El no está aquí, pues ha resucitado

Un sermón del Rev. Bradley D. Heinrichs

LECCIÓN 1 – MATEO 21:1-11

1 Cuando ya estaban cerca de Jerusalén y llegaron al pueblo de Betfagé, junto al cerro de los Olivos, Jesús mandó a dos de sus discípulos

2 y les dijo: “Vayan a la aldea que está enfrente. Allí van a encontrar una burra atada, y un burrito con ella. Desátenla y tráiganmelos.

3 Y si alguien les dice algo, díganle que el Señor los necesita, y que pronto los va a devolver.”

4 Esto sucedió para que se cumpliera lo que el profeta dijo, cuando escribió

5 Digan a la ciudad de Sión: “Mira, tu Rey viene a ti, humilde, montado en una burra, en un burrito, cría de una bestia de carga

6 Entonces los discípulos se fueron y lo hicieron como Jesús les había mandado.

7 Trajeron la burra y su cría, y pusieron sus ropas sobre ellas y Jesús montó.

8 Y la gente, que era mucha, extendió sus ropas en el camino; otros cortaron ramas de los árboles y las pusieron en el camino.

9 La gente que iba delante, y la que venía detrás, comenzó a gritar: “¡Gloria al Hijo del rey David! ‘¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Gloria a Dios!”

10 Cuando Jesús entró en Jerusalén, toda la ciudad se alborotó y muchos preguntaban: “¿Quién es éste?” 

11 Y la gente decía: “Es el profeta Jesús, el de Nazaret de Galilea.”

LECCIÓN 2 – MATEO 28:1-20

1 Cuando el día de descanso había pasado, y estaba amaneciendo el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro.

2 De pronto, hubo un fuerte temblor de tierra. Era que un ángel del Señor había bajado del cielo y, llegando al sepulcro, quitó la piedra que lo tapaba y se sentó sobre ella.

3 Era brillante como un relámpago, y su ropa blanca como la nieve.

4 Al verlo, los soldados temblaron de miedo, y quedaron como muertos.

5 Entonces el ángel dijo a las mujeres: “No tengan miedo. Yo sé que están buscando a Jesús, el que fue crucificado.

6 No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Vengan a ver el lugar donde lo pusieron.

7 Vayan pronto, y digan a sus discípulos: “El estuvo muerto pero ha resucitado, y va a Galilea antes que ustedes; allí lo verán.” Esto es lo que yo tenía que decirles.

8 Entonces las mujeres se fueron rápidamente del sepulcro, con miedo y mucha alegría a la vez; y fueron corriendo a llevar la noticia a los discípulos.

9 En eso, Jesús se presentó a ellas y las saludó. Ellas se acercaron entonces a Jesús y lo adoraron, abrazándole los pies.

10 Y Él les dijo: “No tengan miedo. Vayan a avisar a mis hermanos que deben ir a Galilea, y que allá me verán.”

16 Así pues, los once discípulos se fueron a Galilea, al cerro que Jesús les había indicado. 

17 Y cuando vieron a Jesús lo adoraron; aunque algunos dudaban.

18 Entonces Jesús se acercó a ellos y les dijo: “A mí se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra.

19 “Vayan pues, a las gentes de todas las naciones y háganlas mis discípulos bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,

20 “y enséñenles a obedecer todo lo que yo les he mandado a ustedes. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.”

LECCIÓN 3 – El Apocalipsis Explicado 400:14

Está escrito en el Verbo que hubo un temblor de tierra cuando el Señor estaba sufriendo en la cruz, y también un segundo cuando el ángel bajó y quitó la piedra que tapaba el sepulcro…

Estos temblores ocurrieron para indicar que el estado de la iglesia fue entonces cambiado; puesto que el Señor por su última tentación, la que sufrió en Getsemaní y en la cruz – venció los infiernos, puso en orden todas las cosas allá y también en los cielos, y también glorificó a su Humanidad, es decir, lo hizo Divino… 

El “gran temblor de tierra” que ocurrió cuando el ángel bajó del cielo y quitó la piedra que tapaba el sepulcro, tiene este significado, a saber, que el estado de la iglesia fue cambiado por completo; porque el Señor resucitó, y en cuanto a su Humanidad, asumió el dominio sobre el cielo y la tierra, como Él Mismo dijo en San Mateo.

