Swedenborg Testigo De Lo Invisible

Por Sig Synnestvedt.

Algunos temas esenciales de las enseñanzas de Swedenborg

Introducción

Los escritos de Swedenborg cubren una amplia gama de temas. Las grandes preguntas filosóficas —¿cuál es la naturaleza del universo?, ¿De Dios?, ¿Del hombre?, ¿Cuál es el destino de cada uno de éstos?, ¿Cómo puede conocérselos?, ¿Qué es la moral?, ¿En qué consiste una buena vida?— que han atraído a todas las mentes poderosas de la historia, reciben atención en las enseñanzas de Emanuel Swedenborg. Desde la más tierna juventud hasta la ancianidad los seres humanos toman decisiones que afectan tanto sus propias vidas como las vidas de quienes los rodean. Algunas de estas decisiones comprenden asuntos de menor importancia, en el orden personal, que no afectan sino al que ha decidido, individualmente. La mayoría de las decisiones cotidianas, sin embargo, son de mayores alcances. El decurso de la vida humana transcurre en un mar que pertenece a muchos y la ruta que cada individuo adopta, así como la estela que deja a su paso, afecta a los demás. «Nadie es una isla», escribió el poeta; Swedenborg está de acuerdo con esta afirmación. Más aún, enseña que la relación que el hombre mantiene con su prójimo determina las relaciones que mantenga con Dios. En su conjunto este compendio presentan la esencia de la concepción que Swedenborg tenía de la vida.

Hay ciertos supuestos subyacentes en todas las enseñanzas de Swedenborg. Son tanto de naturaleza concreta como abstracta. En resumen, Swedenborg supone que existe un centro divino del universo desde el cual fluyen todas las fuerzas creativas que se manifiestan tanto en un reino espiritual como en un reino natural del consciente. El amor y la sabiduría, unidos en la práctica, constituyen el Dios personal que él se representa. El individuo humano es la meta suprema de la creación. La felicidad humana en la eternidad celestial es la meta y objetivo último de toda acción divina. El hombre, si bien no tiene vida que provenga de sí mismo, ha sido creado para sentir que controla su propio desti­no. Y ciertamente, según Swedenborg, el hombre controla su propio destino en el sentido que está a su alcance elegir una vida que acate el orden divino —una vida de caridad y uso— o una vida que no acepte tal pauta. La libertad para aceptar o rechazar a Dios arma el escenario donde habrá de desarrollarse el drama humano. La calidad de la vida de cada ser humano determina su lugar en el mundo espiritual después de la muerte. Dios, según Swedenborg, siempre ha provisto medios de comunicación con el hombre, tanto a través de la revelación directa como a través de las operaciones de la naturaleza, aunque el hombre no siempre ha escuchado las enseñanzas divinas. Cuando el hombre actúa de acuerdo con el plan divino su vida es bienaventurada, sea en el más allá, sea inmediatamente. Cuando el hombre no actúa de este modo se separa del orden divino. Pero la felicidad, desde el punto de vista de Swedenborg, está completamente al alcance de la mano de cada individuo si acepta escuchar, razonar y dedicarse a la buena vida. Estos son los medios que permiten al hombre dirigir sus energías hacia una vida de servicio útil a los demás (uso) y, a su debido tiempo, entrar en el cielo.


Todas las selecciones que aparecen en este compendio de las enseñanzas de Swedenborg hacen referencia al texto aceptado de la versión en inglés de las obras de este autor, que publica la Fundación Swedenborg, 320 North Church Street West Chester, Pennsylvania. EEUU 19380. La Sociedad Swedenborg de Londres, Inglaterra, también publica una traducción, ligeramente distinta, de estos mismos textos.

Las abreviaturas, por eso, son en casi todos los casos referencias a los títulos en inglés de los distintos volúmenes de las obras completas de Swedenborg, tal como se aclara a continuación.

Abreviación El Título
AC Arcana Cáelestía (Los Secretos Celestiales)
AE Apocalypse Explained (El Apocalipsis Explicado)
AR Apocalypse Revealed (El Apocalipsis Revelado)
BE Brief Exposition (Una Exposición breve)
C Doctrine of Charity (La Doctrina de la Caridad)
Can Canons of the New Church  (Los cánones de la Iglesia Nueva)
CL Conjugial Love (El Amor Conyugal)
Cor. Cronis (Coronis)
D, Love Divine Love (El Amor Divino)
DLW Divine Love and Wisdom (EL Amor Divino y la Sabiduría Divina)
DP Divine Providence (La Providencia Divina)
D, Wis Divine Wisdom (La Sabiduría Divina)
Doct. Lord Doctrine of the Lord (La doctrina del Señor)
HH Heaven and Hell (El Cielo y el Infierno)
I Intercourse of the body and soul (La interacción del Alma y el Cuerpo)
Inv Invitation to the New Church (Una Invitación a la Iglesia Nueva)
LJ The Last Judgment (El Juicio Final)
LJ Post. Last Judgement (Posthumous) (El Juicio Final (Publicada posteriormente))
Life Doctrine of Life (La Doctrina de la Vida)
NJHD New Jerusalem and it’s Heavenly Doctrine (La Nueva Jerusalén y Su Doctrina Celestial)
SS Sacred Scripture (La doctrina de la Sagrada Escritura Sagrada)
TCR True Christian Religion (La Verdadera Religión Cristiana)
Word Word of the Lord from Experience (La palabra del Señor desde la Experiencia)

El lector no especializado se sentirá impresionado por la magnitud de los escritos teológicos de Swedenborg. La edición aceptada norteamericana, que publica y distribuye la Fundación Swedenborg de West Chester, Pennsylvania, abarca treinta volúmenes. El más extenso de éstos contiene unas 754 páginas, y el menos extenso 293. La mayoría de. los volúmenes tiene un promedio de 500 páginas, lo que equivale a unas 250.000 palabras por volumen.

Esta colección incluye más de cuarenta títulos, que van desde fragmentos muy breves y folletos hasta estudios en varios volúmenes. Estas obras dejan, al margen los escritos iniciales de Swedenborg para concentrarse en su período teológico caracterizado por sus experiencias espirituales trascendentales.

Los escritos teológicos pueden apreciarse mejor si se agrupan los títulos según su temática. El orden cronológico de la producción aparece detallado después de cada título, y hace referencia a la fecha en que las distintas obras fueron escritas y no a la de su primera publicación.

I. Comentarios bíblicos

(1) Arcana Coelestia (Misterios celestiales), 1747-1758, 12 volúmenes.

Este estudio constituye más de un tercio de la masa total de los escritos teológicos de Swedenborg. Los libros de Génesis y del Éxodo reciben una atención detallada, versículo a versículo, aunque se hacen extensas referencias a otros libros de la Biblia, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Swedenborg afirma que su exposición pone de manifiesto el significado interior de los relatos bíblicos. Las muy conocidas historias sobre el origen y el primer desarrollo de la humanidad revelan, mediante lo que Swedenborg denomina el lenguaje de las correspondencias, enseñanzas divinas fundamentales sobre temas tales como la vida después de la muerte, las relaciones entre el mundo espiritual y el material, la naturaleza humana, el matrimonio, la regeneración y la religión. Los relatos históricos del Antiguo Testamento han demostrado presentar tremendas dificultades de interpretación, según los más famosos eruditos bíblicos. Es evidente que son de naturaleza representativa, ¿pero qué cosa representan? Swedenborg despliega una impresionante imagen de la coherencia divina a lo largo de todo el ámbito de la historia bíblica.

(2) Apocalypse Explained (El Apocalipsis explicado), 1757-1759, 6 volúmenes.

Este libro constituye una exposición sistemática del significado interior del libro del Apocalipsis. La naturaleza de lo Divino, el orden de los cielos y la unión de lo divino con el mundo creado mediante la nueva revelación emergen como enseñanzas clave de esta obra. Del mismo modo que en Arcana. . . y en los otros comentarios bíblicos de Swedenborg, El Apocalipsis explicado presenta los significados interiores de muchos pasajes bíblicos además de los que figuran en Génesis, Éxodo o el Apocalipsis, los únicos tres libros que son objeto de un comentario detallado y sistemático.

(3) Apocalypse Revealed (El Apocalipsis revelado), 1764-1766, 2 volúmenes.

Este comentario también ofrece una exposición versículo a versículo del significado interior del libro del Apocalipsis. Sin embargo, es mucho más breve que el anterior, aunque cubre el texto íntegro del libro, incluyendo los tres últimos capítulos, que no son comentados en la versión más extensa. Puede considerarse que El Apocalipsis explicado contiene una versión parcial, más detallada, de las enseñanzas que aparecen en forma concisa y completa en El Apocalipsis revelado. El Apocalipsis revelado coloca su acento en los efectos del influjo (influencia) divino con respecto al establecimiento de la nueva iglesia cristiana sobre la tierra.

II. Enseñanzas sobre la vida

(1) Doctrine of Life (Doctrina de la vida), 1761-1763. 58pp.

Doctrina de la vida es el primero entre varios estudios funda-mentales sobre las relaciones correctas entre los hombres, en la tierra. Esta obra acentúa la creencia de que el hombre puede evolucionar hacia una vida espiritual después de la muerte gracias, exclusivamente, al influjo divino, aunque el hombre actúe como si fuera por sí mismo. Swedenborg de-fiende la comprensión correcta del decálogo. Cuando el ser humano evita los males que se enumeran en el decálogo, entra en el ámbito de los bienes opuestos y así se encamina al cielo.

(2) Doctrine of Charity (Doctrina de la caridad), 1764-, 70 pp.

Esta breve obra cuestiona el concepto pietista tradicional de las buenas obras, y defiende la vida de uso en beneficio del prójimo y de Dios. Se ejerce la caridad de una manera amplia y auténtica mediante el uso de sí mismo en beneficio del prójimo: en el cumplimiento detallado y fiel de las obligaciones cotidianas en nuestra ocupación de trabajo junto con el cuidado de nuestra propia familia.

(3) Conjugial Love (Amor Conyugal), 1767-1768, 525 pp

El título completo de esta obra muy fuera de lo común es: “The Delights of Wisdom Pertaining to Conjugial Love after which Follow the Pleasures of Insanity Pertaining to Scortatory Love. (Los deleites de la sabiduría en lo que respecta al amor conyugal y a continuación los placeres de la insania que son propios del amor meretricio). El libro se ocupa del matrimonio y de la moralidad sexual, y también de las diversas perversiones posibles de la vida matrimonial. Swedenborg afirma que el verdadero amor conyugal desciende del Señor a todos los humanos. El hombre y la mujer reciben y aplican este amor de diferentes maneras, pero ambas recepciones se complementan entre sí. En el matrimonio adecuado, el esposo y la esposa aprenden juntos la plenitud del amor, contemplando al     Señor y eliminando de sus sentimientos el egoísmo. Los deleites de la vida matrimonial son presentados como los máximos deleites a los que puede aspirar el ser humano. Estos deleites incluyen la crianza de los hijos, por cuyo me-dio se asegura la continuidad de la raza humana y se puebla el cielo. Amor conyugal es una obra de elevadísimas concepciones, pero de ningún modo abstruso. Se ocupa de muchos aspectos bien prácticos de la relación entre los sexos, como por ejemplo el noviazgo, el compromiso matrimonial, los celos, las tentaciones, el desafecto, la sensualidad, la prudencia, y la cortesía. Es un libro que ofrece     pautas para     quienes desean     vivir espiritualmente, presentadas de tal manera que apelan a la razón. Las ideas eternas, según pro-pone el autor, son la única forma adecuada de iniciar una relación matrimonial feliz, aunque no se ignoran los problemas qué plantea el poder de la sensualidad. La familia es la célula fundamental de toda la sociedad, y en Amor conyugal se la acentúa de manera acorde.

III. Obras sobre teología sistemática

(1) True Christian Religión (La verdadera religión cristiana), 1769-1771, 2 volúmenes

Este estudio es la culminación de las ingentes investigaciones teológicas de Swedenborg. Su subtítulo es: «Teología Universal del Nuevo Cielo y de la Nueva Iglesia». Resume la enseñanza de Swedenborg de que el Señor ha revivificado a su Iglesia mediante la revelación de nuevas verdades que han restablecido la armonía en el mundo espiritual y engendrado una nueva fe en la tierra. La verdadera religión cristiana incluye muchas facetas de carácter teológico, filosófico, religioso y ético.

(2) Divine Love and Wisdom (El amor y la sabiduría divinos), 1763, 292pp

En esta obra Swedenborg se ocupa del proceso de la Creación. Hay cinco temas fundamentales, la naturaleza de Dios, la creación del universo, la relación entre el mundo espiritual y el natural, los grados discontinuos y continuos mediante los que ambos mundos funcionan, y la forma de la mente humana. Por eso, este libro podra sin dificultad describirse como la metafísica de los escritos teológicos de Swedenborg.

(3) Divina Providence (La providencia divina), 1763-1764, 376 pp.

Esta obra recoge los elementos fundamentales de El amor y la sabiduría divinos y los relaciona con el individuo humano como lo más elevado en toda la creación. El Señor gobierna la creación mediante la providencia divina. Para estar en plena armonía con la providencia divina, la voluntad y el entendimiento humano deben concordar con el orden de la creación. La providencia busca la preservación de este orden, aunque la libre voluntad del hombre puede violarlo. Los estudiosos de la teología de Swedenborg creen que esta obra y la anterior son textos interrelacionados que deben leerse consecutivamente.

(4) New Jerusalem and Its Heavenly Doctrine (La nueva Jerusalén y su doctrina celestial) 1757-1758, 205 pp.

En este comentario, Swedenborg presenta en forma resumida varias de las doctrinas que desarrolló de manera más extensa en otros escritos teológicos. La abundancia de referencias numéricas a Arcana convierte a este libro en una obra que puede usarse junto con aquélla, de doce volúmenes.

(5) Summary Exposition. (Exposición resumida), 1768-1769, 103 pp.

Esta obra ha aparecido impresa, en varias ediciones, bajo el título de «Brief Exposition» (Breve exposición). Establece el contraste entre las doctrinas del catolicismo romano, el protestantismo, y el swedenborgianismo. El contraste subraya las diferencias fundamentales y aboga por el establecimiento de una nueva fe. Esta obra puede tener mucha más importancia de la que se le atribuye normalmente, considerando el conjunto del opus swedenborgiano. Según el autor, el Señor le ordenó que sobre inscribiera al título de este libro las palabras: «Este libro es la (Segunda) Venida del Señor».

(6) Intercourse of the Soul and the Body (La interrelación entre el alma y el cuerpo), 1769, 38 pp.

Este tratado metafísico se ocupa de las relaciones entre lo espiritual y lo natural, y de los medios que interconectan a ambos. El influjo espiritual que proviene del Señor ínter-conecta el alma humana con el cuerpo. Este libro también trata de explicar las diferencias discretas entre el mundo espiritual y el mundo natural.

(7)     White Horse (Caballo blanco), 1757-1758, 26 pp.**

Este libro se ocupa principalmente del tema de la revelación divina y la necesidad que el hombre tiene de ella. El título hace referencia al capítulo 19 del libro del Apocalipsis, cuyo significado interior se desarrolla en este volumen.

(8) Doctrine of the Lord (La Doctrina del Señor), 1761-1763,100 pp.

Este importante estudio presenta las enseñanzas de Swedenborg sobre la naturaleza del Señor. Explica la actuación de la trinidad divina. Declara la doctrina swedenborgiana de Dios como una persona divinamente humana, que sirve a la raza humana como revelador y como redentor.

(9) Doctrine of the Sacred Scripture (Doctrina de la sagrada es-critura) 1761-1763, 94 pp.

En esta obra Swedenborg ofrece apoyo a la idea de que la Biblia cristiana representa la palabra de Dios sobre la tierra, que posee un significado espiritual o interior y que sus enseñanzas son necesarias para la preservación de la vida humana.

(10) Doctrine of Faith (La Doctrina de la Fe), 1761-1763, 58 pp.

Contrariamente a la concepción común, la «fe» para Swedenborg no es la creencia en lo que no se entiende. La fe genuina es el reconocimiento o recepción interior de la verdad, que en el flujo de la providencia, no puede separarse de la caridad. Se rechaza explícitamente la salvación por la fe y la sola fe.

 IV. Estudios temáticos

 (1) Heaven and Hell, (El Cielo y sus maravillas y el Infierno de cosas oídas y vistas), 1757-1758,455 pp.

Este libro en tres partes es posiblemente el que más ha atraído el interés del público lector entre todas las obras de     Swedenborg. La segunda sección, que probablemente debiera ser la primera en la lectura, se ocupa del mundo de los espíritus, que es un estado transitorio entre el cielo y el infierno. Después de la muerte el alma del hombre se despierta en el mundo de los espíritus y allí se prepara para la entrada definitiva, sea en el cielo o el infierno, según la calidad de la vida que se haya vivido en el mundo natural. Cada individuo determina su propio destino mediante las elecciones     libres que ha hecho durante su vida natural. La primera parte de El Cielo. . . describe la vida de los ángeles en el cielo. La presentación de Swedenborg contiene un amplio detalle respecto de la estructura, la organización, la forma y la naturaleza del cielo, así como sobre el modo celestial de vida. Este se presenta no como una existencia etérea entre nubes y con arpas en las manos, sino como una vida de JSOS entre personas reales que están motivadas por amores similares.

La última sección de este libro describe el infierno como una perfecta perversión del cielo y de la vida celestial. Sin embargo, por más escalofriantes que sean algunas de las descripciones, Swedenborg afirma que los espíritus que van al infierno encontrarían el cielo como un ambiente opresivo para ellos, dado que sus amores egoístas formados durante su vida terrenal se oponen al amor altruista de los ángeles. Además, se han adaptado a la vida en el infierno tanto como es posible hacerlo, y hasta ejecutan usos, aunque por obligación y no porque así lo deseen.

(2) Last Judgment (El último juicio), 1757-1758, 83 pp.

Este libro se expresa contra la doctrina de un último juicio que se produciría después de una resurrección futura de los muertos. En lugar de tal idea, expone que cada individuo, después de su muerte, atraviesa por un juicio personal, en el mundo de los espíritus, que es su último juicio. Además, la totalidad del mundo de los espíritus, según Swedenborg, atravesó por un segundo último juicio en 1757. De éste resultó un reordenamiento tanto natural como espiritual.

(3) Continuation Concerning the Last Judgment (Continuación, con respecto al último juicio), 1763, 43 pp.

Esta es una continuación de la explicación anterior sobre la naturaleza del mundo espiritual y el juicio efectuado en 1757. Vuelve a expresar, de diferente manera, algunos de los temas que se habían tratado extensamente en la obra anterior, El último juicio

(4) Earths in the Universe (Tierras en el Universo), 1756-1758,105 pp.

La ciencia todavía sigue discutiendo el tema de la vida en otros planetas, pero Swedenborg no tenía duda alguna de que la raza humana fuera infinitamente variada. Dice que todos los cuerpos terrestres han sido creados capaces de soportar vida humana de algún tipo, y describe la vida de los espíritus en varios otros planetas, diferentes de la Tierra. Cree que los aspectos característicos por excelencia de la creación divina —de infinita variedad— se-realizan en una gran variedad de existencias humanas. Cada alma individual y cada tierra es diferente con respecto a todas las demás, y cada una desempeña una función específica en el plan de la creación.

 V. Obras menores

Tratándose de presentar una lista completa de los escritos teológicos de Swedenborg, es importante que incluyamos las siguientes obras menores. Las citas que aparecen en este libro han sido seleccionadas primordialmente de las obras principales descriptas más arriba, pero algunos comentarios de las siguientes obras menores, sin embargo, también fueron usados, en algunos casos.

(1) Summary Exposition of the Prophets and Psalms (Exposición resumida de los profetas y los salmos), 1759-1760, 311 pp.

Este libro presenta el sentido interior de los libros de la Biblia que se mencionan en el título, en la forma de bosquejos. Su carácter condensado hace que sea difícil leerlo. Pero los estudiosos de los escritos teológicos de Swedenborg lo encuentran útil, al usarlo junto con otras obras de carácter más expositivo.

(2) Divine Love (Amor divino), 1762-1763, 36 pp.

Este estudio explora la naturaleza del amor, del cual se dice que es la mismísima vida del hombre. El Señor, como fuente del amor, lo transmite a toda la creación, que lo recibe y lo transforma en distintas formas de uso, o lo pervierte al ponerlo al servicio de propósitos pecaminosos.

(3) Divine Wisdom (Sabiduría divina), 1763, 76 pp.

Este comentario de Swedenborg se concentra en el hombre y en el modo en que la mente humana recibe del Señor el amor y la sabiduría. Describe la voluntad y el entendimiento, y las diferentes manifestaciones de estos dos elementos esenciales de la creación. Este libro, y el precedente, se ocupan de las preguntas más profundas con respecto a la vida y son hasta tal punto complementarios que debieran leerse juntos, como una unidad de pensamiento. Se los ha publicado juntos, algunas veces, bajo el título común de The Doctrine of uses (Doctrina de los usos). No se los debe confundir con la obra más extensa titulada Divine Love and Wisdom (El amor y la sabiduría divinos), sobre la cual hablábamos anteriormente, aun cuando cubren terrenos similares y quizás haya sido preparada como un primitivo pian para la obra más extensa.

(4) Canons of the New Church (Cánones de la Nueva Iglesia), 1769, 58 pp.

Los cánones a que se refiere el título contienen la teología básica de la nueva fe en una forma condensada. Esta obra cubre aproximadamente el mismo tema de los primeros capítulos de La verdadera religión cristiana.

(5) Invitation to the New Church (Invitación a la Nueva Iglesia), 1771, 22 pp.

Esta breve declaración, que aparentemente debía ser un apéndice de La verdadera religión cristiana, se concentra en las verdades eternas que se han perdido o han sido distorsionadas a lo largo de los siglos. Se llama a los hombres de buena fe a adherirse al establecimiento de una Nueva Iglesia sobre la tierra.

(6) Athanasian Creed (El Credo atanasiano), 1760, 63 pp.

Reciben atención aquí el credo de Atanasio y sus implicaciones con respecto a la iglesia cristiana y a la Nueva Iglesia. El credo, aunque es ambiguo, puede interpretarse como proclama de una trinidad de la persona y no de una trinidad de personas; esta interpretación hace que el credo sea aceptable como verdad. La historia del credo en la Iglesia Cristiana, sin embargo, sugiere que de sus palabras se extrajeron falsas conclusiones.

(7) Coronis, 1771, 83 pp.

También se lo conoce como «Apéndice a la Verdadera Religión Cristiana». Coronis desarrolla la historia del hombre, poniendo acento en la naturaleza de las religiones que han caracterizado a las diferentes civilizaciones.

(8) Word of the Lord From Experience (La palabra del Señor a partir de la experiencia), 1761, 59 pp.

Esta obra inconclusa se ocupa de la estructura y organización de la Biblia, y de las relaciones vitales entre la revelación divina escrita y la verdadera religión. Algunos estudiosos de Swedenborg la consideran como preliminar a la Doctrina de la Sagrada Escritura, a la que nos referíamos anteriormente.

(9) Last Judgment (El último juicio) (postuma), 1762,102 pp.

Estas extensas notas describen acontecimientos del mundo espiritual que Swedenborg asegura haber presenciado personalmente. Se hacen comentarios sobre los distintos grupos-nacionalidades y dirigentes individuales.

(10) On the Spiritual World (Sobre el mundo espiritual),1762, 36 pp.

Estos comentarios varios sobre personas y grupos nacionales del mundo espiritual presentan a éste como muy similar al natural, en algunos aspectos geográficos por lo menos.

(11) Concerning Marriage (Con respecto al matrimonio), 1767, 33 pp.

Este precursor de El amor conyugal, sobre el cual ya hemos hablado, contiene algunos temas que no se tratan en el estudio más amplio.

(12) Spiritual Diary (Diario espiritual), 1747-1765, 5 volúmenes.

Swedenborg llevaba un diario de sus experiencias durante los años del período teológico. En este registro en varios volúmenes pueden encontrarse descripciones sobre la naturaleza y el carácter de distintos personajes celestiales, y también muchos comentarios sobre doctrinas y principios religiosos, la mayoría desarrollados de modo más amplio, posteriormente, en otros trabajos, especialmente en Arcana. El diario aparentemente le servía a Swedenborg como almacén para sus pensamientos e impresiones, y es de sus páginas que extrae las ideas y principios que desarrolla en otras de sus obras, sirviendo de este modo a la manera del diario de Emerson o de otros pensadores eminentes.

 VI. Fragmentos

Los siguientes fragmentos también pertenecen a la lista completa de las obras teológicas de Swedenborg: (1) The Lord (El Señor), 1760, 11 p.; (2) Precepts of the Decalogue (Preceptos del Decálogo), 1762, 4 pp.; (3) Conuersations with angels (Conversaciones con ángeles), 1766, 4 pp.; (4) Five Memorable Relations (Cinco relaciones memorables), 1766, 10 pp.; (5) índices of a Work on Conjugial Love (índices de una obra sobre el amor conyugal), 1767, 5 pp.; (6) Egyptian Hieroglyphics (Jeroglíficos egipcios), 1769, 5 pp.; (7) Sketch of the Doctrine of the New Church (Bosquejo de la doctrina de la Nueva Iglesia), 1769, 6 pp.; (8) Memorabilia for the True Christian Religión (Cosas dignas de recordación para la Verdadera religión cristiana) 1770, 22 pp.; (9) A Sketch of the Ecclesiastical History of the New Church (Bosquejo de la historia eclesiástica de la Nueva Iglesia) 1771, 2 pp.; (10) Nine Questions (on the Trinity), (Nueve preguntas [sobre la Trinidad]), 1771, 6 pp.; (11) Consummation of the Age (Consumación de los siglos) 1771, 7 pp.

De algunas de las obras de Swedenborg hay además disponibles versiones en Latín, Alemán, Francés, Italiano, Portugués, Sueco, Holandés, Noruego, Checo, Dinamarqués, Polaco, Ruso, Tamil, Zulú y Esperanto.

En castellano se puede obtener «El Cielo y sus maravillas y el Infierno —de cosas oídas y vistas». Escriba a Swedenborg Foundation, Inc., 320 North Church Street West Chester, Pennsylvania 19380 EE.UU.



Temas Espirituales

El hombre vive en un mundo en el cual la libertad y la racionalidad se equilibran mutuamente y producen el orden de todas las cosas. La pareja esencial de la libertad y el orden constituye el crisol de la vida. Ninguno de los dos puede descuidarse sin dañar, al hacerlo, el desarrollo humano.  El pensamiento de Swedenborg se funda en una creencia firme y explícita en la libertad de la voluntad humana.

En tanto el hombre está en este mundo, se encuentra a mitad de camino entre el bien y el mal, y se lo guarda en la libertad de volverse hacia uno u otro, si se vuelve hacia el mal, se aparta del bien; si se vuelve hacia el bien, se aparta del mal. (Life 19)

La voluntad libre del hombre emana del hecho de que siente que la vida que lo habita [es] (…) suya propia. Dios le permite experimentar este senti­miento, para que se produzca la conjunción, que no es posible si no es recíproca, y llega a ser recíproca cuando el hombre actúa totalmente a partir de la libertad, como si proviniera de sí mismo. Si Dios no le hubiera dejado esto al hombre, no sería hombre ni tendría la vida eterna. La conjunción recíproca con Dios hace que el hombre sea hombre y no una bestia, y también produce su vida después de la muerte, por la eternidad. La voluntad libre en las cosas espirituales produce esto. (TCR 504)

Desde que nadie puede ser reformado si no es libre, nunca se le quita la libertad al hombre, en la medida en que está en juego la apariencia, porque es una ley eterna que todos deben ser libres en lo que respecta a su interioridad (…) [Por estos medios] podrá implantarse en él el afecto del bien y de la verdad. (AC 2876)

Desde la libertad (…) [el hombre] siente y percibe (…) que la vida (…) le pertenece. La libertad es el poder de pensar, querer, hablar y hacer a partir de uno mismo, como si fuera de uno mismo. (…) Por lo tanto la libertad le ha sido dada al hom­bre junto con su vida. (…) [Si le fuera] quitada o disminuida (…) el hombre [sentiría] (…) que no vive él mismo sino que otro vive en él. (…) La delicia de todas las cosas de su vida le sería quitada o disminuida (…) [y se convertiría en] un esclavo. (AE 1138)

Es imposible que nadie sepa qué es la esclavitud, o qué es la libertad, a menos que conozca los respectivos orígenes de estas condiciones, de lo cual no puede tener conocimiento sino a través de la Palabra [Biblia]. También debe saber cuál es la circunstanciación del hombre en lo que concierne a sus afectos, lo cual corresponde al entendimiento.

Lo que ocurre con el hombre en lo que respecta a sus afectos y pensamientos es lo siguiente: ninguna persona, cualesquiera que sea, hombre, espíritu o ángel, puede querer y pensar de sí mismo, sino [solamente] a partir de los otros. Estos otros [no] piensan o quieren de sí mismos sino que también, nuevamente. a partir de los otros, y así sucesivamente. De este modo, cada uno [quiere y piensa] a partir de la primera fuente de la vida, que es el Señor. (…) Los principios malos y falsos están relacionados con los infiernos. (…) Pero los buenos y verdaderos tienen conexión con el cielo. (…) (AC 2885-2886) Hay pocos que sepan qué es la libertad, o qué no es la libertad. Aparenta ser todo lo que es agradable a cualquier clase de amor y el deleite que de ello se deriva. Todo lo que se opone a cualquier clase de amor y deleite [no] parece ser (…) libertad. La indulgencia en el amor de sí mismo, y el amor del mundo y de las pasiones pecaminosas que a éste pertenecen, parece al hombre ser libertad, pero es libertad infernal. [En contraste] la práctica del amor al Señor y el amor al prójimo, que es consecuencia del amor al bien y a la verdad, es la libertad esencial y celestial. (AC 2870)

Todos (…) desean pasar de un estado donde fal­ta la libertad a uno en el que existe, siendo esto bueno para su vida. De ahí que (…) no haya nada que sea agradable y acepto a los ojos del Señor mientras proceda de un principio (…) desprovisto de espontaneidad o buena voluntad. Cuando cualquiera adora al Señor a partir de un principio falto de libertad, no lo hace fundado en punto de partida alguno que le pertenezca, sino que es movido a ello solamente por algo externo (…) [fuerza que] participa de la compulsión (…) (AC 1947)

Quienquiera que viva en el bien y crea que el Señor gobierna el universo, y que solamente de él proviene todo el bien (…) del amor y la caridad, y toda la verdad (…) de la fe (…) que [efectivamente] de él proviene la vida (…) vive en un estado tal que le permite ser capaz de recibir el don de la libertad celestial, y con ella, por lo tanto, también el don de la paz. En tal caso confiará solamente en el Señor, y todas las otras cosas para él carecerán de importancia. Tendrá la certeza de que todas las cosas tienden a su bien, bienaventuranza y felicidad eternas. Pero el que cree que se gobierna a sí mismo, está en constante intranquilidad, tendiendo a ser traicionado y a caer en las garras de apetitos perversos y ansiedades respecto de las cosas por venir, y por lo tanto en múltiples (…) [cuidados]. En la medida en que así cree (…) los apetitos del mal y las convicciones de lo falso se adhieren a él. (AC 2892)

Hay dos cosas que están en la libertad del hombre en razón de la perpetua presencia del Señor y de su perpetuo deseo de unirse con el hombre. La primera (…) es que tiene los medios y la facultad para pensar bien acerca del Señor y su prójimo. (…) Si piensa bien la puerta se abre; si mal, se cierra. Pensar bien con respecto al Señor y el prójimo, no es del hombre mismo (…) sino del Señor que está presente perpetuamente y por esta perpetua presencia da al hombre los medios y las facultades que requiere tal actividad. Pero cuando el hombre piensa mal del Señor y de su prójimo, ello es del hombre mismo.

Lo otro que forma parte de la libertad del hombre en razón de la perpetua presencia del Señor con él (…) es la habilidad de abstenerse del mal. En la medida en que el hombre se abstiene, el Señor abre la puerta y penetra en él. El Señor no puede abrir la puerta y penetrar en el hombre en tanto que hay males en el pensamiento y en la voluntad del hombre, desde que éstos obstaculizan el camino. (…) Más aún, le ha sido concedido al hombre por el Señor que conozca los males del pensamiento y la voluntad, así como también las verdades que pueden dispersar los males. Es dada la Palabra que revela estas cosas. (AE 248).

La libertad natural es la heredad del hombre. En ella ama solamente su propio yo y el mundo. (…) La libertad racional proviene del amor del bien del buen nombre, que busca la posición social o la ga­nancia. El deleite de este amor es aparentar exteriormente ser una persona moral. (…) La libertad espiritual proviene del amor de la vida eterna. Solamente ingresa en este amor y en su gozo aquel que considera como males todos los pecados y por lo tanto no los quiere y mira hacia el Señor. (DP 73) [Pero] el hombre ha recibido libre arbitrio en lo que respecta a las cosas espirituales, y esto desde el vientre de su madre hasta la última hora de su vida en el mundo, y después, por la eternidad. (TCR 499)


Para Swedenborg la libertad humana constituye el ingrediente central de la individualidad. Pero agrega que sin orden nada, incluyendo el hombre, podría ser libre. La libertad y el orden están hasta tal punto interrelacionados que ninguno de los dos podría existir sin el otro. El universo fue creado de manera perfectamente ordenada, pero el hombre posee la libertad de crear el desorden.

El Señor es el orden en sí, y por lo tanto donde él está presente, hay orden, y donde hay orden, él está presente. (AC 5703) Dios es orden porque es la sustancia en sí y la forma en sí. Es sustancia porque todas las cosas que subsisten provienen de él y continúan proviniendo de él. Es forma porque todas y cada una de las cualidades de la sustancia han emanado y continúan emanando de él, y la única fuente de la cualidad es la forma. (…) Dios, a partir de sí mismo y por sí mismo, introdujo el orden, tanto en la totalidad del universo como en todas y cada una de las cosas que forman parte del mismo. (TCR 53)

El hombre fue creado como una forma del orden divino, porque fue creado a imagen y semejanza de Dios. Siendo Dios el orden en sí, [el hombre] fue creado como imagen y semejanza del orden. (…) Hay dos cosas que son la fuente del orden, (…) el amor divino y la sabiduría divina. El hombre fue creado como receptáculo de éstas, y por lo tanto también fue creado en el orden en que (…) estas dos actúan en el universo. (…) El cielo en su totalidad es en el sentido más amplio (…) una forma del orden divino, y ante la vista de Dios como un único hombre. (TCR 65)

La vida de todos, tanto la del hombre como la del espíritu o del ángel, fluye únicamente del Señor, que es la vida en sí y se difunde (…) en todos. La vida que fluye de Dios es recibida por cada uno según su disposición. El bien y la verdad son recibidos como bien y verdad solamente por los buenos. Pero el bien y la verdad son recibidos como mal y mentira por los malos, que a su vez convierten el bien y la verdad en mal y mentira. Lo que ocurre en este caso es semejante a lo que ocurre con la luz del sol, que se difunde hacia todos los objetos que hay sobre la tierra, pero cada objeto la recibe según su cualidad, y se convierte en maravillosos colores y maravillosas formas o en colores desagradables y en formas desagradables. (AC 2888)

Pertenece al orden de las cosas que los bienes y las verdades [es decir, la vida] que proceden del Señor sean recibidos por el hombre. Cuando sucede de este modo, hay orden en todo lo que el hombre se propone y piensa. Pero cuando el hombre no recibe los bienes y las verdades según el orden que procede del Señor (…) [y antes] cree que todas las cosas son flujos ciegos (…) [o determinaciones] de su propia prudencia, pervierte el orden. Se aplica a sí mismo lo que pertenece al orden, con miras a ocuparse y cuidarse sólo de sí mismo, y no de su prójimo, excepto en la medida en que su prójimo lo favorece. (AC 6692)

Las leyes del orden impuestas al hombre son: que debe adquirir para sí verdades de la Palabra, y reflexionar de manera natural sobre ellas, y en la medida en que puede, racionalmente, obteniendo de este modo para sí una fe natural. Las leyes del orden por parte de Dios son (…) que él se acercará y llenará estas verdades con su luz divina, llenando, de este modo, la fe natural del hombre (…) con una esencia divina. (TCR 73)

Los que no comprenden (…) el poder divino (…) pueden suponer, sea que no existe tal cosa como un orden, o que Dios puede actuar (indiscriminadamente) de manera contraria al orden o concorde a éste. Sin embargo, sin orden no hubiera sido posible creación alguna. Lo primario de todo el orden es que el hombre sea una imagen de Dios y consecuentemente, que esté todo el tiempo perfeccionándose en el amor y la sabiduría, y por lo tanto volviéndose más y más una imagen divina. Para este fin Dios obra continuamente en el hombre. (…) Por lo tanto da lo mismo que digamos «actuar contrariamente al orden» o «actuar contrariamente a Dios». Dios mismo no puede actuar contrariamente a su propio orden divino, desde que este sería actuar contrariamente a su propio yo. Por lo tanto, guía a todo hombre según aquel orden que él mismo es, llevando a los descarriados y los caídos a integrarse en él, y a los que lo resisten a aceptarlo.

