Las enseñanzas de Swedenborg sobre moralidad están insertas en la tradición de las grandes enseñanzas morales de la historia humana. Pero subraya que la vida moral cívica debe estar fundada en convicciones de orden religioso, que presuponen causas espirituales. Algunas de sus frases más agudas y, al mismo tiempo, más felices, establecen los principios de una vida de la más elevada convicción ética. Las escribió en el contexto de una moralidad relajada, tal como la que se vivía en Europa durante el siglo XVIII. Sus relaciones familiares, riqueza, educación y funciones públicas, le dieron acceso a un amplio círculo dentro de la burguesía europea. Observó las diferentes formas de inmoralidad que en aquella época estaban en boga, y escribió con una aguda visión del problema. Todas las evidencias que poseemos indican que Swedenborg vivió según las enseñanzas morales que predicaba.
Hay tres clases de verdades: civiles, morales y espirituales. Las verdades civiles se refieren a las cosas judiciales y gubernativas en los reinos, y en general a las que allí se refieren a la justicia y a la equidad. Las verdades morales se refieren a las cosas propias de la vida individual de cada hombre, con respecto a compañerismo y a las relaciones sociales, en general a la sinceridad y a la rectitud, y en particular a toda clase de virtudes. Pero las verdades espirituales se refieren a las cosas que pertenecen al cielo y a la iglesia; y en general al bien del amor, y a la verdad de la fe. (HH 468)
Las leyes de la vida espiritual, las de la vida civil y las de la vida moral son consignadas en el (…) Decálogo; en los tres primeros mandamientos [aparecen] las leyes de la vida espiritual, en los cuatro siguientes las leyes de la vida civil, y en los tres últimos las leyes de la vida moral. El hombre meramente natural vive exteriormente en conformidad con los mismos mandamientos de igual manera que el hombre espiritual, porque adora de igual manera a lo Divino, va a la iglesia, escucha sermones, asume un semblante devoto, se abstiene de cometer homicidio, adulterio y robo, de levantar falso testimonio, de despojar de sus bienes a sus compañeros. Pero estas cosas las hace meramente por sí mismo y por el mundo, por guardar las apariencias, mientras que interiormente tal persona es completamente contraria a lo que exteriormente aparenta ser, puesto que en su corazón niega lo Divino. En la adoración hace el papel de hipócrita y cuando reflexiona a solas, se ríe de las cosas sagradas de la iglesia, creyendo que sólo sirven para contener a las gentes sencillas. De ahí resulta que está completamente separado del cielo y, al no ser un hombre espiritual, tampoco es un hombre moral ni un hombre civil. Aunque se abstiene de matar, odia a cualquiera que se le opone, y este odio le hace arder en venganza y por lo tanto mataría, caso de no retenerle las leyes civiles y los lazos externos del temor, Y como anhela matar, resulta que mata continuamente. Aunque no comete adulterio, sin embargo, como lo considera lícito, es adúltero (…) Aunque no roba, no obstante, como codicia los bienes ajenos y no considera el fraude y las malas artes como opuestos a la justicia, en intención continuamente es un ladrón. Lo mismo es aplicable en cuanto a los preceptos de la vida moral, los cuales prohíben levantar falso testimonio y codiciar los bienes ajenos.
Tal es todo hombre que niega lo Divino y no tiene conciencia derivada de la religión. (HH 531)
Las verdades morales son las que enseña la Palabra con respecto a la vida del hombre con su prójimo. [Esta] vida es denominada caridad. Los bienes de esta vida, que son usos, tienen relación, en otras palabras, con la justicia y la equidad, la sinceridad y la rectitud, la castidad, la templanza, la verdad, la prudencia y la benevolencia. A las verdades de la vida moral corresponden también sus opuestos, que destruyen la caridad, y que están relacionadas con la lascivia, la intemperancia, la mentira, la astucia artera, la enemistad, el odio y la venganza y la mala voluntad. A estas últimas se las denomina verdades de la vida moral, porque todo lo que el hombre piensa que es verdad, sea malo o bueno, se lo clasifica entre las verdades. (…) Las verdades civiles son las leyes civiles de los reinos y los estados, que están relacionadas, en otras palabras, con las muchas fases de la justicia que se observa, y en el sentido contrario, con las distintas clases de violencia que existen en la práctica. (D. Wis. XI)
Las virtudes que pertenecen a la sabiduría moral del hombre poseen (…) diversos nombres, y se las denomina (…) sobriedad, probidad (…) amistad, modestia (…) cumplimiento, decoro y también diligencia, industriosidad, vigilancia, celo, liberalidad, generosidad, seriedad, coraje (…) y magnificencia, con otros nombres.