“El ángel quitó la piedra que tapaba el sepulcro y se sentó sobre ella” significa que el Señor quitó toda la falsedad que había impedido todo acceso a Él, y que reveló la verdad Divina – “la piedra” significa la verdad Divina que los judíos habían falsificado por sus tradiciones; porque está escrito que:

Los sumos sacerdotes y los fariseos aseguraron el sepulcro poniendo un sello sobre la piedra que lo tapaba; y dejaron allí los soldados de guardia; pero un ángel del cielo quitó la piedra y se sentó sobre ella.” 

A medida que nos acercamos al Domingo de Resurrección, nos concentramos en tres sucesos específicos: (1) la entrada triunfal del Señor a Jerusalén el Domingo de Ramos y la Última Cena, (2) su Pasión en la cruz, y, finalmente, (3) su Resurrección y la glorificación de su Humanidad Divina. Estos sucesos ocurren durante solamente una semana de la vida del Señor sobre la tierra, sin embargo, contienen una serie extensa de emociones y lecciones.

En primer lugar, consideremos la entrada triunfal a Jerusalén que estamos celebrando hoy. Fíjense en el grado de emoción mostrado por la gente a medida que lo saludaba y mientras que tendríamos de palma y sus propias ropas por el camino. “Y tanto los que iban delante como los que iban detrás, gritaban: “¡Gloria al Hijo del rey David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Gloria en las Alturas!” Imagínense a esa gente que había escuchado las profecías de la antigüedad acerca del Salvador que llegaría a la tierra y la liberaría del yugo de su esclavitud. Ahora estaban mirándolo sentado en una burra, lo que cumplía la profecía de Zacarías, y la gente lo aclamaba el Rey que esperaba desde hacía muchas generaciones. La gente estaba tan emocionada que gritaba sus alabanzas para que todo el mundo supiera que el Mesías había llegado. Ahora bien, este suceso nos ofrece la oportunidad de preguntarnos si el mismo grado de emoción está presente con nosotros puesto que tenemos el privilegio de saber la noticia que el Segundo Advenimiento ha ocurrido también, en realidad, hace dos cientos cuarenta y tres años.

Su Segundo Advenimiento fue profetizado también desde épocas muy antiguas, pero ¿gritamos nosotros bastante fuerte para que la gente (o aun el mundo) esté consciente de este acontecimiento trascendental? ¿Estamos genuinamente emocionados pensando en el hecho que, mediante su Segundo Advenimiento en la forma de las Doctrinas Divinas, Él nos ha dado las verdades necesarias para liberarnos de la esclavitud de los infiernos? ¿Nos maravilla que, por primera vez, podamos entrar con comprensión en lo que eran antes los misterios de la fe?

La primera cosa que nosotros como individuos tenemos que hacer es dedicarnos a aceptar al Señor como Rey en nuestra vida. Esto significa que tenemos que consentir en rendir nuestros propios deseos egoístas al dominio de su Verdad Divina, y aceptar sus enseñanzas como la única autoridad en la cual basamos nuestros pensamientos. Cuando hacemos esto, reconocemos en nuestro corazón y en nuestra vida que el Señor Jesucristo es el único Dios del cielo y de la tierra. Después de haber hecho eso, deberíamos alistarnos a compartir la feliz noticia de su Advenimiento con muchas otras personas, y como adherentes de la Nueva Iglesia, podemos ofrecer noticias aun más felices, es decir, que el Señor ahora ha cumplido su Segundo Advenimiento también. Cuando nos dedicamos a tal compromiso, invariablemente los infierno están listos para atacarnos y tratar de destrozar lo que creemos; nos hacen sentir que llevar una vida buena según los Mandamientos no acabará por traernos felicidad, éxito ni contento. Es por esto que el Señor quería compartir una Última Cena con sus discípulos, es decir, para fortalecerlos para las pruebas que pronto tendrían que enfrentar. Es por la misma razón también que el Señor instituyó el pan eucarístico para nosotros, es decir, para fortalecernos durante estos ataques inevitables que vendrán de los infiernos durante las tentaciones. (VRC 706:2)

