La Unidad en la Adoración

Un sermón del reverendo Bradley D. Heinichs

Lección 1 – Génesis 11:1-9

1 En aquel tiempo todo el mundo hablaba el mismo idioma.
2 Cuando salieron de la región oriental, encontraron una llanura en la región de Sinar y allí se quedaron a vivir.
3 Un día se dijeron unos a otros, “Vamos a hacer ladrillos y a cocerlos en el fuego.” Así usaron ladrillos en lugar de piedras, el asfalto natural en lugar de mezcla.
4 Después dijeron, “Vengan, vamos a construir una ciudad y una torre que llegue hasta el cielo. De este modo nos haremos famosos y no tendremos que dispersarnos por toda la tierra.”
5 Pero el Señor bajó a ver la ciudad y la torre que los hombres estaban construyendo,
6 y pensó: “Ellos son un solo pueblo y hablan un solo idioma; por eso han comenzado este trabajo, y ahora por nada del mundo van a dejar de hacerlo.
7 Es mejor que bajemos a confundir su idioma, para que no se entiendan entre ellos.”
8 Así fue como el Señor los dispersó por toda la tierra, y ellos dejaron de construir la ciudad.
9 En ese lugar el Señor confundió el idioma de todos los habitantes de la tierra, y de allí los dispersó por todo el mundo, por eso la ciudad se llamó Babel.

Lección 2 – Josué 22:1-34 (versículos seleccionados)

1 Entonces Josué llamó a las tribus de Rubén y de Gad y a la media tribu de Manasés,
2 y les dijo “Ustedes han cumplido todo lo que les ordenó Moisés, el siervo del Señor, y han obedecido todas mis órdenes…
4 Y ahora que el Señor ha cumplido su promesa y que los hermanos de ustedes tienen paz, vuelvan a sus tiendas de campaña y a las tierras que Moisés, el siervo del Señor les dio al este del río Jordán.
10 Cuando las tribus de Rubén y de Gad y la media tribu de Manasés llegaron al río Jordán , todavía en territorio cananeo, levantaron junto al río un gran altar….
12 Y en cuanto los israelitas lo supieron, se reunieron en Silo para ir a pelear contra ellas.
21 entonces los de Rubén y Gad y los de la media tribu de Manasés contestaron a los jefes israelitas:
22 “El Señor y Dios de todos los dioses sabe que no hicimos este altar por rebeldía o para apartarnos de Él. Él lo sabe y lo hace saber a todos ustedes; si fue por estas razones, ¡no nos perdones la vida!
26 Por eso pensamos en construir un altar, no para ofrecer holocaustos al Señor ni presentar otros sacrificios
27 sino para que sea un testimonio entre ustedes y nosotros, y entre nuestros descendientes, de que nosotros podemos servir al Señor y presentarnos ante El con nuestros holocaustos y con nuestros sacrificios;… Así los descendientes de ustedes no podrán decirles a los nuestros: “Ustedes no tienen nada que ver con el Señor…”
33 La respuesta les pareció bien, y alabaron a Dios; desde entonces no hablaron más de atacar a las tribus de Rubén y de Gad…
34 Los descendientes de Rubén y de Gad le pusieron al altar el nombre de “Testimonio”, diciendo: “Este altar será un testimonio entre nosotros de que el Señor es Dios.”

Lección 3 – Arcana Coelestia 1285 (trozos seleccionados)

[1] En aquel tiempo todo el mundo hablaba el mismo idioma.

[2] Aunque la primera Iglesia Antigua estaba muy difundida en el mundo entero, en ella “todo el mundo hablaba el mismo idioma”. Eso significa que la iglesia era una unidad (un conjunto) en su doctrina respecto a sus aspectos generales y también a sus detalles particulares aunque sus formas internas y sus formas externas eran en todas partes diferentes. Asimismo, el cielo se compone de innumerables sociedades. Todas esas sociedades difieren, sin embargo, forman una entidad unida (un conjunto), porque todas son guiadas como un solo cuerpo por el Señor.

[3] La doctrina es una entidad unida cuando todos poseen un amor mutuo, o caridad. El amor mutuo, o la caridad, causa que las cosas, aunque diferentes, formen una entidad puesto que convierte las variedades en una sola entidad. Si todos los seres humanos–miríadas y miríadas de ellos–son guiados por la caridad, o el amor mutuo, ellos tienen un solo fin a la vista, a saber, el bien común, el reino del Señor, y el Señor Mismo.