Si el hombre hubiera podido ser creado sin libertad de elección en las cosas espirituales, ¿qué hubiera sido más fácil para un Dios omnipotente que conducir a todos los habitantes del mundo a creer en el Señor? [Hubiera podido] (…) implantar su fe en todos, sin medios o con ellos. [Hubiera podido hacerlo así] sin medios, por su poder absoluto y su irresistible operación, que no cesa en sus esfuerzos por salvar al hombre. O [hubiera podido hacerlo] mediante (…) tormentos hechos efectivos sobre la conciencia humana, o mediante convulsiones mortales del cuerpo y horrendas amenazas de muerte, para quien no recibiera la fe. Y también [hubiera podido hacerlo] abriendo las puertas del infierno y haciendo que se aparecieran los demonios sosteniendo terribles antorchas en sus manos, o convocando a los muertos del infierno, cada uno según los que habían conocido en la tierra, en la forma de temibles espectros. (TCR 500)

El Señor nunca obra en contra del orden puesto que El mismo es el orden. La divina verdad que procede del Señor es lo que constituye el orden, y las verdades divinas son las leyes del orden. Es según estas leyes que el Señor guía al hombre. Por lo cual salvar al hombre por misericordia inmediata sería contrario al orden divino, y lo que es contrario al orden divino es contrario a lo Divino. El orden divino es el cielo en el hombre, mas este cielo lo ha pervertido el hombre en sí mismo por medio de una vida contraria a las leyes del orden que son las divinas verdades. A este orden el Señor retorna al hombre por pura misericordia mediante las leyes del orden, y en la medida que es retornado a este orden en la misma medida recibe en sí el cielo, y quien recibe en sí el cielo entra en el cielo. Por esto también, es evidente que la divina misericordia del Señor es pura misericordia, pero no misericordia incondicional. (HH 523)

Recibir en uno mismo el orden es ser salvado, y esto se efectúa solamente en la medida en que se vive según los mandamientos del Señor. (AC 10659) El que no vive según los mandamientos y las leyes que son propias del orden divino, no vive según el Señor, y en consecuencia (…) lo Divino se oscurece en él. Vivir según el orden quiere decir (…) ser guiado por el Señor mediante el bien. (AC8512)

Los animales se hallan en el orden de su vida y no han podido destruir lo que del mundo espiritual se halla en ellos, puesto que no tienen facultad racional. El hombre, por otra parte, (…) habiendo pervertido lo que en él hay del mundo [espiritual] por una vida contraria al orden, que su facultad racional ha preferido, ha de (…) nacer en completa ignorancia y luego, por medios divinos, ser conducido de nuevo al orden del cielo. (HH 108) Si el hombre estuviera en el orden en que fue creado — el amor al prójimo y (…) el amor al Señor — él, por sobre todos los animales, nacería no solamente en toda especie de conocimiento sino también en toda verdad espiritual y bien celestial, y por lo tanto en toda sabiduría o inteligencia. (AC 6323)

Todo lo que proviene de lo Divino comienza en Él y avanza según el orden hasta alcanzar los últimos extremos, así, desde el cielo hasta la tierra, donde descansa, habiendo encontrado su último extremo y fin. (AC 10634) Es según el orden que lo celestial fluya a lo espiritual y lo adapte a sí mismo; y que lo espiritual (…) fluya en lo racional y lo adapte a sí mismo; y que lo racional (…) fluya en los conocimientos acumulados en la memoria [del hombre] y lo adapte a sí mismo. Cuando el hombre está recibiendo instrucción, en su más temprana infancia, el orden es ciertamente el mismo, pero parece ser de otro modo (…) [Parecería] que adelantara desde los conocimientos presentes en la memoria hasta las cosas racionales, y desde éstas hasta las cosas espirituales, y de este mismo modo hasta alcanzar las cosas celestiales. La razón por la que parece ser de este modo es que debe abrirse un camino (…) hacia las cosas celestiales, que son las más interiores. Toda instrucción no es sino la apertura del camino. (AC 1495)

El Señor gobierna las últimas cosas del hombre tal como gobierna las primeras. (…) El orden del Señor se aplica sucesivamente desde las primeras cosas hasta las últimas, y en el orden en sí no hay nada que no sea divino. Siendo esto así, la presencia del Señor necesariamente estará tanto en las últimas cosas como en las primeras, porque lo uno se sigue de lo otro, según el tenor del orden. (AC 6473)


Es probable que el concepto de «uso» de Swedenborg influya más que cualquier otra idea en su concepción de la vida. A lo largo de los siglos los filósofos y los teólogos han discutido incansablemente los ingredientes de una «buena vida». Swedenborg se suma a esta discusión con abundancia de detalles y ejemplos. El uso, que para Swedenborg quiere decir el servicio de los demás, unifica toda la creación. Ambos mundos — el espiritual y el natural — descansan o se fundan sobre este concepto de «uso». El hombre alcanza la verdadera felicidad cuando sale de sí para servir a los otros, mientras que, al mismo tiempo, cumple su destino particular al volcar sus talentos individuales en la búsqueda de la excelencia en aquellos campos de actividad que son acordes con sus amores. Uso, en la acepción que le da Swedenborg, significa «bien».

No nace el hombre para otro fin que la ejecución de sus usos en beneficio de la sociedad en la que existe y de su prójimo, mientras vive en el mundo, y en el otro, según la buena voluntad del Señor. Ocurre con respecto a esto tal como con el cuerpo humano, cada una de cuyas partes debe ejecutar un determinado uso, aun tales cosas como las que aparentemente no son valiosas, como por ejemplo los diversos fluidos salivales, la bilis y otras secreciones, que deben ser de servicio no solamente para el alimento, sino también en la separación de los excrementos y en la limpieza de los intestinos. (AC 1103)

Nadie vive solamente para sí, sino al mismo tiempo para los otros. De esto proviene la sociedad, que de otro modo no existiría. Vivir para los demás es ejecutar usos. Los usos son los ligamentos de la sociedad (…) y los usos son infinitos en cantidad. Hay usos espirituales, que son del amor hacia Dios y del amor hacia el prójimo. Hay usos morales y civiles, que son del amor hacia la sociedad y la comunidad en la que el individuo vive, y hacia sus compañeros y conciudadanos, entre quienes existe. Hay usos naturales, que pertenecen al amor hacia el mundo y sus necesidades. Y hay usos del cuerpo, que pertenecen al amor de su conservación por aprecio de otros usos, superiores. Todos estos usos están escritos en el hombre, y se siguen sucesivamente en orden, y cuando existen conjuntamente uno está dentro del otro. (CL 18)

Todo el conocimiento de un hombre, todo su entendimiento y sabiduría, y por lo tanto toda su voluntad, debieran tener uso según sus fines (…) Lo que es conducente al uso es el conocimiento de lo bueno y lo verdadero. Lo que pertenece al uso es querer lo que es bueno y verdadero. (AC 5293)

El Señor nos guía mediante el afecto del uso. (LJ Post 170). Desde que los afectos son la esencia de los usos, y los usos son objeto de afectos, se sigue que hay tantos afectos como usos. (D. Love ix)

El hombre (…) es lo que son sus usos. Pero los usos son múltiples; en general son celestiales o infernales. Los usos celestiales son aquellos que sirven para prestar servicio, en mayor o menor medida, a los demás, a la iglesia, al país, a la sociedad y a los conciudadanos, siendo éstos los fines y no los medios de los respectivos usos. Los usos infernales son aquellos que solamente sirven al individuo que los ejecuta y a aquellos que dependen de él, y si de alguna manera sirven a la Iglesia, al país, a la sociedad o al conciudadano, no son éstos sus fines sino por causa de uno mismo como fin. Todos debieran por amor, aunque no por amor a sí mismo, proveer tales cosas como sean necesarias para la subsistencia de la propia vida y de la vida de los que dependen de uno. Cuando alguien ama los usos por sí mismos, es decir, por el mero acto de ejecutarlos, y ama al mundo y se ama a sí mismo en segundo lugar, lo primero constituye su espiritual y lo segundo su natural. Lo espiritual gobierna y lo natural sirve. (AE 1193)

Uso es desempeñar el propio oficio y hacer el propio trabajo de manera correcta, con fidelidad, sinceramente y en toda justicia. Sabemos solamente de manera oscura (…) qué quiere decir la Palabra cuando habla de los bienes de la caridad, que también se denominan «buenas obras», o «frutos», pero que nosotros denominamos usos. A partir del significado de la letra de la Palabra se cree que consisten en dar a los pobres, asistir a los necesitados, hacer el bien a los huérfanos y a las viudas, y otras cosas por el estilo. Sin embargo no son estas cosas lo que la Palabra significa cuando habla de «frutos», «obras» o bienes de la caridad, sino (…) ejecutar el propio oficio, negocio o trabajo de manera correcta, con fidelidad, sinceridad y justicia. Cuando se hace esto (…) se está atendiendo al bien público, y también al bien del propio país, de la sociedad mayor o menor, del conciudadano, camarada o hermano, que son nuestro prójimo, en un sentido amplio y restringido. Cuando se procede de este modo todos, sean sacerdotes, gobernantes, empleados públicos, comerciantes u obreros, están todo el tiempo ejecutando usos.

El sacerdote [ejecuta los usos] al predicar, el gobernante o el empleado público al dedicarse a sus tareas administrativas, el comerciante al mercar, y el obrero al hacer su trabajo. Por ejemplo; el juez que juzga rectamente, con fidelidad, sinceridad y justicia, ejecuta usos con respecto a sus prójimos cada vez que juzga. El ministro de la religión [lo hace] cada vez que enseña, y así sucesivamente en cada profesión o tarea. (D. Wis. XI)

La actividad y el empleo quieren decir toda aplicación posible de los usos. Mientras el hombre está ocupado de esta manera, o sea que ejecuta su uso, su mente se encuentra limitada y circunscripta, como si fuera por un círculo que lo coordina sucesivamente en una forma que es auténticamente humana. (CL 249)

Por usos no significa meramente las necesidades de la vida, que están relacionadas con el alimento, la ropa, la habitación y otras formas naturales del hombre y de los que de él dependen, sino también el bien del país en que uno habita, de la sociedad y del conciudadano. Los negocios se constituyen en este tipo de bien cuando apuntan hacia aquel amor final, y el dinero es un amor mediato y subordinado, provisto que el negociante destierre de su práctica comercial los fraudes y los artificios malvados, considerándolos pecaminosos. Pero cuando el amor final es el dinero, y los negocios, el amor mediato y subordinado, ocurre totalmente lo contrario, porque esto es avaricia, que es una de las raíces de todos lo males. (DP 220)

Las obras son más o menos buenas según la excelencia del uso. Las obras deben ser usos. Las mejores son aquellas que son hechas a favor de los usos de la Iglesia. En segundo lugar en la jerarquía de la bondad están aquellas obras ejecutadas como usos del país en que uno vive, y así sucesivamente, siendo los usos los que determinan la bondad de las obras. (AE 975)

Las dignidades y sus honores son naturales y temporales cuando en ellas el hombre está pensando en sí mismo, personalmente, y no en el bienestar común y los usos. [En tal caso] el hombre (…) piensa interiormente que el bienestar común debe servir su propio bienestar, y no el de todos. Es como un rey que piensa que el reino y todo el pueblo que en él habita existen para servirlo a él, y no que él existe para servir al reino y al pueblo que en él habita. Pero (…) las dignidades, con sus honores, son espirituales y eternas cuando el individuo considera que él existe para el servicio del bienestar común y los usos, y no para servirse (…) a sí mismo. (DP 220)

El reino del Señor es un reino de los fines que son usos, o, lo que es lo mismo, un reino de usos que son fines. Por esto mismo el universo ha sido creado y formado de tal modo por lo Divino para que en todas partes pueda haber usos (…) En la naturaleza con sus tres reinos todas las cosas existen en conformidad con el orden y las formas de los usos, o efectos formados del uso por el uso (…) En el caso del hombre, en la medida en que él está de conformidad con el orden divino, esto es, en la medida en que está en amor al Señor y en caridad al prójimo, tanto sus actos son usos en forma. (…) A través de éstos se asocia con el cielo. Amar al Señor y al prójimo significa, en general, prestar usos. (HH 112)


Desde que el concepto de «uso» ocupa un lugar tan importante en la visión de la vida que propone Swedenborg, por necesidad la idea correlativa de caridad recibe una definición especial. Swedenborg no considera que acciones tales como dar limosna a los pobres, asistir a los necesitados o contribuir al bienestar de los enfermos deban tenerse a menos. Sin embargo, cuestiona el grado de inteligencia y aun de justicia presente en actos caritativos indiscriminados, tales como los que se practican hacia quienes los merecen y hacia quienes no los merecen por igual. La motivación, por supuesto, determina la calidad del acto, en lo que respecta al individuo que lo ejecuta. Pero la mejor manera de servir a la sociedad es una vida entera entregada al cumplimiento fiel de la tarea en que uno se desempeña, en el dominio profesional o laboral, antes que acciones manifiestas de beneficencia que, a veces, pueden hacer más mal que bien. La mayor caridad es ser útil a los demás, y ofrecer a los demás la oportunidad para que ellos también puedan ser útiles. Toda restricción arbitraria, artificial e injusta de la oportunidad que un individuo pueda tener para vivir una vida plena y útil es una transgresión contra el orden divino.

Swedenborg une la caridad con la fe. Juntas conducen a una vida liberada del mal. El hombre caritativo evita el mal, como un pecado contra Dios, pero al hacer tal cosa está actuando dentro de la esfera de su vida religiosa. Swedenborg rechaza así categóricamente la fe sin caridad; la fe sola no tiene lugar en su comprensión del orden creado.

Lo primero de todo en la caridad es no hacer mal al prójimo; hacer el bien ocupa un segundo lugar. Esta es, por así decirlo, la puerta hacia la doctrina de la caridad. (TCR 435) La vida de caridad consiste en querer el bien del prójimo y hacerlo, en actuar en cualquier tarea que nos ocupe con justicia y equidad, en el bien y en la verdad, cualesquiera que sea el oficio que ejecutemos. En una palabra, la vida de caridad consiste en la ejecución de usos. (NJ HD 124)

Los que están en la caridad, es decir, los que aman al prójimo (…) no ponen atención en el goce de los placeres, excepto en cuanto éste puede estar relacionado con su uso. No hay caridad independientemente de las obras caritativas. La caridad consiste en la práctica de los usos. El que ama al prójimo como a sí mismo no percibe deleite alguno en la caridad, excepto en su ejercicio, o en su uso. Una vida caritativa es una vida de usos. (AC 997)

Muchos creen que el amor al prójimo consiste en dar a los pobres, en asistir a los necesitados, y en hacer el bien a todos, pero la caridad es actuar con prudencia, teniendo como meta final que resulte el bien. El que ayuda al pobre o necesitado malvado está haciendo mal a su prójimo, a través de él, porque mediante la asistencia que le ofrece lo está confirmando en el mal, y le proporciona los medios para que pueda seguir haciendo mal a los demás. Ocurre todo lo contrario con aquel que ayuda al bueno. (NJ HD 100)

Entre los usos generales puede incluirse el gasto de medios económicos o de trabajo manual a favor de la construcción de orfanatos, hogares para el alojamiento de los forasteros (…) [escuelas] u otras instituciones similares. (…) Dar ayuda a los necesitados, a las viudas, a los huérfanos, solamente porque son necesitados, viudas o huérfanos, y dar a los mendigos solamente porque son mendigos, son usos de la caridad exterior que se denomina piedad. Estos son usos de la caridad interna solamente en la medida en que derivan de los usos y del amor de los usos. Porque la caridad externa sin caridad interna no es caridad. La interioridad debe participar de estas acciones para que sean verdaderamente caritativas, porque la caridad exterior que proviene de la caridad interior actúa prudentemente, pero la caridad exterior sin la interior actúa imprudentemente, y muy a menudo de manera injusta. (D. Wis. XI).

La caridad se extiende mucho más allá que la atención de las necesidades de los pobres y los necesitados. La caridad consiste en hacer lo justo en cualquier tarea en la que uno se ocupe, y cumplir con nuestra obligación en cualquier tarea. Si un juez administra la justicia por el amor de la justicia, ejerce la caridad. Si castiga a los culpables y absuelve a los inocentes, ejerce la caridad, porque al proceder de este modo tiene en cuenta el bienestar de sus conciudadanos y de su país. El sacerdote que enseña la verdad y guía hacia el bien ejerce la caridad. Pero el que hace estas cosas por amor de sí mismo y por amor del mundo, no ejerce la caridad, porque no ama a su prójimo sino que se ama a sí mismo.

Lo mismo ocurre en otras cosas, sea que los individuos deban desempeñar una determinada responsabilidad pública o no, como ocurre con los niños en la relación con sus padres, o con los sirvientes en la relación con sus señores, y con los señores en la relación son sus sirvientes, o con los súbditos en la relación con su rey, y con el rey en la relación con sus súbditos. Quienquiera entre éstos que cumpla con sus deberes por el sentimiento del deber y haga lo que es justo por el sentimiento de lo que es justo, ejerce la caridad.

Que estas cosas provengan del amor por el prójimo o la caridad se da porque cada ser humano es prójimo de los demás, pero de diferentes maneras. Un grupo pequeño o grande es más prójimo. Nuestro país es más prójimo aún. El Reino de Dios lo es más, y por sobre todas las cosas el Señor. Todo lo que es bueno en el ámbito de lo universal, y que procede del Señor, es nuestro prójimo, y por lo tanto también lo son, la sinceridad y la justicia (…). Por lo tanto, quien hace algo bueno por amor de la sinceridad y la justicia, ama a su prójimo y ejerce la caridad. Ejecuta sus acciones por amor de lo que es bueno, sincero y justo, y en consecuencia por amor de aquellos en quienes están el bien, la sinceridad y la justicia.

La caridad, por lo tanto, es un afecto interior gracias al cual el hombre desea hacer el bien, y esto sin remuneración alguna. El deleite de su vida consiste en hacerlo. En aquellos que hacen el bien a partir de algún afecto interior hay caridad, y ésta se hace manifiesta en todo lo que piensan y dicen, y en todo lo que quieren y hacen. (…) Sea un nombre o un ángel, su interioridad es caritativa cuando el bien es su prójimo. (NJHD 101-104).

Cuando un hombre cumple sinceramente, con justicia y fidelidad la tarea que corresponde a su oficio o empleo, a partir del afecto y su propio deleite, está permanentemente en el bien del uso, no solamente hacia la comunidad o el público, sino también hacia los individuos y los ciudadanos privados. Pero esto no puede suceder a menos que mire al Señor y evite todos los males, considerándolos pecados. (…) Los bienes que ejecuta son bienes de uso, que ejercita todos los días. (…) Hay un afecto interior que interiormente permanece y desea [los usos]. Por lo tanto, perpetuamente estará en el bien de los usos, desde la mañana hasta la noche, de año en año, desde su más temprana edad hasta sus últimos días sobre la tierra. De otro modo no podría convertirse en una forma (…) o receptáculo de la caridad. (C 158)

El hombre de negocios, si mira al Señor y evita todo mal, considerándolo pecaminoso, y efectúa sus transacciones comerciales con sinceridad, justicia y fidelidad (…) se convierte en caridad. Actúa como si fuera sobre la base de su propia prudencia, y sin embargo confía en la Providencia divina. No deja caer su ánimo en el infortunio, ni se deja entusiasmar desmesuradamente por el éxito. Piensa en el día de mañana, pero como si no lo hiciera. Piensa en lo que se necesitará hacer mañana, y cómo habrá de hacérselo, pero (…) no se preocupa por el mañana, porque deja el futuro en las manos de la Providencia divina y no confía en su propia prudencia. Ama los negocios, como principio de su vocación, y el dinero para él es instrumental. (…) Ama su trabajo, que en sí es un bien de uso, y no los medios antes que el trabajo. (…) Ama el bien general al mismo tiempo que ama su propio bien. (…) (C 167)

El comerciante que actúa sinceramente y no de manera fraudulenta, considera el bienestar de su prójimo, con quien mercadea. Lo mismo ocurre con el obrero manual, o con el profesional, si cumplen sus responsabilidades de manera correcta y sincera, y no con astucia o engaño. Lo mismo ocurre con todos los demás, con capitanes y marineros, con agricultores y con siervos.

Esta es la verdadera caridad, que podría definirse como hacer el bien al prójimo cotidianamente y de manera continua, no solamente al prójimo como individuo, sino también al prójimo como colectividad. Esto solamente puede alcanzarse haciendo lo que es bueno y justo en el oficio, empleo, negocio o puesto que cada uno desempaña, y en sus tratos con todos aquellos con quienes tiene que ver directamente. Esta obra es la que ejecuta día a día. (…) La justicia y la fidelidad forman su mente y sus tratos físicos, y de manera gradual, a causa de su forma, desea y piensa solamente en aquellas cosas que hacen a la caridad. (TCR 422-423)

Los deberes privados de la caridad (…) son muchos, como por ejemplo el pago de sueldos a los obreros, el pago de intereses, el cumplimiento de los contratos, la custodia de los valores, y así sucesivamente. Algunos (…) son deberes porque como tales los instituyen las leyes, algunos por la ley de la noción y otros por ley moral. (…) Los que están en la caridad los ejecutan de manera justa y fiel. (…) Pero los que no están en la caridad ejecutan estos mismos deberes de manera muy diferente. (TCR 432)

Por caridad se quiere decir el amor hacia el prójimo y la misericordia. El que ama a su prójimo como a sí mismo también tendrá compasión de él cuando lo vea sufrir. (…) (AC 351) La Palabra no enseña otra cosa, sino que cada uno debe vivir en caridad con su prójimo, y amar al Señor por sobre todas las cosas. Los que hacen esto tienen en sí las cosas interiores. (…) (AC 1408)

Desde los tiempos más antiguos ha sido tema de controversia cuál de los principios de la Iglesia es el primordial, si la caridad o la fe. (…) Este debate se originó en la ignorancia que prevalecía antiguamente, y que aún prevalece, con respecto a la siguiente verdad: Que el hombre no tiene mayor medida de fe que la medida de su caridad. (…) En el proceso de la regeneración la caridad se encuentra con la fe, o, lo que es decir lo mismo, el bien se encuentra con la verdad, insinuándose en todas las situaciones particulares y lo que a ellas pertenece, adaptándose a éstas, y haciendo de este modo que la fe sea fe. En consecuencia, la caridad es lo primero [de la religión] (…) aun cuando al hombre le parezca de otro modo. (AC 2435)

La caridad, que en su esencia es el afecto de conocer, comprender, querer y hacer la verdad, no entra en ninguna de las percepciones del hombre hasta no haberse formado plenamente en el pensamiento, que es parte del entendimiento. Entonces se presenta mediante alguna forma o imagen, en la cual aparece ante la visión interior, porque el pensamiento de que algo sea realmente como es, se denomina fe. A partir de esto resulta evidente que la caridad es anterior a la fe, y la fe posterior, como el bien es anterior y la verdad posterior, o como todo lo que produce algo es anterior a su producto. (…) La caridad procede del Señor y se forma primeramente en la mente espiritual. Porque la caridad no aparece en el hombre antes de haberse convertido en fe (…) puede decirse que la fe no existe en el hombre hasta que no ha asumido la forma de la caridad. (…) Ambas comienzan a existir al mismo tiempo. Aunque la caridad produce la fe, sin embargo, en cuanto son una misma cosa, ninguna de las dos puede existir, en el nivel de la percepción humana, separada de la otra. (…) La fe cuando es separada de la vida es una fe muerta, y lo que es muerto (…) no puede salvar a nadie. (AE 795-796)

Cuando se destierra y extingue la caridad (…) se rompe el lazo que une al Señor con el hombre, desde que solamente la caridad, o el amor y la misericordia, son los que nos unen con él, y nunca la fe sin caridad. (…) ¿Puede alguien juzgar de manera tan pobre como para creer que la fe solamente existente en la mente, puede servir para algo, cuando todos saben por experiencia propia que nadie estima las palabras o el asentimiento de otro, sin que importe cuál pudiera ser su naturaleza, si éstas no provienen de la voluntad o la intención? Es esto lo que las hace agradables, y lo que une a los hombres entre sí. La voluntad es el verdadero hombre, y no el pensamiento o las palabras que no expresan la voluntad. El individuo adquiere de la voluntad su naturaleza y disposición, porque ésta es lo que lo afecta. Si alguien piensa lo bueno, la esencia de la fe, que es la caridad, está en el pensamiento, porque en él está la voluntad de hacer lo bueno. Pero si dice que piensa lo bueno, pero vive pecaminosamente, no puede ser que quiera otra cosa que lo malo, y por lo tanto en él no hay fe. (AC 379)

No hay genuina (…) caridad vivida, sino la que es una misma cosa con la fe; ambas, unidas, miran hacia el Señor. (…) El Señor, la caridad y la fe son los tres elementos esenciales de la salvación. Cuando se hacen una sola cosa, la caridad es caridad, la fe es fe, y el Señor está en ellas y ellas están en el Señor. Pero, por otro lado, cuando estos tres elementos no están unidos, la caridad es espuria o hipócrita, o ha muerto. (TCR 450)


El mensaje de Swedenborg tiene que ver con los asuntos cotidianos que hacen a las relaciones humanas tanto como a los grandes aspectos de la existencia. Muchos pasajes contienen generalizaciones sobre la organización correcta y las estructuras adecuadas de la vida en el mundo natural, y del papel que los individuos deben desempeñar en la prosecución de la vida, la libertad y la felicidad para todos. Si bien las cuestiones civiles pertenecen al plano más exterior de la existencia humana, colocan la base sobre la que podrá construirse, en otro plano, el orden moral y espiritual. El que ama el orden civil correcto de por sí y busca preservar la libertad individual, llegará eventualmente a apoyar el reino de los cielos. Difícilmente el hombre pueda llegar a ser espiritual sin vivir de manera activa en los asuntos de la vida en su plano más exterior.

Hay dos cosas en el hombre que es importante mantener ordenadas, a saber, las cosas que son del cielo y las cosas que son del mundo. Las cosas que son del cielo se denominan eclesiásticas, y las cosas que pertenecen al   mundo se denominan civiles.

Sin gobernantes no se puede mantener el orden en el mundo. (…) Los gobernantes existen para premiar a los que viven según el orden, y para castigar a los que viven contrariamente al orden. Si esto no se hiciera, la raza humana perecería, porque la voluntad de mandar sobre los demás, y la de poseer los bienes de los demás, es innata, por herencia, en todo individuo humano, de donde proceden las enemistades, las envidias, los odios, las venganzas, los engaños, las crueldades y muchos otros males. A menos (…) que los hombres sean mantenidos bajo control mediante las leyes (…) [con] premios acordes a sus amores (…) la raza humana perecería. A quienes hacen el bien se les ofrecen honores y ganancias, y a los que hacen males se los amenaza con castigos (…) [que comprenden] la pérdida de honores, o posesiones, o de la vida.

Por lo tanto debe haber gobernantes, que se ocupen de mantener en orden las concentraciones humanas, y deben ser hombres habilidosos en la jurisprudencia, sabios y temerosos de Dios. También debe haber orden entre los gobernantes, para que ninguno pueda, por capricho o ignorancia, permitir aquellos malos que son contrarios al orden, y por lo tanto destruirlo. Esto se realiza cuando hay gobernantes superiores e inferiores, y los segundos están subordinados a los primeros. (NJHD 311-313)

Del mismo modo como hay sacerdotes asignados a la administración de aquellas cosas que están relacionadas con la ley divina y la adoración, los reyes y los magistrados están asignados a la administración de aquellas cosas que tienen que ver con la ley civil y los juicios.

Desde que el rey solo no podría administrar todas las cosas, hay gobernantes bajo su autoridad, a cada uno de los cuales se le otorga una provincia para que la administre, cosa que el rey no podría hacer (…) por sí mismo. Estos gobernadores, tomados en su conjunto, constituyen la realeza, pero el rey es el que gobierna sobre todos.

La realeza en sí no está en la persona, sino que se une o suma a la persona. El rey que cree que la realeza está en su persona, y el gobernador que cree que la dignidad de ser gobernador está en su persona, no son sabios. La realeza consiste en administrar la cosa pública según las leyes del reino, y en juzgar según estas leyes, con justicia. (…) El rey que considera que la ley está por encima de él, coloca la realeza bajo la ley, y la ley lo gobierna. Sabe que la ley es justa (…) y que toda justicia es divina. Pero el rey que se considera por encima de la ley, coloca la realeza en su propia persona, y puede ser que crea que él mismo es la ley, o que la ley (…) emana de él, de este modo se atribuye a sí mismo lo que es divino.

La ley (…) debe ser ejecutada en el reino por personas capacitadas para ello (…) sabias y temerosas de Dios. [Bajo tales circunstancias] tanto el rey como sus súbditos deben vivir según la ley. El rey que vive según la ley, y en esto precede a sus súbditos, siendo ejemplo para ellos, es verdaderamente un rey. El rey que tiene poder absoluto (…) [y] cree que sus súbditos son como sus esclavos, teniendo  él derecho sobre sus posesiones y vidas (…) no es un rey sino un tirano. Debe haber obediencia al rey según las leyes del reino, y no se lo debe injuriar de manera alguna, sea de hecho o de palabra. De esto depende la seguridad pública. (NJHD 319-325)

El hombre es el prójimo. (…) Una sociedad puede ser el prójimo, porque la sociedad es un hombre compuesto. La patria es el prójimo, porque la patria consiste en muchas sociedades, y por lo tanto es un hombre aún mucho más compuesto. Y la raza humana está compuesta de grandes sociedades, cada una de las cuales es un hombre compuesto. (C 72)

La patria es más nuestro prójimo que una comunidad, porque la patria consiste de muchas comunidades, y por lo tanto el amor hacia la patria es un amor más amplio y elevado. Más aún, amar a la patria es amar el bienestar público. La patria es nuestro prójimo porque es como nuestro padre. Uno ha nacido en ella, y ella lo ha alimentado, y continúa alimentándolo, y lo ha protegido de todo mal, y continúa protegiéndolo. Los hombres debieran hacer el bien a su patria, por amor hacia ella, según sus necesidades, algunas de las cuales son naturales y otras espirituales. Las necesidades naturales están relacionadas con la vida y el orden civil, y las espirituales están relacionadas con la vida y el orden espiritual. Que deba amarse a la patria más de lo que uno se ama a sí mismo, es una ley que está inscripta en el corazón humano, de donde deriva el principio bien conocido, que todo hombre verdadero endorsa, que si la patria está amenazada de ruina por algún enemigo, o por algún otro peligro, es honroso morir por ella y para el soldado motivo de gloria derramar su sangre por ella. Se dice todo esto porque hasta tal punto debe llegar el amor por la patria. (TCR 414) El soldado raso (…) si mira hacia el Señor y rechaza las acciones malas por considerarlas pecaminosas, y de manera sincera, justa y fiel cumple con su deber (…) éste se convierte en caridad. (…) El es contrario al saqueo injusto. Abomina el inútil derramamiento de sangre. Pero en la batalla es otra cosa. En la batalla no se opone al derramamiento de sangre, porque no piensa en ello, sino que el enemigo es un enemigo, que desea su propia sangre. Cuando el soldado escucha el sonido de los tambores que lo llama a desistir de la matanza, cesa su furia. Y considera sus prisioneros, después de la batalla, como prójimos suyos, según la calidad de su bien. Antes de la batalla eleva su mente hacia el Señor, y encomienda su vida en sus manos. Después de haber hecho esto, permite que su mente descienda desde tales alturas y se reintegre al cuerpo, y se enfurece con valentía. El pensamiento del Señor —que él no tendrá conciencia de que permanece en su mente aún— estará por encima de su bravura. Y entonces si muere, muere en el Señor; y si vive, vive en el Señor. (C 166) Entre los deberes de la caridad pública uno de los principales es el pago de los impuestos y tributos, que no deben ser confundidos con los deberes oficiales. Los que son espirituales los pagan con una disposición interior diferente a la que se da (…) en aquellos que son simplemente naturales. Los que son espirituales los pagan de buen grado, porque se los recoge para la preservación de su país, y para su protección, y para la protección de la iglesia, y también para la administración del gobierno por funcionarios públicos y gobernadores, a quienes se debe pagar del erario público un sueldo y estipendios.

Aquellos para quienes la patria y también la iglesia son sus prójimos, pagan sus impuestos con espontaneidad y con una disposición favorable, y consideran inicuo evadirlos o pagarlos con engaño. Pero aquellos para quienes la patria y la iglesia no son sus prójimos, los pagan renuentemente y, en toda oportunidad que se presente, defraudan al fisco y lo engañan. (…) (TCR 430)

Todos los hombres han sido predestinados para el cielo, y nadie para el infierno, porque todos nacen hombres, y en consecuencia la imagen de Dios está en ellos. La imagen de Dios en ellos es la capacidad de comprender la verdad y hacer el bien. La habilidad de comprender la verdad proviene de la sabiduría divina, y la habilidad de hacer el bien (…) del amor divino. Esta habilidad es la imagen de Dios, que persiste en todo ser humano normalmente cuerdo. (…) De aquí proviene la habilidad de llegar a ser un hombre moral y un buen ciudadano. El hombre moral y buen ciudadano puede también llegar a ser espiritual, porque lo cívico y lo moral son receptáculo de lo espiritual. Se denomina buen ciudadano al hombre que conoce las leyes del reino donde es ciudadano y vive de acuerdo con ellas. Es moral el hombre que hace de esas leyes sus leyes morales y sus virtudes, y por esta razón las pone por obra. (…)Vive estas leyes, no solamente como leyes civiles y morales, sino también como leyes divinas, y será un hombre espiritual. No existe nación en el mundo que por ser tan bárbara no haya prohibido mediante sus leyes cosas tales como el crimen, el homicidio, el adulterio con la mujer de otro, el robo, el falso testimonio y todo tipo de injuria contra el prójimo. El hombre que es buen ciudadano y un hombre moral observa estas leyes, para poder llegara ser (…) un buen ciudadano. (DP 322)

Los que en el mundo aman el bien de la patria más que el suyo y el bien de su prójimo tanto como el suyo son los que en la otra vida aman y buscan el reino del Señor, porque allí el reino del Señor está en lugar de la patria; y los que aman hacer bien a otros no por interés propio sino por interés del bien, éstos aman al prójimo; porque allí el bien es el prójimo. Los que están así se hallan todos en el Máximo Hombre es decir, en el cielo (HH 64).


Las enseñanzas de Swedenborg sobre moralidad están insertas en la tradición de las grandes enseñanzas morales de la historia humana. Pero subraya que la vida moral cívica debe estar fundada en convicciones de orden religioso, que presuponen causas espirituales. Algunas de sus frases más agudas y, al mismo tiempo, más felices, establecen los principios de una vida de la más elevada convicción ética. Las escribió en el contexto de una moralidad relajada, tal como la que se vivía en Europa durante el siglo XVIII. Sus relaciones familiares, riqueza, educación y funciones públicas, le dieron acceso a un amplio círculo dentro de la burguesía europea. Observó las diferentes formas de inmoralidad que en aquella época estaban en boga, y escribió con una aguda visión del problema. Todas las evidencias que poseemos indican que Swedenborg vivió según las enseñanzas morales que predicaba.

Hay tres clases de verdades: civiles, morales y espirituales. Las verdades civiles se refieren a las cosas judiciales y gubernativas en los reinos, y en general a las que allí se refieren a la justicia y a la equidad. Las verdades morales se refieren a las cosas propias de la vida individual de cada hombre, con respecto a compañerismo y a las relaciones sociales, en general a la sinceridad y a la rectitud, y en particular a toda clase de virtudes. Pero las verdades espirituales se refieren a las cosas que pertenecen al cielo y a la iglesia; y en general al bien del amor, y a la verdad de la fe. (HH 468)

Las leyes de la vida espiritual, las de la vida civil y las de la vida moral son consignadas en el (…) Decálogo; en los tres primeros mandamientos [aparecen] las leyes de la vida espiritual, en los cuatro siguientes las leyes de la vida civil, y en los tres últimos las leyes de la vida moral. El hombre meramente natural vive exteriormente en conformidad con los mismos mandamientos de igual manera que el hombre espiritual, porque adora de igual manera a lo Divino, va a la iglesia, escucha sermones, asume un semblante devoto, se abstiene de cometer homicidio, adulterio y robo, de levantar falso testimonio, de despojar de sus bienes a sus compañeros. Pero estas cosas las hace meramente por sí mismo y por el mundo, por guardar las apariencias, mientras que interiormente tal persona es completamente contraria a lo que exteriormente aparenta ser, puesto que en su corazón niega lo Divino. En la adoración hace el papel de hipócrita y cuando reflexiona a solas, se ríe de las cosas sagradas de la iglesia, creyendo que sólo sirven para contener a las gentes sencillas. De ahí resulta que está completamente separado del cielo y, al no ser un hombre espiritual, tampoco es un hombre moral ni un hombre civil. Aunque se abstiene de matar, odia a cualquiera que se le opone, y este odio le hace arder en venganza y por lo tanto mataría, caso de no retenerle las leyes civiles y los lazos externos del temor, Y como anhela matar, resulta que mata continuamente. Aunque no comete adulterio, sin embargo, como lo considera lícito, es adúltero (…) Aunque no roba, no obstante, como codicia los bienes ajenos y no considera el fraude y las malas artes como opuestos a la justicia, en intención continuamente es un ladrón. Lo mismo es aplicable en cuanto a los preceptos de la vida moral, los cuales prohíben levantar falso testimonio y codiciar los bienes ajenos.

