Según Swedenborg la vida debiera centrarse en la religión, y la vida religiosa consiste en hacer el bien. Pero no buscó una organización eclesiástica determinada que apoyara su concepto de la religión. Creía que la forma de la religión significaba muy poco, en comparación con su esencia: una vida de uso. Por lo tanto es la calidad de la vida de un hombre la que define su verdadera religión.
Swedenborg, aunque estaba convencido de que Dios a través de él, estaba comunicando una nueva revelación a los hombres, era de una mente ecuménica. Afirmó que todos los hombres pueden ir al cielo, siempre que lleven una buena vida, según los preceptos de su creencia religiosa.
Las verdades que cada una de las religiones ha recibido, afectan, sin embargo, los bienes particulares que su práctica produce. Swedenborg tiene como ideal la aceptación final por todos los hombres de una fe racional. Sin embargo sus enseñanzas permiten distintas formas de individualidad religiosa, siempre que éstas sean coherentes con la creencia en un universo centrado en Dios.
Toda religión está relacionada con la vida, y la vida de la religión es hacer el bien. (Life I) La glorificación de Dios (…) significa producir los frutos del amor, es decir, hacer con fidelidad, sinceridad y diligencia la tarea para la cual estamos empleados. Esto pertenece al amor de Dios y al amor al prójimo. Y éste es el lazo que une a la sociedad, y su bien. Mediante esto Dios es glorificado. (…) (CL 9)
Todo hombre religioso sabe y reconoce que quienes llevan una buena vida son salvos, y que quienes llevan una mala vida son condenados. Sabe y reconoce que el hombre que vive rectamente, piensa rectamente, no sólo con respecto a Dios, sino también con respecto al prójimo. No ocurre así con el hombre cuya vida es mala. La vida del hombre es su amor, y aquello que ama, no solamente le gusta hacerlo sino que también le gusta pensarlo. (…) Hacer el bien actúa al unísono con el pensamiento del bien, porque si en alguien estas dos cosas no actúan como una sola, no son de su vida. (Life I)
La calidad de un acto o de una obra es tal como es la de la voluntad y el pensamiento que los produce. Si el pensamiento y la voluntad son buenos, entonces los actos y las obras son buenos, pero si el pensamiento y la voluntad son malos entonces los actos y las obras son malos por más que en la forma externa parezcan iguales. Mil hombres pueden (…) realizar actos parecidos, tan similares en cuanto a la forma exterior que apenas pueden distinguirse, y sin embargo, en y por sí considerado, cada uno es diferente puesto que proviene de una voluntad diferente. (HH 472)
Reconocer a Dios y abstenerse de hacer el mal porque es contra Dios, son las dos cosas que hacen de una religión una religión. Si faltase una de estas dos cosas no podría llamarse religión. Reconocer a Dios y hacer el mal es una contradicción; también lo es hacer el bien y no reconocer a Dios, porque lo primero no es posible sin lo segundo. El Señor ha dispuesto que haya alguna forma de religión en todos los pueblos, y que en todas las religiones haya estas dos cosas. El Señor también ha dispuesto que quienes reconocen a Dios tengan un lugar en el cielo. (DP326)
La religión, en lo que respecta al hombre, consiste en vivir según los mandamientos divinos, que están resumidos en el Decálogo. El (…) que no vive según estos mandamientos no puede tener religión, desde que no teme a Dios y menos aún puede amarle. ¿Puede acaso el que roba, comete adulterio, mata o da falso testimonio, temer a Dios o al hombre? (AE 948) Es un principio común de todas las religiones que el hombre ha de examinarse a sí mismo, arrepentirse y desistir de sus pecados, y que si no hace estas cosas está en un estado de condenación. (Life 64)
