimonio. (…) Pero estas cosas no se dicen respecto de quienes pueden controlar el emergente deseo de lascivia, ni de quienes pueden entrar en el matrimonio tan pronto como han llegado a la pubertad, y pueden ofrecer y dedicar los primeros frutos de su virilidad a sus esposas. (CL 459)
El amor conyugal de un hombre con una esposa es un tesoro precioso de la vida humana. (…) En y a partir de esta unión es que se reciben las bienaventuranzas celestiales, las satisfacciones espirituales y, por éstas, los deleites naturales, que desde el principio se han provisto para aquellos que están enamorados en un amor verdaderamente conyugal. Es el fundamental entre todos los amores celestiales, espirituales y (…) naturales. En este amor se reúnen todos los gozos y todas las felicidades, desde las primeras hasta las últimas. (CL 457)
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