Tal es todo hombre que niega lo Divino y no tiene conciencia derivada de la religión. (HH 531)

Las verdades morales son las que enseña la Palabra con respecto a la vida del hombre con su prójimo. [Esta] vida es denominada caridad. Los bienes de esta vida, que son usos, tienen relación, en otras palabras, con la justicia y la equidad, la sinceridad y la rectitud, la castidad, la templanza, la verdad, la prudencia y la benevolencia. A las verdades de la vida moral corresponden también sus opuestos, que destruyen la caridad, y que están relacionadas con la lascivia, la intemperancia, la mentira, la astucia artera, la enemistad, el odio y la venganza y la mala voluntad. A estas últimas se las denomina verdades de la vida moral, porque todo lo que el hombre piensa que es verdad, sea malo o bueno, se lo clasifica entre las verdades. (…) Las verdades civiles son las leyes civiles de los reinos y los estados, que están relacionadas, en otras palabras, con las muchas fases de la justicia que se observa, y en el sentido contrario, con las distintas clases de violencia que existen en la práctica. (D. Wis. XI)

Las virtudes que pertenecen a la sabiduría moral del hombre poseen (…) diversos nombres, y se las denomina (…) sobriedad, probidad (…) amistad, modestia (…) cumplimiento, decoro y también diligencia, industriosidad, vigilancia, celo, liberalidad, generosidad, seriedad, coraje (…) y magnificencia, con otros nombres.

Las virtudes espirituales de los hombres son el amor hacia la religión, la caridad, la verdad, la fe, la conciencia, la inocencia, y muchas otras. Estas virtudes, y las anteriores, pueden significarse en manera general hablando del amor y del celo religioso, del celo ciudadano y del patriotismo, el amor al prójimo, a los padres, a la esposa y a los hijos. En todos éstos dominan la justicia y el juicio. La justicia pertenece a la sabiduría moral, y el juicio a la sabiduría racional. (CL 164)

Todo hombre ha sido enseñado a vivir moralmente, por sus padres y maestros (…) a actuar el papel del buen ciudadano, a desempeñar los deberes de una vida honorable, que están relacionados con las virtudes esenciales, y a ejecutarlos mediante las formalidades de tal clase (…) de vida, o sea todo lo que hace a una buena educación. A medida que avanza en edad, se le enseña a agregar a éstas lo que proviene de la racionalidad, y por lo tanto a perfeccionar todo lo que hay de moral en su vida. En los niños, aun en sus primeras etapas de vida, la vida moral es natural, y posteriormente se vuelve moral y (…) racional. Todos los que reflexionen sobre estos asuntos pueden darse cuenta de que una vida moral es lo mismo que una vida de caridad, y que consiste en actuar justamente con respecto al prójimo, y regular de tal modo la vida que no se contamine de mal. (…) (TCR 443)

Todas las palabras y obras pertenecen a la vida moral y civil, y por lo tanto atañen a lo que es honrado y recto, así como a lo que es justo y equitativo. Lo honrado y lo recto pertenecen a la vida moral y lo justo y equitativo a la vida civil. (HH 484) La vida moral, cuando también es espiritual, es una vida de caridad, porque las prácticas de la vida moral y las prácticas de la caridad son las mismas. La caridad es querer lo justo con respecto al prójimo, y en consecuencia actuar justamente hacia él. Esto también es una vida moral. (TCR 444)

El bien y la verdad hacen la vida del hombre. El bien y la verdad moral y civil hacen la vida del hombre externo, y el bien y la verdad espiritual hacen la vida del hombre interior. (AC 9182) Hay hombres morales que observan los mandamientos de la segunda tabla del decálogo, no cometiendo fraude, blasfemia, venganza o adulterio. Entre éstos, los que se confirman en la creencia de que tales cosas son malas porque injurian el bienestar público, y por lo tanto son contrarias a las leyes del comportamiento humano, practican la caridad, la sinceridad, la justicia, y la castidad. Pero si hacen tales bienes y evitan tales males simplemente porque son males, y no porque al mismo tiempo son pecados en contra del orden divino, aún siguen siendo hombres naturales, y en lo que no es más que natural, sigue enterrada la raíz del mal. (…) (Life 108)

Se adora al Señor principalmente [mediante] (…) una vida según sus ordenanzas en la Palabra, porque es mediante éstas que el hombre se interioriza de la (…) fe (…) y de la (…) caridad. (…) Esta vida es la vida cristiana, y se denomina vida espiritual. Pero la vida que se ajusta a las leyes de lo que es justo y honorable, sin vivir espiritualmente, es una vida moral y civil. Esta vida hace que el individuo humano llegue a ser un ciudadano del mundo, pero la otra hace que llegue a ser un ciudadano del cielo. (AC 8257)


No hay otro aspecto de la moralidad como base de la vida espiritual que reciba mayor tratamiento por parte de los escritos de Swedenborg que las relaciones correctas entre los sexos. Defiende el matrimonio monogámico, en el cual los cónyuges se aman mutuamente y miran hacia el Señor para recibir de él orientación en sus vidas. A tal matrimonio lo denomina auténticamente conyugal y sostiene que cuando la unión de un hombre y una mujer es de este tipo se extiende más allá de la muerte, hasta la eternidad. La muerte no separa a quienes verdaderamente se aman.

Según el punto de vista de Swedenborg, el hombre y la mujer son fundamentalmente diferentes, no sólo en lo que respecta a la apariencia del cuerpo, sino mentalmente. La masculinidad deriva de una naturaleza básicamente intelectual. La feminidad, por otro lado, resulta de cualidades afectivas innatas. La primera mira hacia la sabiduría; la segunda hacia el amor. Juntos forman una unidad, en la cual ambos participantes suplementan y complementan el aporte del otro.

Swedenborg considera que la relación matrimonial es la unidad básica tanto del mundo material como del mundo espiritual. Gracias a ella se perpetúa la raza humana; a partir de ella es que logra mantenerse el orden correcto del universo. Es de ella, al mismo tiempo, que surgen los progresos que la raza puede realizar, porque las parejas de marido y mujer, al buscar juntos ambos integrantes la ejecución de los usos, cumplen el propósito último de la creación. Desde que la relación matrimonial es el semillero de la existencia humana, en ella pueden encontrarse los deleites y la felicidad más grandes.

Swedenborg es sorprendentemente moderno en su aceptación abierta del poder del sexo. En la segunda parte de su libro Amor Conyugal   se ocupa de algunos de los problemas que plantea el impulso sexual. Subtitula esta sección: «Los placeres de la insania que son propios del amor fornicario». En esta sección sigue defendiendo el ideal de un matrimonio auténticamente monogámico, no manchado por otras relaciones. Sin embargo, su visión» realista, reconoce las áreas problemáticas y acepta ciertas categorías de permisividad individual que pueden significar una variación del ideal. Tales variaciones no son propuestas como subtítulos válidos del ideal, sino como desviaciones permisibles.

El hombre nace intelectual, la mujer, volitiva. (…) El hombre nace en el afecto de saber, de comprender y de ser sabio, y la mujer en el amor de unirse con ese afecto en el hombre. Desde que la interioridad forma la exterioridad a su semejanza, la forma masculina es una forma del intelecto, y la forma femenina es una forma del amor de ese intelecto (…) el hombre posee un rostro diferente, una voz diferente y un cuerpo diferente al de la mujer. El hombre tiene un rostro más duro, una voz más áspera, un cuerpo más fuerte, barba en la cara y en general un aspecto menos hermoso que el de la mujer. También difiere en sus modales y porte. En otras palabras, no hay nada en ellos que sea idéntico y sin embargo, aun en las cosas más pequeñas e insignificantes, existe la cualidad conjuntiva. (CL 33)

El hombre no es capaz del más mínimo pensamiento, ni de la más insignificante acción o afecto, en los que no se realice una especie de matrimonio del entendimiento y la voluntad. Sin que haya matrimonio, de alguna forma al menos, no hay nada que pueda producirse o llegue jamás a existir. En las forma orgánicas del hombre, tanto en las compuestas como en las simples, y aun en las más simples, hay una parte pasiva y otra activa, que si no estuvieran unidas como en un matrimonio, tal como el del hombre con la mujer, no podrían siquiera estar ahí, y mucho menos aún producir algo. Ocurre de este modo en todo el universo creado natural. Estos incesantes matrimonios derivan su fuente y origen del matrimonio celestial. En todo lo que existe en la naturaleza universal, tanto en lo animado como en lo inanimado, está impresa la idea del reino del Señor. (AC 718)

La mujer no puede ocuparse de los deberes que son propios del hombre, ni el hombre en los que son propios de la mujer. Difieren entre sí como difieren la sabiduría y el amor de la sabiduría, o el pensamiento y los afectos, o el entendimiento y su voluntad. En los deberes que son propios del hombre, el entendimiento, el pensamiento y la sabiduría ejercen la función preponderante. En los deberes que son propios de las esposas dominan la voluntad, los afectos y el amor. Es a partir de éstos que la mujer cumple con sus deberes, y el hombre a partir de aquéllos con los suyos. Sus respectivos deberes son debido a sus diversas naturalezas, diferentes, y sin embargo son conjuntivos. (…) Muchos creen que las mujeres pueden ejecutar los deberes de los hombres, bastando para ello que se las inicie en una edad muy temprana en la modalidad del varón. Es cierto que se las puede iniciar en la modalidad del varón, pero no en el juicio característico del hombre, del que depende interiormente la ejecución de los deberes del hombre. Por lo tanto, las mujeres que son iniciadas en los deberes de los hombres, se ven constantemente obligadas a consultar a los hombres en materia de juicio, y después, si tienen libertad para actuar, eligen a partir de sus consejos aquello que favorece su propio amor. (…) Por otro lado, los hombres no pueden entrar en los deberes que son propios de la mujer (…) porque no pueden entrar en sus afectos (…) que son diferentes de los afectos de los hombres. (CL 175)

En la esposa es constante la inclinación a unir con ella misma a su esposo, pero en el hombre esta misma inclinación es inconstante y alternada. (…) El amor no puede hacer otra cosa que amar (…) a fin de ser amado, en respuesta. (…) Su esencia y vida no son otra cosa, y las mujeres nacen amores. Los hombres, con quienes se unen para poder ser amadas como respuesta a su amor, son recepciones. El amor es eficiente de manera continua. Es como el calor, la llama y el fuego, que si son restringidos para que no se produzcan, perecen. Es de este modo que en la esposa su tendencia a unirse a su esposo es constante y perpetua. Que en el hombre no haya una inclinación similar hacia su esposa, se debe a que el hombre no es amor sino solamente un recipiente del amor. El estado de recepción va y viene, según las preocupaciones que distraen la atención, según el calor o la falta de calor, en la mente, lo cual se debe a diversas causas, y según el aumento o declinación de los poderes del cuerpo. (…) (CL 160)

Ninguna mujer ama a su esposo por su cara, sino por la inteligencia que demuestra poseer en su empleo y en sus modales. (…) La mujer se une con la inteligencia del hombre, y de este modo, por lo tanto, con el hombre. Si un hombre se ama a sí mismo por su inteligencia, entonces, retira el amor de su mujer para dirigirlo a sí mismo, lo cual produce la desunión y no la unión. Más aún, amar su propia inteligencia es creerse sabio de por sí, y esto es insania. Ama, por lo tanto, su propia insania. (CL331)

La conjunción de un solo hombre con una sola esposa es el tesoro más precioso de la vida humana. (…) (CL 457) Es el más fundamental de todos los amores. (AC 4280) La forma más perfecta y noble de todas las humanas es cuando dos formas se unen en una mediante el matrimonio, y de este modo cuando la carne de dos se convierte en una, según la creación. Porque entonces la mente del hombre es elevada hacia una luz superior, y la mente de la esposa a un calor superior. (…) Se expanden, y florecen y dan fruto, como los árboles en la primavera. Del ennoblecimiento de esta forma se producen y nacen nobles frutos, espirituales en los cielos, naturales en la tierra. (CL 201) [El amor conyugal], considerado en su esencia en virtud de su derivación, es santo y puro, mucho más que cualquier amor con ángeles o con hombres. (…) (CL 64)

Muy pocos reconocerán que todos los gozos y deleites, desde los primeros hasta los últimos, están reunidos en el amor conyugal, debido a que el amor verdaderamente conyugal en el que están reunidos es tan escaso en esta época que se desconoce su naturaleza, y apenas si se sabe que exista. (…) Estos gozos y deleites no existen sino en el genuino amor conyugal. Siendo tan extraño en la tierra, resulta imposible describir sus felicidades supereminentes, fuera del testimonio que dan las bocas de los ángeles. (…) Sus deleites más interiores, que son del alma —a la cual fluyen en primer lugar el amor y la sabiduría, en unión conyugal, o sea el bien y la verdad, del Señor— son imperceptibles, y por lo tanto inefables, porque son deleites al mismo tiempo de la paz y la inocencia. (…) Los deleites (…) llegan a hacerse perceptibles, cada vez en mayor grado, en las regiones superiores de la mente, como estados de bienaventuranza, y en las regiones inferiores como estados de felicidad, y en el pecho, como deleites que de él provienen. Desde el pecho se difunden a cada una de las partes del cuerpo, y finalmente se unen en la culminación, en el deleite de los deleites. (CL 69)

El amor sexual (…) es el universal de todos los amores. (…) Está implantado por la creación en la mismísima alma del hombre siendo por eso la esencia del hombre todo, y esto teniendo como propósito la propagación de la raza humana. (CL 46) El amor sexual no es en el hombre el origen del amor conyugal, sino que es anterior. Es como el exterior natural en el cual se implanta el interior espiritual. (…) El amor verdaderamente conyugal está solamente en aquellos que anhelan ansiosamente la sabiduría, y por lo tanto progresan más y más en ésta. El Señor los prevé, y les ofrece el amor conyugal. Este amor comienza con ellos, es cierto, a partir del amor sexual, o mejor aún, gracias a ese amor, pero no se origina en él. (…) La sabiduría y este amor son compañeros inseparables. El amor conyugal comienza con el amor del sexo, lo cual puede percibirse en el hecho de que antes de haberse encontrado consorte el sexo es amado, en general, y considerado con afecto, y tratado con una moralidad cortés. El hombre joven debe hacer su elección, y (…) gracias a su inclinación inherente al matrimonio (…) que yace oculta en el ámbito más íntimo de su mente, su exterior se recubre de una calidez agradable. (…) Las decisiones con respecto al matrimonio son postergadas a veces por diversas razones aun hasta llegar a la mitad de la vida del hombre, y mientras tanto el comienzo del amor es como un deseo lujurioso. (…) Estas cosas se dicen del sexo masculino, porque posee un impulso capaz de inflamarse, pero no del sexo femenino. El amor sexual no es el origen del amor verdaderamente conyugal; (…) es primero en el tiempo, aunque no en el fin. (CL 98)

El amor del sexo es el amor de muchos y con muchos del sexo, pero el amor conyugal es el amor de uno y con uno solamente del sexo. El amor de muchos y con muchos es un amor natural, porque es común en las bestias y las aves, porque éstas son naturales, pero el amor conyugal es un amor espiritual, peculiar y propio del hombre, porque el hombre ha sido creado, y por lo tanto nace para llegar a ser espiritual. Por (…) [esta] razón, en la medida en que el hombre como hombre va haciéndose espiritual, abandona el amor del sexo y se reviste del amor conyugal. En el principio de la vida matrimonial, el amor del sexo aparece como si estuviera en conjunción con el amor conyugal. Pero a medida que progresa el matrimonio van separándose, y entonces, en aquellos que son espirituales el amor del sexo es exterminado y se insinúa el amor conyugal. Pero en aquellos que son naturales tiene lugar el proceso contrario. (…) El amor del sexo, por ser con muchos y en sí un amor natural. (…) [y hasta podría decirse] animal, es impuro y no casto, y porque es intermitente e ilimitado, es amor carnal. El amor conyugal es totalmente de otro carácter. (CL 48)

El amor del sexo es propio del hombre natural, pero el amor conyugal es del hombre espiritual. El hombre natural ama y desea solamente las conjunciones exteriores, y a partir de ellas los placeres del cuerpo, pero el hombre espiritual ama y desea las conjunciones interiores, y los estados de felicidad espiritual que provienen de éstas. Percibe que éstos pueden darse mejor con una sola esposa, con la cual es posible entrar perpetuamente en una mayor y más profunda conjunción. Mientras más unido está a su esposa, mejor percibe sus estados de felicidad, que ascienden según una similar gradación, y continúan por la eternidad. Pero el hombre natural no piensa en todas estas cosas. (CL 38)

Tampoco es posible el amor verdaderamente conyugal entre un marido y varias esposas porque esto destruye su origen espiritual, que es la unión de dos mentes en una sola mente; y destruye por consiguiente la conjunción interior que es la del bien con la verdad, de cuya conjunción procede la esencia misma de este amor. Un matrimonio con más de una mujer es como un entendimiento dividido entre varías voluntades. (HH 379)

Mediante los esponsales se unen la mente de uno. con la mente del otro, de tal manera que el matrimonio espiritual pueda efectuarse antes del matrimonio del cuerpo. (CL 303) Vistos en sí mismos, los matrimonios son espirituales, y por lo tanto santos. Descienden del matrimonio celestial entre el bien y la verdad; todo lo conjuncional corresponde al matrimonio divino del Señor y la iglesia, y por lo tanto proviene del Señor. (…) Puesto que el orden eclesiástico administra en la tierra todo lo que es propio del sacerdocio con el Señor, es decir, lo que proviene de su amor, y por lo tanto todo lo que pertenece a la acción de bendecir, corresponde que los matrimonios sean consagrados por sus ministros. Porque (…) estos mismos son los principales entre todos los testigos, corresponde que consientan al pacto (…) y que este consentimiento sea escuchado, confirmado y de este modo establecido por ellos. (CL 308)

El primer estado de amor entre los cónyuges es un estado de calidez no templada aún por la luz. A continuación será templado, a medida que el marido sea perfeccionado en la sabiduría y la esposa ame esa sabiduría en el esposo. (CL 145) Esto se efectúa mediante los usos y según éstos, sean cuales fueren los usos que ellos, ayudándose mutuamente, ejecuten. (…) Los deleites son mayores según el calor y la luz, o la sabiduría y su amor, progresen en el proceso de su templanza. (CL 137)

Aquellos que se aman con un amor verdaderamente conyugal, tendrán cada vez mayor felicidad al vivir juntos. Los que no están en tal amor, tendrán cada vez menos felicidad al vivir juntos. (…) Los que están en el amor verdaderamente conyugal (…) se aman mutuamente en todos los sentidos. La esposa no ve nada que sea más adorable que su esposo, y el esposo nada que sea más adorable que su esposa (…) ni hay nada más adorable entre todo lo que escuchan, sienten y tocan. De ahí la felicidad que experimentan al poder vivir juntos en la misma casa, en el mismo cuarto y en la misma cama. (…) (CL 213)

Lo que se hace a partir de un amor verdaderamente conyugal se hace en plena libertad de ambos lados, porque toda libertad proviene del amor, y ambos son libres cuando cada uno ama lo que el otro piensa y (…) quiere. Por esto el deseo de mandar destruye, en los matrimonios, el verdadero amor, porque desplaza la libertad, y por lo tanto también el deleite. El deleite de mandar (…) produce los desacuerdos, y pone a las mentes en enemistad, y hace que los males echen raíz, según la naturaleza de la dominación de una parte, y de la naturaleza de la correspondiente servidumbre, de la otra.

Los matrimonios son santos, y (…) dañarlos es dañar lo que es santo. (…) Los adulterios son profanos. Del mismo modo como el deleite del amor conyugal desciende del cielo, el deleite del adulterio asciende del infierno. (AC 10173)

Quienes han vivido juntos unidos por un amor verdaderamente conyugal, no desean volverse a casar [si uno de los dos cónyuges muere], a menos que sea por razones aparte del amor conyugal. (…) Están unidos en cuanto almas, y por lo tanto en cuanto mentes. Siendo que esta unión es espiritual, es una verdadera unión del alma y la mente de una de las partes con el alma y la mente de la otra, algo que no hay modo de disolver. (…) En cuanto al cuerpo también están unidos, mediante la recepción por la esposa de las propagaciones del alma de su esposo, y por lo tanto mediante la inserción de su vida en la de ella, proceso mediante el cual la virgen se convierte en esposa. (…) La recepción del amor conyugal de la esposa por parte del esposo, (…) ordena la interioridad de su mente, y al mismo tiempo la interioridad y la exterioridad de su cuerpo, constituyéndolo en un estado receptivo del amor y perceptivo de la sabiduría. (…) [Este] estado hace que pase de ser célibe a ser esposo. (…) Hay una esfera de amor que emana continuamente de la esposa, y una esfera de entendimiento que emana continuamente del esposo, y (…) esto perfecciona las conjunciones. (…) (CL321)

Ninguno puede conocer la naturaleza de la castidad del matrimonio, excepto aquel hombre que rechaza como pecado la lascivia del adulterio. (…) La lascivia del adulterio y la castidad del matrimonio, se oponen entre sí exactamente de la misma manera como se oponen el cielo y el infierno; la lascivia del adulterio hace un infierno en el hombre y la castidad del matrimonio un cielo. (Life 76)

El hombre sensual cree, fundándose en falacias, que el adulterio es permitido. Partiendo de lo sensual, llega a la conclusión de que los matrimonios se constituyen meramente por respeto del orden y para asegurar la educación de los hijos, y que en la medida en que este orden no es alterado, no tiene importancia de quién sean los hijos. [Cree] que lo que es propio del matrimonio difiere de la lascivia solamente en que está permitido. (…) [Un hombre sensual no puede aceptar la idea que] (…) el matrimonio celestial y el matrimonio terrenal [se corresponden] (…) que ninguno puede tener en sí lo que concierne al matrimonio a menos que esté en el bien y en la verdad espirituales (…) que el verdadero matrimonio no puede existir entre un esposo y muchas esposas, y que los matrimonios son en sí mismos (…) santos. (…) Cuando (…) lo sensual gobierna en el hombre, lo racional (…) no ve nada y es como si estuviera en tinieblas espesas, y entonces se cree que es racional lo que se infiere por lo que es sensual. (AC 5084)

La fornicación proviene del amor del sexo. (…) El amor del sexo es una fuente de la que derivan al mismo tiempo el amor conyugal y el amor carnal. (…) El amor del sexo está presente en cada hombre, y puede o no manifestarse. Si se manifiesta antes del matrimonio con una prostituta se denomina fornicación. Si no se manifiesta hasta que el hombre tiene su esposa, se denomina matrimonio. Si se manifiesta después del matrimonio, con otra mujer que la esposa, se denomina adulterio. Por lo tanto (…) el amor del sexo es una fuente de la que deriva el amor casto y el amor no casto. (…) [Pero nadie debiera llegar] a la conclusión de que quien ha fornicado antes del matrimonio (…) puede ser más casto en el matrimonio.

El amor del sexo, del cual proviene la fornicación, comienza cuando el joven empieza a pensar y actuar a partir de su propio entendimiento y su voz se hace masculina. (…) En ese momento tiene lugar un cambio en la mente. Antes pensaba solamente a partir de las cosas que llevaba en la memoria, meditándolas y obedeciéndolas. Después, dispondrá las cosas que están en su memoria de una manera distinta, y según este nuevo orden comienza su nueva vida. Sucesivamente, cada vez pensará más y más según su propia razón, y querrá a partir de su propia libertad. El amor del sexo viene inmediatamente después de este nacimiento de la capacidad de entender, y progresa según el vigor de ésta. (…) Es sabiduría restringir el vigor del amor del sexo, e insania dejarlo en libertad. (CL 445-446)

Si a causa del irrefrenado poder de la concupiscencia, ésta no puede ser refrenada, debe buscarse un curso intermedio, mediante el cual pueda mantenerse vivo al amor conyugal. La [cohabitación limitada] es este medio. [Mediante ésta] podrá contenerse y limitarse la fornicación promiscua, e inducirse un estado restringido, más afín a la vida del amor conyugal. El ardor de la lujuria, que hace como hervir la sangre cuando comienza a manifestarse, será aquietado y suavizado, y de este modo también la lascivia, que es un daño, podrá atemperarse mediante algo que es análogo al matrimonio. (…) Pero estas cosas no se dicen respecto de quienes pueden controlar el emergente deseo de lascivia, ni de quienes pueden entrar en el matrimonio tan pronto como han llegado a la pubertad, y pueden ofrecer y dedicar los primeros frutos de su virilidad a sus esposas. (CL 459)

El amor conyugal de un hombre con una esposa es un tesoro precioso de la vida humana. (…) En y a partir de esta unión es que se reciben las bienaventuranzas celestiales, las satisfacciones espirituales y, por éstas, los deleites naturales, que desde el principio se han provisto para aquellos que están enamorados en un amor verdaderamente conyugal. Es el fundamental entre todos los amores celestiales, espirituales y (…) naturales. En este amor se reúnen todos los gozos y todas las felicidades, desde las primeras hasta las últimas. (CL 457)


La forma en que Swedenborg concibe la naturaleza de la creación descansa en su creencia en la inviolabilidad de la libertad humana. El hombre puede usar esta libertad para fines que afirman o niegan el plan divino; de otro modo, la libertad del hombre no sería genuina. Sin embargo, dentro del ámbito de la libertad divinamente otorgada, Dios espera que el hombre la use para aplicarse a la sabiduría. Swedenborg define la sabiduría como la fusión del bien y la verdad, en apoyo del uso. Algunos de los aspectos más difíciles de la concepción de vida de Swedenborg se encuentran en sus comentarios sobre la naturaleza de la mente humana, cómo ésta recibe influjos (influencias) del mundo espiritual, y cómo llega a adoptar decisiones. Los extractos que siguen a continuación se han escogido teniendo en mente el propósito de que sirven como introducción a las ideas de Swedenborg con respecto al tema muy difícil de la naturaleza de la sabiduría, un tema sobre el que han discutido durante siglos los filósofos y los teólogos, sin haber llegado a ponerse de acuerdo.

El orden divino [establece que] el hombre ha de actuar libremente, según la razón, porque actuar libremente según la razón es actuar a partir de sí mismo. Y sin embargo, estas dos facultades, la libertad y la razón, no pertenecen (…) [al hombre] sino que son del Señor en él. En la medida en que es hombre, no se le debe privar de ellas, porque sin ellas no podría reformarse. Sin ellas no puede haber arrepentimiento, no se puede luchar contra el mal, y luego producir frutos dignos de arrepentimiento. El hombre posee la libertad y la razón a partir del Señor. Al actuar a partir de ellas, por lo tanto, el hombre no está actuando desde sí mismo, aunque actúa como si fuera desde sí mismo. (Life 101)

Hay tres cosas que van unidas y que no pueden separarse, el amor, la sabiduría y el uso de la vida. Si se separa uno de estos tres, los otros dos se desploman. (AR 352) Nadie crea que posee sabiduría, por saber muchas cosas, percibir muchas cosas bajo una cierta medida de luz, o ser capaz de hablar inteligentemente sobre ellas, a menos que su sabiduría esté unida al amor. Es el amor que, mediante sus afectos, produce la sabiduría. Sin estar unida al amor, la sabiduría es como un meteoro que se desvanece en el aire, como una estrella errante. La sabiduría unida al amor es como la luz imperecedera del sol, y como una estrella fija en el firmamento. El hombre posee el amor de la sabiduría cuando experimenta aversión (…) hacia las pasiones del mal y la falsedad. (DP 35)

En la [mente] hay conocimientos acumulados en la memoria de distintas clases. Hay conocimientos acumulados en la memoria con respecto a las cosas terrenales, corporales y mundanales, y éstos son los más inferiores, porque proceden de manera inmediata de los sentidos exteriores, o del cuerpo. Hay conocimientos acumulados en la memoria sobre el estado civil, su gobierno, sus estatutos y leyes, que son algo más interiores. Hay conocimientos acumulados en la memoria sobre las cosas de la vida moral, que son aún más interiores. Pero los conocimientos acumulados en la memoria que pertenecen a la vida espiritual son todavía más interiores que todos. Entre estos últimos (…) las doctrinas de la iglesia (…) en la medida en que están en un hombre solamente por la enseñanza de la doctrina, no son sino conocimientos acumulados en la memoria. Pero cuando provienen del bien del amor, se elevan por encima de los conocimientos acumulados en la memoria, porque entonces están en la luz espiritual, desde donde contemplan a los conocimientos acumulados en la memoria por debajo de ellos, en la jerarquía [de los contenidos mentales]. Mediante los grados de los conocimientos acumulados en la memoria el hombre va ascendiendo hacia la inteligencia, porque es mediante estos grados que los conocimientos acumulados en la memoria abren la mente, de tal manera que la luz celestial pueda fluir en ella. (AC 5934)

Desde su infancia hasta el fin de su vida en la tierra, el hombre es perfeccionado en la inteligencia y la sabiduría, y si él consiente, en la fe y el amor. Los conocimientos acumulados en la memoria tienen por objeto principalmente conducir a este uso. Se absorben los conocimientos mediante el oído, la vista y la lectura, y se los almacena en la memoria exterior o natural. Están a la disposición de la visión interior o entendimiento, que se vale de ellos como de un plano de objetos, entre los cuales puede escoger y entresacar aquellos que promuevan la sabiduría. En virtud de su luz, que proviene del cielo, la visión interior o entendimiento contempla este plano, es decir, esta memoria, que está debajo de él. De entre las distintas cosas que están allí elige y entresaca aquellas que concuerdan con su amor. A éstas las convoca a sí desde aquel plano, y las almacena en (…) la memoria interior. De ésta es que vive el hombre interior, y su inteligencia y sabiduría provienen de ella. (AC 9723)

Un niño, no teniendo aún una edad madura, no puede pensar a partir de nada verdaderamente superior a su exterior natural, porque compone sus ideas a partir de las cosas de los sentidos. Pero a medida que crece y, de entre las cosas de los sentidos, extrae conclusiones con respecto a las causas, comienza a pensar desde el interior natural. Con las cosas de los sentidos, entonces, formará algunas verdades, que se elevan por encima de los sentidos, aunque siguen estando, sin embargo, dentro del plano de las cosas naturales. Pero cuando llega a ser un hombre joven, al madurar, si cultiva su racionabilidad, formará razones a partir de las cosas que tiene en su interior natural, razones que son verdades aún más elevadas y son como si fuesen extraídas de las cosas en el interior natural. Las ideas del pensamiento que se forman a partir de éstas en el mundo erudito e intelectual se denominan ideas intelectuales o inmateriales. [Por otro lado], las ideas que [derivan] de los conocimientos acumulados en la memoria (…) de los sentidos (…) participan del mundo [y] se denominan ideas materiales. De este modo el hombre asciende en su entendimiento desde este mundo hacia el cielo. Pero aún no llega al cielo con su entendimiento, a menos que reciba el bien del Señor, que está permanentemente presente y fluye permanentemente hacia él. Sí recibe los bienes, las verdades también le son concedidas, porque en el bien todas las verdades encuentran su morada. Así como las verdades le son concedidas, así también el entendimiento, en razón del cual [tal vez] llega a estar en el cielo. (AC 5497)

El hombre no es hombre por poseer un rostro humano y un cuerpo humano, sino por la sabiduría de su entendimiento y la bondad de su voluntad. Al ascender la calidad de éstas, cada vez se convierte en más hombre. Al nacer el hombre es más bruto que cualquier animal, pero se convierte en hombre gracias a los distintos tipos de instrucción que recibe, mediante las cuales se forma su mente. Gracias a su mente, y según la calidad que ésta posea, el hombre es hombre. Hay algunas bestias cuyos rostros se asemejan al humano, pero éstas no gozan de la facultad del entendimiento o de hacer lo que hacen a partir del entendimiento. Actúan a partir del instinto que su amor natural excita. (…) La bestia expresa mediante sonidos los afectos de su amor, mientras que el hombre los expresa mediante el lenguaje, así como se formulan en su mente. La bestia, con su rostro hacia abajo, mira la tierra, mientras que el hombre, con su rostro hacia arriba, contempla el cielo a su alrededor. De todo esto puede inferirse que el hombre es hombre en la medida en que habla a partir de una sana razón y mira hacia adelante, contemplando su mansión en el cielo. [Cuando] habla a partir de una razón pervertida, y mira solamente su mansión terrenal, (…) no es un hombre. Sin embargo, aun éstos son potencialmente humanos, aunque no realmente, porque cada hombre goza de la habilidad de comprender la verdad y de querer lo bueno. Pero en la medida en que no desea hacer lo bueno ni comprender la verdad, lo único que hace es falsificar al nombre en su exterioridad, y hacer el papel del mono, imitando al verdadero hombre. (TCR 417)

Las verdades deben conocerse y creerse, porque el hombre es iluminado mediante las verdades, pero es engañado por las mentiras. Gracias a las verdades se abre a lo racional un campo inmenso y casi ilimitado. Pero las mentiras no abren campo alguno, aunque no parezca ser así. Es porque los ángeles están en las verdades, que ellas gozan de una sabiduría inmensa, porque la verdad es la mismísima luz del cielo. (AC 2588)

El que aprende las verdades y no las practica, es como el que siembra semilla en un campo y no trabaja la tierra. La semilla se hincha por las lluvias y se arruina. Pero el que aprende verdades y las practica, es como el que siembra y cubre las semillas, y la lluvia entonces sirve para que se produzcan plantas de cereales, y pueda cosecharse mucho grano, y ser usado para la alimentación. (TCR 347)

Los hombres sensuales pueden razonar, algunos más hábilmente y con más perspicacia que otros hombres, pero únicamente por virtud de las falacias de los sentidos confirmados por sus saberes, y porque pueden razonar así con habilidad ellos se creen más sabios que otros. [Empero] el fuego que aviva (…) sus raciocinios es el fuego del amor al propio yo y al mundo. (HH 353)

Todos [los hombres] tienen la capacidad de entender y de ser sabios, pero la razón por la que algunos son más sabios que otros es que no todos atribuyen al Señor del mismo modo todas las cosas que pertenecen a la inteligencia y la sabiduría. (…) Los que atribuyen todo al Señor son más sabios que el resto, porque todas las cosas del bien y la verdad, que constituyen la sabiduría, fluyen del cielo. (…) La atribución de todas las cosas al Señor abre los interiores del hombre hacia el cielo, porque es de este modo que se reconoce que ninguna de las cosas que pertenecen a la verdad y al bien son de uno mismo. En la proporción en que se reconoce esto, se aparta de uno el amor de sí mismo, y con el amor de sí mismo la espesa tiniebla de las falsedades y los males. En la misma proporción, también, el hombre ingresa en la inocencia, y en el amor y la fe del Señor de donde proviene la conjunción con lo Divino, el influjo (influencia) de allí, y su iluminación. (…) Todos por igual poseen la capacidad de ser sabios [aunque] no (…) la capacidad de llegar a poseer la misma medida de sabiduría. (…) Por la capacidad de ser sabios no se quiere decir la capacidad de razonar acerca de las verdades y los bienes que derivan de los conocimientos acumulados en la memoria, ni la capacidad de confirmar lo que a uno se le ocurra. La capacidad de ser sabios es la de discernir lo que es bueno y verdadero, elegir lo adecuado, y aplicarlo a los usos de la vida. Los que atribuyen todas las cosas al Señor son capaces de este discernimiento, elección y aplicación, mientras que quienes no atribuyen todas las cosas al Señor, sino a sí mismos, solamente saben cómo razonar sobre las verdades y los bienes. (…) Al no poder contemplar ellos mismos las verdades quedan separados y confirman todo lo que reciben, sea verdadero o falso. Los que pueden hacer eso en forma docta gracias a los conocimientos acumulados en la memoria son tenidos por el mundo como más sabios que otros. Pero cuanto más se atribuyan a sí mismos todas las cosas, más amarán lo que ellos mismos piensan, y más insanos serán. Confirman falsedades antes que verdades, males antes que bienes, y esto por no tener otra luz que aquella de las falacias y apariencias del mundo, y consecuentemente, su propia luz [natural] (…) que está separada de la luz del cielo. La luz (…) de este modo separada no es sino espesa tiniebla en comparación con las verdades y los bienes del cielo. (AC 10227)

La sabiduría procede del Señor, de la sabiduría procede la inteligencia, de la inteligencia la razón, y de este modo, mediante la razón, se vivifican los conocimientos de la memoria. Este es el orden de la vida. (…)(AC 121)


Según Swedenborg la vida debiera centrarse en la religión, y la vida religiosa consiste en hacer el bien. Pero no buscó una organización eclesiástica determinada que apoyara su concepto de la religión. Creía que la forma de la religión significaba muy poco, en comparación con su esencia: una vida de uso. Por lo tanto es la calidad de la vida de un hombre la que define su verdadera religión.