El hombre vive su vida moral a partir de un origen espiritual cuando la vive por su religión. (…) [Entonces] piensa, cuando se le presenta algo malo, insincero o injusto, que no se lo debe hacer, porque es contrario a las leyes de Dios. Cuando uno se abstiene de hacer estas cosas por deferencia hacia la ley divina, adquiere para sí una vida espiritual y su vida moral, entonces, deriva de su vida espiritual. Mediante tales pensamientos y tal fe el hombre se comunica con los ángeles del cielo. Mediante la comunicación con el cielo se abre su hombre espiritual interior, cuya mente es una mente más elevada, tal como la que poseen los ángeles del cielo, y mediante ésta resulta imbuido de una inteligencia y una sabiduría celestiales. (…) Vivir una vida moral a partir de un origen espiritual es vivir teniendo la religión como fundamento. (…) Los que viven una vida moral con la religión y la Palabra como fundamento, son elevados por encima de su hombre natural, y por lo tanto por encima de lo que les es propio, y son conducidos por el Señor a través del cielo. Poseen fe, el temor de Dios y conciencia, y también el afecto espiritual de la verdad, que es el afecto de los conocimientos de la verdad y el bien que proviene de la Palabra. Para tales hombres éstas son leyes divinas, y viven según ellas. (…)
Pero por otro lado, tener una vida moral que no esté fundada en la religión, sino solamente en el temor de las leyes de este mundo, o en el miedo de perder la fama, el honor o el provecho propio, es vivir moralmente pero no a partir de un origen espiritual sino de un origen natural. Para los tales no hay comunicación posible con el cielo. En cuanto pien¬san- de manera insincera con respecto a su prójimo, aun cuando hablen y actúen de otro modo, su hombre interior espiritual está cerrado, y solamente está abierto el hombre interior natural. Cuando éste es el que ha muerto, es iluminado por la luz del mundo, pero no por la luz del cielo. Por esta razón, tales hombres no consideran las cosas divinas o celestiales, y algunos llegan a negarlas, creyendo que la naturaleza y el mundo son todo cuanto existe. (AE 195)
Desde los tiempos más antiguos ha habido religión, y (…) en todo lugar los habitantes del mundo han tenido el conocimiento de Dios, y han sabido algo con respecto a la vida después de la muerte. (…) (SS 117) Es propio de la Divina Providencia del Señor que todas las naciones tengan alguna forma de religión. (…) Toda nación que vive según la religión que tiene, es decir, que evita hacer el mal porque está en contra de su Dios, recibe algo de lo espiritual en su natural. (…) [Si alguien dice] he sido bautizado y conozco mucho del Señor, y he leído la Palabra y he participado en el sacramento de la Cena, ¿significa todo esto algo si no considera que los homicidios, la venganza que los alimenta, los adulterios, los hurtos secretos, los falsos testimonios o las mentiras y las distintas formas de violencia son pecados? Piensa tal hombre en Dios o en alguna ma¬nera de vida eterna? ¿No declara la recta razón que tal persona no puede ser salva? (DP 322)
La opinión general es que a los que han nacido fuera de la iglesia, los cuales se llaman paganos o gentiles, no se les puede salvar, por la causa de que, no teniendo la Palabra, ignoran al Señor, y que aparte del Señor no hay salvación. Pero, no obstante, se puede saber que también ellos se salvan, por esto solamente que la misericordia del Señor es universal, es decir, para con cada uno particularmente, que ellos nacen hombres tanto como los que están dentro de la iglesia, los cuales son pocos relativamente, y no tienen ellos la culpa de que ignoran al Señor. El que piensa por una razón algo ilustrada puede ver que ningún hombre ha nacido para el infierno, porque el Señor es el amor mismo y su amor es querer salvar a todos. (HH 318) Muchos paganos viven vidas morales, porque piensan que no debe hacerse el mal, siendo contrario a la religión que profesan. Es por esto que hay tantos entre ellos que son salvos. (AE 195) El cielo está dentro del hombre y quien tiene en sí el cielo va al cielo. El cielo en el homo es reconocer lo Divino y ser guiado por lo Divino. (HH 319)
Todos nacen en la religión de sus padres, desde su infancia son iniciados en ella, y después se adhieren a ella. (. . .) El que permanece en su religión (…) cree en Dios (…) considera que la Palabra es santa (…) vive según los diez mandamientos y no jura fidelidad a falsedades (…) puede abrazar la verdad y ser apartado de las mentiras. No ocurre así con el hombre que ha confirmado las mentiras de su religión, porque la mentira confirmada permanece, y no se la puede desarraigar. Después de ser confirmada, una mentira permanece como si el creyente hubiera jurado fidelidad a ella, especialmente si es acorde a su propio amor de sí mismo, y el orgullo que deriva de su propia sabiduría. (SS 92)