Variaciones en asuntos de la doctrina y en formas del culto son como las variaciones que existen en los sentidos físicos y en las partes internas del cuerpo de una persona, todos los cuales contribuyen a la perfección del conjunto. En efecto el Señor influye y actúa mediante la caridad, aunque de maneras diferentes según el carácter de cada individuo. Y actuando de tal manera, Él arregla todo en un orden apropiado en la tierra como en el cielo. De esta manera la voluntad del Señor se cumple, como Él Mismo enseña en Lucas 11:2 “…como en el cielo, así también en la tierra.”

“En aquel tiempo todo el mundo hablaba el mismo idioma.”

Este versículo del Verbo nos provee una bella imagen de la cualidad de la Iglesia Antigua en su principio. La expresión “tierra” aquí representa la iglesia en aquella época. La declaración que “todo el mundo hablaba el mismo idioma,” representa que todos tenían una sola doctrina en los asuntos generales y también en los detalles particulares. Los seres humanos de la época de la Iglesia Antigua mostraban una unidad completa y una armonía perfecta en su adoración del Señor. Mostraban una confianza genuina en la guía del Señor y estaban bienaventurados de un sentimiento de paz y de prosperidad.

Lo ideal que se nos presenta en este versículo es algo que todos debemos esforzarnos por conseguir, y que al mismo tiempo nos da la esperanza de que el Señor bendecirá también nuestra iglesia del mismo sentimiento de unidad y de comunidad. Pero lo que debemos preguntarnos es ¿Cómo pudo la Iglesia Antigua obtener este tipo de unidad y de armonía cuando la iglesia estaba constituida de tantos tipos diferentes de gente?

La respuesta es asombrosamente simple y, no obstante, increíblemente maravillosa: ¡la Caridad! Su doctrina era una, porque era la doctrina de la caridad. Su foco principal era llevar una vida de caridad como lo enseñaba su fe. Por consiguiente, cuando ocurrían diferencias en las interpretaciones sobre lo que se enseñaba exactamente, eso no causaba ni desunión ni controversia, porque la caridad servía de cola o de mortero que los unía a todos.

No es sorprendente que la caída de la Iglesia Antigua ocurrió cuando los seres de aquella época abandonaron la caridad y cuando el Señor dejó de ser el foco de su adoración. Eso es el significado de “Cuando salieron de la región oriental…,” puesto que el este (la región oriental) representa “la caridad procedente del Señor” (AC 1289).

Una vez que empezaron a abandonar la caridad, decidieron construir una torre usando asfalto y ladrillos hechos por ellos mismos. A primera vista estos detalles parecen tener poca importancia, sin embargo, después de mirarlos más cuidadosamente, se revela una profusión de clarificaciones sobre lo que ocurre a una iglesia donde se abandona la caridad.

La primera cosa que ocurre cuando una iglesia se aleja de la caridad, y da la espalda al Señor, es que la fuente de la doctrina y de la verdad ya no es del Verbo (de la Palabra), sino de su propia inteligencia. Eso es el significado de “usaron ladrillos en lugar de piedras,” porque los ladrillos son formados por personas (seres humanos), mientras que las piedras naturales son formadas por el Señor.

Cuando formamos o moldeamos la verdad para satisfacer nuestros propios deseos, ella se convierte en falsedad rapidísimamente! Erigir una torre usando ladrillos significa desarrollar doctrina basado sobre estas falsedades. Es por eso que, en aquellas épocas, se ordenaba que los altares dedicados al Señor se construyeran usando las piedras naturales que no habían sido moldeadas. Eso representaba el desarrollo de doctrinas basadas sobre las verdades puras del Verbo (de la Palabra)–sin tocarlas por la inteligencia humana.

Las palabras, “tenían el asfalto natural en vez de mezcla” significa que la gente poseía en su corazón amores egoístas por el prójimo, en vez del bien proveniente de la caridad. El simbolismo aquí es muy poderoso. El asfalto negro, maloliente y sulfuroso–los amores egoístas–se usaba para pegar ladrillo tras ladrillo de falsedad. Todo eso con el propósito de construir una torre basada sobre unas doctrinas derivadas y destinadas a su propio beneficio, porque se habían convencido que existía una manera más fácil para llegar al cielo, en vez de llevar una vida de caridad y de adorar al Señor según los diez mandamientos.

Cuando el culto se convierte en egoísmo y la caridad desaparece, el fracaso es inevitable! Cuando nos interesamos más en lo que la adoración puede hacer por nosotros mismos, en vez de centrarnos en la adoración y la glorificación del Señor, entonces el culto se convierte en egoísmo. Cuando nos interesamos más en nuestros propios asuntos que en los del prójimo, la caridad desaparece y el caos, la confusión y la discordia reinan.