Swedenborg, aunque estaba convencido de que Dios a través de él, estaba comunicando una nueva revelación a los hombres, era de una mente ecuménica. Afirmó que todos los hombres pueden ir al cielo, siempre que lleven una buena vida, según los preceptos de su creencia religiosa.

Las verdades que cada una de las religiones ha recibido, afectan, sin embargo, los bienes particulares que su práctica produce. Swedenborg tiene como ideal la aceptación final por todos los hombres de una fe racional. Sin embargo sus enseñanzas permiten distintas formas de individualidad religiosa, siempre que éstas sean coherentes con la creencia en un universo centrado en Dios.

Toda religión está relacionada con la vida, y la vida de la religión es hacer el bien. (Life I) La glorificación de Dios (…) significa producir los frutos del amor, es decir, hacer con fidelidad, sinceridad y diligencia la tarea para la cual estamos empleados. Esto pertenece al amor de Dios y al amor al prójimo. Y éste es el lazo que une a la sociedad, y su bien. Mediante esto Dios es glorificado. (…) (CL 9)

Todo hombre religioso sabe y reconoce que quienes llevan una buena vida son salvos, y que quienes llevan una mala vida son condenados. Sabe y reconoce que el hombre que vive rectamente, piensa rectamente, no sólo con respecto a Dios, sino también con respecto al prójimo. No ocurre así con el hombre cuya vida es mala. La vida del hombre es su amor, y aquello que ama, no solamente le gusta hacerlo sino que también le gusta pensarlo. (…) Hacer el bien actúa al unísono con el pensamiento del bien, porque si en alguien estas dos cosas no actúan como una sola, no son de su vida. (Life I)

La calidad de un acto o de una obra es tal como es la de la voluntad y el pensamiento que los produce. Si el pensamiento y la voluntad son buenos, entonces los actos y las obras son buenos, pero si el pensamiento y la voluntad son malos entonces los actos y las obras son malos por más que en la forma externa parezcan iguales. Mil hombres pueden (…) realizar actos parecidos, tan similares en cuanto a la forma exterior que apenas pueden distinguirse, y sin embargo, en y por sí considerado, cada uno es diferente puesto que proviene de una voluntad diferente. (HH 472)

Reconocer a Dios y abstenerse de hacer el mal porque es contra Dios, son las dos cosas que hacen de una religión una religión. Si faltase una de estas dos cosas no podría llamarse religión. Reconocer a Dios y hacer el mal es una contradicción; también lo es hacer el bien y no reconocer a Dios, porque lo primero no es posible sin lo segundo. El Señor ha dispuesto que haya alguna forma de religión en todos los pueblos, y que en todas las religiones haya estas dos cosas. El Señor también ha dispuesto que quienes reconocen a Dios tengan un lugar en el cielo. (DP326)

La religión, en lo que respecta al hombre, consiste en vivir según los mandamientos divinos, que están resumidos en el Decálogo. El (…) que no vive según estos mandamientos no puede tener religión, desde que no teme a Dios y menos aún puede amarle. ¿Puede acaso el que roba, comete adulterio, mata o da falso testimonio, temer a Dios o al hombre? (AE 948) Es un principio común de todas las religiones que el hombre ha de examinarse a sí mismo, arrepentirse y desistir de sus pecados, y que si no hace estas cosas está en un estado de condenación. (Life 64)

El hombre vive su vida moral a partir de un origen espiritual cuando la vive por su religión. (…) [Entonces] piensa, cuando se le presenta algo malo, insincero o injusto, que no se lo debe hacer, porque es contrario a las leyes de Dios. Cuando uno se abstiene de hacer estas cosas por deferencia hacia la ley divina, adquiere para sí una vida espiritual y su vida moral, entonces, deriva de su vida espiritual. Mediante tales pensamientos y tal fe el hombre se comunica con los ángeles del cielo. Mediante la comunicación con el cielo se abre su hombre espiritual interior, cuya mente es una mente más elevada, tal como la que poseen los ángeles del cielo, y mediante ésta resulta imbuido de una inteligencia y una sabiduría celestiales. (…) Vivir una vida moral a partir de un origen espiritual es vivir teniendo la religión como fundamento. (…) Los que viven una vida moral con la religión y la Palabra como fundamento, son elevados por encima de su hombre natural, y por lo tanto por encima de lo que les es propio, y son conducidos por el Señor a través del cielo. Poseen fe, el temor de Dios y conciencia, y también el afecto espiritual de la verdad, que es el afecto de los conocimientos de la verdad y el bien que proviene de la Palabra. Para tales hombres éstas son leyes divinas, y viven según ellas. (…)

Pero por otro lado, tener una vida moral que no esté fundada en la religión, sino solamente en el temor de las leyes de este mundo, o en el miedo de perder la fama, el honor o el provecho propio, es vivir moralmente pero no a partir de un origen espiritual sino de un origen natural. Para los tales no hay comunicación posible con el cielo. En cuanto pien¬san- de manera insincera con respecto a su prójimo, aun cuando hablen y actúen de otro modo, su hombre interior espiritual está cerrado, y solamente está abierto el hombre interior natural. Cuando éste es el que ha muerto, es iluminado por la luz del mundo, pero no por la luz del cielo. Por esta razón, tales hombres no consideran las cosas divinas o celestiales, y algunos llegan a negarlas, creyendo que la naturaleza y el mundo son todo cuanto existe. (AE 195)

Desde los tiempos más antiguos ha habido religión, y (…) en todo lugar los habitantes del mundo han tenido el conocimiento de Dios, y han sabido algo con respecto a la vida después de la muerte. (…) (SS 117) Es propio de la Divina Providencia del Señor que todas las naciones tengan alguna forma de religión. (…) Toda nación que vive según la religión que tiene, es decir, que evita hacer el mal porque está en contra de su Dios, recibe algo de lo espiritual en su natural. (…) [Si alguien dice] he sido bautizado y conozco mucho del Señor, y he leído la Palabra y he participado en el sacramento de la Cena, ¿significa todo esto algo si no considera que los homicidios, la venganza que los alimenta, los adulterios, los hurtos secretos, los falsos testimonios o las mentiras y las distintas formas de violencia son pecados? Piensa tal hombre en Dios o en alguna ma¬nera de vida eterna? ¿No declara la recta razón que tal persona no puede ser salva? (DP 322)

La opinión general es que a los que han nacido fuera de la iglesia, los cuales se llaman paganos o gentiles, no se les puede salvar, por la causa de que, no teniendo la Palabra, ignoran al Señor, y que aparte del Señor no hay salvación. Pero, no obstante, se puede saber que también ellos se salvan, por esto solamente que la misericordia del Señor es universal, es decir, para con cada uno particularmente, que ellos nacen hombres tanto como los que están dentro de la iglesia, los cuales son pocos relativamente, y no tienen ellos la culpa de que ignoran al Señor. El que piensa por una razón algo ilustrada puede ver que ningún hombre ha nacido para el infierno, porque el Señor es el amor mismo y su amor es querer salvar a todos. (HH 318) Muchos paganos viven vidas morales, porque piensan que no debe hacerse el mal, siendo contrario a la religión que profesan. Es por esto que hay tantos entre ellos que son salvos. (AE 195) El cielo está dentro del hombre y quien tiene en sí el cielo va al cielo. El cielo en el homo es reconocer lo Divino y ser guiado por lo Divino. (HH 319)

Todos nacen en la religión de sus padres, desde su infancia son iniciados en ella, y después se adhieren a ella. (. . .) El que permanece en su religión (…) cree en Dios (…) considera que la Palabra es santa (…) vive según los diez mandamientos y no jura fidelidad a falsedades (…) puede abrazar la verdad y ser apartado de las mentiras. No ocurre así con el hombre que ha confirmado las mentiras de su religión, porque la mentira confirmada permanece, y no se la puede desarraigar. Después de ser confirmada, una mentira permanece como si el creyente hubiera jurado fidelidad a ella, especialmente si es acorde a su propio amor de sí mismo, y el orgullo que deriva de su propia sabiduría. (SS 92)

Es muy común que quienes han aceptado una opinión con respecto a cualquier verdad de la fe, juz¬guen que los demás no pueden salvarse, a menos que lleguen a creer lo que ellos creen, un juicio que el Señor ha prohibido. (…) Los hombres de todas las religiones son salvos, siempre que mediante una vida de caridad hayan recibido del Señor fragmentos, siquiera, del bien y de la verdad. (…) La vida caritativa consiste en pensar bien con respecto al otro, y (…) querer el bien del otro, y (…) percibir gozo en uno mismo a partir del hecho de que otros sean salvos. (AC 2284)

La iglesia espiritual del Señor (…) existe en todo el mundo universal. No está confinada a los que tienen la Palabra y por lo tanto conocen al Señor y algunas de las verdades de la fe. Existe también con aquellos que no tienen la Palabra y que por lo tanto desconocen por completo al Señor y en consecuencia no conocen las verdades de la fe. (…) (AC 3263)

Hay tres cosas que son esenciales en la iglesia: el reconocimiento de lo divino del Señor, el reconocimiento de la santidad de la Palabra y la vida que se denomina caridad. (…) Si estos tres elementos hubieran sido reconocidos como lo esencial de la iglesia, las diferencias intelectuales no la hubieran dividido sino solamente diversificado, tal como la luz varía en hermosos colores según los objetos que ilumina o como las diferentes insignias de la realeza prestan su belleza a la corona del rey. (DP 259)

El hombre natural dice en su corazón ¿cómo puede ser que existan tantas religiones discordantes en vez de una sola religión verdadera, a través del mundo, si la Providencia divina tiene como fin para la raza humana un mismo cielo? Pero todos los seres humanos que nacen, por enorme que sea su variedad y distinta su religión, pueden ser salvos, siempre que reconozcan a Dios y vivan según los mandamientos del Decálogo, que son no matar, no cometer adulterio, no robar, no dar falso testimonio, por ser todas estas cosas contrarias a la religión, y por lo tanto contrarias a Dios. Tales son los que temen a Dios y aman al prójimo. Temen a Dios en el pensamiento de que hacer todas estas cosas es contrario a Dios. Aman al prójimo en el pensamiento de que matar, cometer adulterio, robar, dar falso testimonio y codiciar la casa o la esposa del prójimo son acciones contrarias al prójimo. Porque los que actúan de este modo tienen su mirada puesta en Dios y no hacen mal al prójimo, son verdaderamente guiados por el Señor. Los que viven de este modo, están abiertos a recibir enseñanza, mientras que ocurre todo lo contrario con los que no viven de esta manera. Porque están abiertos a recibir enseñanza, cuando se vuelven espíritus, después de la muerte, son instruidos por los ángeles y aceptan con alegría las verdades que están contenidas en la Palabra. (DP 253)

La religión del mundo cristiano ha cerrado el entendimiento, y la sola fe lo ha sellado. Ambas cosas han colocado alrededor suyo como un muro de hierro, el dogma de que las cuestiones teológicas trascienden la comprensión, y no pueden alcanzarse por lo tanto mediante ejercicio de razón alguno, y que son para los ciegos, no para quienes ven. De este modo es que se han ocultado las verdades que enseñan el significado de la libertad espiritual. (DP149)

Lo que pertenece a la doctrina no constituye por sí mismo lo exterior, y mucho menos lo interior. (…) Ni sirve para que el Señor distinga unas iglesias de otras; lo que verdaderamente sirve para tal cosa es una vida según las doctrinas, todas las cuales siempre que sean verdaderas, tienen a la caridad como su fundamento. ¿Qué es una doctrina, sino aquello que le enseña al hombre cómo vivir? En el mundo cristiano lo que distingue a las iglesias son las cuestiones doctrinales. A partir de éstas es que los hombres se autodenominan católico-romanos, luteranos o calvinistas, o reformados, o evangélicos, y por otros nombres. Es a partir de lo doctrinal, exclusivamente, que se denominan con estos nombres, lo cual no ocurriría si hicieran del amor al Señor y de la caridad hacia el prójimo lo más importante de su fe. Las cuestiones doctrinales, entonces, serían solamente variantes de opinión en lo que concierne a los misterios de la fe, algo que los verdaderos cristianos dejarían a la conciencia individual de cada persona, y dirían interiormente, en sus corazones que el auténtico cristiano es aquel que vive como un cristiano, es decir, tal como el Señor lo enseña.

De todas las iglesias diferentes se haría una sola Iglesia. Todas las disensiones que provienen exclusivamente de las doctrinas desaparecerían. En un momento se disiparían los odios de los unos contra los otros, y el Reino de Dios vendría a la tierra. (AC 1799)

Cuando la propia verdad es recibida como un principio (…) así como por ejemplo, que el amor hacia Dios y la caridad hacia el prójimo son (…) lo esencial de toda doctrina y culto (…) las herejías desaparecerían y surgiría una iglesia a partir de muchas, no importa cuan considerables pudiesen ser las diferencias doctrinales y rituales que fluyeran de ella, o que conduzcan a ella. Si ahora fuese así todos (…) serían como los miembros y los órganos de un mismo cuerpo, aun siendo diferentes en las formas o las funciones. Tendrían todos relación con un mismo corazón, del cual dependerían todos, tanto en lo general como en lo particular, aun cuando sus formas respectivas variaran muchísimo. En este caso también, todos dirían de los demás, en cualquier forma ritual exterior o en cualquier doctrina que se fundaran: Este es mi hermano: veo que adora a Dios y que es un buen hombre. (AC 2385)

Con respecto a (…) los sacerdotes, éstos debieran enseñar a los hombres el camino al cielo, y también conducirlos por él. Debieran enseñarles según la doctrina de su propia iglesia, a partir de la Palabra, y enseñarles a vivir de acuerdo con ésta. Los sacerdotes que enseñan verdades, y que mediante ellas conducen a la buena vida, y de este modo al Señor, son buenos pastores. (…) Pero los que enseñan y no conducen a la buena vida, y de este modo al Señor, son malos pastores.

Los sacerdotes no debieran reclamar para sí ningún poder sobre las almas de los hombres, porque no saben cuál es el estado interior de los hombres. Menos aún debieran reclamar para sí el poder de abrir o cerrar las puertas del cielo, desde que ese poder pertenece exclusivamente al Señor.

Se debe respetar y honrar a los sacerdotes, teniendo en cuenta que manejan cosas sagradas. Pero los que son sabios honran sobre todo al Señor, a quien pertenecen las cosas santas y no a sí mismos. Los que no son sabios se atribuyen el honor a sí mismos; éstos lo quitan del Señor. (…) El honor de cualquier tarea no está en la persona, sino que se le suma a la persona, según la dignidad de la cosa que administra. Lo que se suma a la persona no le pertenece y está separada de ella por el empleo. Todo honor personal es el honor de la sabiduría y del temor del Señor.

Los sacerdotes debieran enseñar al pueblo y guiarlo mediante verdades hacia la vida buena, pero no deben obligar a nadie, desde que nadie puede ser obligado a creer lo contrario a lo que piensa que es verdadero en su corazón. El que cree cosas distintas al sacerdote y no provoca desorden alguno, debiera ser dejado en paz… (NJHD 315-318)


Hay muchos pensadores modernos que ponen en tela de juicio la existencia del mal y del pecado. Pero Swedenborg creía en la realidad de éstos. El mal y la mentira existen, y son, juntos, los que conducen al pecado. El pecado, al repetirse, nos confirma en la pecaminosidad, y es de este modo como los pecadores terminan por quedar consignados al infierno. Puede decirse, entonces, que la concepción que Swedenborg tiene de la vida incluye una doctrina muy similar a la doctrina tradicional cristiana del mal.

Sin embargo, Swedenborg ofrece muchas ideas noveles sobre el tema. El mal y la mentira no fueron partes originales del orden creado por Dios por tanto en cuanto el hombre recibió la libertad auténtica de poder elegir entre el mal y el bien. Subsecuentemente, sin embargo, los hombres han venido naciendo con una tendencia hacia los males de sus antepasados. No obstante, ningún hombre adquiere mal alguno, salvo como resultado de su confirmación personal mediante las acciones de su vida. El individuo humano hace aquello que ama; puede violar el orden, según el ejercicio de su libre arbitrio innato.

El arrepentimiento del pecado puede conducir a la regeneración del carácter fundamental de un hombre, y a la felicidad final en el cielo. Tal regeneración del carácter proviene del Señor, pero es el hombre el que debe iniciar el proceso. La iniciativa puede surgir solamente de un genuino deseo de reforma, es decir, de una elección libre. El amor divino busca la salvación de cada individuo humano, pero permite que vayan al infierno los que no desean ser salvos. Ningún fíat divino podría alterar esto, sin negar fundamentalmente al individuo humano la oportunidad de ser capitán de su propia alma.

¿Concuerda con la justicia divina, que por haber [Adán y Eva] (…) comido de aquel árbol, ambos hayan sido maldecidos, y que esta maldición se adhiera a todos los hombres que siguieron después de ellos? ¿[Ha sido] (…) toda la raza humana maldecida (…) por la falta de un hombre, en el cual no había un mal que emanara de la concupiscencia de la carne, o de la iniquidad del corazón? ¿Por qué no contuvo Jehová Dios a Adán a que no comiera del árbol, desde que estaba presente allí y vio las consecuencias? ¿Y por qué no arrojó la Serpiente al Hades antes que lograra persuadirlo?

(…) Dios no hizo nada de esto, porque hubiera privado al hombre de su libertad de elección, a partir de la cual el hombre es hombre, y no una bestia. Cuando se sabe esto es muy evidente que mediante estos dos árboles, uno de la vida y otro de la muerte, está representado el libre arbitrio del hombre en las cosas espirituales. Más aún, el mal heredado no proviene de esta fuente sino de los padres directos de cada hombre, y de los padres de los padres, que transmiten a sus hijos todas las inclinaciones al mal en las que ellos mismos han vivido. La verdad de esto puede entenderla claramente cualquiera que estudie con cuidado las costumbres, las disposiciones y los rostros de los niños (…) que han descendido de un padre. Sin embargo depende de cada uno en cada familia si quiere acceder o apartarse del mal heredado desde que cada uno queda librado a su propio arbitrio. (TCR 469)

Los males (…) no existieron hasta después de la creación. (Can, VI, 10) Al apartarse de Dios (…) [el hombre] impuso (…) [el mal] en su mundo y en su propia persona. [El] (…) origen del mal no fue con Adán y su esposa, sino cuando la Serpiente dijo: «El día en que comáis del árbol del conocimiento del bien y del mal, seréis como Dios». (Gen 3:5) Entonces se apartaron de Dios y se volvieron hacia sí mismos como dioses. Se convirtieron en sí mismos en el origen del mal. (CL 444)

La eminencia y la opulencia en el mundo no son verdaderas bendiciones divinas (…) [aunque] el hombre, por el placer que deriva de ellas, quiera denominarlas así. Seducen (…) a muchos y los apartan del cielo. La vida eterna, y su felicidad, son bendiciones auténticas, que provienen de lo Divino. Los malos triunfan en males que son acordes a sus artes (…) porque pertenece al orden divino que cada uno actúe (…) libremente. Si el hombre no fuera dejado libre de actuar, según su razón (…) de manera alguna podría disponerse a recibir la vida eterna, porque ésta se insinúa cuando el hombre es libre, y su razón es iluminada. Nadie puede ser obligado a hacer el bien, porque nada de lo que es obligado es inherente al hombre. No le pertenece. Se convierte en propio del hombre todo lo que se hace libremente, según  la propia razón, y libremente; según la propia voluntad o amor. El amor o la voluntad es el hombre en sí. Si a un hombre se le obligara a hacer lo contrario a lo que quiere, su voluntad se inclinaría permanentemente hacia lo que quiere. Todos luchan por lo prohibido, y esto por una causa latente, porque luchan por la libertad. (…) A menos que el hombre sea libre, no está a su alcance el bien.

Permitir que el hombre, a partir de su propia libertad (…) piense, quiera y, en la medida que las leyes no lo prohíben, haga el mal, es denominada permisividad. (NJHD 270-272)

El amor de sí mismo y el amor del mundo son, desde la creación, amores celestiales, porque son amores de lo natural, útiles para los amores espirituales, tal como los cimientos son útiles a la casa. El hombre, por amor de sí mismo y amor del mundo, busca el bienestar de su cuerpo, desea alimentos, ropa y habitación, es solícito al bienestar de su familia, y se asegura un empleo, por razón de su uso. (…) Mediante estas cosas el hombre está en condiciones de servir al Señor y servir al prójimo; cuando no hay el deseo de servir al Señor y servir al prójimo, sin embargo, sino solamente el deseo de servirse a sí mismo mediante el mundo, este amor pasa de ser celestial a ser infernal, porque hace que el hombre hunda su mente y su disposición en lo que es exclusivamente suyo, y esto en sí mismo es completamente malo. (DLW 396)

[Pervertido de este modo], el mal del amor de sí mismo separa al hombre no solamente del Señor, sino también del cielo. No ama a nadie, excepto a sí mismo, y a los otros solamente en la medida en que puede verlos en sí mismo, o en la medida en que son una misma cosa consigo mismo. Desvía hacia él la atención de todos, y la aparta completamente de los demás, especialmente y sobre todo, del  Señor.  Cuando en una sociedad hay muchos que hacen esto, se sigue que todos están separados y en sus corazones cada uno considera a los demás como enemigos, y si alguien hace algo en contra de él, lo odia en su corazón, y se deleita en destruirlo. No ocurre de diferente manera con el mal del amor hacia el mundo, porque en éste el hombre codicia los bienes y las riquezas de los demás, y desea poseer todo lo que les pertenece. Las enemistades y los odios, de este modo, comienzan a surgir, pero en menor medida. Para que cualquiera pueda llegar a saber qué es el mal, y en consecuencia qué es el pecado, hágasele estudiar qué son el amor de sí mismo y el amor del mundo. Para que sepa qué es lo bueno, hágasele estudiar, simplemente, qué son el amor de Dios y el amor hacia el prójimo. (AC 4997)

El amor de sí mismo es la fuente de los odios, las venganzas, las crueldades y los adulterios. Es la fuente de todas las cosas que llamamos pecados, maldades, abominaciones y profanaciones. Por lo tanto cuando este amor está presente en la parte racional del hombre, y está en las concupiscencias y fantasías de su hombre exterior, el influjo (influencia) del amor celestial que proviene del Señor resulta constantemente rechazado, pervertido y contaminado. Es como un fétido excremento que disipa (…) [y] profana todo buen aroma. Es como un objeto, que convierte los rayos de luz que fluyen continuamente, en tinieblas y en colores desagradables. Es como un tigre, o una serpiente, que repelen toda ternura, y matan con mordeduras o veneno al que les ha acercado la mano con alimentos. O [es] como un hombre perverso, que transforma aun las mejores intenciones de los otros, y su mismísima bondad hacia él, en actitudes repudiables y maliciosas.(AC 2045)

Las personas que no piensan en los males que hay en ellas, y que no se auto-examinan y luego desisten de sus males (…) [son] ignorantes de lo que es el mal, y lo aman (. . .) porque se deleitan en él. El que es ignorante con respecto al (…) [mal] lo ama, y el que no medita en él, sigue cometiéndolo, ciego a su presencia. El pensamiento ve el mal y el bien, tal como los ojos ven la belleza y la fealdad. El que piensa el mal y quiere el mal está en el mal, y lo mismo ocurre con la persona que piensa que Dios nunca hace  el mal. (…) Si tales personas evitan hacer el mal, no es porque sea un pecado contra Dios, sino por temor de la ley de perder su reputación. En su espíritu, siguen cometiendo el mal, porque es el espíritu del hombre el que piensa y quiere. (…) En el mundo espiritual, donde todos ingresan después de la muerte, no se nos preguntará cuáles han sido nuestras creencias, o nuestras doctrinas, sino cómo ha sido nuestra vida. (…) Tal como haya sido nuestra vida (…) será nuestra creencia y doctrina. La vida da forma a su propia creencia y doctrina. (DP 101)

El bien fluye continuamente desde el Señor. El mal de la vida es lo que impide recibirlo en las verdades que están con el hombre en su memoria o conocimiento. En la medida en que un hombre se aparta del mal, el bien penetrará en él y se aplicará a sus verdades. Entonces la verdad de su fe se convierte, para él en el bien de su fe. Un hombre puede ciertamente conocer la verdad, puede también confesarla bajo la coerción de alguna causa mundanal, y hasta puede ser que esté convencido de su verdad. Sin embargo, esta verdad no vive, mientras él viva una vida de males. Este hombre es como un árbol en el que hay hojas pero ausencia de fruto. Su verdad es como una luz sin calor, tal como ocurre durante el invierno, cuando nada crece. Pero cuando la luz tiene calor, es como en el tiempo de la primavera, cuando todas las cosas crecen. (AC 2388)

¿Cuántos viven (…) según los mandamientos del decálogo, y otros preceptos del Señor, que provienen de la religión? ¿Cuántos (…) desean mirar cara a cara sus propias maldades, y ejecutar un verdadero arrepentimiento (…)? ¿Y quiénes entre los que cultivan la piedad, ejecutan un arrepentimiento verdadero, que sea más que la retórica y la formalidad del arrepentimiento? [Se confiesan] (…) pecadores, y (…) [rezan] según la doctrina de la iglesia, que Dios el Padre, por amor de su Hijo, que sufrió en la cruz por sus pecados, quitó de ellos la condenación e hizo expiación por ellos con su sangre (…) perdone misericordiosamente sus pecados, a fin (…) de que puedan ser (…) presentados sin mancha ni defecto alguno ante el trono de su juicio. ¿Quién no es capaz de percibir que tal adoración es meramente pulmonar, y no del corazón, y en consecuencia que es una adoración exterior, y no interior? Reza por la remisión de los pecados cuando no conoce el pecado que hay en él, y si supiera de algún pecado, lo cubriría con indulgencias y favores, o con una fe que supuestamente lo purificaría y absolvería, sin la necesidad por parte de él de hacer obra buena alguna. Pero esto, comparativamente, es como un sirviente que va a su amo con su cara y su ropa embarrada y sucia de mugre y le dice: «Señor, lávame». ¿No le dirá el amo a este sirviente: » ¡Tonto, sirviente inútil! ¿qué me dices? ¿No tienes manos, acaso, y la capacidad de usarlas? ¡Lávate tu mismo!»? (BE 52) El hombre, por su propia aplicación y poder debiera purificarse a sí mismo de los pecados, y no creer en su impotencia para hacerlo, esperando que Dios sea quien lo lave, milagrosamente, en un instante. (TCR 71)

No se perdonan los pecados mediante el arrepentimiento de la boca para afuera, sino mediante el arrepentimiento de la vida. El Señor perdona todo el tiempo los pecados, porque es la misericordia en sí. Pero los pecados se adhieren al hombre, por más que el hombre piense que le han sido perdonados, y no logrará librarse de ellos a menos que viva según las ordenanzas de la fe. En la medida en que viva según estas ordenanzas, sus pecados serán eliminados. En la medida en que sean eliminados, estarán verdaderamente perdonados. (AC 8393)

Muchos (…) [piensan] que el hombre es limpiado de sus pecados simplemente creyendo lo que la Iglesia enseña. Otros [piensan que el hombre es limpiado], haciendo el bien (…) conociendo, hablando y enseñando las cosas de la iglesia (…) leyendo la Palabra y libros piadosos (…) asistiendo a las iglesias, escuchando sermones y especialmente participando de la Santa Cena. Hay otros [que piensan que el hombre es limpiado] (…) renunciando al mundo y dedicándose a la piedad (…) confesando (…) los pecados y así sucesivamente. Sin embargo nada de esto consigue limpiar al hombre, a menos que sea capaz de auto-examinarse, ver sus propios pecados, reconocerlos, condenarse por ellos, y arrepintiéndose apartarse de ellos. Todo esto debe hacerlo como si fuera de sí mismo, pero reconociendo en su corazón que lo hace por el Señor. A menos que se haga de este modo, todo lo mencionado anteriormente no ayuda de manera alguna porque son obras meritorias o hipócritas. (DP 121)

Los pecados (…) que se deben evitar y apartar de uno son los adulterios, los fraudes, las ganancias ilícitas, los odios, las venganzas, las mentiras, las blasfemias y [la adulación de uno mismo en general.] (…) (AE 803)

Si en su infancia o juventud un hombre (…)»[comete] cierto pecado (…) en el disfrute de su amor, como podría ser un fraude o blasfemia, o venganza o prostitución, desde que estas cosas han sido hechas libremente, según la decisión de su pensamiento, las ha convertido en cosas suyas y le pertenecen. Si después se arrepiente de ellas, las aparta de sí y las considera como pecados que deben odiarse, y por lo tanto se abstiene de ellas a partir del ejercicio de su libertad, según la razón, entonces se apropia de las cosas buenas que se oponen a estas cosas malas. Estas cosas buenas pasan a constituir el centro, y apartan los males cada vez más lejos, en sucesivas circunferencias, hasta el punto en que él llega a despreciarlos y volverles la espalda. Sin embargo, no puede decirse que se las aparte hasta el punto de habérselas extirpado, aun cuando por habérselas apartado parezca ser de este modo. (…) Esto vale tanto para el mal que el hombre hereda como para los males que él mismo ha cometido. (DP 79)

No pueden quitarse los pecados de un hombre a menos que haya verdadero arrepentimiento, que consiste en ver los pecados, implorar la ayuda del Señor, y desistir de ellos. (Doct. Lord 17)

Todo el bien que un hombre ha pensado y hecho desde su infancia, hasta el último día de su vida, permanece. Del mismo modo, permanece todo el mal, de tal manera que ni siquiera el más insignificante perece totalmente. Ambos están escritos en su Libro de la Vida (…) en (…) sus recuerdos, en su naturaleza y, por lo tanto, en su disposición natural y en su genio. Con todas estas cosas se ha hecho para sí una vida, y, por así decirlo, un alma, que después de la muerte, poseerá una calidad correspondiente. Pero los bienes nunca están entremezclados con los males hasta el punto que no se los pueda separar. Si se los mezclara el hombre perecería eternamente. En relación con esto es que el Señor ejerce su providencia, y cuando el hombre entra en la otra vida, si ha vivido en el bien del amor y la caridad, el Señor separa sus males, y por lo que hay de bueno en él lo eleva a los cielos. Pero si ha vivido en males, (…) contrarios al amor y la caridad, el Señor separa de éstos lo que hay de bueno, y sus males lo desploman al infierno. Tal es la suerte de todos después de la muerte. (AC 2256)


Swedenborg, tal como se ha señalado, creía implícitamente en dos mundos, el natural y el espiritual. A menudo escribe sobre la relación entre los dos; la palabra de Dios sirve para conectar el cielo y la tierra. Según Swedenborg, Dios siempre ha hablado al hombre y por lo general lo ha hecho por escrito para que el hombre pudiera estudiar las verdades necesarias de la vida y reflexionar sobre ellas. La óptica que caracteriza su pensamiento postula la necesidad de que Dios se auto-revele continuamente al hombre.

En el mundo se cree que el hombre es capaz de conocer gracias a la luz de la naturaleza, y por lo tanto sin revelación, muchas cosas que pertenecen al dominio de la religión, como por ejemplo que hay un Dios, que a él se lo debe adorar, y también que se lo debe amar. Del mismo modo, que el hombre vivirá después de la muerte y muchas otras cosas que dependen de (…) la inteligencia que el hombre tiene respecto de sí mismo. Pero (…) por sí mismo y sin la revelación, el hombre no sabe absolutamente nada de las cosas divinas y de las cosas que pertenecen a la vida celestial y espiritual.

El hombre nace prisionero de los males del amor de sí mismo y del mundo, que son de tal naturaleza que cortan el influjo (influencia) de los cielos y abren el influjo (influencia) de los infiernos. Estos (…) hacen que el hombre sea ciego, y lo inclinan a negar que haya un ser divino, que haya un cielo y un infierno, y que haya una vida después de la muerte. Esto es muy manifiesto en los que son doctos en este mundo, que en virtud de sus conocimientos han elevado la luz de su naturaleza por encima de las luces de otros. Es sabido que éstos niegan al ser divino y colocan en su lugar a la naturaleza, mucho más que otros. También que cuando hablan con el corazón, y no por la doctrina, niegan la vida después de la muerte, del mismo modo el cielo y el infierno, y por lo tanto, en consecuencia, todas las cosas de la fe, que ellos califican de cadenas para las gentes comunes. (AC 8944)

Sin la Palabra nadie poseería inteligencia espiritual, que consiste en tener conocimiento de un Dios, del cielo y del infierno, y de una vida después de la muerte. (…) (SS 114) Es mediante la Palabra que el Señor está presente en el in-dividuo humano y unido a él, porque el Señor es la Palabra, y habla con el hombre, por así decirlo, en ella. El Señor también es la Verdad Divina en sí misma, como lo es, del mismo modo, la Palabra. Resulta evidente a partir de esto que el Señor está presente en el individuo humano y unido a él al mismo tiempo, según su entendimiento de la Palabra. Según esto el hombre posee la verdad, y la fe derivativa, y también el amor, y. la vida derivativa. Ciertamente el Señor está presente con el individuo humano mediante la lectura de la Palabra, pero se une a él mediante la comprensión de la Verdad a partir de la Palabra. (SS 78)

La Palabra es la verdad divina en sí, que enseña al hombre que hay un Dios, que hay un cielo y un infierno, y que hay una vida después de la muerte, y que además enseña cómo se debe vivir y creer para poder llegar al cielo y, de este modo, ser feliz eternamente. Sin la revelación, es decir, en este mundo, sin la Palabra, todas estas cosas hubieran sido totalmente ignoradas. (AC 9352)

[Fue] necesario que gracias a la Providencia Divina del Señor hubiera alguna revelación, porque una revelación o Palabra es el vaso recipiente general de las cosas espirituales y celestiales, uniendo de este modo el cielo y la tierra. Sin ella hubieran estado separados y la raza humana hubiera perecido. Además, es necesario que en algún lugar haya verdades celestiales, mediante las cuales el hombre pueda ser instruido, porque nació para las cosas celestiales y después de la vida corpórea debiera entrar a compartir la compañía de los que son celestiales. Las verdades de la fe son las leyes del orden en el reino en el cual ha de vivir eterna-mente. (AC 1775)

Las naciones en todas las partes de la tierra han adora-do según alguna religión. (…) La religión no puede existir sin alguna revelación, y por la propagación de ésta de nación en nación. (Coronis 39) Los hombres más antiguos de la tierra gozaban de una revelación inmediata. Por lo tanto, no poseyeron Palabra escrita. Pero después de sus tiempos, cuando la revelación inmediata no podía ser dada ni ser recibida sin que sus almas corrieran peligro, por la posibilidad de que la comunicación y la unión de los hombres con los cielos fuera interceptada y pereciera, plugo a Dios revelar la verdad divina mediante la Palabra. (…) (Word 27)

La Palabra (…) [ha] existido en todos los tiempos, pero no la Palabra que nosotros tenemos hoy. [Hubo] (…) otra Palabra en la Iglesia Antiquísima, que existió antes del diluvio, y otra Palabra en la Iglesia Antigua que existió después del diluvio. Luego vino la Palabra puesta por escrito por Moisés y los profetas en la Iglesia Judía. Finalmente la Palabra (…) fue escrita por los Evangelistas en (…) la Iglesia [Cristiana]. (AC 2895)

Desde los tiempos más antiguos ha habido religión y (…) los habitantes del mundo han tenido conocimiento de Dios, y han sabido algo respecto de una vida después de la muerte. En un período posterior [estos conocimientos provinieron] (…) de la Palabra Israelítica. A partir de estas dos Palabras las cosas de la religión (…) se difundieron por las Indias y sus islas, y por Egipto y Etiopía a los’ Reinos del África, y desde las partes marítimas de Asia a Grecia y des-de ésta a Italia. Pero como la Palabra no podía escribirse de otro modo que no fuera mediante representaciones, que son aquellas cosas de este mundo que corresponden a las cosas Celestiales, y por lo tanto las significan, el conocimiento de la religión se convirtió en idolatría entre muchas de las naciones. En Grecia [se las convirtió en] fábulas, y los atributos y predicados divinos en igual número de dioses, sobre quienes colocaron como soberano a un ser supremo, a quien llamaban «Jove», deformación de «Jehová». Tuvieron conocimiento del Paraíso, del diluvio, del fuego divino y de las cuatro edades, desde la primera o edad del oro hasta la última, o edad del hierro, que representan los cuatro estados de la iglesia. La religión musulmana, que vino después (…) destruyó las anteriores religiones de muchos pueblos. [Fue] extraída de la Palabra de ambos Testamentos. (SS 117)

El hombre, como la tierra, no puede producir nada bueno a menos que primero se siembren en él  los conocimientos de la fe, mediante los cuales puede llegar a saber qué debe creerse y hacerse. El oficio del entendimiento es escuchar la Palabra, y el de la voluntad es hacerla. (AC 44)

El que se abstiene de profanar el nombre de Dios, es decir, la santidad de la Palabra, sea teniéndola en menos, rechazándola o mediante cualquier otra forma de blasfemia, posee la religión. Su religión es de medida idéntica a la de su abstinencia. Nadie posee la religión si no es gracias a que se le ha revelado, y (…) la revelación es la Palabra. Abstenerse de profanar la santidad de la Palabra debe ser virtud que proviene del corazón y no meramente de la boca. Los que se abstienen de corazón viven de la religión. Pero los que se abstienen solamente de boca no viven de la religión, porque su abstinencia es por amor de sí mismos o por amor del mundo, desde que pueden hacer que la Palabra les sirva como medio para adquirir honor o ganancia, o se abstienen a causa de algún temor. Entre éstos hay muchos que son hipócritas y no tienen religión alguna. (AE 963)

Nadie puede creer ni amar a un Dios a quien no puede  comprender  bajo alguna forma. Los que reconocen lo in-comprensible en sus pensamientos caen en el mundo natural y por lo tanto no creen en Dios alguno. Por lo cual plugo a Dios nacer (…) [en la tierra] para hacer que esto fuera manifiesto mediante la Palabra, no solamente para que pueda ser conocido en este orbe, sino para que por este medio pueda ser manifiesto a todos aquellos que en el universo llegan al cielo provenientes de cualquiera de las tierras. En el cielo se produce la comunicación de todos. (AC 9356)

La Palabra está en todos los cielos. Es leída allí como en el mundo, y predican a partir de ella, porque es la verdad divina de donde deriva la inteligencia y sabiduría de los ángeles. Sin la Palabra nadie sabe nada del Señor, del amor y la fe, de la redención, o de cualquier otra realidad arcana de la sabiduría celestial. Sin la Palabra no habría cielo, así como sin la Palabra no existiría la iglesia en el mundo, y no habría, de este modo, conjunción con el Señor. No hay tal cosa como una teología natural sin revelación, y en el mundo cristiano sin la Palabra. (…) Si no puede existir en el mundo, tampoco puede existir después de la muerte, porque tal como es el hombre en materia de religión en este mundo, así será en cuanto a su religión después de la muerte cuando llegue a ser un espíritu. El cielo no consiste de ángel alguno que haya sido creado antes del mundo, o con el mundo, sino de aquellos que han sido hombres y eran ya, entonces, interiormente, ángeles. Estos, mediante la Palabra, llegan al cielo poseedores de sabiduría espiritual, que es la sabiduría interior, porque allí la Palabra es espiritual.(Word 30)


Más, quizá, que cualquier otro vidente de la historia, Swedenborg asigna a la vida después de la muerte la naturaleza de una serie de experiencias reales que en muchas formas elementales son muy similares a las del mundo natural. Los ángeles del cielo no poseen una existencia etérea y efímera sino que gozan de una vida activa de servicio a los demás. Duermen y velan, aman, respiran, comen, hablan, leen, trabajan, se recrean y adoran. Viven una vida genuina en un cuerpo y un mundo espiritual bien real.