Después de terminar su Última Cena con sus discípulos, el Señor fue traicionado por Judas, lo cual, después de un proceso precipitado, pronto terminó en su crucifixión y pasión en la cruz. ¡Nos asombra y nos humilla cuando contemplamos lo que el Señor estaba dispuesto a experimentar para salvarnos! Escuchen lo que está descrito en Arcana Coelestia 9528: “Del amor puro, y de la misericordia pura, el Señor asumió la forma Humana, y sufrió unas tentaciones de las más penosas, y, finalmente, la pasión en la cruz, para salvar a la raza humana…La Misericordia es el amor Divino hacia los que están prendidos firmemente en un estado de desgracia. El Señor sufrió las tentaciones más penosas, y mediante eso impuso orden en el cielo y en el infierno, y luchó desde el Amor Divino para salvar a los que lo reciben con amor y fe.”

Pues, la pregunta es ¿Cómo aceptamos al Señor en amor y fe y cómo aseguramos que Él no sufrió por nosotros en vano? La respuesta es muy simple: Usemos la libertad que poseemos en asuntos espirituales para decidirnos a obedecer los Mandamientos, y huyamos de hechos malévolos porque son pecados contra Dios. Porque el Señor dice: “El que recibe mis mandamientos y los obedece, ése es el que me ama.” (Juan 14:21) 

Ahora, ¡pensemos en el final de la historia de la Semana Santa que culmina en la Resurrección del Señor de su sepulcro y en una Victoria completa!

El ángel dijo a las mujeres: “No tengan miedo. Yo sé que están buscando a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, sino que ha resucitado, como dijo. Vengan a ver el lugar donde lo pusieron.” (Mateo 28:5-6)

Imagínense la desesperación de estas dos mujeres mientras que iban al sepulcro de Jesús para ungirle el cuerpo. Cada una habría pensado que su vida estaba destrozada puesto que el Hombre que había entrado tan triunfalmente en Jerusalén, el Hombre recibido como el Mesías y Salvador que todos habían esperado desde hacía siglos, ahora estaba muerto. Imagínense su miedo y confusión cuando vieron al ángel sentado sobre una piedra al lado del sepulcro.

Piensen en el júbilo y el alivio que habrían sentido al escuchar estas palabras: “Él no está aquí, sino que ha resucitado, como dijo.” Estas palabras del Nuevo Testamento son quizás las más famosas del mundo Cristiano hoy en día. Sin embargo, hay muy poca gente que parece comprender el impacto que estas palabras han tenido sobre el bienestar espiritual de la raza humana en su totalidad, y su impacto sobre cada uno de nosotros individualmente. ¿Cuál es el sentido que nos ofrecen estas palabras? En la Cristiandad de hoy en día, la Nueva Iglesia tiene, supuestamente, la imagen más clara del verdadero sentido de la Resurrección–sin embargo–quizás nosotros también no contemplamos este suceso trascendental con bastante claridad. ¿Faltamos tal vez a estimar adecuadamente las enseñanzas que nos ofrecen las Escrituras, enseñanzas que nos dan las respuestas que tanta gente puede solamente buscar como ciegos en la noche. ¿Hemos faltado para llevar a cabo la misión dada por el Señor a los discípulos? Cuando Él dijo: “Dios me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos, bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes.” (Mateo 28:18-20)

Durante la Semana Santa, tenemos la costumbre de concentrar en y celebrar la Resurrección y la Glorificación. Es un período de tiempo cuando cantamos las alabanzas del Señor y le agradecemos el milagro más grande que jamás se haya hecho… la Resurrección del sepulcro de su Forma Humana glorificada, la cual fue en realidad un milagro que salvó a la raza humana de la amenaza de ser sofocada por el dominio completo de los infiernos.