Es muy común que quienes han aceptado una opinión con respecto a cualquier verdad de la fe, juz¬guen que los demás no pueden salvarse, a menos que lleguen a creer lo que ellos creen, un juicio que el Señor ha prohibido. (…) Los hombres de todas las religiones son salvos, siempre que mediante una vida de caridad hayan recibido del Señor fragmentos, siquiera, del bien y de la verdad. (…) La vida caritativa consiste en pensar bien con respecto al otro, y (…) querer el bien del otro, y (…) percibir gozo en uno mismo a partir del hecho de que otros sean salvos. (AC 2284)
La iglesia espiritual del Señor (…) existe en todo el mundo universal. No está confinada a los que tienen la Palabra y por lo tanto conocen al Señor y algunas de las verdades de la fe. Existe también con aquellos que no tienen la Palabra y que por lo tanto desconocen por completo al Señor y en consecuencia no conocen las verdades de la fe. (…) (AC 3263)
Hay tres cosas que son esenciales en la iglesia: el reconocimiento de lo divino del Señor, el reconocimiento de la santidad de la Palabra y la vida que se denomina caridad. (…) Si estos tres elementos hubieran sido reconocidos como lo esencial de la iglesia, las diferencias intelectuales no la hubieran dividido sino solamente diversificado, tal como la luz varía en hermosos colores según los objetos que ilumina o como las diferentes insignias de la realeza prestan su belleza a la corona del rey. (DP 259)
El hombre natural dice en su corazón ¿cómo puede ser que existan tantas religiones discordantes en vez de una sola religión verdadera, a través del mundo, si la Providencia divina tiene como fin para la raza humana un mismo cielo? Pero todos los seres humanos que nacen, por enorme que sea su variedad y distinta su religión, pueden ser salvos, siempre que reconozcan a Dios y vivan según los mandamientos del Decálogo, que son no matar, no cometer adulterio, no robar, no dar falso testimonio, por ser todas estas cosas contrarias a la religión, y por lo tanto contrarias a Dios. Tales son los que temen a Dios y aman al prójimo. Temen a Dios en el pensamiento de que hacer todas estas cosas es contrario a Dios. Aman al prójimo en el pensamiento de que matar, cometer adulterio, robar, dar falso testimonio y codiciar la casa o la esposa del prójimo son acciones contrarias al prójimo. Porque los que actúan de este modo tienen su mirada puesta en Dios y no hacen mal al prójimo, son verdaderamente guiados por el Señor. Los que viven de este modo, están abiertos a recibir enseñanza, mientras que ocurre todo lo contrario con los que no viven de esta manera. Porque están abiertos a recibir enseñanza, cuando se vuelven espíritus, después de la muerte, son instruidos por los ángeles y aceptan con alegría las verdades que están contenidas en la Palabra. (DP 253)
La religión del mundo cristiano ha cerrado el entendimiento, y la sola fe lo ha sellado. Ambas cosas han colocado alrededor suyo como un muro de hierro, el dogma de que las cuestiones teológicas trascienden la comprensión, y no pueden alcanzarse por lo tanto mediante ejercicio de razón alguno, y que son para los ciegos, no para quienes ven. De este modo es que se han ocultado las verdades que enseñan el significado de la libertad espiritual. (DP149)
Lo que pertenece a la doctrina no constituye por sí mismo lo exterior, y mucho menos lo interior. (…) Ni sirve para que el Señor distinga unas iglesias de otras; lo que verdaderamente sirve para tal cosa es una vida según las doctrinas, todas las cuales siempre que sean verdaderas, tienen a la caridad como su fundamento. ¿Qué es una doctrina, sino aquello que le enseña al hombre cómo vivir? En el mundo cristiano lo que distingue a las iglesias son las cuestiones doctrinales. A partir de éstas es que los hombres se autodenominan católico-romanos, luteranos o calvinistas, o reformados, o evangélicos, y por otros nombres. Es a partir de lo doctrinal, exclusivamente, que se denominan con estos nombres, lo cual no ocurriría si hicieran del amor al Señor y de la caridad hacia el prójimo lo más importante de su fe. Las cuestiones doctrinales, entonces, serían solamente variantes de opinión en lo que concierne a los misterios de la fe, algo que los verdaderos cristianos dejarían a la conciencia individual de cada persona, y dirían interiormente, en sus corazones que el auténtico cristiano es aquel que vive como un cristiano, es decir, tal como el Señor lo enseña.