Swedenborg entra en gran detalle al describir las tres partes o estados principales del mundo espiritual: el cielo, el infierno y el mundo de los espíritus, que está ubicado entre los dos. Este mundo de los espíritus sirve como lugar de preparación definitiva para la vida eterna, en un medio ambiente acorde con los amores que gobiernan la vida del novicio. Aquellos en quienes sus amores dominantes son buenos van al cielo, aquellos que han escogido el mal son conducidos por sus amores perversos al destino final del infierno. Allí están sometidos al orden exterior que los gobierna, y son tan felices como puede permitírselo su naturaleza egoísta. Ejecutan usos, pero, a diferencia de los ángeles, por obligación antes que por deseo.

El cielo angelical es el fin para el cual fueron creadas todas las cosas que existen en el universo. Es la meta que da razón de ser a la existencia de la raza humana, y la raza humana es el fin en lo que concierne a la creación del cielo visible y las tierras que incluye. (…) El cielo angelical primordialmente mira hacia la infinidad y la eternidad y, por lo tanto, su multiplicación sin fin, porque el Ser Divino mismo mora allí. (…) La raza humana no tendrá fin jamás, porque si esto ocurriera la obra divina quedaría limitada a un cierto número y por lo tanto perecería su tendencia hacia el infinito. (LJ13)

El cielo no consiste de ángeles que desde el principio hayan sido creados en cuanto tales, ni el infierno proviene de diablo alguno que habiendo sido creado un ángel de luz haya sido arrojado del cielo. Tanto el cielo cómo el infierno provienen de la humanidad, estando formado el cielo por todos aquellos que aman el bien y, en consecuencia, comprenden la verdad, y el infierno, por todos aquellos que aman el mal y cuyo entendimiento, en consecuencia, es de lo falso. (DP 27)

El influjo (influencia) divino del Señor no se detiene en el medio, sino continúa hasta sus últimos límites, (…) la conexión y conjunción del cielo con el género humano es tal que cada uno subsiste por el otro, y que el género humano sin el cielo sería como una cadena sin gancho, y el cielo sin el género humano sería como una casa sin fundamento. (HH 304)

El infierno y el cielo están cerca del hombre, más aún, en el hombre. El infierno [está] en un hombre malo, y el cielo, en un hombre bueno. Todos ingresan después de la muerte en el infierno o en el cielo en el que han estado mientras moraban en el mundo. (AC 8918) No puede decirse en ningún sentido que el cielo está fuera de alguien sino dentro de él. (…) A menos que el cielo esté dentro de uno, nada que sea celestial y que esté afuera puede fluir hacia el interior y ser recibido (…) Los que han vivido malignamente al llegar al cielo, se ahogan por falta de aire y se retuercen como peces en la atmósfera fuera del agua y como animales en el vacío debajo de una campana neumática, una vez que se ha extraído todo el aire. (HH 54)

Los ángeles y los espíritus están totalmente por encima o fuera de la naturaleza, y están en su propio mundo, que se encuentra bajo otro sol. Desde que en aquel mundo los espacios son apariencias (…) no puede decirse que los ángeles y los espíritus estén en el éter o en las estrellas. De hecho, están presentes con el hombre, unidos al afecto y al pensamiento de su espíritu. (. . .) El mundo espiritual está dondequiera que esté el hombre, y de ningún modo lejos de él. En una sola palabra, todo hombre en lo que concierne a lo interior de su mente está en aquel mundo, en medio de los espíritus y ángeles que lo habitan, y piensa a su luz y ama a su calor. (DLW 92)

Los universales del infierno son tres amores: el amor del dominio que proviene del amor egoísta, el amor de poseer los bienes de los otros que proviene del amor del mundo, y el amor fornicario. Los universales del cielo son los tres amores que se oponen a éstos: el amor del dominio que proviene del amor del uso, el amor de poseer los bienes del mundo que proviene del amor de efectuar usos mediante ellos, y el amor verdaderamente conyugal. (CL 261)

El espíritu del hombre, que es su mente en su cuerpo, es en su forma completa un hombre. El hombre después de su muerte es hombre tanto como fue en el mundo, con esta única diferencia, que ha desechado la cobertura que formaba su cuerpo en el mundo. (DP 124)

El hombre está en este mundo [natural] a fin de ser iniciado por medio de sus actividades allí en las cosas que son del cielo. Su vida en este mundo es apenas un momento, en comparación con su vida después de la muerte, porque ésta es eterna. [Aun cuando] (…) hay algunos pocos que creen que volverán a vivir [otra vez] (…) el hombre inmediatamente después de su muerte está en la otra vida. (…) Su vida en este mundo se continúa plenamente allí, y es de la misma cualidad que ha sido en este mundo. Esto puedo afirmarlo (…) porque he hablado, después de sus muertes, con casi todos los que me han sido conocidos durante su vida en el cuerpo, y por lo tanto, mediante la experiencia viva me ha sido concedido el conocimiento de cuál es la suerte que le espera a cada uno, a saber, una suerte según la vida que ha vivido en este mundo. (…) (AC 5006)

El primer estado del hombre después de la muerte se asemeja a su estado en el mundo, puesto que entonces también se halla en los exteriores teniendo una cara, un habla y carácter semejantes, y por lo tanto semejante vida moral y civil. Por eso no sabe que ya no se halla más en el mundo a menos que preste atención a lo que encuentra y a lo que le hayan dicho los ángeles cuando fue resucitado; es decir, que ahora es un espíritu. De esta manera se continúa una vida en la otra, y la muerte es sencillamente una transición. (HH 493) Este primer estado del hombre después de la muerte continúa en algunos durante días, en otros, meses, y aun en otros, durante un año; pero pocas veces más de un año. (HH498)

El segundo estado del hombre después de la muerte se llama el estado de los interiores, puesto que entonces se le introduce en los interiores de su mente, es decir, de su voluntad y pensamiento, mientras que los exteriores en los cuales se hallaba durante su primer estado se adormecen. (HH 499) Cuando el espíritu se halla en el estado de sus interiores, se ve claramente lo que era el hombre en sí mismo en el mundo, porque entonces obra por virtud de lo que es lo propio suyo. El que interiormente se hallaba en el bien en el mundo obra entonces racional y sabiamente y aún más sabiamente que cuando estaba en el mundo, puesto que se halla libre del vínculo del cuerpo y por consiguiente de las cosas terrestres que oscurecían y, por así decir, se interponían como una nube. Pero él que en el mundo se hallaba en el mal obra entonces necia e insensatamente, aún más locamente que en el mundo, puesto que se halla en libertad y sin restricción. (HH 505)

El tercer estado del hombre, (…) después de la muerte es un estado de instrucción. Este estado es para los que van al cielo y llegan a ser ángeles. (…) A los espíritus buenos se les conduce desde el segundo estado al tercero, que es su estado de preparación para el cielo mediante la instrucción. Porque a nadie se puede preparar para el cielo sino mediante conocimientos del bien y de la verdad; es decir, sólo mediante instrucción, ya que nadie puede conocer lo que es el bien y la verdad espiritual y lo que es el mal y la falsedad, que son opuestos a los primeros, a menos de ser enseñado. [Este tercer estado] no es para los que van al infierno, ya que a éstos no se les puede instruir y por lo tanto su segundo estado también es el tercero, y culmina cuando se los entrega (…) totalmente a su propio amor y, por consiguiente, a la sociedad infernal que se halla en un amor semejante. (HH 512)

Los espíritus poseen sensaciones mucho más exquisitas que durante su vida corpórea. Esto lo sé (…) por experiencia, repetida en miles de oportunidades. Si alguno no estuviera dispuesto a creer esto, en virtud de sus ideas preconcebidas respecto de la naturaleza de los espíritus, que lo aprenda por experiencia propia, cuando entre en la otra vida; no tendrá más remedio que creer. (…) Los espíritus tienen vista, porque viven en la luz; los buenos espíritus, los espíritus angélicos y los ángeles, viven en una luz tan grande que la del mediodía en este mundo difícilmente pueda comparársele. (…) Los espíritus también tienen oído, y en un grado tan exquisito que no podríamos compararlo, casi, con el oído del cuerpo. (…) También tienen el sentido del olfato. (…) Poseen un exquisitísimo sentido del tacto. (…) Tienen deseos y afectos. (…)

Los espíritus piensan de manera mucho más clara y distinta que cuando vivían en el cuerpo. En una sola idea de su pensamiento hay contenidas más cosas que en mil de las ideas que poseyeron en este mundo. Hablan entre ellos con tanta exactitud, sutileza, sagacidad y claridad, que si el hombre pudiera percibir su conversación experimentaría  enorme maravilla. En pocas palabras, poseen todo lo que posee el hombre, pero de modo más perfecto, excepto la carne y los huesos y las imperfecciones que provienen de éstos. Reconocen y perciben que aun mientras vivían en el cuerpo era el espíritu el que percibía y sentía, y que aun cuando la facultad de las sensaciones se manifestaba en el cuerpo, sin embargo, no estaba en el cuerpo. (…) Cuando se abandona el cuerpo las sensaciones son  muchas  más exquisitas y perfectas. La vida consiste en el ejercicio de las sensaciones, porque sin ellas no hay vida, y según sea la facultad de las sensaciones será la vida que un hombre lleve. (…) (AC 322)

Después de la muerte el hombre es similar a lo que fue antes, tanto que al principio no se da cuenta de que está en otro mundo. Tiene vista, oído y habla, tal como en el mundo primero. Camina, corre y se sienta, tal como en el mundo primero. Se acuesta, duerme y despierta, tal como en el mundo primero. Come y bebe, tal como en el mundo primero. Goza de las delicias de la vida matrimonial, tal como en el mundo primero. En una palabra, es hombre, en todos y cada uno de los aspectos. (…) La muerte no es el fin sino la continuación de la vida. (TCR 792)

En los cielos no hay desigualdad de edades, ni de rango, ni de riqueza. En lo que respecta a la edad, todos poseen una floreciente juventud y permanecen por la eternidad en ese estado. En cuanto a la posición social, todos consideran a los demás según los usos que ejecutan. El más eminente considera que quienes ocupan rangos inferiores son sus hermanos y no ponen la dignidad por encima de la excelencia del uso. (…) [Y] (…) el Señor es el Padre de todos. En lo que respecta a la riqueza (…) allá ésta consiste en el don de llegar a obtener la sabiduría; y según esta ley, todos son provistos abundantemente de tales tesoros. (CL 250)

Los que están en el cielo progresan continuamente hacia la primavera de la vida y hacia una primavera tanto más agradable y feliz cuanto más miles de años viven; con eterno aumento según los progresos y los grados de su amor, de su caridad y de su fe. Las mujeres que han muerto viejas y consumidas por los años, habiendo vivido en la fe en el  Señor,  en caridad al prójimo y en feliz amor conyugal con sus maridos, vuelven, con la sucesión de los años, más y más a la flor de la juventud y de la adolescencia, y a ganar una hermosura que trasciende a todo concepto de la belleza tal como se ve en el mundo. Es la bondad y la caridad que forman y presentan en ella su propia semejanza, haciendo  que el  gozo y la belleza de la caridad se trasluzca en todas las facciones del rostro, de manera que son las formas mismas de la caridad (…) La forma de la caridad (…) en el cielo es tal que la caridad misma es la que al mismo tiempo forma y es formada. Esto [se cumple] de tal manera que la totalidad del ángel es una caridad. (…) Esto se ve y se siente con suprema claridad. Es una forma que cuando se contempla, es de una belleza indescriptible que afecta con su caridad la más íntima vida de la mente. En una palabra, envejecer en el cielo es rejuvenecer. (HH 414)

En el cielo, como en la tierra, hay comidas y bebidas, hay festejos y banquetes. Junto a las personas principales hay mesas tendidas, cubiertos de suntuosas delicadezas para el gusto, viandas escogidas y deliciosas, con las cuales todos se reconfortan y refrescan espiritualmente. También hay deportes y exhibiciones, el entretenimiento de la música y la canción, todos estos de la más elevada perfección. Tales cosas proporcionan gozos. (…)

Hay una cierta aptitud latente en el afecto de la voluntad de cada ángel que empuja su mente a hacer algo. De este modo la mente se tranquiliza y satisface. Esta satisfacción y tranquilidad produce un estado de mente que es receptivo al amor del uso que proviene del Señor. Y la recepción de éste produce la felicidad celestial o bienaventuranza, que es la vida de sus goces. (…) El alimento celestial en su esencia no es otra cosa que el amor, la sabiduría y el uso, los tres reunidos en una misma cosa. (…) Por lo tanto en el cielo todos reciben alimento para sus cuerpos según el uso que ejecutan. (…) (CL 6)

Todos los [que van al cielo] (…) son preparados (…) en el mundo de los espíritus, que está entre el cielo y el infierno. Después de un cierto tiempo desean el cielo con anhelo y llegado el momento les son abiertos los ojos, y ven un camino que conduce a alguna de las sociedades del cielo. Penetran por ese camino y ascienden, y en el ascenso hay una puerta, y en ésta un guardián. El guardián abre la puerta, y de este modo ellos entran. Entonces les sale al encuentro un examinador, que les dice en nombre del gobernador que pueden seguir entrando, y que deben ver si hay algunas casas que puedan reconocer como suyas, porque hay una nueva casa para cada uno de los ángeles novicios. Si encuentran una casa, informan de haberlo hecho y se quedan allí. Pero si no encuentran deben regresar y decir que no han encontrado casa. Entonces son examinados por un sabio de ese lugar, que descubre si la luz que hay en ellos concuerda con la de esa sociedad, y especialmente si el calor es similar.

La luz del cielo en su esencia es la verdad divina, y el calor del cielo en su esencia es la bondad divina, y ambas proceden del Señor, que allí es el sol. Si en ellos hay otra luz y otro calor, diferentes de los que posee esa sociedad, no se los recibe. (…) Entonces deben abandonar el lugar, y recorren los caminos que están abiertos entre las sociedades del cielo, y así hasta que encuentran una sociedad que concuerda en todos los aspectos con sus sentimientos. Y entonces, allí, sientan sus reales por la eternidad. Están aquí entre sus semejantes, como entre parientes o amigos a quienes, por ser similares en los afectos, aman de corazón. (…) Se encuentran gozando de su vida, y en la plenitud del amor más tierno, que deriva de la paz del alma. En el calor y la luz del cielo hay una delicia inefable, que se comunica. Tal es el caso  con quienes llegan a ser ángeles. (AR 611)

Puesto que el cielo proviene del género humano (…) los ángeles son de ambos sexos. Desde la creación la mujer es para el hombre y el hombre para la mujer, perteneciéndose así mutuamente por el amor innato en ellos. (HH 366) El hombre después de la muerte es hombre, y la mujer, mujer. (…) Estos dos han sido creados de tal modo que tienden urgentemente por lograr (…) la conjunción, y llegar a ser una cosa entre los dos. (…) Esta inclinación conjuntiva está inscripta en todas las cosas, y en cada una de las que pertenecen al varón y la mujer, respectivamente; por lo tanto esta inclinación no puede ser alterada y morir con el cuerpo. (CL 46) Hay matrimonios en el cielo, tanto como en la tierra. Pero los matrimonios en el cielo difieren mucho de los que se celebran en la tierra. (HH 366)

Los que han considerado el adulterio como abominable y han vivido en casto amor conyugal están más que todos los demás en el orden y en la forma del cielo, y por ello en toda hermosura; y continúan incesantemente en la flor de la juventud. Las delicias de su amor son inefables y aumentan eternamente. (HH 489)

La separación [de las parejas que han contraído enlace en la tierra] tiene lugar muy frecuentemente después de la muerte, porque las conjunciones que aquí se  forman  muy  rara vez se fundan en una percepción interna del amor, sino en la percepción exterior que oculta lo interior. La percepción externa del amor tiene su causa y origen en aquellas cosas que pertenecen al amor por el mundo y por el cuerpo. Las riquezas y las grandes posesiones, especialmente, son del amor del mundo. Las dignidades y los honores son del amor del cuerpo. Además de estas dos, hay distintos atractivos seductores, tales como la belleza, una corrección simulada en los modales, y a veces también la falta de castidad. Más aún, los matrimonios por lo general se contraen dentro de la villa, ciudad o distrito donde uno reside o ha nacido, donde no hay entre quienes elegir sino de manera muy limitada, según las familias que nos son conocidas, y dentro de estos límites también están aquellos que hacen a la posición social de los novios. Es por estas razones que los matrimonios que se han contraído en la tierra por lo general son externos y no, al mismo tiempo, interiores.

Sin embargo, la conjunción interior, que es la de las almas, constituye la esencia del matrimonio. Esta conjunción no se percibe hasta que el hombre se desviste de lo exterior y se reviste de lo interior, lo cual ocurre después de la muerte. Por lo tanto (…) en ese momento ocurren las separaciones, y posteriormente nuevas conjunciones, con aquellos que son similares y homogéneos, a menos que ya haya sido de este modo en la tierra, como ocurre con aquellos que desde la más temprana juventud (…) se han amado y deseado y le han pedido al Señor que les conceda un compañerismo legítimo y hermoso entre sí (…) y han rechazado y detestado los extravíos lujuriosos como malos olores para sus narices. (CL 49)

El hombre recibe una esposa adecuada, y la mujer un esposo adecuado. (…) Ninguna pareja casada puede ser recibida en el cielo y permanecer allí excepto aquellas que están unidas interiormente o pueden ser unidas, hasta llegar a formar una cosa. (…) La pareja de esposos no son dos ángeles sino uno. (…) No se reciben otras parejas casadas en el cielo porque ningún otro, fuera de esta unión interior, puede vivir con su pareja en el cielo, es decir, estar juntos en la misma casa, en el mismo dormitorio y en la misma cama.

En el cielo todos están coasociados según las afinidades y proximidades del amor, y según éstas poseen sus moradas. En el mundo espiritual no hay espacios sino apariencias de espacios, y éstos son según los estados del amor. Por esta razón nadie puede morar sino en su propia casa, que se le provee y asigna según la calidad de su amor. Si morara en otro lugar no podría respirar. (…)Ni pueden dos vivir juntos en la misma casa a menos que posean similitudes, y esto ocurre especialmente con las parejas casadas, a menos que sus inclinaciones sean mutuamente compatibles. Si son inclinaciones externas y no poseen la cualidad de serlo también internamente, la misma casa o lugar los separa, los rechaza y los expulsa. (…)

Las parejas casadas mantienen relaciones similares entre sí a las que se mantienen en la tierra, solamente que mucho más deleitosas y bendecidas, pero sin descendencia. En lugar de ésta, poseen la descendencia espiritual, que proviene del amor y la sabiduría. La razón por la cual las parejas de esposos gozan de las mismas relaciones que en la tierra es que el hombre sigue siendo hombre, y la mujer, mujer, tal como en este mundo, y en ambos existe como parte inherente en su naturaleza creada la tendencia a la conjunión. Esta inclinación en el hombre proviene de su espíritu, y desde allí [emana] al cuerpo. Por lo tanto después de la muerte, cuando el hombre se convierte en un espíritu, continúa la misma inclinación mutua, y esto no podría ser si no hubiera una forma similar de relación entre ambos. (…) (CL 50-51) El camino queda constantemente abierto para los afectos; desde que sin éstos el amor sería como el canal de una fuente que se ha taponado. El afecto destapa ese canal y produce la continuación y la conjunción, para que ambos puedan llegar a ser una sola carne. La esencia vital del esposo se suma por sí misma a la de su esposa y los une. [Los ángeles] (…) declaran que las delicias de sus afectos no pueden describirse en las expresiones de ninguno de los lenguajes del mundo natural, ni pueden pensarse sino en ideas espirituales, y que aun éstas no llegan a agotarlos. (AE 992)


El gozo celestial (…) es la delicia de hacer algo que es útil para nosotros mismos y para los demás. La delicia del uso deriva su esencia del amor, y su existencia, de la sabiduría. La delicia del uso que surge del amor mediante la sabiduría es la vida y el alma de (…) los gozos celestiales. Hay compañías mucho más gozosas en los cielos, que alegran las mentes de los ángeles, entretienen sus espíritus, llenan sus pechos de delicia y vivifican sus cuerpos. Pero gozan de estas delicias solamente cuando han  ejecutado los usos de sus empleos y ocupaciones. (CL5)

En los usos todos los goces del cielo se juntan y están presentes porque los usos son los bienes del amor y de la caridad, en los cuales están los ángeles. Los goces son por lo tanto para cada uno tales cuales son los usos, y su intensidad es igualmente según el grado del afecto al uso. (HH 402)

La delicia que proviene del bien, y el placer que proviene de la verdad, que son la causa de la bienaventuranza en el cielo, no consisten en el ocio sino en la actividad. En el ocio la delicia y el placer se convierten en sus opuestos, la falta de gozo y la falta de placer. Pero en la actividad éstos son permanentes y constantemente mayores, y producen bienaventuranza. Para quienes están en el cielo la actividad consiste en la ejecución de usos, que para ellos son la delicia que proviene del bien, y en las verdades que proporcionan el sabor de la existencia, con el fin de los usos, que para ellos son el placer que proviene de la verdad. (AC 6410)

Algunos piensan que el cielo consiste en una vida de descanso, en la cual hay otros que los sirven. Pero (…) no hay delicia posible en no hacer nada y estar descansando todo el tiempo como medio para obtener la felicidad, porque de este modo todos querrían hacer que la felicidad de los otros fuera tributaria de la felicidad propia. Cuando todos quieren esto, nadie posee la felicidad. Tal vida no sería una vida activa, sino una vida ociosa, en la cual se adormecerían. (…)

La vida angelical consiste en el uso, y en los bienes de la caridad. Los ángeles no conocen felicidad mayor que la de enseñar e instruir a los espíritus que llegan del mundo. [Se deleitan] en poder servir a los hombres, controlando los espíritus maléficos que los acosan para que no transgredan los límites de la corrección, e inspirándoles para el bien, y elevando a los muertos hacia la vida eterna. (…) De todo esto reciben como retribución mucha más felicidad de la que podría describirse. Es de este modo que son imágenes del Señor; es así que aman a su prójimo más que a sí mismos; es por esta razón que el cielo es el cielo. La felicidad angelical está en el uso, proviene del uso y corresponde al uso. (…) Los que tienen la idea de que el gozo celestial consiste en vivir ociosamente, respirando sin hacer nada la felicidad eterna, cuando han escuchado estas cosas, se les otorga percibir, para su vergüenza, en qué consiste verdaderamente esta vida. Perciben cómo, en realidad, no es sino un estado de existencia tristísimos que es capaz de destruir todo el gozo, y que después de muy poco tiempo lo despreciarían y tendrían asco de él. (AC 454)

Hay en el cielo más funciones, servicios y ocupaciones de los que se pueden enumerar mientras que en el mundo hay comparativamente pocos, Pero cualquiera que sea el número de los así empleados, todos sienten gozo por su trabajo y su ocupación a causa de su amor al uso, y no a causa del amor a sí mismo ni a causa de las ventajas personales. Tampoco puede haber entre ellos los que anhelan riquezas por causa de la vida, porque todas las necesidades de la vida se les dan gratuitamente. Tienen habitaciones gratuitas, vestidos gratuitos, alimentos gratuitos, por lo cual es evidente que los que se han amado a sí mismos y al mundo más que el uso no pueden tener participación alguna en el cielo, puesto que el amor o el afecto de cada uno permanece en él después de la vida en el mundo, y no se le desarraiga en toda la eternidad.

Cada uno en el cielo tiene su ocupación conforme la correspondencia  y la correspondencia no tiene relación con la ocupación misma sino con el uso de ella (…) El que en el cielo se halla en la ocupación que corresponde a su (. . .) uso se halla en un estado de vida similar (…) que cuando estaba en el mundo, porque lo espiritual y lo natural obran como una sola cosa mediante las correspondencias. Pero la diferencia es que entonces [el hombre] entra en un estado de gozo interior por estar en vida espiritual, que es vida interior y por consiguiente más receptiva de la bienaventuranza celestial. (HH 393-394)

El cielo no consiste en estar en las alturas, sino que está en cualquier lugar donde hay alguien que vive en el amor y la caridad, o en quien está en el Reino del Señor. Ni consiste en el deseo de ser más eminente que otros, porque tal deseo no es cielo, sino infierno. (AC 450)

Cada uno recibe el cielo, según los elementos de fe y caridad que haya en él. La caridad y la fe hacen el cielo en cada uno. (…) La vida dotada de cielo es una vida acorde con las verdades y bienes de la fe, sobre las cuales el hombre ha sido instruido. A menos que éstas sean las reglas y principios de su vida es inútil que busque el cielo, por más maravillosa que haya sido su vida en otros aspectos. Sin estas verdades y bienes el hombre es como un arbusto, sacudido por todos los vientos, porque lo doblegan tanto los/bienes como los males. No hay nada de verdad y bien que sea firme en él, mediante lo cual los ángeles puedan mantenerlo en las verdades y el bien, y apartarlo de las falsedades y los males que las criaturas infernales inyectan continuamente. (AC 7197)

El cielo en sí está tan lleno de goces que visto en si mismo es entera y completamente goce y beatitud. El bien divino procedente del amor divino del Señor es lo que hace el cielo en general y en particular con cada uno allí. El amor divino es un anhelo de la salvación de todos y la felicidad de todos desde lo más interior y en plenitud. Decir «cielo», o decir «goce celestial» es por lo tanto una misma cosa.

Las delicias del cielo son innumerables a la par que inefables, pero de estos goces nada puede saber el que se halla exclusivamente en el goce del cuerpo o de la carne porque, como ya se ha dicho, sus interiores se apartan del cielo y miran hacia el mundo, por consiguiente hacia atrás. El que se halla totalmente en el goce del cuerpo o de la carne, o lo que es lo mismo, en amor a sí mismo y al mundo, no siente goce alguno más que en honores, lucros y placeres del cuerpo y de los sentidos, que de tal manera extinguen y sofocan los goces interiores que son del cielo, como para destruir toda creencia en éstos. (HH 397-398)

La delicia (…) del amor de hacer lo que es bueno sin fin de recompensa alguno, es el premio que permanece hasta la eternidad. Cada uno de los afectos del amor está inscripto y permanece de esta manera en la vida del individuo que ama. En esto el Señor nos ofrece una idea de lo que es el cielo y la felicidad eterna. (AC 9984)

El cielo proviene del género humano, tanto por los que han nacido dentro de la iglesia como por los que han nacido fuera de ella; de modo que consiste de todos cuantos han vivido en el bien en esta tierra desde su primer origen. El que tiene algún conocimiento acerca de las varias partes, regiones y reinos de nuestro planeta puede juzgar cuan grande es la multitud de hombres en el mundo entero. Quien calcule verá que mueren en ella diariamente muchos millares de hombres, y miles de millones, todos los años, y esto desde los tiempos más remotos. Todos ellos, después de la muerte, han ido al otro mundo, que se llama el mundo espiritual, y siguen llegando. Pero cuántos de ellos han llegado o llegan a ser ángeles del cielo no se puede decir. Se me ha dicho que en tiempos remotos el número fue muy grande, porque entonces los hombres pensaban más interior y espiritualmente, y por lo tanto se hallaban en el afecto celestial; pero en las edades que siguieron no tantos, por la razón de que los hombres, en el transcurso del tiempo, se volvieron más externos, empezando a pensar de un modo más natural y por ello a entrar en un afecto terrenal. (…)

Todo esto demuestra cuan grande es el cielo, en primer lugar ya sólo por los habitantes de esta tierra.

Que el cielo del Señor es inmenso puede constar también por el hecho de que todos los niños, tanto los nacidos dentro de la iglesia como los nacidos fuera de ella, los adopta el Señor y llegan a ser ángeles. Su número asciende a la cuarta o quinta parte del total del género humano en la tierra. Todo niño, dondequiera que haya nacido, dentro de la iglesia o fuera de ella, de padres piadosos o de padres impíos, el Señor lo recibe cuando muere, y se le educa en el orden divino, se le instruye e introduce en afectos al bien, y mediante éstos en conocimientos de la verdad, y luego, conforme va perfeccionando su inteligencia y sabiduría, se le introduce en el cielo y llega a ser ángel. Puede por todo esto deducirse cuan grande es la multitud de ángeles en el cielo (…)

Cuan inmenso es el cielo del Señor puede constatarse también por el hecho de que todos los planetas visibles en nuestro sistema solar, son tierras y que, además de ellos, existen en el universo otros innumerables, todos ellos llenos de habitantes. (HH 415-417)

El cielo universal representa un único hombre, que se llama el Máximo Hombre. (…) La totalidad y cada una de las partes del hombre tienen su correspondiente en éste. Los ángeles en el cielo aparecen todos en forma humana. Por otro lado, los espíritus maléficos que están en el infierno, aun cuando en la fantasía puedan aparecer como hombres, entre ellos, a la luz del cielo aparecen como monstruos, más calamitosos y horribles según el mal en el que están. El mal en sí es contrario al orden, y por lo tanto contrario a la forma humana. (…) (AC 4839)

Los que están en el Máximo Hombre respiran libremente cuando moran en el bien del amor. (…) Todos, cuando están en su propio cielo, están en su vida y reciben el influjo (influencia) del cielo universal, donde cada persona es el centro de todos los influjos (influencias) y por lo tanto mantiene el equilibrio más perfecto. (…) La maravillosa forma del cielo (…) proviene solamente del Señor (…) [y contiene] toda variedad. (AC 4225)

Todos los que están dentro del Máximo Hombre moran en el amor hacia el Señor y la caridad hacia el prójimo, y hacen bien al prójimo, de todo corazón, según el bien que está en él, y tienen conciencia de lo que es justo y equitativo. (…) Pero están fuera del Máximo Hombre todos los que moran en el amor de sí mismos y el amor del mundo y sus males [derivados], y hacen lo bueno solamente porque hay una ley que lo exige, y por amor de la honra y la riqueza del mundo, y la reputación consiguiente. [Estos] son inmisericordes interiormente y odian y se vengan en sus relaciones con los prójimos, por amor de sí mismos y del mundo, y se deleitan en la injuria de quienes no los favorecen. Estos están en el infierno. (AC 4225)

[Los hombres creen] que en la hora de la muerte (…) la fe (…) puede llevarlo a uno al cielo, sin que importe el afecto en que hayan vivido durante el curso de sus existencias. (…) [Si bien] todos pueden ser admitidos en el cielo, porque el Señor no niega el cielo a nadie, (…) solamente cuando se los admite pueden saber si les será posible vivir allí. Algunos que creían firmemente que podían han sido admitidos. Pero como la vida allí se caracteriza por el amor hacia el Señor y el amor hacia el prójimo (…) al comenzar a vivirla se han sentido muy disgustados. No siendo capaces de respirar en esa esfera (…) comenzaron a percibir la suciedad de sus afectos, y de este modo a sentir un tormento infernal. Como consecuencia de esto ellos mismos se arrojan de cabeza hacia abajo, diciendo que desean estar muy lejos de allí, y maravillándose de que eso, que para ellos es un infierno, sea el cielo. (…) Los que se deleitan en los afectos de la falsedad y el mal no pueden de ninguna manera estar entre aquellos, que se deleitan en los afectos del bien y la verdad. Estos deleites son opuestos entre sí, como lo son el cielo y el infierno. (AC 3938) En la medida en que el hombre se ama a sí mismo y al mundo, y mira hacia el propio yo y hacia el mundo en todas las cosas, tanto más se separa de lo Divino y se aleja del cielo. (HH 360)

Antes que los malos sean condenados y dejados caer al infierno atraviesan (…) por muchos estados. (…) Se cree que el hombre resulta condenado o salvado instantáneamente [después de su muerte] y que esto se efectúa sin ningún proceso. Pero ocurre de otra manera. En el mundo de los espíritus (…) reina la justicia (…) y nadie es condenado hasta que él mismo lo sepa y esté interiormente convencido de que es malo, y que le resulta completamente imposible estar en el cielo. Sus propias maldades son (…) puestas al descubierto frente a él. (…)

También se le advierte para que reniegue del mal. Pero esto no lo puede hacer por el dominio que el mal ejerce sobre él. (…) Finalmente se produce la condenación, y se lo deja caer al infierno. Esto ocurre cuando cae en cuenta plenamente de la maldad de su vida. (AC 7795)

En el infierno, como en el cielo, hay una forma de gobierno. (…) Hay estatutos y hay subordinación, sin los cuales la sociedad no tendría coherencia alguna. Pero las subordinaciones del cielo son completamente distintas de las subordinaciones en el infierno. En el cielo todos son como iguales, porque cada uno ama a los demás como los hermanos se aman entre sí. Sin embargo, cada uno coloca al otro por encima de él en proporción según la medida de su excelencia en la inteligencia y la sabiduría. El mismo amor del bien y la verdad hace que cada uno, » como si viniera de sí mismo, se subordine a quienes son superiores a él en la sabiduría del bien y la inteligencia de la verdad. Pero (…) en el infierno las subordinaciones son las de la autoridad despótica y en consecuencia tremendamente severas. El que manda se enardece con furia contra quienes no favorecen su capricho. Todos consideran que los demás son sus enemigos, aun cuando exteriormente aparenten ser amigos, para poder agruparse en bandas y resistir la violencia de los demás. Este agrupamiento es como el de los asaltantes. Los que ocupan una posición subordinada constantemente quieren gobernar, y frecuentemente se rebelan, y entonces las condiciones son lamentables. (…) Hay severidad y crueldades. (…) (AC 7773)


Swedenborg tiene mucho que decir respecto del origen, la naturaleza y el auténtico destino del hombre. Su filosofía de la naturaleza humana postula un alma ordenada por Dios como la esencia de cada ser humano individual. Todas las almas están destinadas a la felicidad eterna en el cielo. Sin embargo, cada alma debe existir primero en un cuerpo terrenal. Esta combinación de alma y cuerpo crea un individuo humano único, que es capaz de recibir la vida que proviene de Dios.

Pero el hombre no es meramente una marioneta animada. Puede ejercer su libertad en la aceptación o el rechazo de la vida y el amor que le fluyen del creador. Si elige aceptar en el momento oportuno entrará en la felicidad eterna en el cielo. Si se niega a hacerlo se le permite que haga lo que se le antoja y que se dirija al infierno.