Ahora, miremos de más cerca lo que el Señor cumplió mediante la glorificación de su Forma Humana y así haciéndola Divina. Y miremos como este milagro hecho hace más de 2000 años es el medio de nuestra salvación. Las Escrituras de la Nueva Iglesia nos dicen que “el Señor advino al mundo principalmente para estos dos propósitos: para separar el infierno de los ángeles y de los hombres, y para glorificar su Ser Humano” (VRC 579:1). El primero de estos propósitos era el de quitar los infiernos, porque habían adquirido tanto poder que se habían penetrado hasta en el cielo espiritual. Durante el proceso de su ataque contra los cielos, también habían logrado dominar el mundo de los espíritus, y, por consiguiente, pudieron eliminar casi por completo la comunicación entre el Señor y la gente en la tierra. La situación era tan grave antes de que el Señor naciera en la tierra que se nos dice en las Escrituras “una condenación total amenazaba a la entera raza humana, y aun los ángeles del cielo no habrían podido seguir existiendo con integridad” (VRC 579:1).

¡Qué asombrosa es esta declaración! Imagínense por un momento lo que implica esta verdad. Implica que ni una sola persona estaría aquí hoy si el Señor no hubiera venido a la tierra y dominado los infiernos – porque la raza humana habría fallecido. Ninguno de nosotros habría tenido el deleite y el privilegio de conocer a nuestros padres, abuelos u otros parientes, porque ellos no habrían existido tampoco. Nos habría faltado los deleites del verdadero amor conyugal (con nuestro cónyuge) y el placer de criar a nuestros hijos. Nunca habríamos visto la belleza de la naturaleza ni tenido la satisfacción de ser útiles al prójimo. Cuando consideramos el amor que nunca habríamos experimentado, podemos apreciar aun más profundamente lo que debemos a nuestro Señor y Salvador. En términos teológicos, el dominio sobre los infiernos por el Señor y la salvación de la raza humana se llama redención. La Nueva Iglesia, sin embargo, tiene una visión de ‘redención’ que es marcadamente diferente de la interpretación mantenida por el Cristianismo moderno. Las Escrituras describen cuatro fases distintas que el Señor puso en práctica para lograr esta redención.

 

La primera fase fue la “separación de los malos de los buenos, y la elevación de los buenos al cielo cerca de Él, y la eliminación de los malos del cielo cuando los echó al infierno.” Esta primera fase se llama el Juicio Final – y mediante ella, los infiernos fueron colocados de nuevo en su lugar apropiado donde ya no podrían perjudicar a los buenos.

La segunda fase fue la “coordinación de todas las cosas en los cielos, y la subordinación de todas las cosas en los infiernos, y por estos actos… el nuevo cielo y el nuevo infierno” fueron formados.

La tercera fase de la redención fue “una revelación de verdades procediendo del nuevo cielo, y de esta manera una nueva iglesia se fundó y se estableció en la tierra.”