Desafortunadamente, eso fue el caso en la Iglesia Antigua. Se erigía una torre no con el propósito de glorificar al Señor, sino para que la gente se hiciera famosa. En cuanto que la gente se centró sobre sus propios deseos egoístas la caridad desapareció y ya no podía trabajar ni adorar en armonía.

Estas son enseñanzas poderosas sobre las cuales deberíamos meditar. Deberíamos preguntarnos si venimos al culto sólo para satisfacernos a nosotros mismos o para alabar al Señor por todos los beneficios que Él nos ha dado. ¿Nos interesamos más en nuestros propios intereses que en el bienestar de nuestros vecinos, amigos y familia?

Ahora, examinemos la historia de las tribus de Rubén y Gad y la media tribu de Manasés. Ellas habían seguido fielmente los mandamientos del Señor y habían cumplido con sus obligaciones hacia las otras nueve tribus y media cuando las ayudaron a conquistar la tierra, exactamente como lo habían prometido. Entonces durante su regreso al lado este del Jordán, erigieron un altar de piedras para que sirviera de recuerdo a todos los que pasaran por allá que ellas eran una con los hijos de Israel—y que adoraban al mismo Dios.

Sin embargo, las nueve tribus y media se encolerizaron que esas tribus hubieran osado erigir otro altar fuera de la tierra de Canaán. Inmediatamente pensaron que ellos tenían malas o aun hostiles intenciones, y rápidamente se alistaron para luchar contra ellas. Afortunadamente, bajo la guía de Josué cabezas más calmas y racionales prevalecieron. Mandaron a Finees para que sirviera de intermediario a fin resolver la disputa.

Finees escuchó las explicaciones de las dos tribus y media y estaba satisfecho con lo que supo porque se hizo bien claro que sus intenciones habían sido completamente mal interpretadas. Esas tribus no habían erigido un altar rival para ofrecer sacrificios extraños, sino habían construido un altar que era un testigo de que eran uno con los hijos de Israel y que adoraban al mismo Dios. Era un recuerdo perpetuo que indicaría a las generaciones futuras que ellas eran una en el espíritu y unidas en el servicio y la adoración de Jehová.

De nuevo tenemos otra historia poderosa para considerar. ¿Cuántas veces suponemos lo peor cuando, en asuntos de adoración, alguien tiene interpretaciones diferentes de las nuestras que nos son tan preciosas? No deberíamos creernos en la obligación de suponer que esa otra persona tiene una buena intención, a saber que esa persona, como nosotros mismos, trata de servir y de adorar lo mejor posible al Señor Jesucristo?

Teniendo en cuenta esas dos historias, examinemos por un momento lo que las Escrituras dicen sobre los elementos esenciales del culto. El ingrediente más esencial en el culto es el reconocimiento del Señor Jesucristo como el único Dios del cielo y de la tierra (AC 7550). El segundo es la humildad ante Él, porque no podemos reconocerlo ni adorarlo si tenemos un corazón orgulloso. El Señor sólo puede afluir a nuestro corazón y llenarnos de Su amor cuando abandonamos nuestros deseos egoístas.

El reconocer nuestras debilidades humanas y el tener un corazón humilde nos conduce a la comprensión de que todo lo bueno y todo lo verdadero en nuestra vida provienen únicamente del Señor. Y una vez que esa realidad penetra nuestra comprensión, deberíamos ser conmovidos por un sentimiento de gratitud y deberíamos agradecer y alabar al Señor por habernos bendecido de tantas diferentes maneras.

Los últimos ingredientes claves en el culto genuino son la caridad hacia el prójimo y la doctrina de la fe. Todas estas cosas son lo que las Escrituras llaman “los elementos esenciales de la adoración”. Y se nos enseña que hay una progresión muy ordenada que deberíamos seguir. La doctrina de la fe es el primer elemento porque enseña cómo deberíamos vivir y cómo ser verdaderamente caritativos hacia el prójimo. En realidad, las Escrituras nos dicen que una iglesia se establece basada en la validez y la pureza de su doctrina, por consiguiente en su comprensión del Verbo…y una vida según ella” (VRC 245). Es por eso que el recibir “instrucción” es una parte tan importante en el culto.

La caridad por el prójimo es el segundo elemento porque nos lleva al amor por el Señor. Este mensaje se dio claramente en el evangelio de Juan: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado…, En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:34-35). La realidad es que no es posible que una persona ame al Señor, a menos que tenga en el corazón caridad por el prójimo (AC 1150).