El alma y el cuerpo se encuentran en la mente. La mente es el hombre mismo que ha tomado forma gracias al poder plasmador del alma. El influjo (influencia) de Dios, a través del cielo, fluye al alma y del alma a la mente, la cual a su vez activa el cuerpo. Para vivir una buena vida el hombre, según Swedenborg, debe mirar al Señor mediante el servicio de su prójimo como objeto correcto de las empresas humanas útiles. Esta vida de uso tiene su culminación en la plenitud, y no es difícil de vivir, contrariamente a lo que afirman muchos dogmas religiosos. Por otro lado, la mala vida es la que se centra en los deseos del individuo, en detrimento de los demás. La conciencia hace que los hombres sepan lo que es bueno, pero la vida incluye muchas tentaciones que pueden embotar la conciencia. Todos los hombres son susceptibles de cometer errores, pero cada día de vida presenta nuevas posibilidades de uso, hasta el momento de la muerte. El hombre puede regenerarse, por perdida que haya sido su vida anteriormente, si se arrepiente de manera genuina y subordina su propia naturaleza al orden divino. Tal regeneración hace que el hombre reasuma su verdadero destino: una vida de continua felicidad en el uso, por toda la eternidad.


Todo ser humano consiste de (…) el alma, la mente y el cuerpo. Lo más íntimo es el alma, lo intermedio (…) es la mente, y por último (…) está el cuerpo. Todo lo que fluye al hombre proveniente del Señor lo hace a su porción más íntima, que es el alma, y desciende a la intermedia, que es la mente y a través de ésta llega por último al cuerpo. (CL 101)

El alma actúa en el cuerpo, en el interior de éste, no a través de él. El cuerpo actúa por sí mismo, a partir del alma. El alma no actúa a través del cuerpo, porque estos dos no se consultan y deliberan conjuntamente, ni el alma ordena o pide al cuerpo que haga esto o aquello, ni que hable de su boca. Ni el cuerpo pide o ruega al alma que le dé o supla de cosas. Todo lo que pertenece al alma pertenece también al cuerpo, mutuamente y de modo intercambiable. (TCR 154) El alma, junto con el cuerpo, aun cuando son dos, hacen una sola cosa. (…) (AC 2005)

El alma es el hombre más interior; en consecuencia, es el hombre desde la cabeza hasta los pies. (INV 13) Es una falacia (…) sostener que la parte viviente del hombre, que se denomina alma, es algo etéreo, o flamígero, que se disipa cuando el hombre muere. [También es una falacia sostener] que reside en el corazón, o en el cerebro, o en alguna parte del cuerpo, y que desde ese lugar gobierna el cuerpo como si éste fuera una máquina. El hombre interior está en cada una de las partes del hombre exterior. El ojo no ve por sí mismo, ni el oído escucha por, sí mismo, sino gracias al hombre interior. (…) (AC 5084)

Cada uno es juzgado según la calidad de su alma. El alma del hombre es su vida, porque es el amor de su voluntad, y el amor de la voluntad de cada uno es completamente según sea su recepción de la verdad divina que proviene del Señor. (…) (AR 871)

El alma (…) es la forma humana. (…) Es la forma más íntima de todas las formas de todo el cuerpo. (…) En una palabra, el alma es el hombre mismo, porque es el hombre más interior. (…) Su forma es la forma humana, total y perfecta, y sin embargo no es la vida, sino el receptáculo más próximo a la vida que proviene de Dios. (…) (CL 315)

La delicia del alma es (…) el amor y la sabiduría del Señor. Al hacerse efectivo el amor (…) mediante la sabiduría, el asiento de ambos está en el afecto, y el afecto es uso. Esta delicia fluye al alma desde el Señor, y desciende a través de los grados superiores e inferiores de la mente hasta ocupar todos los sentidos del cuerpo donde se realiza plena-mente. (CL 8)

Todo el bien que el hombre ha pensado y hecho desde la infancia, hasta el último día de su vida, permanece [con él]. De manera similar permanece [con él]. De manera similar permanece [con él] todo el mal [que haya hecho], hasta el punto que ni aun la mínima parte perece de manera completa. Ambos quedan inscriptos en su libro de la vida (…) y en su naturaleza. (…) A partir de éstos se ha formado para sí mismo una vida (…) [o] alma, que después de la muerte será de la calidad que le corresponda. (AC 2256)


El hombre es tal solamente gracias a la voluntad y el entendimiento, mediante los cuales se distingue de las bestias. En otro aspecto es muy similar a ellas. (AC 594) En el hombre hay dos capacidades que provienen del Señor y mediante las cuales se distingue de las bestias. Una de éstas es la capacidad para comprender lo que es verdadero y lo que es bueno; ésta se llama racionalidad, y es una capacidad de su entendimiento. La otra es la capacidad de hacer lo que es (…) bueno; ésta se llama libertad, y es una capacidad de su voluntad. El hombre, en virtud de su racionalidad, es capaz de pensar lo que le plazca, sea a favor o en contra de Dios, sea a favor o en contra de su prójimo. También es capaz de querer y hacer lo que piensa. Cuando ve el mal y teme el castigo es capaz, en virtud de su libertad, de evitar hacerlo. En virtud de estas dos capacidades el hombre es tal y se distingue de las bestias. El hombre ha recibido del Señor estas dos capacidades, y de él provienen en cada momento. (…) [Nunca] se lo priva de ellas, porque si así fuera, la humanidad del hombre perecería. En estas dos capacidades el Señor está con todos los hombres, tanto los buenos como los malos. Son la morada de Dios en la raza humana. Es gracias a esto que el hombre vive eternamente, tanto los buenos como los malos. Pero la morada de Dios en el hombre está más cerca cuando (…) el hombre abre los grados superiores [de su mente] porque al hacerlo, accede a los grados superiores del amor y la sabiduría y de este modo llega a estar más cerca del Señor. A partir de esto puede verse que así como estos grados van abriéndose el hombre está en el Señor y el Señor está en él. (DL W 240)

Las almas de las bestias son tales que solamente pueden mirar hacia abajo, a las cosas terrenales. Por lo tanto únicamente pueden unirse a las tales. Perecen al perecer sus cuerpos. Las metas o fines no son lo que demuestran la calidad de la vida que tiene el hombre y la de la vida que tienen los animales. El hombre es capaz de tener metas espirituales y celestiales. Puede verlas, reconocerlas, ser afectado por ellas. Los animales, por su lado, no pueden obedecer sino a metas naturales. De este modo el hombre es capaz de residir en la esfera divina de fines y usos que está en el cielo y que constituye el cielo. Pero las bestias no pueden estar en esfera alguna que no sea la de los fines y usos terrenales. (AC 3646)

Ciertos animales parecen poseer prudencia y astucia, ser capaces del amor que se da en las parejas, de la amistad y aun de la caridad, la probidad y la benevolencia. En una sola palabra: de una moralidad similar a la de los humanos. Por ejemplo, los perros, debido a su genio que les es innato saben cómo actuar de guardias fieles, como si les perteneciera a su propia naturaleza. Gracias a la percepción que tienen del afecto de su amo conocen, como si así fuera, su voluntad. Lo buscan percibiendo el olor de sus pisadas y ropa. Conocen los distintos lugares y saben buscar el camino de su casa, aun a través de bosques, espesos y regiones sin senderos. (…) El hombre sensual concluye que el perro tiene conocimiento, inteligencia y sabiduría. (…) (AE 1198) [Pero no es así.]

Nadie crea que el hombre es tal por poseer un rostro natural humano, un cuerpo, un cerebro (…) órganos y miembros. Todos estos los tiene en común con las bestias, y por lo tanto mueren y se convierten en esqueleto. El hombre es humano por ser capaz de pensar y querer como hombre, y por lo tanto de recibir lo que es divino. (…) Es en esto que el hombre se distingue de las bestias y los animales salvajes. En la otra vida su cualidad como hombre también está determinada por lo que ha recibido del Señor y ha hecho suyo en la vida del cuerpo. (AC 4219)


El hombre no es vida, sino un órgano recipiente de la vida que procede de Dios. (…) (I 13) La vida de todos, se trate de un hombre, un espíritu o un ángel (…) fluye solamente del Señor. [El] es la vida esencial, y se difunde a lo largo y lo ancho de todo el cielo universal, y aun del infierno. (…) Pero la vida que fluye del Señor cada uno la recibe según el principio que prevalece en su vida. El bien y la verdad son recibidos como bien y verdad solamente por los buenos. Los malvados los reciben como mal y mentira, y hasta son transformados en mal y mentira en ellos. Esto es como con la luz del sol, que se imparte ella misma a todos los objetos que cubren la faz de la tierra, pero cada objeto la recibe según su naturaleza, y la convierte en hermosos colores de formas agradabilísimas, o en colores feos de formas horribles. Este es un misterio en el mundo, pero en la otra vida no hay nada que sea más evidente ni mejor conocido. (AC 2888)

A partir del Señor, a través del mundo espiritual y hasta los sujetos del mundo natural hay un influjo (influencia) general y también un influjo (influencia) particular. (…) Los animales de todas las clases pertenecen al orden de sus propias naturalezas, y por lo tanto reciben y poseen en sí el influjo (influencia) general. (…) Nacen poseedores de todas sus facultades y no necesitan ser introducidos a ellas mediante la información. Pero los hombres no están incluidos dentro de su orden (…) y por lo tanto reciben el influjo (influencia) particular, es decir, hay con ellos espíritus y ángeles mediante los cuales les viene el influjo (influencia). Si éstos no estuvieran con los hombres (…) cada uno se entregaría a toda suerte de perversión y en un instante se hundiría en el infierno más profundo. (AC 5850)

[Gracias a este influjo (influencia) particular] el hombre puede ser elevado por encima de la naturaleza, mientras que el animal no puede. El hombre puede pensar analítica y racionalmente respecto de las cosas civiles y morales que pertenecen a la naturaleza, y también de las cosas espirituales y celestiales que están por encima de la naturaleza. Ciertamente puede ser elevado en sabiduría hasta el punto de llegar a ver a Dios. (DWL 66)

En cada ángel y también en cada hombre hay un grado íntimo o supremo (…) en el cual lo Divino del Señor fluye primordialmente (…) y desde el cual dispone las demás cosas interiores en él, que siguen con arreglo a los grados del orden. Este más íntimo o supremo grado puede llamarse la entrada del Señor en el ángel o el hombre, y su mismísima morada en ellos. Es por virtud de éste más íntimo o supremo que el hombre es hombre y se distingue del bruto, porque éste no lo tiene. De aquí viene que el hombre, a diferencia del animal, puede con respecto a todas sus cosas interiores que atañen a su mente y genio, de ser elevado por el Señor hacia sí mismo, puede creer en Él, sentir su amor, y de esta manera verle a Él, puede recibir entendimiento y sabiduría y hablar mediante la razón. También es por virtud de esto el que pueda vivir eternamente. (HH 39)


El hombre es totalmente lo que constituye en él el principio rector de su vida. Gracias a esto se distingue de los demás. Según él se conforma su cielo, si es bueno, o su infierno, si es malo. Es su mismísima voluntad, y por lo tanto el auténtico ser de su vida, que no puede cambiarse después de la muerte. (AC 8858)

Hay tres amores universales que, desde la creación, componen a todo ser humano: el amor hacia el prójimo, que también es el amor de la ejecución de usos; el amor del mundo, que también es el amor de la posesión  de riquezas; y el amo de sí mismo, que también es el amor de ejercer el gobierno sobre otros. El amor del prójimo, o amor de la ejecución de usos, es un amor espiritual. El amor del mundo, que también es el amor de la posesión de riquezas, es un amor material. EL amor de sí mismo, o amor del gobierno sobre los demás, ese es un amor corporal. EL hombre es hombre cuando el amor hacia el prójimo, o amor de la ejecución de usos, constituye la cabeza; y el amor del mundo forma el cuerpo y el amor de sí mismo los pies. Pero si el amor del mundo constituye la cabeza, el hombre no es hombre —como si en vez de poseer un cuerpo sano tuviera una joroba que lo deformara. Cuando el amor de sí mismo domina en la cabeza, no es un hombre parado sobre sus pies sino sobre sus manos, con la cabeza para abajo y las nalgas hacia arriba (CL 269)

El amor (…) es la esencia de la vida humana, y (. . .) el pensamiento es la (…) existencia de su vida que proviene del amor. La palabra y la acción, por lo tanto, que fluyen del pensamiento, no provienen verdaderamente de éste, sino del amor que lo sustenta. (…) El hombre después de la muerte no es según su pensamiento sino según sus afectos y los pensamientos que derivan de éstos. Por lo tanto es su propio amor y la inteligencia que de él proviene. Después de la muerte el hombre aparta de sí todo lo que no está  de acuerdo con su amor. Sucesivamente asume el rostro, el tono de voz, las palabras, el gesto y los modales que corresponden al amor de su vida. Así ocurre que se dispone el cielo universal, según todas las variedades de los afectos del amor del bien. El infierno universal [se ordena] según todos los afectos del amor del mal. (CL 36)


Las buenas obras son todas las cosas que el hombre hace, escribe, predica o aun conversa, no de sí mismo sino del Señor. El hombre actúa escribe, predica y conversa a partir del Señor cuando vive según las leyes de su religión. Las leyes (…) de la religión son que ha de adorarse a un solo Dios, que han de rehuirse los adulterios, los robos los asesinatos, los falsos testimonios, y que también han de tenerse como abominación los fraudes, las ganancias ilícitas, los odios, las venganzas, las mentiras, las blasfemias, y muchas otras cosas que se mencionan, no solamente en el Decálogo sino en otros lugares de la Palabra, y que se denominan pecados contra Dios. Cuando el nombre rechaza todas estas cosas porque se oponen a la Palabra, y por lo tanto a Dios, y porque pertenecen al infierno, entonces el hombre (…) es guiado (…) por el Señor. En la medida en que sea guiado por el Señor (…) sus obras [son] buenas. Entonces es cuando se siente inspirado e impulsado a hacer bienes y a decir verdades por amor mismo de los bienes y las verdades, y no por amor de sí mismo o del mundo. Los usos son su regocijo, y las verdades, su delicia. Más aún, diariamente el Señor lo instruye en lo que debe hacer y decir, y también en lo que debe predicar o escribir. Cuando elimina los males está continuamente bajo la guía del Señor y es iluminado por él. Sin embargo no se lo guía y enseña de modo directo, mediante algún tipo de dictado, ni por inspiración perceptible alguna, sino mediante un influjo que penetra su deleite espiritual, y que él percibe según las verdades en las que consiste su comprensión. Cuando actúa a partir de este influjo (influencia) que parece actuara como por sí mismo, y sin embargo él mismo en su corazón reconoce que proviene del Señor. (AE 825)

Hay hombres que exceden a los demás en su capacidad de percibir y comprender lo que es honorable para la vida moral, lo que es justo en la vida civil y lo que es bueno en la vida espiritual. La causa de esto consiste en la elevación del pensamiento a las cosas que pertenecen al cielo, mediante lo cual se retira la mente de las cosas externas de los sentidos. Los que piensan solamente a partir de las cosas de los sentidos no pueden ver ni comprender lo que es honorable, justo y bueno, y por lo tanto se basan en las opiniones de los demás, o recurren mucho a la memoria, y de este modo aparecen ante sí mismos como más sabios que los demás. Pero quienes son capaces de pensar por encima de las cosas de los sentidos (…) poseen una capacidad mayor que la de los demás para comprender y percibir, y esto según el grado en que ven las cosas a partir de lo interior. (AC 6598)

Algunos creen que es difícil llevar una vida que conduce al cielo, una vida que se llama espiritual, porque han oído decir que el hombre tiene que renunciar al mundo y privarse de las concupiscencias llamadas del cuerpo y de la carne y que ha de vivir espiritualmente. Por esto entienden que han de renunciar a las cosas del mundo, que son principalmente las riquezas y honores; que han de andar continuamente en piadosa meditación acerca de Dios, de la salvación y de la vida eterna; y que han de pasar su vida en oraciones y la lectura de la Palabra y de libros píos. Creen que esto es renunciar al mundo y vivir en el espíritu y no en la carne.

[Pero] he aprendido que quienes renuncian al mundo y viven así en el espíritu de este modo se preparan para sí una vida triste en la cual no se recibe el gozo celestial, ya que la vida de cada uno sigue siendo la misma después de la muerte. Al contrario, para la recepción de la vida del cielo es preciso que el hombre viva en el mundo, se ocupe allí en sus oficios y negocios, recibiendo entonces mediante una vida moral y civil (…) la vida espiritual. Así y no de otra manera puede formarse en el hombre la vida espiritual y prepararse su espíritu para el cielo. (HH 528)

Una persona puede, en forma exterior, vivir como otra, acumular riquezas, tener una mesa abundante, vivir en vivienda elegante y vestir ropa costosa conforme su condición y oficio, disfrutar de diversiones y amenos entretenimientos, y ocuparse en asuntos mundanos por negocios o por el recreo de su mente y cuerpo, con tal que interiormente reconozca lo Divino y desee el bien del prójimo (…) Entrar en el camino que conduce al cielo no es tan difícil como muchos creen. La sola dificultad es poder resistir el amor al propio yo y al mundo, impidiendo que se hagan dominantes (…) porque son la fuente de todos los males. (HH 359)

Tanto el piadoso como el impío (…) el justo como el injusto (…) el bueno como el malo gozan por igual de dignidades y posesiones, y sin embargo (…) el impío e injusto (…) termina en el infierno, mientras que el piadoso y justo (…) entra en el cielo. (…) Las dignidades y las riquezas, los honores y las posesiones son tanto bendiciones como maldiciones. [Son] bendiciones para el bueno y maldiciones para el malo. (…) En el cielo hay tanto ricos como pobres, grandes o pequeños, y del mismo modo en el infierno. (…) Las dignidades y las riquezas eran bendiciones, en el mundo, para los que ahora están en el cielo, y eran maldiciones, en el mundo, para los que ahora están en el infierno. (…) Son bendiciones para los que no ponen su corazón en ellas, y maldiciones para los que sí lo hacen. Poner el corazón en ellas significa amarse a uno mismo en ellas. No poner el corazón en ellas significa amar los usos en ellas, y no el propio yo.(DP 217)


El hombre ha sido creado de tal manera que todo lo que quiere, piensa y hace se le aparece como si estuviera realmente en él y proviniera, por lo tanto, de él. Sin esta apariencia el hombre no sería hombre, porque no podría recibir, retener y (…) apropiarse para sí nada que sea bueno o verdadero, ni propio del amor y la sabiduría. (…) Sin esta apariencia viva, el hombre no sería capaz de la conjunción con Dios, y por lo tanto tampoco de la vida eterna. Pero, si gracias a esta apariencia, induce en sí mismo la creencia de que es él mismo quien quiere, piensa y (…) hace cosas buenas, y que no lo es por el Señor, convierte el bien en mal, en su interior, y constituye (…) en sí mismo el origen del mal. Este fue el pecado de Adán. (CL 444)

El amor del cual se hacen los actos es o bien celestial o bien infernal. (…) Los actos que se hacen desde el amor infernal que es el amor a sí mismo y al mundo, son hechos desde el hombre mismo, y todo cuanto es hecho desde el hombre mismo es malo; porque el hombre, en cuanto a lo que le es propio no es más que maldad. (HH 484)

El hombre, cuando nace, es entre todos los animales y bestias salvajes, la criatura viviente más vil. Cuando crece y se convierte en su propio amo, si no se lo impiden las ataduras externas de la ley, y las ataduras que él se impone a sí mismo con el objetivo de obtener ganancias en términos de honor y riqueza, se precipitaría a toda suerte de crimen y no descansaría hasta no haber subyugado todo lo que existe en el universo y haberse apropiado de las riquezas de todos los demás hombres. (…) No perdonaría a nadie, salvo a aquellos dispuestos a someterse a su servidumbre más humilde. Tal es la naturaleza de cada hombre. (…) Si esta posibilidad y poder se le dieran, y si se aflojaran las ligaduras que lo contienen, continuaría precipitadamente en esa dirección en la medida de su habilidad.

[Pero] el Señor (…) gobierna el mal en el hombre y el infierno que posee en su interior. A fin de que el mal que hay en el hombre pueda ser subyugado (…) el hombre es regenerado por el Señor y dotado de una nueva voluntad, que es la conciencia mediante la cual es el Señor mismo, y únicamente él, quien ejecuta todas las buenas acciones. Estos son puntos de la fe:, Que el hombre no es otra cosa sino malo, y que todo bien procede del Señor. (AC 987)


El bien y la verdad que fluyen desde el Señor activan (…) la conciencia [interior]. (. . .) La conciencia exterior es activada por lo que es [moral y cívicamente] justo y equitativo. (. . .) También hay un plano más exterior aún (…) que se manifiesta como conciencia pero que no lo es; haciendo lo que es justo y equitativo por amor de sí mismo y del mundo (. . .) [o] por la ambición de recibir honores y fama (…) [no puede ser considerado una forma auténtica de conciencia]. Estos tres planos (…) gobiernan al hombre. (…) Mediante el plano interior el Señor gobierna en los que han sido regenerados. Mediante el plano exterior (. . .) el Señor gobierna en los que no han sido regenerados todavía pero están en el proceso de serlo, si no en la vida en el cuerpo, por lo menos en la otra vida. Mediante el plano más exterior, que [solamente] tiene la apariencia de ser conciencia, pero no lo es (…) el Señor gobierna sobre los demás, aun los más perversos. Sin la restricción de este plano los malvados se arrojarían a toda clase de acciones perversas y locas. (AC4167)

El hombre regenerado posee gozo cuando actúa según los dictados de su conciencia, pero experimenta ansiedad cuando se lo ha forzado a pensar o actuar de algún modo contrario a ella. No ocurre de este modo con los no regenerados, porque hay muchos entre éstos que no saben qué cosa puede ser la conciencia, y menos idea aún tienen de qué puede significar hacer algo que es o bien conforme o contrario a ella, sino únicamente lo que es hacer aquellas cosas que favorecen sus amores. Esto es lo que les produce gozo, y cuando hacen lo que es contrario a sus amores experimentan ansiedad. En el hombre regenerado hay una nueva voluntad y una nueva comprensión, y esta nueva voluntad y nueva comprensión son su conciencia. (…) A través de ésta el Señor opera el bien de la caridad, de la verdad y de la fe. El hombre no regenerado no posee voluntad, sino (…) apetitos, y una consiguiente proclividad a toda forma de mal. Ni posee comprensión, sin el simple razonamiento y la consiguiente tendencia a toda suerte de falsedad. El hombre que tiene conciencia posee la vida celestial y espiritual. El hombre que no tiene conciencia posee solamente la vida corporal y mundanal. (…) (AC 977)


La tentación es un asedio contra el amor en el que [un] (. . .) hombre está, y la tentación lo asalta en el mismo grado en que posee el amor. Si el amor no sufre asedios, no hay tentación. Destruir el amor de alguien es destruir su vida, porque el amor es la vida. (AC1690)

Las tentaciones (…) son los medios que derrotan y dispersan los males y las mentiras, y mediante los cuales se induce el horror que ellos implican. (…) [de este modo] la conciencia es recibida por el hombre (…) y también fortalecida, y es así que el hombre resulta regenerado. (…) (AC 1692)

Hay tentaciones espirituales y tentaciones naturales. Las tentaciones espirituales pertenecen al hombre interior, pero las naturales son del hombre exterior. Las tentaciones espirituales a veces se producen sin que intervengan las tentaciones naturales, pero a veces van acompañadas de ellas. Las tentaciones naturales se producen cuando el hombre sufre en su cuerpo, por causa de los honores y las riquezas, en una palabra, en todo lo relacionado con la vida natural, como ocurre en el caso de las enfermedades, el infortunio, las persecuciones, los castigos y otras desgracias similares. Las ansiedades que se experimentan en esos momentos son lo que denominamos «tentaciones naturales».

[Sin embargo,] (…) estas tentaciones (…) no pueden considerarse genuinas, porque no son nada más que penas. Tienen como origen las heridas que se sufren como parte de la vida natural, que es la del amor por sí mismo y por el mundo. Los malvados a veces sufren estas penas, y son atormentados proporcionalmente a su amor por sí mismos y por el mun¬do. (…)

Las tentaciones espirituales pertenecen al hombre interior y son un asedio contra su vida espiritual. En este caso las ansiedades no están relacionadas con pérdida alguna que se haya sufrido en la vida natural, sino que se deben a pérdidas en la fe y la caridad, y consecuentemente de la salvación. Estas tentaciones frecuentemente tienen como origen tentaciones de orden natural, porque si alguien sufre (…) enfermedad, pena, la pérdida de riquezas o de honor, u otras cosas por el estilo, comienza a pensar en la ayuda del Señor (…) y entonces la tentación espiritual acompaña a la tentación natural. (AC 8164) [Pero] las tentaciones espirituales son poco conocidas en estos días. Ni se las permite actuar en la medida en que solían hacerlo antiguamente, porque el hombre no vive en la verdad de la fe y sucumbiría. (AC 762)

Cada tentación viene acompañada de alguna clase de desesperación y (…) sigue el consuelo. El que es tentado sufre ansiedades que inducen un estado de desesperación respecto de cuál ha de ser el fin. El combate de la tentación no es otra cosa sino esta desesperación. El que tiene la seguridad de la victoria no sufre de ansiedad, y por lo tanto no   padece la tentación. (AC  1787) Nadie sufre de tentaciones hasta no haber llegado a la edad adulta. (AC 4248)

Cuando alguien sufre de tentaciones es como si tuviera hambre de bien, y como si estuviera sediento de verdad. Por lo tanto, cuando sale de la tentación absorbe el bien como el hambriento que ingiere alimentos cuando los consigue, y recibe la verdad como el sediento que encuentra para beber. (…) Después de la oscuridad y la ansiedad de las tentaciones, aparecen la luz y la alegría. (AC 6829)


El esfuerzo incesante del Señor, en su divina providencia, es unir el hombre a sí, y unirse él mismo con el hombre. Esta unión es lo que denominamos reforma y regeneración. Gracias a ella el hombre obtiene la salvación. (DP 123)

[Muchos] suponen que el hombre puede ser regenerado sin tener que sufrir tentaciones, y algunos creen que han sido regenerados cuando han sufrido apenas una sola tentación. Pero (…) sin tentaciones nadie puede ser regenerado, y muchas vienen sucesivamente una tras otra (…) La regeneración ocurre para que la vida del viejo hombre pueda morir, y de este modo ser insinuada la nueva vida celestial. (…) Debe haber una lucha, porque la vida del viejo hombre resiste, y no está dispuesta a permitir su extinción, y la vida del nuevo hombre no puede entrar sino cuando la vida del viejo ha sido extinguida completamente. (…) Hay lucha por ambas partes, y la lucha es terrible, porque está en juego la vida. (…) Hay muchas clases de males que han constituido el deleite de la primera vida. (…) Es imposible dominar simultánea y repentinamente todos estos males, porque se aferran al hombre muy firmemente, teniendo raíces en las generaciones precedentes desde tiempo inmemorial, y consecuentemente son innatos. [También han sido] confirmados desde la infancia mediante las pro¬pias malas acciones. Todos estos males son diametralmente opuestos al bien celestial que ha de insinuarse en el hombre para constituir la nueva vida. (AC 8403)

La tentación es el principio de la regeneración. (…) Toda regeneración tiene como meta que el hombre reciba una nueva vida. (…) (AC 848) El hombre nace a falsedades de todo tipo y por lo tanto, por sí mismo, está condenado al infierno. Para (…) poder ser rescatado del infierno debe (…) volver a nacer, en el Señor. Este nuevo nacimiento es lo que se denomina regeneración. Para (…) poder volver a nacer lo primero que es necesario es el aprendizaje de verdades, y si uno pertenece a la iglesia debe aprenderlas de la Palabra, o de la doctrina que deriva de la Palabra. La Palabra y la doctrina que deriva de la Palabra enseñan lo que es bueno y verdadero, y lo bueno y verdadero enseña lo que es falso y malo. A menos que el hombre sepa estas cosas no puede ser regenerado, porque permanece en sus maldades y falsedades, creyendo que las maldades son bienes y que las falsedades son verdades (…) El conocimiento de la verdad y del bien debe preceder a la regeneración, y deben iluminar el entendimiento del hombre. El entendimiento le ha sido dado al hombre para que pueda encontrar el camino mediante el conocimiento del bien y de la verdad, pues éstos, al ser recibidos por su voluntad, lo hacen bueno.

Las verdades se convierten en bien cuando el hombre las desea, y por desearlas las pone por obra. (…) Es lo mismo decir querer lo bueno o amar lo bueno. El hombre ama lo que quiere con su voluntad. También es lo mismo decir que se comprende la verdad que proviene del bien, o que se la cree. (…) En el hombre regenerado el amor y la fe actúan como una misma cosa. Esta conjunción, o matrimonio es lo que se denomina la iglesia, o el cielo y también el Reino del Señor. En el sentido supremo [esta conjunción es] la del Señor con el hombre. (AC 10367)

Tal como es formado el hombre así es perfeccionado en inteligencia y sabiduría, y llega a ser hombre. Ningún hombre es hombre gracias a su mente natural; a partir de ésta es más bien una bestia. Llega a ser hombre mediante la inteligencia y la sabiduría que proviene del Señor, y en la medida en que es inteligente y sabio es un hombre hermoso y un ángel del cielo. Pero en la medida en que rechaza, so¬foca y pervierte las verdades y los bienes de la Palabra (…) y (…) rechaza la inteligencia y la sabiduría, es un monstruo y no un hombre, porque no es sino un demonio. (…) (AE 790)

Dios, según sus propias leyes, es capaz de perdonar los pecados a cualquier hombre solamente si el hombre según sus leyes se abstiene de incurrir en ellos. Dios es capaz de regenerar espiritualmente al hombre solamente en la medida en que éste, según sus leyes, se regenera a sí mismo de manera natural. Dios está incesantemente trabajando por la regeneración del hombre, y por lo tanto para salvarlo. Pero no puede hacer nada ni lograr su objetivo si el hombre no se prepara como receptáculo y, de esta manera, allana el camino y abre la puerta para Dios. (TCR 73)

El hombre que está siendo regenerado no sufre privación de los deleites y placeres del cuerpo y de la mente inferior. Sigue gozando plenamente de sus deleites después de la regeneración, y aún más plenamente que antes, pero en proporción inversa. Antes de la regeneración, el deleite de los placeres era todo en su vida. Después de la regeneración el bien de la caridad llega a ser el todo de su vida, y entonces el deleite de los placeres sirve como medio (…) [o] como plano último, hacia el cual conduce el bien espiritual con su felicidad y bienaventuranza. (AC 8413)

Nadie puede decir que ha sido regenerado a menos que reconozca y confiese que la caridad es la realidad primordial de su fe, y a menos que se sienta afectado de amor por su prójimo y tenga misericordia de él. (AC 989) Antes de ser regenerado el hombre no puede dejar de pensar en las recompensas; pero es diferente cuando ha sido regenerado. Entonces se indignará si alguien piensa que hace bien a su prójimo por amor de la recompensa que recibirá, porque experimenta deleite y bienaventuranza en el acto mismo de impartir beneficios a los demás, y no piensa en la recompensa. (AC 8002) En él, que ha sido regenerado el hombre interior ejerce el dominio de la persona, y el hombre exterior es obediente y está sometido. En el no regenerado el hombre exterior gobierna, y el interior obedece, como si no existiera. El hombre regenerado sabe (…) gracias a la reflexión qué es el hombre interior y qué es el exterior. El hombre que no ha sido regenerado no sabe nada de todo esto, y no puede llegar a saber nada, ni siquiera poniéndose a reflexionar, desde que no tiene familiaridad con el bien y la verdad de la fe que tienen su origen en la caridad. (…) El hombre regenerado (…) y el hombre no regenerado (…) se diferencian entre sí como el verano y el invierno, como la luz y la oscuridad. El que ha sido regenerado es un hombre vivo, el no regenerado es un muerto. (AC 977)

Antes de la regeneración la vida sigue los preceptos de la fe, pero después de la regeneración obedece a los preceptos de la caridad. Antes de la regeneración nadie tiene conocimiento de lo que es la caridad en el plano de los afectos, sino solamente en el de la doctrina. (…) Después de la regeneración (…) ama a su prójimo, y le desea el bien con todo su corazón. Vive según una ley que está escrita en su corazón, y actúa movido por el afecto de la caridad. Este estado es totalmente distinto del anterior. Los que pertenecen al primer estado moran en la oscuridad total respecto de las verdades y los bienes de la fe, pero los que pertenecen al segundo estado están alumbrados por una relativa caridad. (AC 8013)

En los regenerados el orden de la vida se invierte; deja de ser natural para convertirse en espiritual. (…) El hombre regenerado actúa movido por la caridad. Todo lo que pertenece a su caridad pasará a pertenecer también a su fe. Sin embargo, se vuelve espiritual solamente en la medida en que permanece en las verdades. El hombre es regenerado solamente gracias a las verdades y a la vida congruente con ellas. Gracias a la verdad sabe lo que es la vida, y mediante la vida pone por obra las verdades y, de esa manera, une el bien y la verdad, matrimonio espiritual en que consiste el cielo. (DP 83)

El hombre no sabe nada de la manera en que está siendo regenerado, y apenas si se da cuenta de que lo está siendo. Pero si está deseoso de saber estas cosas, le bastará con observar cuidadosamente las metas que se propone y que rara vez descubre ante los demás. Si las metas tienden al bien (…) [y] se preocupa más por sus prójimos y por el Señor que por sí mismo, entonces puede considerar que está en un estado de regeneración. Pero si sus metas tienden hacia el mal (…) [y] se preocupa más por sí mismo que por los demás o por el Señor (…) no está en estado de regeneración. (AC 3570)

No hay un período definido dentro del cual se complete la regeneración del hombre, de tal manera que pueda decir: «Ahora soy perfecto.» Hay ilimitados estados de maldad y mentira en cada hombre, no solamente estados simples sino estados que en más de una manera son compuestos, que deben eliminarse del todo, hasta el punto que no vuelvan a aparecer más. (…) En algunos estados puede decirse que el hombre es más perfecto, pero en otros no. Los que han sido regenerados durante la vida de su cuerpo, y han vivido en la fe del Señor y en caridad hacia sus prójimos, siguen siendo perfeccionados, continuamente, en la otra vida. (AC 894)

Todo ser humano, mientras está siendo conducido por cualquier amor y sigue a cualquier cosa que lo atraiga, se supone, a sí mismo, un ser libre, aunque son los espíritus malignos en cuya compañía o corriente se encuentra los que lo llevan. Este hombre supone que en esto radica su libertad mayor, hasta el punto que supone que la pérdida de este estado puede hacerle caer en una vida sumamente infeliz, tal que «no es vida». Esto lo cree no solamente porque no está consciente de la existencia de cualquier otra vida, sino también porque está bajo la impresión de que nadie puede llegar al cielo sino después de atravesar innumerables miserias, pobrezas y de perderse todos los placeres. Pero (…) esta impresión es falsa. (…) El hombre no ingresa en un estado de libertad genuina hasta no haber sido regenerado y el Señor lo conduce a lo que es bueno y verdadero. Cuando está en este estado por primera vez es capaz de saber y percibir qué es la libertad, porque entonces sabe qué es la vida, y qué es la felicidad y cuál es el verdadero deleite de la vida. Antes de esto ni siquiera sabe qué es el bien, denominado a veces bien principal a algo que en realidad es el peor de los males. (AC 892)

La regeneración del hombre en este mundo es (…) [el] plano para la perfección de su vida para la eternidad. (AC 9334)


El ser humano individual no nace para sí mismo sino para los demás (…), para servir a sus conciudadanos, a la sociedad, a su nación, a la Iglesia, y de este modo al Señor. El que hace todas estas cosas acopia el bien, para sí por toda la eternidad. (TCR 406)

Hay cuatro períodos de la vida que el hombre atraviesa desde la infancia hasta la ancianidad. El primero es cuando actúa según los dictámenes de los demás, siguiendo sus indicaciones, el segundo es cuando actúa por sí mismo, siguiendo las indicaciones del entendimiento, el tercero es cuando la voluntad actúa sobre el entendimiento, y el entendimiento regula la voluntad, y el cuarto es cuando actúa a partir de principios confirmados y según un propósito deliberado. Pero estos períodos de la vida son los períodos del espíritu del hombre, y no ocurre del mismo modo con el cuerpo. El cuerpo puede actuar moralmente y hablar racionalmente al mismo tiempo que su espíritu tiene la disposición de actuar, querer y pensar las opuestas. Que ésta sea la naturaleza del hombre resulta evidente en el caso de los farsantes, los aduladores, los mentirosos y los hipócritas. Estos (…) poseen una doble mente (…) dividida en dos [partes] discordantes. (…) El caso es diferente con los que quieren rectamente y piensan de modo racional y, en consecuencia, actúan tal como deben hacerlo y conversan racionalmente. (TCR 443)

Servir al Señor, actuando según sus mandamientos y por lo tanto obedeciéndolo no es ser sirviente sino ser libre. La libertad más real en el hombre consiste en ser conducido por el Señor, porque el Señor inspira al hombre, mediante su propia voluntad, al bien que ha de poner por obra, y aun cuando éste proviene del Señor, se lo percibe como si fuera de uno mismo y por lo tanto como libertad. Esta libertad la poseen todos los que están en el Señor, y va acompañada de una felicidad inexpresable. (AC 8988)

El Señor ama a todos, y por ese amor desea el bien de todos, y el bien es uso. Del mismo modo como el Señor hace bienes o ejecuta usos mediante los ángeles, así procede en el mundo mediante los hombres. Por lo tanto a aquellos que ejecutan los usos con fidelidad el Señor les otorga el amor de los usos y su recompensa, que es la bienaventuranza interior. Esta es la felicidad eterna. (CL 7) Nadie goza de los afectos o las percepciones de tal modo que éstas sean idénticas a los de otros, ni tal cosa jamás podría ser. Más aún, los afectos pueden fructificar y las percepciones multiplicarse interminablemente. El conocimiento es inagotable. (…) (DP 57) El hombre puede (…) ser perfeccionado en el conocimiento, la inteligencia y la sabiduría, durante toda la eternidad. (CL 134) Cuando (…) [el hombre] está dotado de verdades se perfecciona en la inteligencia y en la sabiduría. (…) Cuando ha sido perfeccionado en la inteligencia y la sabiduría se le ha bendecido con una felicidad que será en él eterna. (AC 5651)


Según la óptica de Swedenborg el mundo espiritual y el natural forman dos partes interrelacionadas de una misma creación. Ambos resultan del flujo del amor y la sabiduría divinamente creativas. Son interdependientes hasta tal punto que ninguno de los dos podría sobrevivir sin el otro.