Las virtudes espirituales de los hombres son el amor hacia la religión, la caridad, la verdad, la fe, la conciencia, la inocencia, y muchas otras. Estas virtudes, y las anteriores, pueden significarse en manera general hablando del amor y del celo religioso, del celo ciudadano y del patriotismo, el amor al prójimo, a los padres, a la esposa y a los hijos. En todos éstos dominan la justicia y el juicio. La justicia pertenece a la sabiduría moral, y el juicio a la sabiduría racional. (CL 164)
Todo hombre ha sido enseñado a vivir moralmente, por sus padres y maestros (…) a actuar el papel del buen ciudadano, a desempeñar los deberes de una vida honorable, que están relacionados con las virtudes esenciales, y a ejecutarlos mediante las formalidades de tal clase (…) de vida, o sea todo lo que hace a una buena educación. A medida que avanza en edad, se le enseña a agregar a éstas lo que proviene de la racionalidad, y por lo tanto a perfeccionar todo lo que hay de moral en su vida. En los niños, aun en sus primeras etapas de vida, la vida moral es natural, y posteriormente se vuelve moral y (…) racional. Todos los que reflexionen sobre estos asuntos pueden darse cuenta de que una vida moral es lo mismo que una vida de caridad, y que consiste en actuar justamente con respecto al prójimo, y regular de tal modo la vida que no se contamine de mal. (…) (TCR 443)
Todas las palabras y obras pertenecen a la vida moral y civil, y por lo tanto atañen a lo que es honrado y recto, así como a lo que es justo y equitativo. Lo honrado y lo recto pertenecen a la vida moral y lo justo y equitativo a la vida civil. (HH 484) La vida moral, cuando también es espiritual, es una vida de caridad, porque las prácticas de la vida moral y las prácticas de la caridad son las mismas. La caridad es querer lo justo con respecto al prójimo, y en consecuencia actuar justamente hacia él. Esto también es una vida moral. (TCR 444)
El bien y la verdad hacen la vida del hombre. El bien y la verdad moral y civil hacen la vida del hombre externo, y el bien y la verdad espiritual hacen la vida del hombre interior. (AC 9182) Hay hombres morales que observan los mandamientos de la segunda tabla del decálogo, no cometiendo fraude, blasfemia, venganza o adulterio. Entre éstos, los que se confirman en la creencia de que tales cosas son malas porque injurian el bienestar público, y por lo tanto son contrarias a las leyes del comportamiento humano, practican la caridad, la sinceridad, la justicia, y la castidad. Pero si hacen tales bienes y evitan tales males simplemente porque son males, y no porque al mismo tiempo son pecados en contra del orden divino, aún siguen siendo hombres naturales, y en lo que no es más que natural, sigue enterrada la raíz del mal. (…) (Life 108)
Se adora al Señor principalmente [mediante] (…) una vida según sus ordenanzas en la Palabra, porque es mediante éstas que el hombre se interioriza de la (…) fe (…) y de la (…) caridad. (…) Esta vida es la vida cristiana, y se denomina vida espiritual. Pero la vida que se ajusta a las leyes de lo que es justo y honorable, sin vivir espiritualmente, es una vida moral y civil. Esta vida hace que el individuo humano llegue a ser un ciudadano del mundo, pero la otra hace que llegue a ser un ciudadano del cielo. (AC 8257)
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