El amor por el Señor y la aceptación de Él como el único Dios del cielo y de la tierra, sale de la caridad, y eso es el elemento más esencial y más elevado en el culto. Es por eso que la humildad ante Él, el alabarlo y el júbilo no son meramente apropiados en el culto, sino vitales.

Teniendo en cuenta el debate que ocurre en todas las sociedades de nuestra iglesia sobre formas tradicionales y contemporáneas de adoración, es interesante pensar en este trozo: “Toda adoración debe provenir del bien del amor mediante las verdades. La adoración que proviene solamente del bien del amor no es verdadera adoración, asimismo la adoración proveniente solamente de las verdades no es verdadera adoración tampoco…es preciso que la adoración provenga de ambos.” (AE 696:6). Esta enseñanza clarifica que ambos nuestro intelecto y nuestros afectos tienen que ser animados en la adoración. Debería existir un equilibrio perfecto entre los dos. En cualquier adoración genuina debería producirse un júbilo reverencial mientras estamos recibiendo instrucción y meditando.

Todas estas cosas de que estamos hablando son los elementos esenciales del culto. Las externas acciones de adoración, lo que llamamos rituales, son meramente un reflejo de la adoración interna. Los rituales de ir a la iglesia, de escuchar al pastor, de arrodillarse para orar y de cantar son todos algunas de las cosas que deberíamos hacer según las Escrituras, pero no las confundamos con los elementos esenciales del culto (CE 222; AC 1175)

Es preciso que desarrollemos todos los rituales de la adoración basados sobre el Verbo para evitar ser llevados por mal camino por innovaciones y rituales de poca entidad puesto que tales rituales pueden fascinarnos la mente de modo muy convincente y distraer nuestra atención del Señor (AC 1179). Por eso las Escrituras nos aconsejan que no nos perdamos en los detalles del ritual ni que ellos nos obsesionen, sino que exhortan a que nos centremos en las cosas vitales: la adoración del Señor y el amor por el prójimo!

Entonces, a medida que adoramos juntos al Señor esta mañana, pensemos en esas historias poderosas del Verbo, porque es cierto que no queremos que nuestra iglesia tenga el mismo triste destino que le ocurrió a la Iglesia Antigua.

Guardémonos de caer en la trampa de creer que hay una manera más fácil de llegar al cielo en vez de seguir los mandamientos del Señor–otra manera que consiste en erigir una torre de doctrina basada sobre nuestra propia inteligencia y moldeada por nuestros deseos egoístas. Recordemos esto: “Si el Señor no construye el templo, de nada sirve que trabajen los constructores” (Salmo 127:1).

Guardémonos de hacernos una casa dividida como casi ocurrió entre las nueve y media tribus y las dos y media lo cual puede producirse si censuramos a los que hacen cosas que tal vez no comprendamos completamente. Cuando la caridad se separa de nuestra fe lo que ocurre es que interpretamos negativamente todo lo que hace el prójimo porque vemos sólo sus faltas pero nunca lo bueno en él. Si mantenemos tales actitudes, entonces inevitablemente controversias se producirán y la iglesia dentro de nosotros y alrededor de nosotros morirá.

En vez de permitir que tal estado se produzca, dediquémonos a formar nuestra doctrina y nuestra iglesia basadas sobre las verdades del Verbo del Señor, verdades que no han sido talladas por nuestro propio beneficio, y construyamos un memorial que sirva de testigo a todo el mundo que todos nosotros adoramos y servimos al mismo Señor que consideramos el único Dios. Esforcémonos por hablar todos el mismo idioma y por ofrecer al prójimo el beneficio de la duda cuando no compartamos la misma opinión que él.

Establezcamos la caridad como el elemento principal en nuestro culto, puesto que la caridad es el mortero (la argamasa) que nos une, y que nos da un sentimiento de unidad y de resolución mientras servimos al Señor. Y cuando la caridad reina, podemos estar seguros que el Señor establecerá firmemente Su Nueva Iglesia en esta tierra y nos bendecirá con paz y júbilo. No olvidemos nunca estas palabras del Señor:

“La Iglesia sería una si la caridad estuviera presente en todos, aunque difirieran unos de otros en las formas del culto y en asuntos de la doctrina” (AC 3451:4). Todos entonces dirían unos de otros …, éste es mi hermano; yo veo que es una buena persona (AC 2385:5). “¡Vean qué bueno y agradable es que los hermanos vivan unidos!” (Salmos 133:1). Amén

* Traducido por Reinhold Kauk con la colaboración de Juan Martínez González