La última fase de la redención, la cuarta, consistió en esto: el Señor, desde su poder Divino, usando los medios mencionados, podría regenerarnos, y así salvar a cada uno de nosotros. (Coronis 21)

Meditemos sobre este cuarto paso. El propósito del Advenimiento del Señor, su único propósito, fue para salvarnos. Su amor infinito por nuestra salvación es lo que le obligó a hacerlo. Su compasión por nosotros le dio fuerza durante sus tentaciones y luchas más severas contra los infiernos. Pero, comprendan esto: el Advenimiento a la tierra del Señor, y su dominio de los infiernos no quiere decir que todo el mundo fue instantáneamente salvado, sino que todo el mundo PODRÍA ser salvado, porque a partir de ese momento todo el mundo estaba liberado del poder de los infiernos. Cada persona podría mediante completa libertad decidirse a seguir al Señor, arrepentirse de sus pecados, y asumir el proceso de regeneración. Este concepto de lo que cumplió la redención del Señor es enormemente diferente de lo que se enseña en la teología oficial del Cristianismo de hoy en día. Esta cita siguiente de Arcana Coelestia revela un fuerte contraste entre estas dos ideas. “La mayoría de la gente dentro de la iglesia cree que el Señor advino al mundo para reconciliar al Padre por la pasión en la cruz, y para permitir que fueran aceptadas las personas con las cuales el Hijo intercediera, y también que Él liberó a los seres humanos de la condenación por haber cumplido, Él solo, la ley… la ley que habría condenado a todo el mundo; y, por siguiente, que todos serían salvados si mantuvieran esta fe con confianza.” (AC 10659:2)

Aquí nos está revelado el gran error en la teología de la típica interpretación Cristiana sobre la redención por el Señor y su salvación de la raza humana. Esa interpretación no la ve como un acto que volvió a establecer el equilibrio entre el cielo y el infierno; un acto que nos permitió tener de nuevo la libertad de escoger entre lo bueno y lo malo. Esa interpretación no comprende que la redención o la salvación es un proceso que ocurre poco a poco a medida que llevamos una vida en armonía con las verdades de su Verbo. Esta típica interpretación Cristiana enseña que Jesucristo fue mandado por su Padre enojado para ser un sacrificio por todos los pecados de la raza humana del pasado, del presente y del futuro. Ella declara que mediante la sangre sacrificada del Hijo, todos nuestros pecados fueron milagrosamente imputados a Jesús, y que entonces Dios fue conmovido a la misericordia por el sufrimiento de su Hijo. En consecuencia, esa interpretación afirma que fuimos salvados por esta expiación indirecta y liberados de tener que obedecer la Ley. En corto, tenemos explicado claramente el contraste entre el proceso de redención que continúa durante la vida entera y la salvación instantánea.

Esta interpretación confusa de la redención nos conduce a una falsedad aun más grave acerca del proceso de la glorificación del Señor. Puesto que Jesús es considerado un tipo de mediador entre un Dios enojado y su creación rebelde, la gente es propensa a caer en la trampa de creer que Dios es más de una persona. Nuestra concepción de Dios nos lleva al punto central de nuestro texto – EL SEÑOR RESUCITADO. Nuestro concepto de la naturaleza de la resurrección del Señor tiene una influencia directa sobre nuestra imagen de Dios: ¿nos imaginamos un solo Dios? o ¿nos imaginamos más de un Dios? Si consideramos a Jesús un intercesor Divino o el Cordero de Dios, el cual resucitó del sepulcro–entonces la única imagen que tendremos en nuestra mente será la de dos Dioses. No podremos ver más allá que el sentido literal de las Sagradas Escrituras donde está escrito que después de su resurrección “el Hijo del Hombre estará sentado a la derecha del Dios todopoderoso” (Lucas 22:69). No podremos imaginarnos otra imagen que la de dos Dioses sentados sobre tronos, uno al lado del otro, consultándose sobre el estado de los asuntos en el mundo, en el cielo y en el infierno.

Sin embargo, si consideramos la trinidad del Padre, Hijo y Espíritu Santo como el alma, el cuerpo y la actividad del Señor–entonces verdaderamente tenemos la imagen en nuestra mente de Dios como una sola persona. Las Escrituras nos dicen claramente que “la unión del Padre y del Hijo, es decir, de lo Divino y lo Humano en el Señor, es como la unión del alma y el cuerpo” (VRC 98).