De todas las iglesias diferentes se haría una sola Iglesia. Todas las disensiones que provienen exclusivamente de las doctrinas desaparecerían. En un momento se disiparían los odios de los unos contra los otros, y el Reino de Dios vendría a la tierra. (AC 1799)
Cuando la propia verdad es recibida como un principio (…) así como por ejemplo, que el amor hacia Dios y la caridad hacia el prójimo son (…) lo esencial de toda doctrina y culto (…) las herejías desaparecerían y surgiría una iglesia a partir de muchas, no importa cuan considerables pudiesen ser las diferencias doctrinales y rituales que fluyeran de ella, o que conduzcan a ella. Si ahora fuese así todos (…) serían como los miembros y los órganos de un mismo cuerpo, aun siendo diferentes en las formas o las funciones. Tendrían todos relación con un mismo corazón, del cual dependerían todos, tanto en lo general como en lo particular, aun cuando sus formas respectivas variaran muchísimo. En este caso también, todos dirían de los demás, en cualquier forma ritual exterior o en cualquier doctrina que se fundaran: Este es mi hermano: veo que adora a Dios y que es un buen hombre. (AC 2385)
Con respecto a (…) los sacerdotes, éstos debieran enseñar a los hombres el camino al cielo, y también conducirlos por él. Debieran enseñarles según la doctrina de su propia iglesia, a partir de la Palabra, y enseñarles a vivir de acuerdo con ésta. Los sacerdotes que enseñan verdades, y que mediante ellas conducen a la buena vida, y de este modo al Señor, son buenos pastores. (…) Pero los que enseñan y no conducen a la buena vida, y de este modo al Señor, son malos pastores.
Los sacerdotes no debieran reclamar para sí ningún poder sobre las almas de los hombres, porque no saben cuál es el estado interior de los hombres. Menos aún debieran reclamar para sí el poder de abrir o cerrar las puertas del cielo, desde que ese poder pertenece exclusivamente al Señor.
Se debe respetar y honrar a los sacerdotes, teniendo en cuenta que manejan cosas sagradas. Pero los que son sabios honran sobre todo al Señor, a quien pertenecen las cosas santas y no a sí mismos. Los que no son sabios se atribuyen el honor a sí mismos; éstos lo quitan del Señor. (…) El honor de cualquier tarea no está en la persona, sino que se le suma a la persona, según la dignidad de la cosa que administra. Lo que se suma a la persona no le pertenece y está separada de ella por el empleo. Todo honor personal es el honor de la sabiduría y del temor del Señor.
Los sacerdotes debieran enseñar al pueblo y guiarlo mediante verdades hacia la vida buena, pero no deben obligar a nadie, desde que nadie puede ser obligado a creer lo contrario a lo que piensa que es verdadero en su corazón. El que cree cosas distintas al sacerdote y no provoca desorden alguno, debiera ser dejado en paz… (NJHD 315-318)
← Temas