La creación está dirigida hacia un fin: un cielo poblado con seres espirituales que han establecido primero su individualidad eterna en el mundo natural. Todas las tierras están dotadas del mismo propósito esencial y, por lo tanto, existen infinitas variedades de la raza humana.

En cualquier mundo todo lo material que ese mundo contiene sirve a los usos del hombre, para que el hombre pueda, a su vez, ejecutar mejor sus usos en beneficio de los otros hombres. Este servicio humano sirve verdaderamente para promover el propósito divino en el universo.

Hay un mundo espiritual, y también un mundo natural. (…) El mundo espiritual es aquel donde moran los espíritus y los ángeles; el mundo natural es el lugar donde moran los hombres. (…) Las cosas naturales, representan las espirituales (…) y corresponden con éstas. (…) Lo natural no podría existir sino como consecuencia de una causa anterior. Esta causa radica en lo que es espiritual.. No hay nada en el mundo natural, entonces, que no derive de una causa espiritual. Las formas naturales son efectos y no pueden aparecer como causas (…) menos aun como causas de causas, o sea como principios. Reciben sus formas según el uso que ejecutan, en el lugar en donde están. (…) Todas las cosas naturales representan (…) las cosas espirituales a las que corresponden. (…) (AC 299091) Todas las cosas que hay en el mundo representan alguna idea del Reino del Señor, en consecuencia son imágenes de las cosas celestiales y espirituales. (…) (AC 1409)

Dios es el amor en sí y la sabiduría en sí. Los afectos de su amor (…) y las percepciones de su sabiduría son infinitas. Todas las cosas que aparecen en la tierra son correspondencias [del amor y la sabiduría divina]. Este es el origen de las aves, las bestias, los árboles de los bosques, los árboles frutales, los sembrados y los cultivos, las hierbas y los pastos. Dios no es extenso, y sin embargo está presente en todas las partes de la extensión, es decir, en todo el universo, desde el principio hasta el fin. Siendo omnipresente, hay (…) correspondencias con los afectos de su amor y de su sabiduría en todo el mundo natural. (…) [En] el mundo espiritual hay correspondencias similares a la realidad de aquellos que reciben de Dios sus percepciones y afectos. (…) [En] el mundo [espiritual] tales cosas son creadas por Dios momento a momento, según los afectos de los ángeles. En el mundo [natural] se las ha creado del mismo modo, al principio. Pero se previno que fueran renovadas incesantemente mediante la propagación de unos a otros, para que la creación, de este modo, fuera continua. En el mundo espiritual la creación se da momento a momento, en el natural es continua mediante la propagación, porque la atmósfera y la tierra del primero son espirituales y la atmósfera y tierra del segundo (…) son naturales. Las cosas naturales fueron creadas para revestir las cosas espirituales del mismo modo como la piel reviste los cuerpos de los hombres y los animales, o la corteza exterior y la corteza interior los troncos y las ramas de los árboles, o como las distintas membranas revisten el cerebro, o las túnicas a los nervios y aun los recubrimientos interiores sus fibras, y así sucesivamente. (TCR 78)

El universo creado es una obra interconectada, a partir del amor y mediante la sabiduría. (L 5) Todas las cosas que están en el mundo fueron creadas según las imágenes de las cosas que están en el cielo, porque las cosas naturales provienen de las espirituales, como los efectos provienen de las causas. (…) La naturaleza universal es como un teatro que representa el Reinó de Dios. (AC 8812)

La relación entre lo interior y lo exterior es discreta, no continua. Los grados son de dos clases: hay grados que son continuos y otros que no lo son. Los grados continuos están relacionados como los grados de la disminución de la luz desde la llama hasta la oscuridad, o como los grados de la disminución de la vista desde los objetos que se hallan en la luz hasta los que están en la sombra, o como los grados de la pureza de la atmósfera desde su base hasta su extrema altura. (…) Los grados no continuos, o discretos, se distinguen como lo anterior y lo posterior, como causa y efecto, y como lo produce y lo producido. (…) En cada una y en todas las cosas en el mundo entero (…), hay tales grados de producción y composición. (…) (HH 38)

Las cosas que están en Un grado interior son más perfectas que las cosas que están en un grado exterior, y no hay semejanza entre ellas salvo mediante el establecimiento de correspondencias. (AC 10181)

Hasta tal punto está lleno el universo del Amor y la Sabiduría Divinos, tanto en lo más grande como en lo más insignificante, en lo primero como en lo último, que puede describírselo diciendo que no es otra cosa que una imagen del Amor y la Sabiduría Divinos. (…) Hay tal correspondencia de cada cosa y de todas las cosas que asumen una forma en el universo creado, con cada una y todas las cosas que hay en el hombre, que puede decirse del hombre que es una especie de universo. Hay una correspondencia de sus afectos, y por lo tanto de sus pensamientos, con todas las cosas que pertenecen al reino animal, de su voluntad, y por lo tanto de su entendimiento, con todas las cosas que pertenecen al reino vegetal, y de su vida más exterior con todas las cosas que pertenecen al reino mineral. (…) En (…) el mundo espiritual están todas las cosas que toman forma material en el mundo de la naturaleza, en sus tres reinos, y estas formas materiales son correspondencias de sus afectos y pensamientos. (…) (DLW 52)

Antes de la creación Dios era el amor en sí y la sabiduría en sí, y la unidad de estos dos en el esfuerzo por ejecutar usos. El amor y la sabiduría, independientemente del uso, son solamente caprichos fugaces de la razón, que vuelan y se desvanecen si no se los aplica en la ejecución de algún uso. Los dos primeros, separados del tercero, son como pájaros que vuelan encima de un gran océano, que a la larga se cansarán de volar y caerán rendidos por el esfuerzo, y se ahogarán. El universo fue creado por Dios para dar existencia a los usos (…) puede denominárselo el escenario de los usos. Siendo que el hombre es la principal meta de la creación (…) cada una y todas las cosas que pertenecen al orden fueron reunidas y concentradas en él, para que Dios, a través de él, pudiera ejecutar los usos primordiales. El amor y la sabiduría, independientemente de los usos, pueden ser comparados con la luz del sol y su calor que, si no actuaran sobre el hombre, los animales y los vegetales, serían cosas sin valor alguno. Mediante el influjo (influencia) y la operación de su poder en ellos se convierten en entes reales (TCR 67)

La creación comenzó a partir de lo supremo, o sea de lo más interior, porque su principio es a partir de lo divino, y procedió, desde allí, hasta lo último, o más exterior. (…) Lo último en la creación es el mundo natural, que incluye el globo terráqueo, con todas las cosas que están sobre él. Cuando esto hubo concluido, fue creado el hombre, y en él se reunieron todos los elementos del orden divino, desde los primeros hasta los últimos. (…) (LJ 9)

Hay muchas tierras con habitantes sobre ellas. (…) Planetas, algunos de los cuales sobrepasan a esta tierra en magnitud, que no son masas vacías, creadas solamente para dar vueltas alrededor del sol e iluminar una de las tierras. Su uso debe ser más eminente que esto. El que cree, como todos debieran creer, que el universo no ha sido creado con otro fin sino para que en él pudiera aparecer la raza humana, y el cielo que resulta de ella (…) no puede sino creer, al mismo tiempo, que hay hombres en todos los planetas que existen. Los planetas que son visibles a nuestros ojos, al estar dentro de los límites de nuestro sistema solar, son tierras. (…) Son cuerpos de materia terrenal, porque reflejan la luz del sol. Al mismo tiempo (…) ellos también, como nuestra tierra, dan vuelta alrededor del sol, y por lo tanto poseen años, y estaciones en cada año —primavera, verano, otoño e invierno— con diferencias según el clima. Del mismo modo (…) giran en torno a su propio eje y por lo tanto poseen días, y momentos durante cada día: mañana, mediodía, tarde y noche. (…) (AC 6697)

Cada una y todas las cosas que pueblan el universo han sido creadas por Dios. Por lo tanto el universo, con cada una de las cosas que le pertenecen, recibe, en la Palabra, el nombre de «obra de la mano de Jehová». Hay quienes sostienen que el universo, con todo lo que contiene, fue creado de la nada, y a partir de este nada se sostiene la idea de una Nada absoluta. De la Nada absoluta, sin embargo, no puede hacerse nada, ni es nada. Esta es una verdad establecida. El universo, por lo tanto, que es imagen de Dios y en consecuencia está lleno de Dios, solamente pudo ser creado en Dios y de Dios. Dios es Esse en sí mismo, y todo lo que es, necesita tener su origen en el Esse. La creación de lo que es a partir de la nada, que no es, es una total contradicción. Sin embargo, lo que ha sido creado en Dios y de Dios no posee continuidad con El. Dios es el Esse en sí y en las cosas creadas no hay Esse en sí. Si en las cosas creadas hubiera algún Esse en sí, éste sería continuo respecto de Dios, y lo que es continuo respecto de Dios es Dios. (DLW 55)

Hay dos soles, mediante los cuales el Señor ha creado todas las cosas, el sol del mundo espiritual y el sol del mundo natural. (…) El universo y todas las^ cosas que él contiene fueron creados por el Señor, sirviendo como medio el sol del mundo espiritual, porque éste es lo primero que procede del amor divino y de la sabiduría divina, y todas las cosas que son, son de parte del amor divino y la sabiduría divina. En todas las cosas creadas, las más grandes así como las más pequeñas, hay fin, causa y efecto. Una cosa creada en la cual no hay de estas tres, es una imposibilidad. (DLW 153154)

El universo espiritual no puede existir sin un universo natural, en el cual puede ejecutar sus efec¬tos y usos, de manera que (…) se creó un sol, para que de él pudieran provenir todas las cosas naturales, y gracias al cual, de manera similar, mediante la luz y el calor (…) se crearon las atmósferas (…) Mediante estas atmósferas se creó el globo terráqueo, en el cual fueron formados el hombre, las bestias, los peces, los árboles, los arbustos y las hierbas, a partir de sustancias terrenales, compuestos de tierra, piedras y minerales. Esta es una forma muy sucinta de relatar el proceso de la creación. Serían necesarios innumerables volúmenes para entrar en el detalle de las cosas particulares y particularísimas de este proceso; sin embargo, todas las cosas apuntan hacia la conclusión de que Dios creó el universo; pero no a partir de la nada, porque de la nada, nada proviene. Dios creó el universo mediante el sol del cielo angelical, que proviene de su mismo Esse, y por lo tanto es puro amor unido con la sabiduría. El universo, es decir, tanto el mundo espiritual como el natural, ha sido creado del amor divino, mediante la sabiduría divina como lo atestiguan y demuestran cada una y todas las cosas que contiene. (TCR 76)

El fin de todas las cosas de la creación es que pueda haber una conjunción eterna del Creador con el universo creado. Esto no es posible a menos que existan sujetos en los cuales su divinidad pueda existir como en sí mismo, por lo tanto, sujetos en los cuales pueda morar y permanecer. (…) Estos sujetos son los hombres, que son capaces, como si proviniera de ellos mismos, de elevarse y unirse a sí mismos [con el cielo]. (…) Mediante esta conjunción, es que el Señor está presente en cada una de las obras que él ha creado. (DLW 170)

Todas las cosas que han sido creadas en la tierra han sido creadas para el uso, beneficio (…) y deleite de los hombres, algunas de manera más próxima, otras de manera más remota. Desde que estas cosas han sido creadas por amor del hombre, se sigue que existen para servir al Señor, que (…) es la vida que está dentro del hombre. (DW 13) El universo es un complejo de usos que existen en orden sucesivo, mirando hacia la raza humana, de la cual proviene el cielo angelical, como su auténtica meta (…) ¡Cuan maravilloso es que el insignificante gusano de seda pueda vestir de seda y adornar así magníficamente tanto a hombres como a mujeres, desde las reinas y reyes hasta a los más humildes sirvientes, de ambos sexos, y que un insecto insignificante como la abeja pueda proveer de cera a los lustradores, para que éstos puedan hacer que los templos y los palacios brillen rutilantes! (TCR 13) Todas las cosas que hay en el universo son procreadas y formadas por el uso, en el uso y para el uso. (CL 183)

El hombre es el medio por el cual el mundo natural y el mundo espiritual se asocian; es decir, que el hombre es el medio de esta conjunción, porque en él está un mundo natural y también un mundo espiritual, por lo tanto en la medida en que el hombre es espiritual en la misma medida es medio de conjunción; pero en la medida en que un hombre es natural y no espiritual, no es medio de conjunción. (HH 112)

El que no conoce los arcanos del cielo, puede quizá creer que los ángeles subsisten sin los hombres, o los hombres sin los ángeles. Pero (…) no hay ángel o espíritu que subsista sin el hombre, ni hay hombre que lo haga sin espíritus y ángeles. Hay una conjunción mutua y recíproca. (…) La raza humana y el cielo angelical hacen una sola cosa, y subsisten recíproca y mutuamente el uno del otro, y por lo tanto ninguno de los dos (…) puede ser separado del otro. (LJ 9)

Casi todos los que pasan de esta vida al otro mundo suponen que el infierno es el mismo para todos, y que el cielo es el mismo para todos. Y sin embargo en ambos hay infinitas diversidades y variaciones, y el cielo o el infierno de una persona no es exactamente igual al de otra. (…) Cada uno está formado mediante la armonía de muchos componentes, y según sea la armonía, así será el cielo, o el infierno. (…) De este modo toda sociedad en los cielos forma una unidad, y de este mismo modo todas las sociedades juntas [forman] (…) el cielo universal, y todo esto proviene exclusivamente del Señor, mediante el amor. (AC 457)

En el universo creado no pueden encontrarse dos cosas que sean idénticas. (…) [Ni pueden] encontrarse dos efectos (…) que sean idénticos entre las cosas (…) del mundo. (…) En lo que respecta a los rostros humanos, no pueden encontrarse dos en todo el mundo que sean exactamente iguales (…) entre sí, ni puede llegar a haberlos, en toda la eternidad Esta variedad infinita solamente puede provenir de la infinitud que existe en Dios, el Creador. (TCR 32)


Los filósofos y los teólogos han debatido el problema de la influencia divina en los asuntos humanos durante muchos siglos. Swedenborg, manteniéndose fiel al carácter explícito de sus escritos, entra en considerable detalle al hablar de los diversos aspectos de la acción de la providencia divina. Para él la providencia actúa en todas las acciones generales y particulares. Todos los hechos, aun los más insignificantes, contribuyen a la bienaventuranza eterna del hombre.

Pero desde que el hombre podría llegar a considerar que él mismo no es nada si percibiera anticipadamente la operación de la providencia, el Señor ha hecho provisión para que el hombre no sea capaz de ver esta acción suya «cara a cara» sino meramente percibirla «a sus espaldas» una vez que ya ha acontecido. Si el hombre lleva una vida prudente y sin embargo no confía en su propia prudencia, se confundirá en la corriente de la providencia divina. Su vida, si bien estará signada por el flujo y reflujo natural de las circunstancias humanas, en lo general seguirá una dirección acertada. Sin embargo, siempre será libre de orientar su vida de la manera que mejor le parezca, porque las leyes de la providencia autorizan siempre la libertad de los hombres. Según la comprensión de la vida que profesa Swedenborg hay una providencia omnisciente que procura constantemente otorgar a cada individuo el poder para buscar su propia felicidad.

La actividad de la providencia divina para salvar al hombre comienza con su nacimiento, prosigue hasta el fin de su vida y, después, durante toda la eternidad. (…) Un cielo para la humanidad es desde el principio el mismísimo propósito de la creación del universo. Este propósito, en su operación y progreso, es la providencia divina para la salvación del hombre. Todo lo que es exterior al hombre y está a su disposición, para su uso, es un fin secundario de la creación (…) [Sin embargo] (…) todas [las cosas materiales] actúan constantemente según las leyes del orden divino que fueron fijadas desde el principio de la creación. [Desde que ésta es la manera de suceder las cosas en el mundo material] ¿cómo podría el fin primordial, que es la salvación de la raza humana, dejar de proceder constantemente según las leyes de su orden, que son las leyes de la providencia divina?

Observen ustedes algo tan sencillo como un árbol frutal. Aparece, primero, en la forma de una pequeña plantita, nacida de una pequeña semilla, y crece poco a poco hasta convertirse en un árbol  extiende sus ramas y éstas se cubren de hojas, y entonces produce flores, y éstas dan su fruto, que depositando nuevas semillas asegura su perpetuación. Esto vale también respecto de cada arbusto y hierba del campo. ¿No ocurre, entonces, que en todo árbol, arbusto y hierba los acontecimientos se suceden de manera constante y maravillosa, de propósito en propósito, según las leyes de su orden de cosas? ¿Por qué no habría de ser, entonces, que el fin supremo, un cielo para la raza humana, progrese de la misma manera? ¿Puede haber algo en su progreso que no proceda en toda constancia según las leyes de la providencia divina? Hay una correspondencia entre la vida del hombre y el crecimiento de un árbol. (…) (DP 332)

La omnipotencia divina está inscripta dentro del orden, y (…) su gobierno, que se denomina Providencia, concuerda con el orden. Actúa continuamente y por la eternidad según las leyes del orden. No puede actuar contra el orden, ni cambiarlo en una jota, porque el orden, con todas sus leyes, es [Dios] mismo. (TCR 73)

La providencia divina es el orden divino en consideración primordial a la salvación del hombre. No hay orden posible sin leyes, porque las leyes son lo que constituye al orden y toda ley deriva de un orden que es orden. (…) [De la misma manera] como Dios es orden Él es la Ley de su orden. Lo mismo (…) [puede] decirse de la providencia divi¬na, en el sentido que tal como el Señor es su providencia, también es la ley de su providencia. (…) El Señor no puede actuar de manera contraria a las leyes de su providencia porque hacerlo sería actuar de manera contraria respecto de sí mismo. Por otro lado, volvemos a decirlo, no puede haber operación que no sea sobre un sujeto, y aun esto a través de medios. (…) El sujeto de la providencia divina es el hombre.  Los  medios  son las verdades divinas, mediante las cuales el hombre obtiene sabiduría y el bien divino gracias al cual obtiene el amor. La Providencia divina a través de estos medios obra la realización de su fin, que es la salvación del hombre. (…) La operación de la providencia divina en favor de la salvación del hombre comienza con el nacimiento del hombre, y continúa hasta el fin de su vida y aún más allá, durante la eternidad. (DP 331)

A menos que el hombre no sea guiado en cada momento y fracción de momento por el Señor se apartaría del camino de la reforma y perecería. Cada cambio y variación en el estado de la mente humana produce algún cambio y variación en la serie de las cosas presentes, y en consecuencia en el de las cosas que han de seguir a continuación. (…) Es como una flecha arrojada por un arco, que si en el principio de su recorrido se aparta en lo más mínimo de la línea que ha de seguir para llegar a su blanco, a una distancia de varios miles de pasos llegará a apartarse considerablemente. Lo mismo ocurriría en los asuntos humanos si el Señor no condujera los estados de las mentes humanas en cada instante, aun el menos trascendental. Esto el Señor lo hace según las leyes de su divina providencia. Es según estas leyes que el hombre ha de abrigar la impresión de que él mismo es quien guía su vida. La forma en que el hombre se guía a sí mismo es prevista por el Señor en una incesante adaptación. (DP 202)

La providencia divina del Señor es universal porque está en los particulares, y es (…) particular porque es universal. El Señor actúa simultáneamente a partir de lo más íntimo que hay en nosotros y desde lo más externo (…) Es de este modo, y no de otra manera alguna, que todas las cosas pueden ser mantenidas en íntima unión entre sí. Los intermedios están conectados en series no interrumpidas, desde lo más interior hasta lo más exterior, y en lo más exterior es que están juntos. En lo más exterior hay una presencia simultánea de todas las cosas, desde el principio. (…) (DP 124)

[Dios] por sí mismo gobierna el orden, no según se supone solamente en lo universal, sino también en los singulares, porque lo universal proviene de éstos. Hablar de lo universal separándolo de los singulares no sería sino como hablar de un todo que no está compuesto por partes y por lo tanto como hablar de un algo en el cual no hay nada. Decir que la providencia del Señor es universal, y no una providencia de las cosas singulares, es decir lo que es totalmente falso. (…) Proveer y gobernar en lo universal, y no en los singulares, no es ni proveer ni gobernar absolutamente nada. Esto es verdad desde el punto de vista filosófico, y sin embargo maravilla constatar que los filósofos mismos, aun los que vuelan más alto aprenden esta cuestión de manera diversa. (…) (AC 1919)

Si la providencia del Señor no estuviera en los singulares, sería imposible que el hombre fuera salvado, o que viviera, inclusive, porque la vida proviene del Señor, y todos los momentos de la vida tienen consecuencias que son para la eternidad. (AC 6490). La providencia y la previsión divina están en todas las cosas, aun en las más pequeñas. De no ser así (…) la raza humana perecería. (AC 5122)

El Señor prevé (…) todas las cosas, tanto en lo general como en lo particular, y por lo tanto provee y dispone, pero algunas cosas por permisividad, otras por paciencia, otras por concesión, otras por gusto y gana, otras por voluntad. (AC 1755)

La providencia divina difiere de toda otra conducción y guía en el hecho de que la providencia tiene constantemente frente a sí lo que es eterno, y continuamente guía hacia la salvación (…) a través de varios estadios, a veces con alegría, a veces con tristeza, que el hombre no puede de manera alguna comprender. Sin embargo, todos ellos son provechosos para su vida eterna (AC 8560). Cuando el Señor está con alguien, él lo conduce y se encarga de que todas las cosas que ocurren, sean tristes o alegres, resulten para su bien. Esta es la providencia divina. (AC 6303)

La providencia divina procede de manera tan secreta que el hombre apenas si puede percibir traza de ella, y sin embargo ella actúa aun en los particulares más insignificantes en todo lo que se relaciona con él, desde la infancia hasta la vejez, en el mundo y después, hasta la eternidad. En cada una de estas intervenciones la providencia tiene en vista lo eterno. Siendo que la sabiduría divina no es en sí misma nada sino un fin, del mismo modo la providencia actúa a partir de un fin, en un fin, y para un fin. El fin es que el hombre pueda convertirse en sabiduría y (…) amor, y de este modo en morada e imagen de la vida divina. (AE 1135)

La meta constante de la providencia divina es unir el bien con la verdad, y la verdad con el bien, en el hombre, porque de este modo cada hombre será unido con el Señor. (DP 21) La providencia divina del Señor actúa constantemente para que la verdad se una con el bien en el hombre, y el bien con la verdad, porque tal unión es la iglesia y el cielo. Esa unión es una unión en el Señor y en todo lo que procede de él. Es por esa unión que el cielo y la iglesia son llamados un matrimonio, y el Reino de Dios es semejante, en la Palabra, con un matrimonio. (DP 21)

Es una ley de la providencia divina que el hombre actúe a partir de su libertad, según la razón. (DP 71) El Señor conduce a cada uno mediante sus afectos, y de este modo los doblega valiéndose de una providencia tácita, porque tal conducción es mediante la libertad. (AC 4364) [Otra] ley de la (…) providencia es que el hombre no debe percibir ni sentir ninguna de las acciones de lo Divino (…) y sin embargo que sea capaz de conocer y reconocer la providencia. (DP 175) El Señor, mediante su (…) providencia guía constantemente al hombre en libertad, y la libertad siempre aparece a los ojos de cada hombre como aquello que le es propio. Guiar aun hombre en libertad, aun en contra de su propia voluntad, es como levantar del suelo un peso muy grande valiéndose de aparejos, gracias a los cuales no se sienten ni el peso ni la resistencia del objeto. [También] es como un hombre que anda en compañía de un enemigo, que quiere asesinarlo, lo que no sabe en el momento. Un amigo, sin decirle lo que ocurre se las arregla para desviarlo por senderos desconocidos, y después le revela la intención del enemigo. (DP 211)

El Señor (…) previó que sería imposible hacer que bien alguno tuviera raíces en el hombre a no ser en su libertad, porque todo lo que no tiene sus raíces en la libertad se disipa la primera vez que se nos aproxima el mal y la tentación. El Señor también previó que por sí mismo o por su libertad el hombre se inclinaría hacia el más profundo de los infiernos. Por lo tanto el Señor ha hecho provisión para que si un hombre no soportare ser guiado en libertad al cielo, pueda sin embargo ser desviado hacia un infierno menos maligno. Si soportare ser guiado en libertad hacia el bien, puede ser que sea conducido al cielo. Esto demuestra lo que significa previsión y providencia, y lo que es lo previsto, es de ese modo, provisto. (…) Cada uno de los momentos más insignificantes de la vida de un hombre implica una serie de consecuencias, que se extienden hasta la eternidad, y cada momento es como un nuevo principio para aquellos que siguen. (…) Siendo que el Señor previó desde la eternidad cuál sería la cualidad del hombre (…) para la eternidad (…) su providencia actúa en los singulares y (…) gobierna y desvía al hombre (…) por la continua moderación de su libertad. (AC 3854)

El hombre actuaría contrariamente a Dios, y también lo negaría, si viera de manera clara cómo actúa (…) la providencia divina, porque el hombre disfruta del amor egoísta por sí mismo. Este goce constituye su mismísima vida. (…) Si (…) percibiera que continuamente se lo desvía del goce de sí mismo se enojaría como contra alguien que quisiera destruirle la vida, y lo consideraría enemigo suyo. Para evitar esto es que el Señor no aparece de manera manifiesta en su providencia divina, sino que mediante ella conduce a los hombres de manera tan silenciosa como una corriente o marea favorecedora arrastra la nave a su destino. (DP 186)

Se le ha concedido al hombre ver la providencia divina por las espaldas y no cara a cara y también verla en un estado espiritual y no en su estado natural. Ver las espaldas de la providencia divina y no su rostro es percibir su actuación después que ha ocurrido y no antes. Verla desde un estado espiritual y no desde un estado natural, es verla desde el cielo y no desde el mundo. (DP 187)

Es una ley de la providencia divina que el hombre no sea obligado por medios exteriores a pensar y querer, y de este modo a creer y amar lo que se refiere a la religión, sino antes que sea él mismo quien se llegue, y a veces se obligue a hacerlo. (DP 129) Nadie es reformado mediante milagros y señales (…) ni mediante visiones o (…) comunicaciones con los muertos, porque todas éstas obligan coercitivamente. (DP 130, 134) Si el hombre percibiera o sintiera la actividad de la providencia divina, no actuaría en libertad, según la razón, ni nada de lo que hace le parecería ser de propia iniciativa. Lo mismo sería si fuera capaz de anticipar el futuro. (…) Así, no tendría identidad propia, y nada podría imputársele. En ese caso, sea que creyere en Dios o actuara bajo la persuasión del infierno, daría lo mismo. En una palabra, no sería un ser humano. (…) El hombre tendría libertad para actuar según la razón y no habría apariencia de actividad propia del yo, si percibiera o sintiera la actividad de la providencia divina, porque si lo hiciera también sería conducido por ella. El Señor conduce a todos los hombres mediante su providencia divina, y el hombre, sólo aparentemente se conduce a sí mismo. (…) Por lo tanto, si el hombre supiera por percepción o sentimiento que es conducido, no tendría conciencia de estar viviendo la vida, y sería movido a producir sonidos y actuar del mismo modo que una imagen esculpida. Si aún tuviera conciencia de estar viviendo, sería conducido como aquel que ha sido esposado y atado, o como un animal en el yugo. ¿Quién no se da cuenta de que de ese modo el hombre no poseería libertad alguna? Y sin libertad carecería de razón, porque se piensa a partir de la libertad y en la libertad. Cualquier cosa que no pensamos de este modo, no nos parece provenir de nosotros mismo sino de algún otro. Y ciertamente si consideramos esto interiormente, percibiremos que no posee en realidad pensamiento, menos aún razón, y que por lo tanto no sería un ser humano.

Si (…) conociera los efectos de tal o cual eventualidad, mediante la predicción divina, su razón se volvería inactiva, y con ella su amor. (…) El goce de la razón es prever con amor el efecto, en los pensamientos, no después de haberlo logrado sino antes, no en el presente sino como en el futuro. Así el hombre posee lo que se denomina esperanza, que se eleva y declina en la razón al mismo tiempo que contempla o espera el evento. El goce se cumple en el evento, y entonces se lo olvida, junto con el recuerdo del evento. Lo mismo ocurriría con un evento que se conociera anticipadamente. La mente humana reside siempre en la trinidad llamada fin, causa y efecto. Si falta una de éstas, la mente no posee vida. Un afecto de la voluntad es el fin iniciador. El pensamiento del entendimiento es la causa eficiente. La acción física, las palabras que se pronuncian o la sensación externa es el efecto que proviene del fin por medio del pensamiento. (…) La mente humana no posee su vida cuando reside solamente en un afecto de la voluntad y en ninguna otra cosa, o cuando lo hace exclusivamente en un efecto. La mente no posee vida desde uno de éstos separadamente, sino desde los tres juntos. La vida de la mente disminuiría o se disiparía del todo si se predijera un evento. (DP176178)

Como el conocimiento de los eventos futuros priva de lo humano al hombre, desde que éste consiste en actuar libremente según la razón, a nadie le ha sido concedido conocer el futuro. Sin embargo, a todos se les permite extraer conclusiones respecto del futuro a partir de la razón. En esto la razón, y todo lo que a ella pertenece, funciona según su vida lícita. Es por eso que a ningún hombre se le permite saber cuál será su suerte después de la muerte, o saber nada respecto de ningún evento, hasta que no se encuentra en medio de él. Si supiera tales cosas, dejaría de pensar a partir (…) de su yo interior sobre las formas y medios de que deberá valerse para llegar a su objetivo. Pensaría simplemente, desde su yo exterior, cómo lo está logrando. Tal estado cierra los interiores de su mente, en donde tienen asiento las dos facultades de su vida, la libertad y la racionalidad. (DP 179)

A menos que al hombre le parezca que vive por sí mismo, y que por lo tanto piensa y quiere, habla y actúa por sí mismo, no será hombre. En consecuencia, a menos que, en su propia prudencia, no pueda hacer disposición de todo lo que concierne a su función y vida, no podrá ser guiado y conducido por la providencia divina. Sería como uno cuyas manos cuelgan muertas, su boca abierta, sus ojos cerrados, conteniendo la respiración mientras espera un influjo. Se privaría él mismo de lo humano que posee gracias a la percepción y sensación de que piensa, quiere, habla y actúa como si proviniese de él mismo. (DP 210)

Todo poder, prudencia, inteligencia y sabiduría son del Señor y de él provienen. (AC 2694) El tema de la providencia divina difícilmente pueda ser concebido como una idea por cualquier mente humana, y menos aún en el pensamiento de quienes confían en su propia prudencia. Se atribuyen a sí mismos todas las cosas prósperas que les sobrevienen. El resto lo adscriben a la buena fortuna, a la casualidad, y muy pocos entre ellos a la providencia divina. Es de este modo que atribuyen las cosas que ocurren a causas muertas, y no a la causa viviente. (AC 8717) [Sin embargo], en lo relativo a la providencia divina, la sagacidad del hombre es (…) como una pizca de polvo, comparada con la atmósfera universal (…) algo que relativamente podría considerarse una nada y que cae al suelo. (…) Los que atribuyen todas las cosas a su propia sagacidad son como los que vagan por un bosque sombrío, sin saber el camino de salida. (…)(AC6485)

El bien que proviene del Señor está con aquellos que aman al Señor por encima de todas las cosas y a su prójimo como a sí mismos. Pero el bien que proviene del hombre está con aquellos que se aman a sí mismos por encima de todas las cosas y que desprecian a su prójimo, al compararlo con ellos mismos. Estos son los que tienen cuita del día de mañana, porque confían en el Señor. Los que confían en el Señor están recibiendo el bien continuamente de él. Cualquier cosa que les sobrevenga, parezca ser próspera o no, es siempre buena, porque conduce, como medio, a su felicidad eterna. Pero quienes confían en sí mismos se acarrean continuamente el mal para sí mismos, aun si las cosas que les suceden parecen tornarlos prósperos y hacerlos felices. Aun así son malas, y en consecuencia conducen, como medios, a su eterna desdicha. (AC 8480)

Los que están en la corriente de la providencia (…) son conducidos a todo lo que es feliz, sea cual fuere la apariencia del medio. Están en la corriente de la providencia los que colocan su confianza en lo Divino y a él atribuyen todas las cosas. No están en la corriente de la providencia los que confían en sí mismos y se atribuyen a sí mismos todas las cosas, porque están en lo opuesto, porque sacan lo Divino a la providencia y se lo atribuyen a sí mismos.

En la medida en que alguien está en la corriente de la providencia, goza de un estado de paz. En la medida en que alguien goza de un estado de paz gracias al bien de la fe, mora en la providencia divina. Solamente éstos saben y creen que la divina providencia del Señor está en todas las cosas, tanto en lo particular como en lo general, hasta en las cosas más insignificantes, y que la providencia divina tiene en vista lo que es eterno. Pero los que están en lo opuesto apenas si están dispuestos a oír mencionar la providencia porque atribuyen todo a su propia sagacidad. Lo que no atribuyen a esto. Lo atribuyen a la buena fortuna, o a la casualidad [y]  algunos al destino. Que no deducen a partir de lo Divino, sino de lo natural. Acusan de simpleza a quienes no atribuyen todas las cosas a sí mismos o a la naturaleza. (AC 8478)


En la visión que Swedenborg tiene de la vida, lo Divino atraviesa a todos los aspectos de la existencia humana. Las citas que hemos seleccionado en las páginas anteriores, extraídas de las enseñanzas de Swedenborg, muestran con claridad que ningún tema, desde el más simple al más abstracto, podría presentarse sin hacer referencia a la omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia de Dios.

Los pasajes que siguen tratan algunos de los aspectos más difíciles del concepto de lo Divino. Los filósofos y los teólogos frecuentemente han estado en desacuerdo con respecto a temas tales como la concepción virginal, la glorificación, la trinidad y la naturaleza del influjo (influencia) divino en la vida de los hombres. Swedenborg no evita ninguno de estos temas difíciles. Agrega, además, que la comprensión correcta de lo Divino debe necesariamente acompañar todo progreso humano individual o colectivo.

Los dirigentes religiosos a veces se refieren a estos y otros temas afines como «los misterios de la fe». La declinación de la convicción religiosa en el mundo científico del siglo XX se debe indudablemente en parte a las vacilaciones y la confusión que rodean a estos «misterios de la fe».

Sin embargo, tal como Emerson lo dijera en cierta oportunidad, «La religión que teme a la ciencia deshonra a Dios y comete suicidio».29 Swedenborg estaría de acuerdo con esta afirmación. Todas sus enseñanzas teológicas, en el amplio despliegue de los temas que comprenden, apoyan su pretensión de que la nueva revelación de Dios permite a todos los que así lo desean penetrar intelectualmente en los misterios de la fe.

En ningún otro tema esto se hace más evidente que en los comentarios de Swedenborg sobre lo Divino.