Este concepto se clarifica aun más en la obra La Doctrina del Señor donde se nos enseña que la concepción del Señor fue por Jehová (el Padre). Esto quiere decir que en cuanto a su Alma, Él era Divino. Pero su nacimiento tomó lugar por la Virgen María, y por eso en cuanto a su Cuerpo, Él era meramente finito–lleno de todas nuestras debilidades y tendencias hacia lo malo. Durante el curso de su vida en este mundo, los infiernos atacaron implacablemente estas debilidades. No obstante, mediante combates continuos y victorias sobre esos infiernos, el Señor se quitó todo lo meramente humano de María, y se liberó de esas limitaciones finitas. Entonces en la última etapa de su Glorificación, “Él tomó una Humanidad Divina” y resucitó del sepulcro. (Señor 59) Y así, cuando María Magdalena y la otra María llegaron al sepulcro, el ángel del Señor les dijo: “No tengan miedo. Yo sé que están buscando a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Vengan a ver el lugar donde lo pusieron.” (Mateo 28:5-6)

Cerca del final de nuestra historia, Jesús, ahora en su forma Divinamente Humana que había glorificado, se reunió con los once discípulos, y ellos se postraron y lo adoraron. Y Él les dijo: “Dios me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.” (Mateo 28:18-19)

Ahora las Escrituras clarifican que en la locución – “Dios me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierrael Señor usa específicamente el singularMEantes de mandarles a sus discípulos a bautizar en el nombre “del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.” Él usó ‘ME” para demostrar que su Divina Esencia Humana y lo que procedía Divinamente de Él son “una’ e inseparable del Padre. Por consiguiente, se nos dice que nadie puede ser aceptado en el cielo excepto los que reconocen al Señor en cuanto a su Divina Humanidad y lo adoran como un solo Dios. (AC 10067) Es por esto que es tan importante que tengamos una imagen correcta del Señor como un solo Dios, el Señor Jesucristo. Se nos dice que “a todos los que entran en el cielo les es asignado un hogar allá, y júbilo eterno, según su imagen de Dios.” (AR 224:7)

El significado de esta verdad – que a todo el mundo se le es asignado su hogar según su imagen de Dios–da una urgencia especial a la misión que el Señor encargó a sus discípulos: “Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes.” (Mateo 28:18-19)

¡En la Nueva Iglesia el Día de Resurrección es una celebración de la vida del Señor! No nos concentramos en su muerte en la cruz con la idea de que su sacrificio nos ha milagrosamente expiado los pecados y ha aplacado a su Padre enojado, sino que dirigimos nuestros pensamientos a su Resurrección y Glorificación. Lo adoramos y lo alabamos por habernos liberado del poder de los Infiernos, por haber quitado la piedra de la falsedad que tapaba nuestra vista de su Divina Humanidad, y por habernos capacitado a estar más completamente unido con Él en el cielo que jamás en el pasado. (AE 400:14) Pero, mientras que sentimos gran alivio y júbilo sabiendo que “Él ha resucitado como dijo” y quetoda autoridad le ha sido dada en el cielo y en la tierra”, no olvidemos lo que nos mandó – “que vayamos a bautizar a las naciones, enseñándoles a obedecer todo lo que nos ha mandado.”

Enseñemos a las naciones–a nuestros amigos y vecinos–las maravillosas verdades que se revelan en las Escrituras; verdades que los ayudarán a tener una imagen más clara de Dios, a estar más cerca de Él, a adorarlo en su Divina Humanidad. Eliminemos la oscuridad y la confusión inherente con la idea de tres Dioses, y proclamemos fuertemente la Buena Noticia que “Dios, el Señor, Jesucristo reina, cuyo reino perdurá por siempre” (VRC 791).

Amén

* Traducido por Reinhold Kauk con la colaboración de Juan Martínez González