No hay nada que tenga vida en el universo creado excepto DiosHombre, es decir, el Señor. Tampoco hay nada que sea movido a no ser por la vida que de él proviene, ni hay nada que posea el ser excepto a partir del sol que proviene de él. Es verdad que en Dios vivimos, y nos movemos y tenemos nuestro ser. (DLW 301) Lo primero de la Iglesia es el conocimiento de que hay un Dios, y que debe adorárselo. La primera cualidad suya que debe conocerse es que él creó el universo y que el universo creado subsiste a partir de él. (AC 6879)

La idea de Dios constituye el núcleo mismo del pensamiento de todos los que son religiosos, porque todo lo que pertenece a la religión y todo lo que está relacionado con la adoración mira hacia Dios. Desde que Dios, universalmente y en lo particular, está en todas las cosas relacionadas con la religión y la adoración, sin una idea correcta de Dios es imposible comunicación alguna con los cielos. (…) En el mundo espiritual cada nación tiene asignado el lugar que le corresponde según su idea de Dios en cuanto hombre. En esta idea, y no en alguna otra, radica la idea del Señor. El estado en que vive cada hombre después de la muerte corresponde a la idea de Dios en que ha sido confirmado. (…) La negación de Dios, y en el mundo cristiano la negación de la Divinidad del Señor, constituye el infierno. (DLW 13)

Interiormente (…) la idea de Dios forma parte de todas las cosas de la iglesia, la religión y el culto. Las cuestiones teológicas tienen su asiento por encima de todas las otras cuestiones en la mente humana, y la idea de Dios ocupa el lugar supremo. Si ésta fuera falsa, todo lo que depende de ello a consecuencia del principio de donde deriva debe ser igualmente falso o tergiversado. Lo que es supremo, siendo al mismo tiempo lo más íntimo, constituye la misma esencia de todo lo que de ello deriva. (…) (BE 40)

Solamente Dios es Sustancia (…) en sí, y por lo tanto Esse por sí mismo. (…) Esta es la única fuente de donde se forman todas las cosas. Muchos lo han comprendido de esta manera, porque la razón los obligó a comprenderlo así. Sin embargo, no se han atrevido a confirmarlo, temiendo ser conducidos a la conclusión de que el universo creado es Dios, porque proviene de Dios, o que la naturaleza tiene su origen en sí misma, y en consecuencia que lo más íntimo de la naturaleza es lo que denominamos Dios. (…) Aun cuando muchos han percibido que la formación de todas las cosas tiene su punto de partida en Dios, y únicamente en él, a partir de su Esse, no se han atrevido a ir más allá que sus primeros pensamientos sobre el tema, por temor a que su entendimiento llegue a verse enredado en un «nudo gordiano», como suele denominárselo, sin la posibilidad de liberarse de tal enredo. Tal liberación sería imposible, porque su pensamiento de Dios, y de la creación del universo por Dios, han sido según las categorías del tiempo y el espacio, que son propiedades de la naturaleza. Nadie puede tener percepción alguna de Dios a partir de la naturaleza, ni de la creación del universo. Pero cualquiera cuyo entendimiento goce de alguna iluminación interior puede poseer una percepción de la naturaleza, y de su creación a partir de Dios, porque Dios no está en el tiempo y en el espacio. (…) Lo Divino no está en el espacio; lo Divino, aparte del espacio, llena todos los espacios del universo; (…) lo Divino, aparte del tiempo, está en todo el tiempo. (…) Aun cuando Dios ha creado el universo y todas las cosas que éste contiene a partir de sí mismo, no hay nada, sin embargo, entre todas las cosas que contiene el universo creado, que sea Dios. (DLW 283)

Dios está en todas partes, tanto en lo interior del hombre como en lo exterior. (…) (DLW 130) Hay un influjo (influencia)[divino] universal en las almas de todos los hombres (…) [que tiene como resultado] que haya en cada hombre un dictamen interno de que hay Dios y que Dios es uno, (TCR 89)

La eternidad de Dios no es una eternidad de tiempo. Así como no había tiempo antes que el I mundo fuera creado, es absolutamente vano pensar en Dios de tal manera. Más aún (…) existiendo lo  Divino desde la eternidad (…) abstraído del tiempo, su existencia no comprende días, años o edades; pero para Dios todos éstos están presentes. (…)Dios no creó el mundo en el tiempo, pero los tiempos fueron introducidos por Dios con la creación. (TCR 31) Dios en todo tiempo carece de tiempo y en todo espacio carece de espacio. Pero la naturaleza en todo tiempo está en el tiempo, y en todo espacio está en el espacio. La naturaleza proviene de Dios, no desde la eternidad sino en el tiempo (…) y al mismo tiempo con su correspondiente espacio. (CL 328)

El pensamiento sobre un único Dios abre el cielo a los hombres, desde que no hay sino un solo Dios. por otro lado, el pensamiento sobre muchos dioses cierra el cielo, desde que la idea de muchos dioses destruye la idea de un solo Dios. El pensamiento acerca del verdadero Dios abre el cielo, desde que el cielo y todo lo que a él pertenece proviene del verdadero Dios. Por el contrario, el pensamiento sobre un dios falso cierra el cielo, ya que en el cielo no se reconoce a otro sino al único Dios verdadero. El pensamiento sobre Dios el creador, el redentor y el iluminado, abre el cielo porque ésta es la trinidad del único y verdadero Dios. Dicho de otra manera, el pensamiento sobre un único y verdadero Dios infinito, eterno, increado, omnipotente, omnipresente y omnisciente, abre el cielo, porque éstos son los atributos de su verdadera y única esencia. Por otro lado, el pensamiento de algún hombre viviente como Dios, o de algún hombre muerto como Dios, o de un ídolo como Dios, cierra el cielo, porque ninguno de éstos son omniscientes, omnipresentes, omnipotentes, increados, eternos e infinitos. La creación (…) [y] la redención [no fueron] forjados por ellos ni ofrecen ellos iluminación alguna. (AE 1097)

El hombre que adora a un Dios en quien hay una trinidad Divina, y que de esta manera es una Persona, se convierte cada vez más en un hombre viviente y angélico. [Por otro lado] el que se autoconfirma en la creencia de una pluralidad de dioses, creyendo en la pluralidad de las Personas, poco a poco se convierte cada vez más en algo así como una estatua con articulaciones móviles, y dentro de esta estatua está presente y habla Satanás, mediante su boca artificial. (TCR 23)

En el Señor está la Trinidad —lo Divino en sí mismo, lo DivinoHumano, y lo Divino Santo que proviene de los dos primeros— y éstos son una unidad. (AC 3061) Esta Trinidad no existía antes que el mundo fuera creado. Pero después de la creación, cuando Dios se encarnó, fue provista y realizada, y entonces en el Señor Dios el Redentor y Salvador Jesucristo. En la Iglesia cristiana (…) se reconoce una trinidad Divina que existe antes de la creación del mundo. [Muchos cristianos creen] que Jehová Dios engendró desde la eternidad a un Hijo, y que el Espíritu Santo provino, entonces de estos dos, y que cada uno de estos tres es por sí mismo o aisladamente Dios, porque cada uno es una persona que subsiste por sí misma. Como esto resulta incomprensible para toda razón se lo llama un misterio, que puede penetrarse sólo de este modo: que estos tres poseen una misma esencia Divina, lo cual quiere decir una misma eternidad, inmensidad, omnipotencia, y por lo tanto una misma Divinidad, gloria y majestad. Pero (…) esta trinidad es una trinidad de tres dioses, y por lo tanto no es en sentido alguno una trinidad divina. (. . .) (TCR 170)

La Iglesia Apostólica no conocía una trinidad de personas (…) [pero] con el correr del tiempo los hombres comenzaron a [confundir la trinidad.] Este crimen fue cometido por Arrio y sus seguidores. A causa de estos problemas, Constantino el Grande convocó un concilio en Nicea, una ciudad de Bitinia. A fin de destruir definitivamente la peligrosa herejía de Arrio los miembros del concilio concibieron, decidieron implantar y ratificaron la idea de que había desde la eternidad una trinidad de tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, cada uno de los cuales poseía personalidad, existencia y subsistencia por sí mismo y en sí mismo. [Este concilio también decidió] que la segunda persona, o el hijo, descendió y tomó un Humano, operando la redención, y por lo tanto Su Humano, gracias a la unión hipostática, posee Divinidad, y mediante tal unión, además, mantiene una relación íntima con Dios el Padre. A partir de aquel momento comenzaron a surgir montones de abominables herejías sobre Dios y la persona de Cristo, en toda la tierra. Los anticristos comenzaron a mancomunar sus cabezas y a dividir a Dios en tres personas, y el Señor el Salvador en dos, destruyendo de este modo el templo que el Señor había establecido mediante sus apóstoles. (. . .) [Por último] ya no quedó piedra sobre piedra que no hubiera sido volteada. (TCR 174)

Cualquiera que lea con los ojos abiertos el Credo Atanasiano, nacimiento póstumo del Concilio de Nicea, puede darse cuenta de que no se pensaba en ninguna otra forma de trinidad que no fuera la trinidad de tres dioses; y no solamente ellos la comprendieron así, sino todo el mundo cristiano, porque todo el mundo cristiano deriva su conocimiento de Dios de esa fuente, y todo hombre se aferra a la fe en sus palabras. Reto a todos, laicos o clérigos, doctores o profesores, obispos consagrados y arzobispos, cardenales de vestimenta púrpura y aun el mismísimo pontífice romano para que contesten mi afirmación de que hoy, en el mundo cristiano, la trinidad es concebida como algo diferente a una trinidad de dioses. Que cada uno consulte consigo mismo y hable sinceramente a partir de lo que en verdad piensa y cree. Las mismas palabras en que se formula esta doctrina universalmente aceptada con respecto a Dios hacen bien evidente que es así como se lo concibe, y esto es tan claro como agua pura en un vaso de cristal transparente. [También resulta claro] que habría tres personas, cada una de las cuales es Dios y Señor, y que según la verdad cristiana cada una de estas tres personas, por sí misma y separada de las demás, debe ser confesada o reconocida como Dios y Señor. Pero la religión católica (. . .) o cristiana (…) prohíbe que se diga que hay tres dioses, o que se nombre tres dioses y señores. Por lo tanto la verdad y la religión, o la verdad y la fe, no son una misma cosa sino dos cosas, contradictorias entre sí. Para que todo esto no fuera expuesto en su ridiculez a los ojos de todo el mundo [el mismo concilio] agregó que no hay tres Dioses y Señores, sino un solo Dios y Señor, porque ¿quién no se reiría de la idea de que habría tres dioses? Sin embargo, ¿no puede cualquiera percibir la contradicción que implica este agregado? (TCR 172)

Los que (…) entran en la otra vida habiendo pertenecido a la Iglesia Cristiana conciben casi todos al Señor como cualquier otro humano, no solamente separado de lo Divino (…) sino también separado de Jehová, y lo que aún es más, separado también de lo Santo que proviene de él. Dicen, ciertamente, «un solo Dios», pero siguen pensando todo el tiempo en tres. Dividen lo Divino en tres, porque lo separan en personas, y a cada una de ellas la denominan Dios atribuyendo a cada cual una propiedad distinta. En consecuencia se dice de los cristianos en la otra vida  que adoran a tres dioses porque piensan en tres, por más que porfíen en decir uno. (AC 5256)

El padre, el Hijo y el Espíritu Santo son los tres esenciales de único Dios, como el alma, el cuerpo y la acción son el hombre. La mente humana recibe la impresión de que estos tres esenciales serían tres personas. (…) Pero entiéndase bien que lo divino del Padre, que constituye el alma, y lo divino del Hijo, que constituye el cuerpo, y lo divino del Espíritu Santo, que constituye la acción son los tres esenciales del único Dios. (…) Dios el Padre es Su Divinidad, y el Hijo del Padre es Su Divinidad, y el Espíritu Santo que proviene de ambos es Su Divinidad. Y siendo que estos tres son uno en esencia y en mente y en voluntad, constituyen un solo Dios. (…)

¿Quién podría dejar de percibir la trinidad Divina a partir de la trinidad de cada hombre? En todo ser humano hay cuerpo, alma y acción; del mismo modo es en el Señor. (…) En el Señor la trinidad es Divina, pero en el hombre es humana. (TCR 168169) Estos tres esenciales, cuerpo, alma y acción, tanto estuvieron como están en el Señor Dios el Salvador. Su alma provenía de Jehová, el Padre. (…) El Hijo que María dio a luz es el cuerpo de esta alma Divina. En el seno de la madre nada se forma excepto el cuerpo que ha sido concebido y que deriva del alma. (…) La acción constituye el tercer esencial desde que procede del cuerpo y del alma en conjunción, y lo que procede es de la misma esencia que aquello en donde se origina. Los tres esenciales, el Padre, y el Hijo y el Espíritu Santo en el Señor son uno, como el alma, el cuerpo y la acción en el hombre. (…) (TCR 167)

La esencia de Dios consiste en dos cosas, el amor y la sabiduría. La esencia de su amor consiste en tres cosas, a saber, amar a otros fuera de sí mismo, desear ser uno con ellos y a partir de sí mismo otorgarles la   bienaventuranza.   Porque el amor y la sabiduría en Dios hacen una sola cosa (…) las mismas tres cosas son la esencia de su sabiduría. El amor desea estas tres cosas y la sabiduría las realiza. (TCR 43)

Mediante la verdad que procede de él mismo, el Señor  dirige todas las cosas, aun hasta los más estrictos singulares, no como un rey de este mundo, sino como Dios en el cielo y en el universo. Un rey de este mundo ejerce únicamente su cuidado sobre el conjunto, y sus príncipes y oficiales se ocupan de los particulares. Es de otro modo con Dios, porque Dios ve todas las cosas y conoce todas las cosas desde la eternidad, y provee para todas las cosas, por la eternidad, y por sí mismo hace que todas las cosas estén ordenadas según les corresponde. (…) El Señor no solamente ejerce su cuidado sobre el todo, sino que también se ocupa del cuidado particular e individual de todas las cosas. (…) Su forma de disponer las cosas es inmediata, mediante la verdad Divina de sí mismo, y también es mediata, usando como medio el cielo. (AC 8717)

El influjo (influencia) que proviene del Señor, es el bien del amor celestial, y por lo tanto del amor por el prójimo. En este amor el Señor está presente, porque él ama a la raza humana universal, y desea salvar por la eternidad a cada uno de sus miembros. Como el bien de este amor proviene de él mismo, él mismo está en él. Él está presente en el hombre que mora en el bien de su amor. (AC 6495)

Todo lo que procede del Señor invade instantáneamente el universo entero. Al irse derramando según gradaciones, y gracias a continuas formas de sucesivas mediaciones, no (…) llega solamente a los animales sino también más allá, a los vegetales y a los minerales. (CL 397) La presencia del Señor es incesante en cada ser humano, tanto en los buenos como en los malos. Sin su presencia ningún hombre viviría. Pero su venida se produce solamente en quienes lo reciben, siendo tales quienes creen en él y guardan sus mandamientos. La presencia incesante del Señor hace que el hombre sea racional, y le otorga la capacidad para llegar a ser espiritual. (TCR 774)

La salvación del hombre es el continuo obrar del Señor en el hombre, desde su más tierna infancia hasta lo último de su vida. Esta es una obra puramente divina, y nunca puede delegarse o entregarse a ningún hombre. Es hasta tal punto Divina que al mismo tiempo es la actuación de la omnipresencia, la omnisciencia y la omnipotencia. La reforma y la regeneración del hombre, y por lo tanto su salvación, provienen íntegramente de la Providencia Divina del Señor. (…) (AR 798)

Solamente ha de adorarse a Dios. El que no sabe qué significa esto de la adoración del Señor podrá pensar que al Señor le agrada ser adorado y que desea que el hombre le dé gloria, tal como ocurriría con cualquier humano, que para recibir la honra de los demás es capaz de concederles todo lo que le pidieren. El que cree esto no tiene conocimiento alguno del amor, y menos aún sabe qué es el amor Divino. El amor Divino consiste en desear la adoración y la glorificación, no por amor de estas mismas, sino por amor del hombre y de su salvación. El que adora al Señor y le concede toda gloria se encuentra en estado de humillación.

El hombre que se encuentra en estado de humillación elimina todo lo que es suyo propio, y en la misma medida en que esto se elimina recibe lo Divino. Lo que pertenece al hombre, por ser malo y falso, obstruye por sí mismo lo Divino. Esta es la gloria del Señor y la adoración que le ofrecemos obedece a este fin. La gloria por amor de sí mismo proviene del amor por sí mismo. El amor celestial difiere del amor de sí mismo como el cielo difiere del infierno, e infinitamente mayor es la diferencia que hay entre el amor celestial y el amor divino. (AC 10646)

La adoración exterior [el culto] (…) corresponde a la adoración interior cuando lo esencial forma parte de la adoración. Lo esencial, en este caso, es la adoración del Señor desde el corazón. [Esta] no es de manera alguna posible si no hay caridad, o amor por el prójimo. En la caridad, o amor por el prójimo, está presente el Señor, y entonces se lo puede adorar desde el corazón. Así, entonces, la adoración proviene del Señor, y es el Señor el queda toda la capacidad y todo el ser de la adoración. Se sigue que según sea la caridad de un hombre, tal será su adoración o culto. Todo culto es adoración, porque la adoración del Señor debe estar en él para que sea culto. (AC 1150)

Todos reconocen a Dios y están unidos a Dios según la bondad de sus vidas. Todos los que saben algo acerca de la religión pueden conocer a Dios gracias a la información o por la memoria también pueden hablar de Él (…) Algunos también podrán pensar acerca de él por la comprensión. Pero esto lo único que produce es la presencia, si la persona en cuestión no vive rectamente, porque pese a todo puede apartarse de Dios y dirigirse al infierno, y esto es lo que ocurre si vive de manera malvada. Solamente los que viven rectamente pueden reconocer a Dios con el corazón. A éstos el Señor los aparta del infierno y los acerca a sí mismo, según la bondad de sus vidas. (DP 326)

Cuanto más íntima es la unión de un hombre con Dios, mayor será su sabiduría. (…) Cuanto más íntima es la unión de un hombre con Dios, mayor será su felicidad. (…) Cuanto más íntima es la unión de un hombre con Dios con tanto mayor claridad le parece, que se pertenece a sí mismo, y más claramente reconoce que pertenece al Señor. (DP 34, 37, 42)

El que es conducido por el diablo ejecuta usos por amor de sí mismo y del mundo. Pero el que es guiado por el Señor ejecuta usos por amor de él y del cielo. Todos los que rechazan los males como pecaminosos ejecutan usos para el Señor, mientras que todos los que no rechazan los males como pecaminosos ejecutan usos para el diablo, desde que el mal es el diablo y el uso o el bien es el Señor. De este modo, y no de alguna otra manera, es que se reconoce la diferencia. En la forma exterior tienen la misma apariencia de semejanza, pero en la forma interior son completamente diferentes. El uno es como oro dentro del cual hay escorias; el otro es como oro puro. El uno es como la fruta artificial, que en la forma exterior parece ser la fruta que da el árbol, aunque solamente es cera pintada, y en su interior contiene serrín o estopa, mientras que el otro es como una fruta excelente, agradable tanto en el gusto como en el aroma, y en su interior contiene semillas. (DP 215)

Nadie puede ver a Dios de otro modo que a partir de las cosas que están en él. El que está lleno de odio ve a Dios a partir de su odio; el que es inmisericorde lo ve a partir de su inmisericordia. Por otro lado, los que están llenos de caridad y misericordia lo ven a partir de, y por lo tanto en, la caridad y la misericordia. (AC 8819)

Al hombre que reconoce que todas las cosas de su vida provienen del Señor, el Señor le otorga el deleite y la bienaventuranza de su amor, en cuanto el hombre reconoce estas cosas y ejecuta usos. Cuando el hombre, por el reconocimiento y por la fe que nace del amor,  como por sí mismo, adscribe al Señor todas las cosas de su vida, el Señor, a su vez, adscribe al hombre todo el bien que hay en su vida, el que conlleva toda la felicidad posible y toda la bienaventuranza posible. También lo capacita para, sentir y percibir interiormente y de manera exquisita que este bien está en él mismo como si fuera suyo, y  tanto más exquisitamente en proporción como el hombre desea con su corazón lo que reconoce   mediante su fe. La percepción, entonces, es recíproca, porque la percepción de que él está en el hombre y que el hombre está en él es agradable al Señor,  y la percepción de estar en el Señor y de que el Señor esté en él es agradable para el hombre. Tal es la unión del Señor con el hombre y del hombre con el Señor por medio del amor. (AE 1138)


Hay muy pocos hoy, aun entre los cristianos practicantes, que encuentren fácil aceptar la idea de que Dios viene a la tierra en la persona de Cristo. Más aún, el nacimiento virginal ha sido una piedra de tropiezo de no poca monta para la mayoría de los incrédulos, muchos de los cuales rechazan la idea de entrada. Swedenborg creía sin vacilación alguna que Cristo era Dios en la tierra. Afirma, además, que solamente tal advenimiento pudo detener el avance del poder del mal en el mundo que en aquella época iba en aumento. Por lo tanto la teología de Swedenborg reposa sobre la aceptación del principio fundamental del cristianismo.

Pero el aspecto más insólito de su punto de vista radica en la afirmación que escuchamos hacer a Swedenborg, con impasible serenidad, de que Dios lo usó a él como medio para revelarse a los hombres por segunda vez. A diferencia del primer adviento que requirió la presencia personal de Dios, la segunda venida pudo efectuarse mediante la mente humana de Emanuel Swedenborg. Hacia el siglo XVIII la raza humana había evolucionado hasta un punto en el que una explicación racional de la revelación divina era al mismo tiempo posible y necesaria. Esta pretensión ha sido, indudablemente, uno de los principales obstáculos contra la aceptación más amplia de la teología de Swedenborg. Mientras tanto, el cuestionamiento de la fe que prevalecía en el siglo XIX ha cedido lugar al más generalizado escepticismo contemporáneo. En tal clima espiritual, el concepto que sostiene Swedenborg, de dos advenimientos divinos, apenas si encuentra quienes estén dispuestos a apoyarlo.

Sin embargo, no podemos poner en tela de juicio la sinceridad con que Swedenborg hizo afirmaciones tan sorprendentes como éstas, y el testimonio de quienes lo han estudiado, sea que llegaran a convertirse a su fe o no, indica que sus escritos no pueden hacerse de lado con ligereza. La comprensión del concepto que tenía Swedenborg de esta «segunda venida» amplía el significado que ya daba a la naturaleza divina de la venida de Jesús.

Jehová Dios descendió y tomó sobre sí lo Humano, a fin de reducir a su orden todas las cosas, tanto en el cielo como en la iglesia. En aquella época el poder del (…) infierno prevalecía sobre el poder del cielo, y en la tierra el poder del mal prevalecía sobre el poder del bien. En consecuencia, la amenaza inmediata era la de una total condenación. Jehová Dios eliminó esta inminente condenación mediante su Humano, redimiendo de este modo tanto a los ángeles como a los hombres. (…) Sin la venida del Señor nadie hubiera podido ser salvo. (TCR 121)

Los infiernos habían asumido tal magnitud porque en la época cuando el Señor vino al mundo, toda la tierra se había apartado completamente de Dios mediante sus idolatrías y prácticas mágicas. La iglesia que había existido entre los hijos de Israel y después entre los judíos había sido totalmente destruida mediante la falsificación y adulteración de la Palabra. Todos éstos, tanto judíos como gentiles, después de la muerte fluyeron hacia el mundo de los espíritus, donde a la larga su número era tan enorme, y se habían multiplicado tanto, que sólo el descenso de Dios en persona podía expulsarlos, por el poder de su brazo Divino. (TCR 121)

Por su vida pervertida y las consiguientes convicciones falsas, la raza humana había llegado a estar completamente perdida. Las pasiones inferiores del hombre comenzaron a tener dominio sobre sus aptitudes superiores —las cosas naturales sobre las espirituales— hasta el punto que (…) el Señor ya no podía fluir a los hombre a través del cielo a fin de reducirlos al debido orden. En consecuencia se hizo necesaria la venida del Señor al mundo, para que asumiendo lo Humano (…) lo hiciera Divino, y así restaurar el orden de tal modo que el cielo universal tuviera relación con él como Único Hombre, y (…) correspondiera solamente con él. (AC 3637) Aproximadamente hacía el tiempo de la venida del Señor, los infernales hubieran podido llegar a ocupar una gran parte del cielo. Viniendo al mundo, y haciendo que lo Humano en él llegara a ser Divino, el Señor los expulsó (…) y los arrojó a los infiernos, y de este modo libró al cielo de ellos, y lo [entregó] (…) como herencia a los que quisieran pertenecer a su reino espiritual. (AC 6306) A menos que el Señor hubiera venido al mundo y abierto las interioridades de la Palabra, se habría roto la comunicación con el cielo a través de la Palabra. Entonces la raza humana en esta tierra hubiera perecido, porque el hombre no puede pensar en verdad alguna ni hacer bien alguno (…) si no es mediante el cielo, a partir del Señor. La Palabra (…) abre el cielo. (AC 10276)

[Muchos creen] (…) que el Padre envió al Hijo para que sufriera las cosas más duras, e inclusive la muerte en la cruz, y luego, fijándose en la pasión y en los méritos del Hijo, habría tenido compasión de la raza humana. Pero (…) Jehová no tiene misericordia por mirar la pasión y mérito de un Hijo, porque él es la misericordia misma. El arcano de la venida del Hijo al mundo es que él unió en sí lo Divino con lo Humano, y lo Humano con lo Divino. [Esto] no hubiera podido lograrse sino a través de las más drásticas y dolorosas tentaciones. (…) Gracias a esa unión fue posible que la salvación alcanzara a la raza humana, en la cual no quedaba ya ningún bien, celestial, o espiritual, o siquiera natural. (…) (AC 2854)

Jehová Dios no hubiera podido penetrar en el mundo y realizar tal obra sino por medio de su Humano. (…) El que es invisible no puede dar la mano o conversar con el otro a menos que se haga visible. Un ángel o un espíritu no hubiera podido mantener contactos con los seres humanos, aun estando muy cerca de su cuerpo y frente a su misma cara. Ni puede alma alguna conversar con otra, o actuar sobre otra, a menos que lo haga mediante su cuerpo. El sol, con su luz y calor, no puede actuar sobre el hombre, o la bestia o el árbol a menos que primero penetre el aire, y actúe después mediante éste. Y puede actuar sobre un pez solamente a través del agua, desde que (…) debe actuar a través del elemento en el cual el objeto de su acción habita. Nadie puede sacarle las escamas a un pez sin un cuchillo, desplumar un gallo sin tener dedos, o descender hasta el fondo de un lago sin hacerlo en una escafandra. En una palabra, cada cosa debe adaptarse a la otra antes que pueda comunicarse con ella o actuar sobre ella (…) o contra ella.

La pasión de la cruz fue la última tentación que el Señor debió soportar (…) y fue el medio de la glorificación de su Humano. [Su Humano] (…) estaba unido a lo Divino del Padre, pero esto no es la redención. Hay dos cosas para las que el Señor vino al mundo, y mediante las cuales salvó a los hombres y a los ángeles, a saber, la redención y la glorificación de su Humano. Estas dos difieren entre sí; sin embargo, en relación con la salvación, constituyen una misma cosa. (…) La obra de redención fue un combate contra los infiernos y la restauración del orden en los cielos.

Pero la glorificación es la unión de lo Humano del Señor con lo Divino de su Padre. Esto se efectuó de manera gradual, en un proceso que se completó con la pasión de la cruz. Todo hombre, por su lado, debiera acercarse a Dios. En la medida en que el hombre se acerca a Dios, Dios, por su parte, entra en él. Ocurre lo mismo que con un templo, que primero debe ser construido. Esto lo hacen las manos de los hombres. Luego debe ser dedicado, y finalmente se hará oración para que Dios se haga presente y en él se una con la iglesia. La unión en sí fue completada mediante la pasión de la cruz, porque ésa fue la última tentación que el Señor soportó en el mundo. Es mediante la tentación que se efectúa la conjunción o unión de lo Humano y lo Divino. En las tentaciones, aparentemente, el hombre es dejado librado a sus propios recursos y queda solo; pero en realidad no es así. Dios está presente en lo más íntimo del hombre, muy cerca de él, y lo sostiene. Cuando el hombre vence la tentación en lo más interior de su persona se efectúa la unión con Dios, del mismo modo como, en la tentación, el Señor estuvo unido en lo más íntimo con Dios, su Padre (…) (TCR 126127)

No fue con respecto a su Divino, sino con respecto a su Humano que el Señor sufrió. Fue de ese modo que se efectuó la unión interior más profunda y por lo tanto más completa. (…) Estas dos cosas, la redención y la pasión en la cruz, deben entenderse como diferentes entre sí. De otra manera la mente humana, como un navío, se encalla en bancos de arena o arrecifes y naufraga, con su capitán, su piloto, y toda la tripulación, es decir comete error en todas aquellas cosas que tienen que ver con la salvación mediante el Señor. Sin la idea de que estas dos cosas son diferentes, el hombre vive como en un sueño, y ve cosas imaginarias, y de éstas extrae conclusiones, suponiendo que son reales, cuando en realidad son fantásticas. (…) Pero aun cuando la pasión de la cruz y la redención son dos cosas distintas, en lo que respecta a la salvación son una sola. Fue mediante la unión con su Padre, completada gracias a la pasión de la cruz, que el Señor se convirtió en el Redentor por la eternidad. (TCR 126127)

[Muchos creen] (…) que el Señor con respecto a lo Humano que hay en él no solamente fue sino que todavía es hijo de María. Pero en esto el mundo cristiano sufre un engaño. Es cierto que fue el hijo de María, pero ya no lo es. Mediante los actos de la redención se despojó de lo humano de su madre y se revistió de lo Humano que proviene del Padre. Es por eso que lo Humano del Señor es Divino, y en él Dios es Hombre y el Hombre es Dios. (TCR 102)

Puede ocasionar sorpresa que el Señor poseyera un mal heredado de su madre. (…) [Sin embargo,] ningún ser humano puede nacer de otro ser humano sin recibir de éste el mal. Pero el mal hereditario que se deriva del padre es una cosa, y el que se deriva de la madre es otra. El mal hereditario que proviene del padre es más interior, y permanece por toda la eternidad. Posiblemente no puede ser erradicado. Pero el Señor no poseía este mal, porque nació de Jehová, el Padre y en cuanto a los internos fue así Divino o Jehová. El mal hereditario que proviene de la madre atañe al hombre exterior. Este existió en el Señor. (…) El Señor nació como lo hacen los otros hombres (…) y sufrió de los mismos padecimientos que son la suerte común a todos los humanos. Derivó de su madre el mal hereditario (…) y debió padecer tentaciones. Nadie puede ser tentado si no tiene en sí el mal. Es el mal que hay en el hombre el que tienta, y a través del cual el hombre es tentado. El Señor fue tentado, y (…) sufrió tentaciones mil veces más penosas de lo que cualquier otro hombre podría soportar jamás. (…) (AC 1573)

En resumen, el Señor desde su más temprana infancia hasta la última hora de su vida en el mundo, fue asaltado por todos los infiernos, contra los cuales continuamente combatió, subyugándolos y venciéndolos. Esto [fue hecho] solamente por amor hacia toda la raza humana. Porque este amor no era humano sino divino y porque conforme es la magnitud del amor lo es la de la tentación, puede entonces apreciarse cuan penosas fueron las luchas y cuan grande la ferocidad de los infiernos. (AC 1690)

El Señor glorificó su Humano (…) [y] lo unió con lo Divino del Padre (…) [o] con lo Divino que había en él desde su concepción. [Esto fue hecho] para que fuera posible que la raza humana fuera unida con Dios el Padre, en él y por él. (AR 618) Cuando el Señor estaba en el mundo lo hizo en dos estados distintos entre sí, a saber, el estado de exinanición y el estado de glorificación. El primero de estos estados, o sea el de exinanición, está descripto en la Palabra en muchos lugares y especialmente en los Salmos de David, también en los Profetas, y particularmente en Isaías, capítulo 53, donde se dice de él que vació su alma, aun hasta la muerte (versículo 12). [Este era un estado de progreso hacia la unión.] Este mismo fue el estado de humillación frente al Padre: porque fue en él que oró al Padre. El Señor dijo que hacía la voluntad de su Padre, y atribuye al Padre todo lo que hizo y dijo. Que haya orado al Padre resulta evidente según (…) Mateo 26:39, 44, Marcos 1:35, 6:46, 14:3239, Lucas 5:16, 6:12, 22: 4144, Juan 17:9, 15, 20. Que haya hecho la voluntad de su Padre [puede constatarse] en Juan 4:34, 5:30. Que haya atribuido al Padre todo lo que hizo y dijo [aparece en] Juan 8:2628, 12:4950, 14:10. Llegó hasta a clamar en la Cruz diciendo: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (Mateo 27:46, Marcos 15:34). Más aún, excepto por este estado, no hubiera podido ser crucificado.

Pero el estado de glorificación es (…) el estado de unión. Estaba en este estado cuando fue transfigurado en la presencia de sus tres discípulos, y también cuando hizo milagros, y en todos aquellos momentos cuando dijo que él y el Padre eran uno, que el Padre estaba en él y que él estaba en el Padre, y que todas las cosas que son del Padre eran suyas. Cuando la unión era completa (…) poseía «potestad sobre toda carne» (Juan 17:2), y «toda potestad, en el cielo y en la tierra» (Mateo 28:18), además de otras cosas.

Estos dos estados de exinanición y de glorificación pertenecían al Señor porque no hay otro modo de alcanzar la unión, siendo así según el orden divino, que es inmutable. El orden divino es que el hombre debe ponerse él mismo en orden a fin de recibir a Dios, y prepararse para ser receptáculo y morada adecuada en la cual Dios pueda entrar y, tal como en su templo, residir. El hombre debe hacer esto por sí mismo, y sin embargo reconocer que proviene de Dios. Esto debe reconocerlo, porque no es capaz de sentir la presencia y operación de Dios en él, aunque Dios, en la forma más íntima y cercana de presencia, opera todo el bien del amor y toda la verdad de la fe en el hombre. Todo hombre (…) debe progresar de acuerdo con este orden, si ha de llegar a ser espiritual a partir de su primera condición, que es la natural.

Del mismo modo fue necesario que el Señor progresara, a fin de hacer divino su natural humano. Es por eso que oró al Padre, que hizo la voluntad de su Padre, que le atribuyó a El todo lo que hizo y dijo, y que exclamó sobre la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?». En este estado Dios parece estar ausente. Pero después de este estado viene otro, que es el estado de conjunción con Dios, en el cual el hombre actúa como lo hacía anteriormente, pero ahora a partir de Dios. Pero ahora no necesita,  como anteriormente, atribuir a Dios todo el bien que quiere y hace, y toda la verdad que piensa y dice, porque todo esto está escrito en su corazón, y por lo tanto está presente interiormente en todas sus acciones y palabras. De manera similar el Señor se unió al Padre, y el Padre se unió a él. En otras palabras, él glorificó su humano (…) o lo hizo divino, del mismo modo como regenera al hombre, [y] lo hace espiritual. (TCR 104105)

La redención en sí fue el sojuzgamiento de los infiernos, la restauración del orden en los cielos, y mediante todo esto, la preparación para una nueva iglesia espiritual. (…) En estos días [1770] el Señor también está efectuando una redención, que comenzó en 1757, junto con un juicio final que tuvo lugar en esa fecha. Esta redención ha seguido operándose hasta la actualidad, porque es, en nuestro día, la segunda venida del Señor. Debe ahora, establecerse una nueva iglesia. Esto no hubiera podido ser hecho sin el previo sometimiento de los infiernos y la restauración del orden en los cielos. (TCR 115)

La segunda venida del Señor se anticipa en el Apocalipsis, y en Mateo 24:3, 30, Marcos 13:26, Lucas 21:27, Hechos de los Apóstoles 1:11 y en otros lugares. (…) En la primera venida del Señor (…) el incremento de los infiernos fue obra de los idólatras, los magos y los falsificadores de la Palabra. En su segunda venida fue obra de los así llamados «cristianos», tanto de aquellos que habían adoptado el naturalismo como de aquellos que habían falsificado la Palabra usándola para confirmar su creencia fabulosa en tres personas divinas que existirían desde la eternidad, y en la pasión del Señor como constitutiva, en sí misma, de la redención (…) (TCR 121)

Esta segunda venida del Señor no es una venida en persona, sino en la Palabra, que proviene de él y es él en sí mismo. (TCR 776) Ha placido al Señor revelar el sentido espiritual de la Palabra, porque el verdadero cristianismo ha comenzado a alborear, y una Nueva Iglesia, que en el Apocalipsis es denominada Nueva Jerusalén se está estableciendo por el Señor, en la cual Dios el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son reconocidos como uno, al proclamárselos como una Persona. (TCR 700)

Esta segunda venida del Señor se efectúa mediante un hombre a quien el Señor se ha manifestado personalmente y a quien él ha llenado con su Espíritu, para que enseñe las doctrinas de la Nueva Iglesia, que provienen del Señor mediante la Palabra. (…) El Señor (…) hace estas cosas mediante un hombre, el cual es capaz no solamente de recibir estas doctrinas en su entendimiento, sino también de publicarlas de manera impresa. El Señor se ha manifestado ante mí, su siervo, y me ha comisionado para cumplir esta función. Después abrió los ojos de mi espíritu (. ..) me introdujo en el mundo espiritual (…) me «concedió ver los cielos y los infiernos, (…) hablar con ángeles y con espíritus, y esto de manera continuada, durante muchos años. (…) Desde el primer día de este llamado no he recibido nada, en lo que respecta a las doctrinas de la Nueva Iglesia, que provenga de ángeles sino del mismo Señor, mientras leía la Palabra. (TCR 779)